0 (EN REVISION)
Dieciocho años antes...
Felipe
Me siento extraño de cojones en esta cafetería. El color amarillo chillón que inunda las paredes me da náuseas. Llevo la maleta junto a la silla, la chica que me acompaña se ve, a todas luces, nerviosa, y no sé cómo demonios se irá a tomar lo que le voy a decir. Ella revuelve el contenido de su taza distraídamente, sin atreverse a mirarme a la cara. Desearía que esto no fuera tan difícil, pero no sé si realmente tengo alguna alternativa.
-Mira, sé que el formulario te arrojó a ti como coincidencia, pero hay algo que necesito explicarte, y espero lo entiendas de la mejor manera posible... -murmuro con algo de nerviosismo.
-¿He hecho algo mal? -la chica suena notoriamente aterrada- ¡Por favor no le digas al consejo! ¡Prometo cambiar lo que sea que no te haya gustado, lo juro!
-¡No! Tranquilízate, por favor -me apresuro a tratar de calmarla-. No has hecho nada malo, es solo que...
-¿Qué va mal? -me pregunta con tristeza- ¿Es que acaso no te gusto?
-Exacto -le digo intentando suavizar mi tono de voz-, y no porque haya algo mal contigo, sino porque el sistema está mal.
-¿De verdad eso crees? -me sonríe, cambiando drásticamente su expresión.
-Por supuesto que sí, ¿Acaso tú no lo crees? -le pregunto de vuelta.
-Maldita sea, sería una grandísima idiota si no criticara hasta la muerte el sistema de filiación -refunfuña en respuesta-. Lo que quiero saber es... ¿Por qué completaste el formulario?
-Por curiosidad -respondo con voz neutral-, creo que tenía que, al menos, intentar descifrar los algoritmos que marcan las coincidencias entre las personas.
-Nunca voy a entender a quién mierda se le ocurrió esta estupidez de la Prueba de Aptitud Conyugal -dice al viento.
-Yo tampoco lo entiendo -murmuro completamente de acuerdo-, y tampoco entiendo el afán de controlar cada aspecto de la vida de las mujeres. Digo, ¿Es que acaso ni siquiera pueden elegir con quién casarse?
-¡Es exactamente lo que yo creo, maldita sea! -sonríe la chica.
Nos miramos a los ojos un par de segundos, y empiezo a agradecer el haber llenado el formulario de compatibilidad.
-¿Cuáles son tus planes, si no vas a casarte? -me pregunta.
-Pretendo escapar de mi padre e irme a estudiar medicina. No puedo seguir viviendo con un tipo como él.
-¿Quién es tu padre? -me pregunta.
Pienso en las opciones que tengo. Podría decirle que mi padre es el comandante en jefe de las fuerzas armadas, Maximiliano Echeverría, o bien, podría inventar alguna tontería para no ganarme su odio de inmediato.
-Puedes decirme la verdad -insiste la chica, esperando atentamente mi respuesta-. No te juzgaré.
-Mi padre es Maximiliano Echeverría -respondo avergonzado, rogando para que no se altere ni nada parecido.
Intenta abrir la boca para decir algo, pero la cierra al instante. Lo medita un par de segundos, casi como intentando hacer la mejor elección de palabras.
-Tienes que huir -me dice en cuanto termina de meditar-. Está subiendo de cargo demasiado rápido, y estoy segura que las cosas serán peores si te quedas.
-Él quería entrenarme para ser su mano derecha -le confieso-. Ayer tuvimos una gran pelea cuando supo que quería estudiar medicina.
Ella pone su mano sobre la mía en señal de apoyo.
-Me he escapado esta mañana antes que todos despertaran, y tuve que dejar a mi hermano pequeño y a mi madre solos.
-Entiendo lo duro que debió haber sido para ti -murmura ella.
-Gracias por haber aceptado reunirte conmigo tan temprano -le sonrío-. Necesitaba dejar las cosas claras antes de irme.
-No hay problema. Solo intenta no dejarme mal ante el consejo.
-Procuraré usar la causal de repudio por incompatibilidad -le guiño un ojo.
-Excelente.
-Me gustaría seguir manteniendo contacto contigo -le digo con una sonrisa-, ser amigos o algo.
-¿Cómo? -me pregunta con ingenuidad- Te vas a ir a estudiar medicina a la Universidad, no podremos hablar.
-Toma esto -saco mi celular de mi bolsillo y se lo entrego.
-¿Qué es esto? -me pregunta mientras examina el aparato con detención.
-Es un celular. Con esto podremos mantenernos en contacto. No lo pierdas de vista, mantenlo lo más oculto que puedas, no quiero que te sancionen por esto.
-Bien -me dice mientras recibe de mis manos el cargador y el manual de instrucciones.
-Está modificado de tal forma que nadie del gobierno podrá rastrear su señal -le sonrío-. Espero que puedas aprovechar eso para seguir estando contra el sistema.
La pequeña adolescente me mira enigmáticamente, enarca una ceja y me sonríe.
-Debo irme, mi avión sale en tres horas y tengo que estar en el aeropuerto antes que Echeverría despierte y mande a buscarme.
-Ten cuidado -me dice.
-Hablaremos pronto... Amm...
-Katrina... -me responde con una sonrisa- Katrina Santelices.
Le dedico una última sonrisa y me levanto de la silla. Arrastro la maleta por la calle camino al aeropuerto y me preguntó cómo estará Max, si estará dormido en su cuna o si mamá ya lo habrá despertado para alimentarlo. Espero que no me extrañe demasiado, aunque no creo que sea así, es demasiado pequeño y seguramente no va a recordarme.
Pasa una hora y llego al aeropuerto. Esta increíblemente vacío, así que los trámites para abordar resultan ser bastante expeditos. Subo al avión, me pongo el cinturón de seguridad y miro por la ventana, esperando que despegue.
Pienso en mi hermano, en sus ojitos relucientes, en lo poco y nada que le he escuchado llorar desde que nació, en lo rápido que aprendió a caminar, y en lo mucho que me voy a perder de su vida intentando escapar de la tiranía de papá. Luego pienso en mamá, en lo mucho que va a sufrir con mi decisión, y en lo hijo de puta que es mi padre. Seguramente se empeñará en hacerle creer que es su culpa por no saber hacer bien su trabajo, y me dan ganas de bajar del avión, mandar todo a la mierda y ceder a los deseos de Echeverría de ser su mano derecha, pero no puedo, no puedo dedicarme a hacer algo que va a matar a muchas mujeres. No puedo ser cómplice de algo así.
El azafato nos avisa que despegaremos y que llevemos abrochado el cinturón de seguridad. Compruebo una vez más que todo en mi mochila está en orden.
El avión comienza a moverse y avanzar por la pista. No hay vuelta atrás para lo que voy a hacer, y solo espero de todo corazón que Max y mi madre logren perdonarme.
_______________________________
Hoy...
Felipe
-Hemos llegado a destino, muchas gracias por volar con nosotros -dice el azafato antes de salir de la cabina.
Me levanto con el culo cuadrado con tantas horas sentado en el avión. Me piden el pasaporte apenas bajo del avión. Una vez que corroboran todo, voy a la banda de equipajes para buscar mi maleta. Se siente extraño estar de vuelta en casa después de tanto tiempo. Oigo de fondo el sonido de una pantalla de televisión que transmite las noticias matutinas.
-Y en otras noticias -dice el periodista-, el partido político Here And Now ha designado la fecha para la inscripción de las candidaturas para las elecciones parlamentarias, y han dicho que será para dentro de un mes. Escuchamos la declaración de la presidenta electa, Katrina Santelices.
¿Katrina? ¿Here And Now? ¿Qué puñetas ha pasado aquí? Retiro mi maleta y presto toda mi atención a la pantalla que está empotrada en una pared de la sala de embarque. Finalmente el camarógrafo la enfoca. ¡Es ella! ¡La misma que conocí hace dieciocho años! Sonrío de oreja a oreja con lo que veo.
-Luego de un arduo y complejo debate -dice mirando a la cámara- con la comisión a cargo de la Constitución y las representantes del partido Here And Now, llegamos a la conclusión que las postulaciones y elecciones tendrán una cuota de paridad. Esto quiere decir que podrán inscribirse el mismo número de mujeres y de hombres, y su elección también será cumpliendo estos parámetros, para asegurar la representatividad política de las mujeres en los altos cargos.
-¿Acaso no es suficientemente representativo que la presidenta de la República sea una mujer? -pregunta el periodista.
-Creo que las bases mínimas para entendernos en una sociedad civilizada y democrática es entender que todas las personas que conforman la nación tienen derecho a ser representadas, y la mejor forma que encontramos de asegurar esa igualdad de representación es imponiendo cuotas, porque tenemos perfectamente claro que existen detractores al sistema, y podrían sabotear las votaciones de algún modo, para que no lleguen mujeres al poder.
-¿Y cómo asegurarán que las votaciones sean transparentes? Porque ustedes también podrían sabotear las votaciones -vuelve a preguntar el periodista.
-Hemos cruzado todas las bases de datos existentes en el Servicio Nacional de Personas y el Ministerio de Filiación para lograr llegar a un número real de habitantes en la república. Así el padrón electoral contemplará a todas las personas y no solo a los hombres. En cuanto al sistema de escrutinio de votos, se mantendrá exactamente igual. Si usted considera eso como sabotaje, creo que tenemos una diferencia de conceptos.
-Muchas gracias por su declaración, señorita Santelices. Adelante estudios.
Se enfoca al presentador, quien se desentiende completamente del debate y se dedica a terminar de relatar otros eventos, pero para entonces ya he dejado de prestar atención.
Tomo un taxi y me dirijo al palacio de gobierno, esperando de todo corazón que Katrina me recuerde y deje que la vea. Me bajo del auto y una tropa de guarda espaldas me acecha de inmediato.
-¿Identificación? -me pregunta uno.
-Amm... -murmuro entregándole mi cédula de identidad en la mano.
La tropa lo examina unos segundos y me miran con desaprobación
-¿Qué viene a hacer aquí?
-Vine a ver a Katrina Santelices.
-La presidenta no está disponible. Deberá agendar una cita con ella.
-¡Daniel! Déjalo pasar -escucho a una mujer a la distancia.
Los guarda espaldas de apartan y por fin, después de muchos años, vuelvo a verla a la cara, con una sonrisa radiante y más fuerte que nunca. En cuanto me mira y reconoce quien soy, se detiene.
-¿Felipe? -me pregunta.
-¡El mismo! -le respondo con una sonrisa.
Katrina sonríe y corre hacia mí a toda la velocidad que le permiten sus tacones. Abro los brazos para recibirla y ella salta, fundiéndonos en un cariñoso abrazo, el cual necesitaba mucho.
-Me alegra mucho que hayas vuelto, Felipe -susurra en mi oído.
-Ya era hora de volver a casa -le susurro de vuelta.
-¿Quieres pasar a mi oficina? Te sirvo un café, lo que tú quieras, debe haber sido agotador el viaje.
-Me encantaría -le respondo.
-Bien, pasemos.
Caminamos juntos y subimos las escalinatas del palacio de gobierno. Otra tropa de esbirros nos da la bienvenida, y uno de ellos abre las puertas para dejarnos entrar. El imponente salón de recepción, con pilares de mármol y cuadros de los más variados artistas me deja con la boca abierta. Katrina me guía por las escaleras que llevan a los cuartos del segundo piso y entramos a uno que tiene una placa con su nombre en la puerta. Me recibe una oficina amplia, bien decorada, con un ventanal enorme, un escritorio amplio y dos sillas frente a él.
-Aún no me acostumbro a lo grande de este lugar -me dice a modo de excusa mientras llena el hervidor con agua y lo enciende-, y eso que ya llevo seis meses aquí.
-No puedo creer que me desaparezco algunos años y todo ha cambiado de forma...
-Radical -me sonríe mientras busca un par de tazas y les pone café-. Debo admitir que si no fuera por el grupo Enough, nada habría sido posible.
-¿Qué es Enough? -le pregunto.
-Es un grupo de convictas que destruyó la cárcel de mujeres en conjunto con la mano derecha de tu padre.
-¿Quién era la mano derecha de mi padre? -le pregunto sorprendido-. Lo último que me contaste fue que Echeverría asumió como presidente de la república, y eso fue hace años.
-Era tu hermano... Max.
Mi corazón deja de latir por unos segundos y un sentimiento de orgullo se instala en mi corazón. Mi hermanito ayudó a acabar con el sistema, yéndose en contra de papá y de todo lo que significaba ser su hijo.
-¿Estás bien? -me pregunta.
-Por supuesto que sí, Kat... Él logró lo que yo ni siquiera me atreví a soñar. Fue mucho más valiente que yo, y... ¡Demonios! Trabajó en equipo con las convictas. ¿Dónde está? Necesito verlo y que me conozca, que sepa que...
-Eso no será posible, Felipe -me interrumpe con tristeza.
-¿Por qué? -le pregunto.
-Porque cuando la cárcel fue destruida, murieron tu padre y tu hermano.
-No... -sollozo de inmediato y rompo en llanto- ¡¡Max!!
Katrina se apresura a abrazarme para intentar darme contención, pero no puedo encontrar el consuelo. He llegado demasiado tarde, y he perdido a mi padre y hermano sin poder hacer algo siquiera.
-¿Y mi madre? -le pregunto con la voz rota.
-Según los registros, murió hace unos años, en la cárcel. Echeverría dio la orden de arresto por infidelidad.
-¡¿Infidelidad?! -espeto con firmeza- Mi madre jamás haría algo así, ¡Maldición!
-Felipe, sé que son muchas cosas para procesar, pero necesito que estés tranquilo, ¿De acuerdo? Si necesitas cualquier cosa, solo dímelo y considéralo hecho. Es lo menos que puedo hacer por ti, luego de lo mucho que hiciste por mí antes.
La miro a los ojos, completamente confundido.
-¿Lo recuerdas? -le pregunto en medio del llanto.
-¡Por supuesto que lo recuerdo, Felipe! -me responde como si fuera obvio.
-¿No tienes alguna foto de mi hermano por ahí? Necesito saber cómo era, la última vez que lo vi tenía 3 años.
-Claro que sí, Felipe.
Katrina se va a su escritorio y teclea en su computadora.
-Ven aquí -me dice en cuanto termina su búsqueda..
Me levanto del escritorio y miro la pantalla. Una foto de él de la base de datos de ejército es todo lo que hay en el registro. Se parecía mucho a mí, y el sentimiento de orgullo aumenta cada vez más.
-¿Quiénes eran las del grupo que dijiste?
-Te enseñaré una foto de la líder de la operación, Antonia Moya. Ella dirigió junto a Max al grupo hasta la libertad y mató a tu padre.
-Vaya, esa chica sí que es valiente, sobre todo porque fue capaz de plantearle cara a mi padre -comento en señal de admiración.
-Lamentablemente, Echeverría mató a sus padres, estuvo en coma tres meses y quedó parapléjica luego de la misión.
-Demonios, le ha tocado duro -le digo a Kat.
-Aquí están -sonríe cuando encuentra la base de datos de amnistía-. Ellas son las sobrevivientes a la destrucción de la cárcel de mujeres y aquellas que dieron pie al golpe de estado que dirigí con "Here And Now".
-Vaya... -comento mientras examino las fotos- necesito conocerlas en persona, sobre todo a Antonia, que fue quien lideró la misión junto a mi hermano y puede que ella lo haya conocido más.
-Por lo que me contaron las chicas, Antonia pasó mucho tiempo con él, y eran muy buenos amigos.
-¿Sabes dónde están los restos de mi hermano? Necesito verlo, aunque sea de esa forma.
-Por supuesto, Felipe. No puedo acompañarte ahora mismo, pero le diré a uno de mis guarda espaldas que te acompañe al mausoleo.
-No te preocupes, Kat, prefiero caminar, en serio. Acabo de volver al país, me gustaría no estar sentado en un auto -le contesto.
-Bien, anota mi número de teléfono, entonces, tengo que hablar contigo más tarde.
-De acuerdo.
Katrina dicta su número y yo lo anoto. Me despido de ella con un abrazo y salgo del palacio de gobierno. El cielo está gris y cargado de nubes negras. No alcanzo a caminar por media hora y comienza a llover. Maldita sea, no he traído paraguas.
Arrastro la maleta por el pavimento, intentando hacer caso omiso de la lluvia que está empapando mi alma en estos momentos.
Pienso en Max, en lo egoísta que fui, en lo desconsiderado...
Hermanito... no he sido capaz de plantarle cara a papá, y tú diste tu vida por hacerlo...
Miro al cielo y busco alguna señal, la que sea, que me diga que Max me está cuidando de alguna forma, que logró saber de mí, pero es absurdo. Sigo caminando en medio de la lluvia hasta que llego al cementerio. Justo en medio está el mausoleo.
Me quedo unos segundos en la reja, pensando si debería entrar, cuando veo a un grupo de chicas salir del mausoleo. Reconozco a varias de las fotos que me mostró Katrina, entre ellas, a Júpiter.
-¿Por qué la has dejado quedarse ahí sola? -comenta una.
-Porque lo necesita, Bel -responde la que creo que es Júpiter.
-No podemos ser egoístas, ella necesita velarlo a solas -comenta otra.
Siguen caminando sin decir una palabra más, se suben todas a un auto y se retiran. Aprovecho ese pequeñísimo momento de valentía para entrar al cementerio y abrirme paso entre las tumbas hasta llegar al mausoleo. Es grande, hecho completamente de piedras, y en la entrada hay una placa dorada con una inscripción que dice:
"En honor a todas las personas que dieron su vida buscando la libertad de toda una nación.
En honor a todas las personas que, sin esperar nada a cambio, se sacrificaron para cambiar la historia.
Sin esas personas, nada habría sido posible".
La reja del mausoleo está abierta.
Pienso unos segundos. Sería más fácil irme, pero mí conciencia me exige intentarlo. Entro antes de acobardarme y me encuentro con que aún queda una chica en el mausoleo. Esa debe ser Antonia, a quien lamentablemente la identifico por la silla de ruedas. Ella me mira con el ceño fruncido y sonrío nerviosamente en respuesta.
-Antonia Moya, líder del movimiento Enough, es un placer conocerte, por fin -digo intentando sonar amable.
Frunce el ceño y me mira de arriba abajo, lo que me incomoda profundamente, ¿En qué se está fijando exactamente?
-No sabes cuánto te admiro y cuánto quería conocerte -intento a toda costa mantener una conversación con ella.
-¿Me seguiste hasta aquí? -frunce aún más el ceño.
Mierda, pésima elección de palabras.
-¡Por supuesto que no! -respondo en tono de alarma- No tenía idea de que estabas aquí, te lo jur...
-¿Quién eres? -me interrumpe en tres tiempos.
Automáticamente mi postura cambia, ¿Se habrá dado cuenta del parecido? No puedo mantenerle la mirada y elijo meter mis manos en los bolsillos, intentando que no se noten mis nervios.
-Dime quién eres y qué haces aquí -me insiste con firmeza.
-Y-yo... -titubeo, bastante incómodo.
-Qué haces aquí -vuelve a insistir.
-Y-yo me llamo Felipe Echeverría -logro responder por fin.
Me mira sin un ápice de emoción en su rostro.
-¿Viniste a ver a alguien en especial? -me pregunta intentando suavizar su tono de voz.
Es ahora o nunca, Felipe. Algún día se tenía que saber la verdad.
-Soy el hermano de Max.
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