XXV

Antonia

—¿Qué demonios ocurrió, Júpiter? —le pregunto en cuanto llego del entrenamiento y me doy cuenta de que está despierta.

—¿Te lo ha contado Max? —me pregunta de vuelta claramente avergonzada.

—Iba a decirme qué pasó y luego se arrepintió, pero necesito saber qué pasó. No puedo dejar pasar algo como esto, Jú, espero que lo entiendas —le digo esperando de todo corazón que me diga la verdad.

—Solo un error de gestión, Anto, no te pongas grave, ¿Sí? No pasó nada que tengamos que lamentar —intenta calmarme.

—Maldita sea, Jú, ¿Puedes decirme qué demonios ocurrió, por favor? —insisto empezando a perder la paciencia—. Sé que quizás no haya sido tan grave, pero sabes que no me gustan para nada las mentiras. Necesito que seas transparente conmigo... Que todas lo sean, para que esto salga bien, ¿Entiendes?

—Bien, pasa que bajé al despacho de Max sin que él hubiera dado la orden—me dice con lo que creo que es vergüenza.

—¿Qué? —grito con rabia, pero intento bajar la voz al recordar que todas están durmiendo—Pero Jú, estaba claro que tenemos que tener mucho cuidado con eso, maldición. ¿Cómo se te ocurre siquiera hacer algo así? Pudiste haber mandado al traste la operación con lo que hiciste, y no solo eso, sino que pudo haberte pasado algo.

—Lo sé, fui una estúpida, pero ya aprendí la lección, ahora, ¿Puedes irte a dormir? Tengo que ir a entrenar en una hora y el equipo tiene que desayunar—intenta calmarme.

—Bien —le digo mientras tomo mi ración de comida de la mochila y me voy a la cama.

Me recuesto en la cama y cierro los ojos, intentando conciliar el sueño. Me he quedado con muchas cosas que decir, pero no tengo ganas de pelear. Mordisqueo lentamente el sándwich y bebo el jugo, para luego intentar conciliar el sueño.

 Al cabo de un rato, veo a mis padres en la puerta de la cárcel, y no solo a ellos, sino a muchas personas exigiendo saber el paradero de sus hijas. Levantan carteles, gritan, marchan por las calles y, por un momento, la felicidad invade mi cara, porque nos están buscando, nos extrañan, no se conforman con lo que el gobierno les hace creer, pero no dura mucho, porque las fuerzas de Echeverría no se hacen esperar, llegan tanques de guerra y un ejército completo para callarlos, lo que me indigna, ¿Por qué lanzan todas las fuerzas del ejército contra un grupo de padres que solo quiere saber de sus hijas?

Pero no se detienen allí, sino que les lanzan granadas, les disparan, ¿Cuál es la maldita necesidad de hacer eso? ¡¡Sólo están exigiendo saber de sus hijas!! ¡¡No están haciendo nada malo, maldita sea!! 

—¡¡ANTONIA, DESPIERTA!! —escucho una voz a lo lejos.

Abro los ojos y veo a Bely intentando despertarme a cachetadas, y el resto de las chicas observándome como si estuviese poseída, con un ataque de epilepsia o algo parecido.

—Tranquila, Anto... Ya estás despierta —me dice Bely con voz suave—, ya ha pasado lo peor, tienes que estar tranquila, ¿Sí?

—¿Qué hora es? —murmuro aterrada con los ojos muy abiertos. Por un segundo, temo haberme quedado dormida para ir a entrenar.

—Apenas son las seis de la tarde, tranquila, puedes seguir durmiendo si quieres.

—No sé si quiera dormir, Bely —murmuro mientras me levanto de la cama de un salto—. Tengo la sensación de que volveré a soñar esa pesadilla.

—¿Quieres comer algo? —pregunta Júpiter con una ración de comida en su mano— Las penas con pan son buenas.

—Sí, creo que sí quiero comer algo —murmuro en respuesta—. Supongo que me hará bien 

Júpiter me entrega mi comida y mastico sin ganas el sándwich mientras intento entrar en calma.

—¿Segura que quieres ir a entrenamiento hoy? —dice Bely con voz de preocupación que, por poco, me recuerda a mi madre—, no estoy segura de que estés en condiciones óptimas para entrenar.

—Eso no está en discusión, Bel, tengo que ir. No quiero entorpecer el entrenamiento con lo que ha pasado —respondo de inmediato—. Sólo fue una pesadilla, voy a estar bien, en serio.

—Te ves muy afectada, Antonia, no sé si sea buena idea, y podemos comprometer la operación entera si entrenas en este estado —me rebate.

—Bely tiene razón, cariño, ¿Por qué no pasas de entrenar hoy y te quedas a descansar? Max de seguro te va a entender —dice Jú sumándose a las palabras de Bely.

—¿No crees que están exagerando un poco? —le digo enarcando una ceja— Solo fue un mal sueño, no es como que haya perdido la motricidad o se me duerman las piernas.

—Bien, como tú decidas, Antonia —me dice Bely sin ganas de pelear.

Me levanto de la cama y tomo el celular para revisarlo y ver si tengo algún mensaje. Como no tengo nada, decido tender las camas, bajo la atenta mirada de Júpiter.

—¿En serio está todo bien? —pregunta Jú— Estás actuando muy extraño.

—Todo bien, de verdad. No hay problema —murmuro intentando alejar las pesadillas de mi mente—. Bely, ¿Tienes el mapa por allí? Creo que me haría bien estudiarlo un poco más en profundidad, ¿Sabes?

—Antonia, no es necesario todavía, yo... —empieza a excusarse Bely.

Paro de tender las camas y observo a Bely, quien mira de reojo a Júpiter. Frunzo el ceño de inmediato.

—Trae el mapa, Bel, tenemos que empezar a repasar todo, por favor. Trae el mapa. Es una orden.

Bel enarca una ceja y me trae lo que le pido mientras termino de tender las camas. Nos sentamos frente al mapa y Bely me lo enseña con una paciencia infinita y respondiendo cada una de mis preguntas respecto al tema.

Para cuando llega la hora de ir a entrenar, conozco mucho mejor el mapa y casi he olvidado la pesadilla. Me escabullo por el túnel mucho más tranquila y llego al despacho de Max. Me siento y dejo que ponga una taza de café frente a mí. Sujeto la taza con mis manos y su calor me envuelve, pero a los pocos segundos comienzo a recordar fragmentos de la pesadilla y abro los ojos. Max me mira con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? —me pregunta con su taza de café en la mano.

—¿Por qué lo preguntas? —me remuevo inquieta en la silla intentando pasar desapercibida.

—Estás bastante inquieta, te ves extraña—me dice con tono amable—, ¿Te pasó algo?

—¿Por qué lo dices? —insisto.

—Antonia —Max suelta la taza de café y me mira atentamente—, dime qué ocurrió, por favor. No me gusta que estés con este temperamento, me da desconfianza, ¿Estás en condiciones para entrenar hoy? Necesito que seas honesta. Si no te sientes en condiciones, ve de inmediato a la celda, pero por favor dime qué está pasando.

—Bien —cedo.

Comienzo a contarle la pesadilla que tuve y solo me detiene para hacer un par de preguntas ocasionales. Luego de que termino de contarle, se levanta de la silla y me abraza sin decirme, lo que por unos segundos me desconcierta, pero luego le correspondo el abrazo.

—Yo también lo he soñado —susurra en mi oído.

Por un momento me siento un poquito menos sola e incomprendida, y no sé si me desagrade la idea de que sea precisamente Max quien me haga sentir así.

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