XXXIX

Max

Doce de la noche en punto y Antonia es la última en descender por el techo, uniéndose al grupo. Todas se terminan de poner el pasamontañas y el casco para proceder a practicar.

—Como ya saben, Antonia ha marcado las rutas con cinta reflectante para que nadie se pierda producto de los nervios —digo a modo de introducción—. Si bien es media noche, eso no significa que pueden alzar mucho la voz mientras estén en los ductos. Dicho esto, practiquen.

Me siento sobre el escritorio mientras observo a las chicas subir por el ducto A. Una sensación extraña se apodera de mi mente. Después de muchos meses de reunir chicas y desviar municiones, el plan está dando frutos. Antonia se sienta a mi lado y me dirige la mirada mientras las chicas siguen entrando por el ducto para ensayar.

—¿Por qué no vas con el resto? —le pregunto sin siquiera dirigirle la mirada.

—¿Por qué de pronto estás tan callado y extraño? —me pregunta de vuelta.

—Por nada, Antonia, todo va bien —le respondo sin más.

—¿Seguro que está todo bien? —me pregunta.

—¿Por qué estás tan insistente hoy?

Antonia se queda callada por un segundo mientras observamos cómo suben las chicas al ducto, intentando hacer el menor ruido posible al entrar.

—¿Tuviste novia alguna vez? —me pregunta una vez que las chicas ya están dentro del ducto.

—¿A qué viene la pregunta? ¿Por qué no vas a practicar con las chicas? —le recrimino tratando de cambiar el tema.

—Porque creo que ya he estado suficiente tiempo en los ductos por hoy. Ahora responde mi pregunta.

—¿Por qué quieres que te responda eso? —enarco una ceja— No es de tu incumbencia.

—Ah, claro, pero preguntar por mi virginidad sí es de tu incumbencia, ¿Verdad? —ironiza.

—Pero Antonia —replico—, ¿Aún recuerdas eso? Ni siquiera contestaste mi pregunta esa vez.

—Si me respondes esa pregunta, yo respondo lo que tú me preguntaste.

—Todavía no entiendo por qué quieres saber si he tenido novia alguna vez, Antonia.

—Vaya, porque tengo curiosidad —me dice con una sonrisa.

—Bien, si vas a ensayar con las chicas ahora mismo, puede que piense en responder tu pregunta.

Antonia me dirige una mirada extraña y sube al ducto con las demás. A mí no me engaña, ¿Por qué querría hacer una pregunta como esa? Solo espero habérmela sacado de encima, porque no me hace gracia que ella conozca mi desastre en lo que refiere a vida amorosa.

En ese momento suena mi radio, lo saco de mi cinturón y lo miro.

—M, exijo tu ubicación, cambio —dice Echeverría.

—Saliendo de mi despacho, cambio —respondo tomando las llaves de mi despacho, por si me toca salir.

—M, repórtate en la cámara del alto mando, cambio.

—En camino, cambio y fuera.

Termino la comunicación, le escribo un mensaje a Antonia y salgo del despacho con dirección a la cámara de alto mando, que queda por el otro lado de la cárcel. Cuando llego, Echeverría y los otros miembros del consejo me observan desde la mesa.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunto.

—Hemos detectado actividad extraña en los ductos de ventilación últimamente, ¿Sabes algo de eso? —pregunta Echeverría.

—No tengo idea sobre eso, señor —respondo.

—Qué extraño —dice el sargento—, porque todos coincidimos en haber escuchado ruidos que provenían de los ductos.

—Y ese ducto comienza en tu despacho, M —continúa Echeverría—. Es imposible que no hubieses escuchado.

—¿Realmente van a cuestionar el hecho de que no preste atención a un sonido que proviene de los ductos? —enarco una ceja— Señores, estoy entrenando a un escuadrón, no es mi trabajo revisar si los ductos de ventilación están en buen estado.

—Bien, no te alteres —dice Echeverría sin inmutarse—, ordenaremos una mantención de los ductos mañana por la mañana, para descartar.

—Bien —respondo de vuelta.

—Yo que tú estaría más atento —enarca una ceja y me mira fijamente—. Me extraña que no te hayas percatado del ruido en los ductos.

Sin decir una sola palabra, corro de vuelta al despacho. Seguramente alguna de las chicas, o Antonia al demarcar las rutas hizo más ruido del necesario y alguien las escuchó. Solo espero que Antonia haya leído el mensaje y no haya hecho ninguna tontería.

Al llegar, pongo el oído en la puerta, pero no escucho nada. Reviso a ambos lados del pasillo y, al ver que no viene nadie, pongo la llave y abro la puerta. El despacho está vacío.

—Pueden salir —digo después de haber trabado la puerta.

Al segundo, las chicas descienden una por una y me miran atentamente.

—¿Qué ocurrió? —dice Antonia— Recibimos tu mensaje y no pudimos hacer otra cosa que esperar ahí, ¿Está todo bien?

—No estoy seguro de si podremos ejecutar mañana el plan —les digo.

—¿Qué? —dice Júpiter— ¿Por qué?

—Esta es la situación. Echeverría citó al consejo porque detectó actividad inusual en los ductos. Aún no sabe lo que es, pero está empezando a sospechar. Harán mantención de los ductos mañana y no tengo la certeza de a qué hora terminen exactamente. Les confirmaré de todas formas, pero no esperen que de aquí a mediodía las cosas se resuelvan.

Las chicas me observan con sorpresa, sin pronunciar una sola palabra. El silencio se vuelve tenso, tanto que se puede cortar con un cuchillo

—¿Y qué haremos si no podemos entrenar? —pregunta Niji.

—Repasarán el mapa. En el mejor de los casos, iré a su celda a comprobar que todo esté en orden y no haya ninguna duda.

—Bien —responde.

—Ahora vayan a su celda, que es muy tarde.

Las chicas se apresuran a subir al techo para ir a su celda, y Antonia se queda parada hasta que la última de las chicas sube por el despacho y pone el panel en su lugar.

—¿Y tú? —enarco una ceja— Tienes que irte a dormir.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente —me sonríe.

—¿Ah, sí? —le pregunto intentando hacerme el tonto.

—Por supuesto que sí.

—¿Y cuál, si se puede saber?

—No te hagas el idiota, Max, ya sabes de qué estoy hablando.

—Hmm —me limito a decir mientras pongo a hervir agua para servir café.

—¿Por qué no quieres hablar del tema? —me pregunta.

—Porque no es una historia muy feliz, Antonia, como la gran mayoría de las historias en mi vida. No me interesa hablar del tema, porque nada de eso terminó bien.

Antonia se queda callada y me observa atentamente. Me siento en el escritorio frente a ella y sigue mirándome con esa cara de niña curiosa que, por alguna razón cósmica, no logro resistir por mucho tiempo.

—¡Bien! Demonios... Había una chica, cuyo nombre no te diré. Teníamos diecisiete cuando ocurrió esto. Fue un día que salí de la escuela cuando la vi por primera vez. Iba caminando sola a su casa, y un tipo le gritó algo en la calle. Su reacción fue responderle a punta de groserías. Me gustó que tuviera agallas. Desde entonces, pensé en buscar tener alguna conversación con ella, para conocerla más. En esos tiempos, aún entrenaba y estudiaba, pero siempre encontraba la forma de dar con ella. Luego de unos días, ella se dio cuenta de mi presencia y me saludó. Ese fue el inicio de algo muy bello. Claramente lo nuestro estaba prohibido tajantemente por las leyes, pero siempre nos las arreglábamos para pasar tiempo juntos. Me contó que solo vivía con su madre, porque su padre murió en una riña, no quedaban parientes vivos y su casa era terreno seguro...

—Espera, ¿Eso realmente puede pasar? ¿Una mujer puede ser jefa de hogar? —pregunta Antonia con los ojos iluminados.

—Ella me contaba que, por ley, deberían contar con un administrador de los bienes de la familia proveniente del ministerio de filiación, pero nunca hicieron pública la muerte del padre, por ende, ella quedaba como jefa de hogar.

—¿Pero eso no es ilegal? —pregunta.

—No te adelantes, que allá voy —le digo—. El asunto es que estuvimos juntos por un tiempo muy corto, pero fue muy intenso. La primera vez que tuve sexo fue con ella, pero cometí el error de no ir a entrenar ese día para quedarme por un poco más de tiempo en su casa, pensando ilusamente que no iba a pasar nada malo si no iba a entrenar un día. Por alguna razón, obviamente relacionada al hecho de que es presidente de la república, Echeverría dio con mi ubicación y todo se fue al traste. Se llevaron detenidas a ella y a su madre, a mí me sacaron de la escuela y me dedicaron ciento por ciento a la academia militar, sin poder hacer turnos en el sector C. Ella murió un tiempo después, por lo que me contaron mis compañeros de escuadrón. Cargo con su muerte, con la de su madre y con la de mi madre desde entonces.

—Rayos, Max —dice Antonia con lo que creo que es culpa—, no debí insistir con eso, yo...

—No te preocupes, Antonia, no tenías cómo saberlo —solo hasta que digo esto, me doy cuenta de todo lo que me dolió perderla, aún después de cuatro años de silencio absoluto al respecto.

—Discúlpame, no quise revivir ese recuerdo tan...

—En serio no pasa nada, Antonia —intento tranquilizarla—. Sé que ella querría que su historia se supiera.

Antonia se levanta de la silla y me abraza.

—Gracias por haber tenido la confianza de contarme algo tan profundo, Max, no sabes cuánto vale eso para mí —murmura en mi oído.

Cierro los ojos y disfruto de su abrazo, el que me conforta y me da algo de consuelo, después de todo.

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