LII
Felipe
Respiro hondo, me llevo las llaves del auto y cierro la puerta de casa con llave.
Echo a andar el auto y lo saco rápidamente. Acelero a 120 kilómetros por hora para llegar más rápido al hospital de la frontera. Mierda, ¿En qué demonios se metió Bely?
Suena el celular y lo miro de reojo. Tengo una llamada entrante de Katrina. Lo dejo sonar, pero me llama de nuevo y decido poner el celular en altavoz al cuarto intento.
—Dime, Kat, estoy conduciendo —le digo al contestar.
—¿Viste las noticias? —me responde ella con voz alterada.
—N-no, ¿Cuál noticia? —murmuro con voz nerviosa.
—Aparecieron las pertenencias de Bely junto con el auto de Júpiter en la carretera que lleva a Puerto Renzo, casi al límite, mucho más lejos de donde encontraron a Júpiter.
—¡¿Me estás jodiendo?! —acelero involuntariamente sin dejar de mirar el camino.
—Y encontraron dos cadáveres junto a sus cosas —sigue diciendo, esta vez a punto de llorar.
—Mierda —mascullo entre dientes comenzando a pensar lo peor.
—La policía cree que puede estar gravemente herida, y que no está muy lejos de allí... Y tampoco descarta que ella haya matado a esos sujetos —me susurra mortificada.
Cierro los ojos por un segundo y sujeto el volante con fuerza. Carajo, ¿A esto se refería Bely con el lío gordo?
—¿Estás ahí? —me grita al no escuchar ninguna respuesta de mi parte.
—Sí —respondo escuetamente.
—Tenemos que encontrarla antes de que la policía lo haga, Felipe, ¡Tenemos que encontrarla ahora!
—Katrina, por lo que más quieras, no te metas en esto. Si la buscas por tu cuenta, tendrán todo lo que necesitan para acusarte de corrupción.
—¡¿Quieres que me quede de brazos cruzados mientras todas las fuerzas policiales en Niribia la están buscando como si fuera una delincuente?! —grita descontrolada.
—Katrina, baja la voz. No pueden saber que tienes intereses implicados en esto —le digo en tono neutral intentando calmarla—. Déjamelo a mí, la encontraré y, en cuanto sepa algo, te aviso, ¿Sí?
—S-sí —susurra con la voz rota.
No puedo decirle que sé dónde está, no sabría mentirle a la policía si tuviera que hacerlo. Y ya no sé si sea tan seguro hablar por teléfono, podrían interceptarle las llamadas con solo una sospecha y una orden emitida por el tribunal.
—Quédate tranquila —le digo con la voz más calmada que me es posible—, la encontraré.
—D-de acuerdo.
Corto la llamada sin despedirme y conduzco por la carretera para tomar la salida a Puerto Renzo, cuando me llama Rodrigo.
—¿Vienes ya? —me pregunta cuando presiono el botón de contestar.
—Voy en camino —le digo mirando atentamente el horizonte.
—No sé si viste las noticias, pero no te vayas por la carretera, la policía completa va a estar ahí periciando una escena del crimen junto con la brigada de criminología. Usa la vía alternativa que pasa por el distrito empresarial. Y cuando preguntes en recepción por ella, pregunta por Elizabeth Hernández.
—Anotado. Gracias, hermano.
—Por favor, apresúrate.
Corto la llamada y cambio la ruta. Me toma un poco más de tiempo, pero logro llegar al estacionamiento de la clínica.
Me bajo corriendo a toda velocidad y pregunto en recepción por el nombre que me ha dado Rodrigo. El sujeto de recepción me dice en qué cuarto está y subo corriendo las escaleras para llegar allí. En cuanto veo a Bely sentada en la cama junto a Rodrigo, me acerco y la abrazo con fuerza.
—¡Auch, Felipe, mis costillas! —se queja en cuanto siente mi abrazo, pero no me importa.
—Demonios, Bely, nos tenías a todos tan preocupados —susurro en su oído.
—E-estoy bien —me responde.
—¿Es una maldita broma? —deshago el abrazo y la miro— ¡Bely, maldición! ¡Tienes cuatro costillas rotas!
—Felipe, mi salud es lo último de lo que hay que preocuparse ahora.
—Bien, entonces, ¿Puedes explicarme qué diablos pasó? Katrina vio las noticias y está muy alterada. Necesito que me digas toda la verdad, sin que me ocultes nada, ¿Entiendes? Solo así podré ayudarte.
—Bueno... —empieza a decir mientras se rasca la cabeza— Conduje hasta el límite con Puerto Renzo. Me escapé de las chicas, estaba furiosa con ellas, estaba molesta conmigo misma, quería llorar tranquila, y los sujetos que secuestraron a Jú aparecieron y...
—Alto, alto, alto —detengo a Bely—. ¿Cómo sabías que esos eran los que secuestraron a Jú?
—Los oí. Identificaron el auto, quizás hace cuánto tiempo la estuvieron siguiendo, Felipe, yo... Entré en pánico, busqué en el auto algo que me ayudara a defenderme —dice Bely con la voz cada vez más alterada—. Los tenía encima, a punto de descubrir que era yo, tenía miedo de que me hicieran algo, y... Había un revólver junto con un gas pimienta...
Bely intenta respirar hondo, pero sus quejidos de dolor son evidentes.
—¿Y qué hiciste? —le pregunta Rodrigo, animándola a hablar.
—Rompí el vidrio del auto con la culata y disparé en cuanto sentí que el tipo estaba intentando abrir la puerta. Creo que murió al instante, no estoy segura, no lo recuerdo.
—Dijiste que era más de uno, ¿Dónde estaba el otro? —pregunto con el ceño fruncido.
—Salí del auto y aproveché el segundo de caos para lanzarle gas pimienta. Me alteré, me abalancé sobre él y comencé a golpearlo. Lo había reconocido, había reconocido que fue él quien secuestró a Jú y la rabia me cegó. Nos enfrentamos cuerpo a cuerpo. En un momento, él me fracturó la mano, me rompió las costillas a patadas y vi la pistola cerca del otro tipo...
Con cada palabra, se me retuerce el corazón de impotencia por todo lo que tuvo que pasar.
—Con cada patada, me arrastré hasta que pude tomar el revólver y le disparé desde el suelo —me dice con lágrimas en los ojos—. Me levanté como pude, destruí mi celular y caminé hasta aquí... Honestamente, no sé cómo lo logré.
—El enfermero de recepción me puso al día sobre eso —empieza a decir Rodrigo—. Llegó al hospital bañada en sangre y se desvaneció en la entrada. Obviamente se alarmó, llamó a todas las unidades y un par de colegas míos se la llevaron a la sala de emergencias, la estabilizaron y la llevaron a un cuarto. Buscaron en su ropa si había alguna pertenencia suya, como su celular, pero solo encontraron el chip y la tarjeta de memoria de su bolsillo. Yo no sabía que estaba internada aquí hasta que llegué hace un rato y la reconocí cuando hacía la ronda. Se puso un nombre falso para que no la encontraran.
Miro a Bely y ella asiente con la cabeza.
—Mira... —murmuro— No te voy a mentir, creo que necesitarás un abogado. Lo más probable es que te detengan y te pongan a disposición de la justicia.
El rostro de Bely se descompone y rompe a llorar.
—No quería llegar a esto, Felipe, ¡No quería! —solloza desconsolada.
Respiro hondo antes de hablar, porque de lo contrario, se me romperá la voz.
—Lo sé, cariño, y haremos todo lo posible para ayudarte, pero tienes que confiar en nosotros, ¿Sí? —le digo con voz afectuosa.
Bely asiente con la cabeza, pero no deja de llorar, lo que me hace abrazarla con suavidad.
—Tranquila... Ya encontraremos la forma de poder ayudarte, no estás sola —murmuro intentando brindarle fuerzas que ni yo mismo tengo.
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