IV
Felipe
Una sensación extraña me embarga al cortar la llamada. No sé con certeza si estoy feliz o nervioso porque realmente iré a casa de Antonia mañana para saber todo sobre Max.
De pronto me encuentro contando las horas para el gran día. Miro a mi alrededor. Mi maleta junto a la mesilla de noche. Me levanto de la cama y rebusco en la maleta hasta dar con un bóxer limpio y una toalla. Me dirijo a la ducha con el celular en la mano y lo dejo sobre el retrete con el reproductor de música encendido. Abro la llave de la regadera, me quito la ropa y entro en la ducha. El agua no está tan caliente como me gustaría, pero no puedo quejarme considerando que estoy en el único hotel que tenía vacantes.
Aplico el shampoo, lo dejo un rato mientras me enjabono el cuerpo y procedo a enjuagar todo, para posteriormente aplicar el acondicionador. Apenas y pongo atención a la canción que suena en el celular, que es Tessellate de Alt-J. Tarareo la melodía mientras enjuago mi cabello y me quedo un par de minutos bajo el chorro de agua para relajarme y pensar.
Finalmente voy a conocer a Max... A través de la última persona que lo vio con vida, ¿Me irá a gustar lo que me vayan a decir? ¡Demonios! ¿Cómo siquiera puedo cuestionarme eso? Contribuyó con la destrucción del sistema, maldita sea.
Inesperadamente, la música de mi celular se interrumpe con el tono de llamada. Carajo. Cierro la llave de la regadera y me apresuro para salir de la ducha, secar un poco mi mano y tomar el celular. Es Katrina.
—Kat, ¿Me llamabas? —digo al contestar la llamada entrante.
—Pues... Sí, Felipe, te he llamado un par de veces durante el día, al parecer —responde haciéndose la desinteresada, lo que me hace reír.
—Perdona si me tardé, estaba en la ducha —digo a modo de excusa.
—No importa, no pasa nada. Bueno, tengo que hablar contigo, Felipe.
—¿Qué ocurrió? —enarco una ceja.
—Debo decirte algo muy importante. Debí decírtelo en cuanto te vi, pero tenías que ir al mausoleo.
—¿El qué? —le pregunto enarcando una ceja— ¿Qué ocurre, Kat?
—Pasa que eres el único heredero restante de la familia Echeverría, y te corresponden todos los bienes que tenían.
—¿Me estás jodiendo? —cuestiono de inmediato.
—No, Felipe. Si quieres ven a buscarme al palacio de gobierno —me dice sin más—. Me acaban de dar la autorización para realizar la inscripción a tu nombre de los bienes de la familia.
—¿Aún estás trabajando?
—No paro de trabajar, Felipe —me responde—, ¿Puedes o no?
—Seguro, deja que me vista y cojo un taxi para ir hacia allá.
—Bien —me responde y corta el teléfono antes que yo lo haga.
Me visto rápidamente con una camiseta gris ajustada, jeans negros y zapatos. Me paso la toalla por el cabello para secarlo un poco, me aplico desodorante y perfume, tomo mi celular, la billetera y salgo como el rayo del cuarto del hotel. Se está haciendo tarde, está anocheciendo y no estoy seguro que vaya a encontrar un taxi pronto, pero apenas salgo, aparecen tres. Vaya, al parecer ando de suerte.
Me subo al primero, pago el viaje y le digo que me deje en el palacio de gobierno. Reviso mi celular en busca de novedades. No hay llamadas ni mensajes de Antonia confirmando que efectivamente iré a su casa. Creo que tendré que confirmarle mañana por la mañana. El taxi me deja en destino en el corto espacio de veinte minutos. Me bajo del auto y veo a Kat en la puerta del palacio, con una sonrisa en la cara. Se acerca a paso firme y nos abrazamos.
—¿Sabes conducir? —me pregunta.
—Sí —respondo.
—¿Tienes la licencia?
—Por supuesto, la traigo en la billetera.
—Bien, vamos a la casa de tus padres.
—Amm —murmuro en respuesta.
—Hay un auto aquí afuera, el cual puedes conducir para llevarnos hasta allá.
Sin decir una sola palabra, sigo a Katrina hasta el auto. Nos subimos, lo enciendo y empiezo a conducir. Hace bastante no tomaba el volante y me siento algo oxidado, pero rápidamente agarro el ritmo. Subo un poco la velocidad, ni me molesto en encender la radio.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta Kat.
—Es extraño volver a pasar por estos lugares —murmuro en respuesta.
—Lo entiendo perfectamente, has estado dieciocho años fuera.
—No es solo estar dieciocho años fuera, Kat —le respondo sin alejar la vista del volante—. Es estar fuera dieciocho años y que, al volver, te enteres que se ha muerto toda tu familia y eres el único que queda con vida.
—Entiendo... —se limita a responder.
—Y toda la información que puedes conseguir de tu hermano menor fallecido se encuentra en una sobreviviente de la operación que acabó con su vida.
—Antonia es la mujer más fuerte y honesta que he conocido, Felipe. Estoy segura que, con algo de tiempo, podrá decirte todo lo que sabe acerca de tu hermano. Solo intenta no presionarla, el tema es muy delicado.
—Estaba pensando... —digo de repente— creo que deberíamos ayudarla de alguna forma.
—¿Cómo? —me pregunta— Soy toda oídos, creo que soy una de las primeras que quiere que Antonia esté bien y reciba todo lo bueno que se merece por todo lo que ha hecho por el país.
Le cuento lo que quiero hacer de camino a la casa de Echeverría. Me da el visto bueno y sonreímos con la idea, pero mi sonrisa se desvanece en cuanto llego al imponente lugar que solía ser mi casa. La verja negra está cerrada con una cadena y candado. Katrina desciende del vehículo y saca una llave de su bolsillo. Se apresura a abrir el candado para poder estacionar dentro del estacionamiento de la casa. Una vez que logro estacionar y apago el auto, me quedo unos segundos inmóvil, observando el auto que está delante de mí, un Hyundai Tucson gris, que seguramente era de Echeverría, porque no imagino a Max montado en esa cosa.
Me bajo del auto y observo todo a mi alrededor. El patio ridículamente grande está igual que en mis tiempos de adolescente, el pasto bien cuidado, los árboles frondosos están igual de verdes, y la casa es igual de grande que como la recordaba. Katrina se acerca a mí y me entrega las llaves de casa en la mano.
—Adelante, haz los honores —me dice.
Camino con indecisión hasta la puerta principal. Siento a Kat detrás de mí, acariciando mi hombro en señal de apoyo. Pongo la llave en la cerradura y abro la puerta, encontrándome con todas las cosas llenas de polvo. Se nota que nadie ha pasado por aquí hace un buen tiempo, pero fuera de algunos cambios menores, todo sigue tal y como estaba antes de irme, lo que de cierta forma me perturba. El salón de mármol de color gris me da la bienvenida, dejo las llaves en la mesilla junto a la puerta y camino hacia adentro, con Katrina detrás de mí.
—A este sujeto le gustaban los lujos, ¿Eh? —murmura.
—Mientras más, mejor —respondo en tono neutral—, ¿Le han hecho algo a los cuartos?
—No —me responde—. He dado órdenes específicas de que no tocaran nada hasta que lográramos contactarte.
—Gracias, Kat —susurro con una media sonrisa.
Subo por las escaleras de mármol, decoradas con una alfombra roja algo descolorida. Llego al segundo piso, donde se supone que está el cuarto de mis padres. Abro la puerta y todo está justo como antes de irme, salvo un par de detalles. No hay fotos de mis padres juntos en ninguna parte, lo que tiene absoluto sentido. Cierro la puerta y busco el cuarto que debería ser de Max. Cuando entro, me doy cuenta que está totalmente distinto, claramente porque Max ya estaba crecido. Una cama de plaza y media, una ventana, un armario, un escritorio, una mochila debajo de él. Me pone ansioso la idea de que mi hermano pequeño pisó este lugar, durmió en esa cama y quizá estudió en ese escritorio. Un montón de sensaciones se revuelven en mi estómago y me siento un poquito más cerca de él, de alguna forma.
—Todo bien, ¿Verdad? —me pregunta.
—Todo perfecto, Kat, es solo que... No puedo creer que estoy en su cuarto, después de tanto tiempo —murmuro tembloroso—, y no puedo creer tampoco que ya no está...
Cierro los ojos y dejo que las lágrimas se deslicen por mis mejillas. Ya me da igual llorar frente a quien sea, tengo que sacarme la pena del corazón de alguna forma.
—Tengo que irme —anuncia Katrina.
—¿De verdad? —le respondo con tristeza— No sé, debería invitarte a un café, es lo menos que puedo hacer con todo lo que has hecho por mí.
—No te preocupes —me responde—. Me iré en el auto, y tú puedes conducir el que era de tu padre, no hay problema con ello, de verdad. Pasado mañana haremos el papeleo para la transferencia del dominio de los bienes de tus padres, ¿De acuerdo?
—De acuerdo... Y... Kat...
—Dime.
—Gracias por todo, de verdad.
—De nada, Felipe. Cualquier cosa que necesites, estaré para ti.
Katrina se va de la habitación. Escucho sus tacones retumbar en la escalera y, posteriormente, oigo el sonido de la puerta al cerrarse. Una vez que se va, me paso toda la noche inspeccionando cuarto por cuarto, buscando cualquier indicio que me diga que Max sí alcanzó a conocerme o saber algo de mí, pero no encuentro nada. No hay una sola foto pegada en alguna parte, ni escondida en algún álbum, ni escondida en algún rincón secreto que haya podido conocer. Conociendo a Echeverría, seguramente destruyó todo antes que Max creciera y supiera la verdad.
Vuelvo a entrar al cuarto de Max y rebusco entre sus cosas, esta vez buscando algo que me permita conocerlo. Encuentro un montón de cuadernos de Max. Me siento en el escritorio y los hojeo. El primer cuaderno pertenece a la materia de matemáticas. Tenía una caligrafía bastante desordenada, y unos números terribles, pero tenía todos los cálculos correctos, era muy inteligente, al parecer. Comienzo a hojear el resto de ellos. Casi puedo imaginar a Max sentado en el mismo lugar que yo, repasando para sus exámenes, haciendo sus deberes. Una nueva sensación se instala en mi corazón, esta vez de culpa, por no haber estado aquí con él, para ayudarlo, y aún así hizo un excelente trabajo desde dentro...
Miro hacia la ventana, hace mucho ya ha amanecido. Llamo a Antonia, rogando al cielo que esté despierta.
—¿Hola?—dice al contestar con voz adormilada.
—Perdona, ¿Te he despertado? —le pregunto.
—No, tranquilo —me responde, aunque sé que es mentira y se nota a leguas que está desperezándose—, no pasa nada.
—Quería preguntarte si estaba confirmado que vaya a tu casa para hablar.
—Sí, confirmado. Te envío la dirección por mensaje de texto.
—Bien, si está cerca del cementerio, creo que puedo estar allí en una hora.
—Me parece perfecto.
—Bien, nos vemos allí —le digo con una sonrisa en la cara.
—Bien —me responde.
—Y... Antonia...
—¿Sí?—me dice.
—Gracias por darme la oportunidad.
—De nada, Felipe. Nos vemos.
—Adiós.
—Adiós.
Corto la llamada y bajo al primer piso. En la mesilla junto a la puerta están las llaves del portón y las llaves del auto de Echeverría. Tomo una nota mental de buscar alguna forma de agradecerle a Katrina todo lo que ha hecho por mí. Cojo las llaves, salgo de casa y me aseguro de dejar la puerta cerrada. Abro el portón, voy al estacionamiento, abro la puerta del auto y un aroma extraño se pasea por mi nariz. Un leve olor al perfume que Echeverría solía usar. Me siento frente al volante y me siento raro de cojones al pensar que estoy en el mismo lugar en el que alguna vez estuvo mi padre, luego de tantos años intentando convencerme a mí mismo de que alejarme era la mejor decisión que podía haber tomado, que cualquiera en mi lugar lo hubiera hecho... Cualquiera menos Max... Lo obligué a vivir un infierno en la tierra con mi egoísmo, firmé su sentencia de muerte cuando él tenía tres años, ¿Por qué no fui valiente y no le hice frente?
Meto la llave y la giro para encender el auto, pero el motor no enciende. Lo intento otra vez y suena ahogado. Seguro debe ser porque nadie ha arrancado esta cosa en meses. Al décimo intento finalmente enciende. Sale un ligero olor a combustible y el motor suena raro, pero luego de un par de minutos comienza a sonar con normalidad. Saco el auto hacia afuera y me bajo para dejar el portón cerrado con el candado, tal y como estaba antes de venir.
Subo nuevamente al auto, reviso el indicador de combustible. Aún le queda para llegar hasta la casa de Júpiter, pero tengo que cargarlo con algo. Acelero y ni siquiera me molesto en encender la radio. Miro hacia el frente, solo se ve el camino de árboles, la calle vacía y solo se oye el ronroneo del auto de Echeverría. A los pocos kilómetros distingo el letrero de una gasolinera y me detengo a llenar el tanque y comprar un par de chucherías para el camino. Me quedo mirando el dispensador de café. No me siento cansado, pero podría estarlo pronto y no creo que sea una muy buena idea. Compro un vaso grande de café y vuelvo a subir al auto. Bebo y como mientras conduzco. Vibra mi celular, pero decido no contestar hasta llegar al hotel.
Aparco en el estacionamiento del hotel, una media hora después. Entro al cuarto y meto en mi maleta todas las pertenencias que me quedan. Posteriormente voy al mesón a cancelar la reservación que he hecho por una semana. El recepcionista me devuelve el dinero correspondiente a los días que no me quedo y, luego de contarlo para corroborar que esté correcta la suma, vuelvo al auto para ir en camino a casa de Antonia, para saber de una buena vez un poco más acerca de mi hermano.
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