IX

Júpiter

—¡¿Estás de coña, verdad?! —grito enfadada— ¡¡Iré a buscarte ahora mismo, Antonia!!

—¡Júpiter! —me grita de vuelta— Voy a estar bien, maldición, es un cirujano, ¿Cuál es tu problema?

—¡¡Es un completo desconocido!! ¡¿Qué pasa si te hace algo por la noche?! ¡No puedes confiar de buenas a primeras, carajo!

—Jú, entiendo que tengas miedo, pero necesito hacer esto, ¿Cómo sabes si él tiene algún recuerdo de Max o algo?

—Tu seguridad es más importante y lo sabes, Antonia —le recrimino en tono de reproche.

—Katrina lo conoce, estaré bien, te lo juro —intenta calmarme.

—¿Hablas de... Katrina Santelices? —le pregunto intentando suavizar el tono de voz.

—Sí, ella misma, he hablado con ella personalmente, ¿Puedes tranquilizarte ahora?

—Voy a llamar a Katrina y le voy a preguntar.

—¿Es que acaso no me crees? —me recrimina Antonia.

—Demonios, Anto, no es eso, necesito preguntarle algunas cosas.

—No puedo creerlo. No soy tu hija como para que me hagas este tipo de escándalos, Júpiter —me responde claramente herida.

—Antonia, yo...

—Llámala si quieres, o déjale un mensaje, lo que más te parezca —dice con sarcasmo—, pero yo me quedaré con Felipe esta noche, te guste o no.

Antonia corta la llamada y le envío un mensaje inmediatamente a Katrina, para preguntarle acerca de Felipe.

—Vaya, has roto un récord —dice Bely saliendo del baño con el cabello mojado—. Toda la tarde sin siquiera pensar en Antonia.

—Y encima se quedará con Felipe. Llega mañana.

—¿Y qué es lo malo? —me pregunta.

—¿Y si le pasa algo malo, Bely? —le pregunto de vuelta.

—Amor —me dice Bely con mucha ternura—. Casi tiene dieciocho años, y ha demostrado tener más madurez que cualquiera de nosotras. Creo que puede cuidarse sola, la silla de ruedas no significa nada.

—Dice que Katrina lo conoce.

—Con mayor razón va a estar bien, bebé. Deja de preocuparte un poco, ¿Sí? Te prometo que va a estar bien. Si llegase a pasar algo seremos las primeras en estar ahí con ella y lo sabes.

—Bien —cedo finalmente.

Dejo el celular en modo vibrador sobre la mesa de noche y Bely se recuesta en la cama conmigo. Me acerco y me acurruco contra ella, poniendo la cabeza contra su pecho. El calor de su piel me infunde tranquilidad y calma, los suaves y constantes latidos de su corazón me hacen cerrar los ojos y lograr un estado de paz que hace mucho no sentía. Bely acaricia mi cabello con suavidad.

—Tranquila, bebé —me susurra—, todo va a estar bien.

—Me cuesta mucho asimilar todo lo que nos ha pasado, Bel.

—Y lo entiendo perfectamente, pero tienes que tener claro que ya no estamos en la cárcel, somos libres y nadie puede hacernos daño, amor. Ya no hay un Echeverría acechando cada cosa que hacemos o cada palabra que decimos, ya no hay un Código de Conducta, ya no hay cárcel que pueda encerrarnos por pensar diferente, mi vida.

Miro a Bely a los ojos y me encuentro con que los tiene llorosos.

—Mi amor, escúchame bien —me dice con las manos en mis mejillas y sin quitarme la mirada de encima—. Katrina ha dispuesto las cosas de tal forma que estaremos protegidas, y nadie podrá hacernos daño nunca más, a ninguna de nosotras, y eso incluye a Antonia. Créeme que Katrina es una de las primeras preocupadas de su seguridad, no dejaría a Antonia en las manos de cualquiera, menos sabiendo todo lo que hizo por el país, así que cálmate por favor, mi vida.

—Lo intento, mi amor, te juro que lo intento, pero cada día y cada noche recuerdo el suplicio que fue vivir en esa maldita cárcel, y la sola idea de que pueda pasarle algo a ella o a nosotras, yo... —murmuro con la voz temblorosa.

Me alejo de Bely y me levanto de la cama, para ir rumbo a la cocina a despejarme, pero ella me sujeta por un brazo y me retiene. Ese ligero gesto basta para romper en llanto y caer de rodillas en el piso, sin poder controlar ninguna de las emociones que siento ni las palabras que puedo llegar a decir.

—¡Tengo pesadillas todas las malditas noches, Bely! —sollozo con tanta fuerza que siento que se me va a salir el corazón por la boca— No he sido capaz de continuar las terapias para encargarme de Antonia, porque, ¡Demonios! ¡Estoy ilesa gracias a ella y sería completamente injusto dejarla sola en un momento como este! ¡Me muero si le pasa algo a ella, o a ti, o a cualquiera de las chicas!

Bely se arrodilla junto a mí y me abraza, intentando contenerme. Acaricia mi espalda con suavidad sin decir una sola palabra, lo que me hace llorar aún más.

—¡Necesito tener el control de todo para estar segura de que todo va a estar bien! —grito en medio de mi llanto.

—Déjame ayudarte, amor —dice Bely abrazándome con un poco más de fuerza—. Vendré a cuidar que todo esté bien para que puedas salir a distraerte, te llevaré a las terapias si sientes que no puedes ir sola, lo que tú quieras, pero déjame ayudarte, tú no necesitas ser fuerte todo el tiempo, tienes derecho a tener momentos malos, mi vida, y eso está bien, te lo juro.

Bely no deja de abrazarme, me siento como si fuera un cristal a punto de romperse en mil pedazos. Mi cara arde como una brasa encendida.

—Mi vida, puedo venirme a vivir contigo, si lo deseas —murmura en mi oído—, o dime cómo puedo ayudarte, amor.

—Tengo que ir mañana al psicólogo, no puedo seguir evadiendo el asunto —murmuro con el alma rota.

—Tranquila, mi amor, lo resolveremos, te lo juro. Y no te preocupes por Antonia. Nos aseguraremos entre todas que ella esté bien y tengas algo de tiempo libre, ¿De acuerdo?

La miro conmovida por sus esfuerzos para intentar hacerme sentir mejor.

—Te hemos dejado todo el trabajo duro, bebé, y no sabes cuánto lo lamento. Te prometo que las chicas y yo te ayudaremos más seguido a cuidar de Antonia para que tengas más tiempo libre y así hacer tus cosas, en serio —me dice con voz temblorosa.

La abrazo con tanta fuerza que acabo lanzándola al suelo. Beso toda su cara efusivamente y Bely sujeta mi cara con mis mejillas para besarme.

—Gracias, mi vida —le digo mirándola directo a los ojos.

Bely cierra sus ojos y me besa, acariciando mi cintura con intensidad.

—Hoy es tu turno —me dice entre beso y beso.

—¿Mi turno de qué? —le pregunto.

Bely me mueve al piso, sube a horcajadas sobre mí y besa mi cuello.

—Tu turno de recibir placer, mi amor —murmura contra mi cuello.

—Hmmm —jadeo.

Bely me desabrocha la camisa, levanta mi camiseta y acaricia mis pechos con su lengua.

—Bely... —gimo su nombre.

—Déjate querer, cariño, estás muy tensa —murmura contra mi cuerpo.

Me decido por dejarla hacer. Ella sigue un rastro de besos desde mis pechos hasta mi vientre. Desabrocha mis pantalones, los desliza hasta mis pies junto con mis bragas. Me quita la ropa y abre mis piernas. Se acerca lentamente a mi entrepierna y me mira con deseo.

—Bely, hazlo de una vez —gruño excitada.

—Tus deseos son órdenes para mí, bebé —murmura con un hilo de voz.

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