LI
Bely
Grito del pánico que me da ver explotar la cabeza del tipo con la bala que logro encajarle en el ojo. Estoy bañada en su sangre y tiro el revólver al suelo por instinto. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Maldita mierda, ¡Qué demonios he hecho!
Su cuerpo cae al suelo como si fuera un saco de patatas y, solo entonces, caigo en la cuenta de que tengo que desaparecer de aquí a como dé lugar antes que alguien me vea.
Pienso en escapar en el auto de Júpiter, pero podrían rastrearme, y además llevo el vidrio roto. Levantaría más de alguna sospecha.
Lo siento, mi amor, pero debo dejar tu auto aquí, espero de todo corazón que lo encuentren.
Intento levantarme sin apoyar la mano rota, pero estoy segura que tengo unas cuantas costillas rotas y eso me hace todavía mas difícil la tarea. Chivateando de dolor como una estúpida, me levanto, abro la puerta del auto y busco un hospital en el mapa de mi celular.
El más cercano está a cinco kilómetros de distancia si camino en linea recta. Con esta información, apago el celular, le quito el chip, la tarjeta de memoria, los guardo en mi bolsillo y destruyo el dispositivo para que no puedan encontrarme.
Camino todo lo rápido que me permite mi cuerpo magullado, pero tardo más de una hora en dar con el condenado hospital.
En el trayecto intento cubrir mi cara lo más posible para que nadie me reconozca ni se espante, debo lucir atroz.
Llego al hospital y, en cuanto pongo un pie en la entrada, todo resulta ser un caos. Me ve el sujeto de recepción y llama de inmediato a todas las unidades para que me atiendan de inmediato, imagino que por la impresión.
Intento decir que no estoy tan grave como me veo, que son solo unas costillas rotas y probablemente uno que otro moretón, pero mi cuerpo se siente demasiado pesado y caigo al suelo, perdiendo de inmediato el conocimiento.
Cuando abro los ojos, el enfermero está monitoreando mis signos vitales.
—Buenos días —me sonríe—. ¿Sabes en dónde estás?
—¿En un h-hospital? —pregunto, y me sorprendo de que mi voz suena ronca.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta.
Mi primer impulso es decir mi nombre real, pero si lo hago, van a encontrarme y no creo que las consecuencias sean buenas.
—E-Elizabeth Hernández —le respondo finalmente.
—Bien, Elizabeth. Llegaste aquí con 4 costillas rotas, tu mano derecha fracturada, bastantes hematomas en tu tronco y una contusión bastante severa. Llevas aquí dos días inconsciente, ¿Tienes algún familiar a quien podamos llamar para decirles que estás aquí?
—No tengo familia ni nadie a quien llamar —respondo secamente.
—Bien —me dice el enfermero con una sonrisa claramente forzada—, iré a avisarle al doctor de turno que ya despertaste.
Asiento con la cabeza y busco mi ropa con la mirada, pero no consigo encontrarla. Miro de reojo las máquinas a las que estoy conectada y me pregunto cómo demonios voy a pagar la cuenta del hospital si me dejé todos los documentos en el auto.
—¿Es una maldita broma? —oigo que dicen desde la puerta del cuarto.
Miro hacia el origen de la voz y veo a Rodrigo, el amigo de Felipe. Ay no. Abro la boca de pura sorpresa.
—¿Sí sabes que llevan dos días enteros buscándote, Bel...? —empieza a reprocharme.
—¡No digas mi nombre! —lo interrumpo en un susurro.
Rodrigo deja de hablar y respira hondo un par de veces.
—Tienes dos minutos para decirme por qué no debería llamar a Felipe ahora mismo y avisarle que estás aquí con cuatro costillas y una mano rota.
—¿Qué mierda haces tú aquí? —lo increpo con indignación.
—Hago turnos en este hospital un par de veces a la semana, pero creo que no soy yo el que tiene que dar explicaciones aquí —me dice enarcando una ceja—. Tu tiempo está corriendo.
—Bien, pero acércate, ¿Quieres? —le digo después de poner los ojos en blanco.
Rodrigo me hace caso y se sienta a los pies de la cama. Le explico la situación y él mantiene una expresión neutral todo el tiempo hasta que termino de hablar.
—Maldita sea —masculla entre dientes—, con mayor razón debo avisarle a Felipe, ¿Qué pasa si te encuentra la policía antes que Felipe y las demás? Dejaste todos tus documentos en el auto, toda la evidencia está allí, y con toda esa sangre en la escena del crimen, van a rastrear todos los hospitales, Bely. Van a dar contigo más temprano que tarde. Y de hecho, me sorprende que no lo hayan hecho aún. Tengo que avisarle a él, es mi deber... Felipe no me perdonaría que no lo hiciera.
—Mierda, Rodrigo, por favor no los metas en esto.
—Ya están metidos en esto y hasta el fondo —se limita a decir—. Si no les digo ahora que estás aquí y la policía te encuentra primero, la cosa se va a poner fea.
—Maldición —llevo mi mano a mi frente—, fue en defensa propia.
—Dile eso al juez —me responde—, no a mí.
Su comentario me hace reír, pero las costillas me duelen.
—Eres terrible —me quejo luego de recuperarme del dolor.
Rodrigo toma su celular, marca el número de Felipe y pone el celular en altavoz.
—¿Hermano? —dice Felipe al contestar, e inesperadamente siento emoción al oir su voz.
—A que no adivinas a quién me he encontrado.
—¿A quién? —pregunta.
Rodrigo me mira y me hace una seña para que hable. Miro el celular y de pronto no puedo pronunciar palabra.
—Espera, que le ha comido la lengua el gato —dice con una sonrisa comprensiva.
—¿Qué demonios, Rodrigo? ¿A quién...?
—H-hola, Felipe —susurro y me aclaro la garganta.
—B... ¿Bely? —se atreve a preguntar a los pocos segundos con la voz rota.
—Está aquí en la clínica de la frontera, llegó hace dos días con una mano y 4 costillas rotas.
—¡¿Dónde mierda estabas, Bely?! ¡Te hemos buscado como locos! Toda la policía está buscándote.
—Ven al hospital —me apresuro a decir—. Pasó algo y estoy metida en un lío algo gordo. No te puedo contar por teléfono.
—Bely... —susurra con sorpresa.
—Ven solo, no traigas a las chicas ni a Kat, porque llamarías demadiado la atención. No les digas que vienes a verme, no les digas que me encontraron. Es de suma importancia que sigas esto al pie de la letra. Nadie, absolutamente nadie, puede saber que vienes para acá.
—Me estás asustando, Bely —dice luego de unos segundos.
—Bely tiene razón, hermano —le dice Rodrigo—. Trata de ser lo más discreto posible. Mantente calmado, que de salud va a estar bien, me estoy encargando personalmente.
—Bien, voy para allá.
Rodrigo corta la llamada y miro de reojo la pequeña pantalla de televisión que cuelga del techo.
—Como hemos estado informando, la líder del golpe de estado de Niribia, Bely Barroso, ha desaparecido sin dejar rastro de su paradero hace ya dos días, y las fuerzas policiales la han estado buscando incansablemente desde entonces —dice el periodista.
—Es exactamente esto de lo que te hablaba —Rodrigo señala la televisión con su mano.
—Pero en una impactante noticia de última hora, la policía ha encontrado un potente indicio. Encontró el auto en el que familiares indicaron que se transportaba, el cual pertenecía a Júpiter Hernández, quien fue encontrada muerta hace unos días. También sus pertenencias, y en un giro importante de los acontecimientos, dos cadáveres que todavía no han sido identificados.
—Mierda —masculla Rodrigo.
Cierro los ojos y trato de respirar hondo, pero el dolor de mis costillas me lo impide.
—A continuación, la declaración del jefe de brigada que ha dado con el hallazgo —sigue diciendo el periodista.
—No pretendemos establecer presunciones de responsabilidad penal sobre la desaparecida —dice el jefe de la brigada de policía mirando directamente a la cámara—, pero en cuanto aparezca, tendrá varias explicaciones que dar en comisaría. Daré la orden para que la busquen en cada hospital de Niribia, no puede estar muy lejos. Sospechamos que está gravemente herida y tuvo que haber ido a algún centro asistencial para tratar sus lesiones.
—Esto no puede estar pasando, maldita sea —susurro.
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