III

Antonia

Cierro la puerta de mi cuarto y voy hasta la cama. Me impulso con la cuerda que han atado al techo para poder subir usando solo mis brazos. A estas alturas ya casi no tengo problemas para cargar el peso de mi cuerpo en los brazos. Logro acomodar mis piernas para quedar recostada y las acaricio un par de minutos, esperando imbécilmente que algún día reaccionen y pueda moverlas como antes. Creo que estoy siendo demasiado ingenua. Mi celular vibra, alertándome de una llamada y lo miro con extrañeza, porque solo las chicas y la presidenta tienen mi número. Ni siquiera está registrado en mis contactos.

—¿Hola? —digo al contestar, enarcando una ceja.

—Hola, Antonia —me responde el hombre al teléfono.

—¿Quién es? —pregunto extrañada.

—Soy yo, Felipe, quería saber si habías llegado bien a casa —responde con voz nerviosa.

—Oh —murmuro más para mí que para él—, sí, estoy bien, gracias por tomarte la molestia de preguntar.

—Bien, espero que no te hayas molestado por la llamada. Cuando me pasaste tu celular para llamar a Júpiter, aproveché de apuntar tu número, realmente necesitaba hablar contigo.

—Amm… —el cansancio que me embarga no me permite pensar con claridad.

—Como sea, solo llamaba para saber si habías llegado bien a casa, no quise molestarte ni nada. En serio lo siento si lo hice.

—No eres molestia, solo estoy algo cansada, perdón —digo a modo de disculpa, intentando suavizar el tono de mi voz.

—No hay problema, si quieres te llamo mañana o algo, o un mensaje, no sé, quiero seguir hablando contigo, Antonia —casi podría jurar que suena desesperado.

—¿Cuál es tu interés, Felipe? —le pregunto con mordacidad— Lo único que queda de Max es su tumba, y no puedes hacer nada para arreglarlo. Lo que sea que pudiste haber hecho por Max ya no tiene ningún sentido, porque no estuviste cuando había que estar.

Pasan unos segundos en los que hay un silencio absoluto. Acto seguido, Felipe suspira.

—La única forma que me queda de saber cómo vivió su vida es a través de ti, Antonia —me rebate cuando se recupera—, tú fuiste la última persona que lo conoció a cabalidad, por favor, no me dejes con esta angustia en la garganta. Sé que no...

—¡Tú fuiste el culpable! —lo interrumpo de inmediato— Tú... —murmuro intentando encontrar las palabras— por tu culpa él no tuvo otra opción que seguir el camino de su padre en el ejército con doce años.

—¿Qué? —murmura— ¿Cómo que a los doce años? ¿De qué demonios estás hablando? ¿Eso es siquiera legal?

—Echeverría lo obligó a entrar al ejército a los doce años, y vio a tu madre morir aprisionada en una cárcel. Era el maldito presidente de la república, lo último que le importó es si era legal reclutar a un niño en el ejército, o si era legal maltratar a tu madre por querer leer un libro, maldita sea.

—Mamá… —solloza— con mayor razón tengo que saber, Antonia, eres la única que puede contarme qué pasó con Max. Sé que la culpa siempre seguirá allí por haber huído de Echeverría y no haber vuelto por él y mamá, pero al menos podré conocer un poco más a mi hermanito, necesito mantenerlo vivo en mi memoria, Antonia, y tú eres la única que puede hacer esto por mí. No quiero que mi último recuerdo de Max sea verlo dormir en su cuna antes de irme con mis maletas cuando Echeverría estaba en la cárcel haciendo sus rondas de rutina. Necesito saber de él, y como están las cosas, eres la única que puede decírmelo.

En mi interior se libra una batalla. Por un lado está mi sentido común, que me dice que no debería seguir hablando con él, pero por otro lado está mi corazón, que me obliga a reunirme con Felipe y contarle todo lo referente a Max.

Sé que, si él estuviera con vida, me habría pedido que contara su historia, pero, ¿Cómo se supone que haga eso así sin más? Ni siquiera he comprobado de buena fuente que sea realmente su hermano. Se instala una fuerte presión en mi pecho, que creo que no se irá si no dejo que Felipe conozca la historia de Max.

—¿Antonia? ¿Estás hiperventilando otra vez? —pregunta Felipe.

—No, hombre, qué va —intento sonar despreocupada, pero al parecer no soy convincente, porque escucho un gruñido.

—¿Y bien? —Felipe pasa por alto mi pésimo intento de sonar "bien".

—Felipe... Necesito una prueba real de que eres su hermano. Entiendo que sea complicado para ti, pero es vital para comenzar la conversación.

—La tengo, lo juro —responde Felipe con rapidez—, no habría intentado siquiera ir al mausoleo si no tuviera pruebas de lo que estoy diciendo.

—Dime la verdad, ¿Fuiste al mausoleo a buscarme? —le pregunto ahora que estamos más o menos en confianza.

Por unos segundos hay silencio al otro lado del teléfono.

—Lo cierto es... —creo que intenta hacer la mejor elección de palabras— que mi objetivo no era encontrarte, era buscar cualquier cosa que pudiera decirme cómo fue mi hermano. Estaba al tanto de quienes habían iniciado el movimiento y de quién eres tú, pero cuando fui al mausoleo no pensé que te encontraría.

—Vaya... —murmuro— voy todas las semanas al mausoleo a ver a Max. Antes iba todos los días, pero las chicas no siempre pueden acompañarme al cementerio. Entenderás que están rehaciendo su propia vida, lo que es maravilloso, pero me gustaría ir más seguido.

—Puedo acompañarte, si me lo permites, Antonia. Creo que es importante tanto para mí como para ti

—Aún no te conozco, Felipe. Sin ofender, pero eres un extraño para mí.

—Por supuesto que lo entiendo, no hay problema con eso, pero quiero conocerte.

Me callo por un par de segundos. Lo que responda será crucial para Felipe y para mí.

—Bien —cedo—, pero no será en el mausoleo, será en casa de Júpiter.

—No sabes cuánto significa esto que estás haciendo por mí, Antonia, de verdad —su voz suena esperanzada.

—De acuerdo, Felipe, ahora déjame dormir, de verdad estoy cansada, no estoy jugando, ya es tarde –le digo.

Felipe enmudece por unos segundos, imagino que descolocado por el tono en que se lo dije.

—¿Estás molesta por haber anotado tu número? —me pregunta por enésima vez, lo que me hace enojar.

—¿Es que acaso estás sordo o eres un idiota? —le digo con rabia esta vez— ¡Estoy cansada, maldición! ¡He tenido un día de mierda y no me interesa seguir hablando contigo porque quiero dormir! ¡¿Cuál es tu maldito problema?!

—Bien, no te esponjes, Antonia, nos vemos mañana en casa de Júpiter, gracias. Esperaré mañana a que me des la dirección. Buenas noches.

—Espera, ¿Qué…?

Felipe corta la llamada. Creo que Júpiter me va a matar por haber ofrecido su casa para esto, aunque prefiero reunirme en terreno seguro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top