XXIII

Antonia

El entrenamiento del día de hoy lo hacemos en el despacho de Max, pues simplemente se trata de manipulación de granadas. Él está sentado en su lado del escritorio y yo al frente con una granada en las manos.

—Las granadas son muy, pero muy peligrosas, ¿Entiendes? —dice Max con una de ellas en la mano— Tienen un alto poder destructivo, pero si no las manejas con cuidado, puedes acabar con todo en un segundo. Le quitas el anillo y tienes 5 segundos para correr antes de que explote y todo se vaya al carajo.

Max pone la granada en mi mano y la examino con cuidado. Con tantas cosas horribles que ha dicho de ella en los últimos segundos, me da miedo sostenerla.

—Esa está descompuesta, no va a explotar si le quitas el anillo. Es la granada con la que todos los escuadrones entrenan en la academia —me dice unos segundos después, lo que me tranquiliza.

Le quito el anillo y, luego de los 5 segundos, la granada se mantiene igual. Le vuelvo a poner el anillo y la sigo examinando, con un poco más de confianza.

—Tienes que tener cuidado con las granadas, ¿De acuerdo? No puedes manipularlas de cualquier forma. El día de la operación la llevarás en la cinturilla del uniforme. Y otra cosa, no lances una granada si no es absoluta y estrictamente necesario, ¿Entendido? Las granadas no son juguetes, podrías destruir, por lo bajo, a la mitad de un escuadrón con una de ellas.

Asiento con la cabeza en señal de afirmación.

—Bien, terminó el entrenamiento por hoy, puedes irte —me dice con tono amable.

Me levanto, tomo la mochila con las provisiones y vuelvo a la celda. Cuando llego, solo Bely y Júpiter están despiertas, quienes se sorprenden con mi llegada.

—¿Todo bien? —les pregunto cuando las veo.

—Sí, todo perfecto —me responde Bely—, ¿Ya terminó tu entrenamiento? Pensaba que te quedarías entrenando toda la noche.

—Sí, ya terminó, me iré a dormir, si no les molesta —digo dejando la mochila a un lado.

—Descansa, dulces sueños —murmura Júpiter.

Voy a mi litera, me quito la ropa y me quedo dormida al segundo, despertando a las 17:00 del día siguiente, cuando ya todas han llegado del entrenamiento de la tarde. Me observan sorprendidas, como si se les hubiese aparecido el diablo o algo por el estilo

—¿Has dormido bien? —me preguntan al ver que me levanté.

—Sí, todo bien —respondo mientras tomo la ración de comida que me quedó de anoche—, ¿Cómo estuvo el entrenamiento?

—Estuvo bastante bien, aprendimos a usar fusiles —murmura una del grupo que no alcanzo a distinguir.

—Bien —mascullo sin más que decir—, estamos avanzando.

En ese momento vibra mi celular y reviso los mensajes. M me pide que me reporte en su despacho con mi uniforme puesto. ¿Qué mierda quiere ahora? Comienza a cansarme que me llame en cualquier momento del día, y tenga que estar dispuesta a ir al despacho sin rechistar.

—El deber llama —les digo intentando no sonar cansada.

—¿A esta hora? ¿Está todo bien? —pregunta Sasha con interés.

—Supongo que sí, no me dijo para qué era —respondo enarcando una ceja.

Empiezo a desconfiar de sus preguntas, ¿Por qué la lleva siempre conmigo? Tomo nota mental de hablar con alguna del grupo o Max a solas para investigar en su comportamiento, ¿Siempre ha sido así?

—Tranquila, solo era para saber si no ocurría algo raro —me dice casi como anticipándose a mi reacción.

Me encojo de hombros, tomo mi ración de comida y me escabullo por el túnel hasta llegar al despacho de Max, quien está esperándome sentado en su silla.

—¿Está todo bien? ¿Qué ocurre? —le pregunto al llegar.

—Está todo bien, solo quiero que vayamos a la azotea un rato, no te tomará mucho tiempo —me dice.

—¿A la azotea? —le pregunto frunciendo el ceño.

—Sí, así que ponte el casco —me ordena.

Le obedezco y subimos por las escaleras hasta llegar a la azotea de la cárcel. El cielo está azul todavía, pero comienza a tornarse de un tono anaranjado por la llegada del atardecer. Nos sentamos en el suelo y nos quedamos observando el horizonte, sin hacer nada más, lo que me desconcierta. Max no me traería a la azotea para entrenar, ¿O sí? ¿Vamos a lanzar granadas desde aquí?

Me quedo un par de minutos callada esperando a que él diga algo, pero el silencio comienza a frustrarme.

—Entiendo que es muy bonito estar en la azotea y todo, Max, pero no entiendo a qué me traes —murmuro intentando no sonar pesada.

—Porque a ratos ayudarlas a organizar la operación a espaldas de Echeverría es muy difícil, Antonia, y a veces dormir unas horas no alcanzan a compensar toda la presión que llevo encima —dice mirando al horizonte.

Opto por callar y dejar que siga hablando, pero poniendo mi mano sobre su hombro, para que sepa que lo estoy escuchando.

—Por un lado —empieza a murmurar en una voz apenas audible—, tengo la presión de Echeverría y tengo que aparentar que todo va bien con él, que estoy realmente entrenando un escuadrón completo y, por otro lado, están ustedes, armando un plan a pasos agigantados para salir de aquí y acabar con todo el sistema. Es complicado para mí tener claro que, en cuanto pongamos un pie fuera de la cárcel, el primero en morir será mi padre, ¿Entiendes? A pesar de cómo es... No deja de ser la única familia que me queda.

—Por supuesto que entiendo —murmuro mientras veo la forma en que el color naranja empieza a teñir el cielo.

—Pero, al mismo tiempo, sé que es lo correcto, sé que mi papá está haciendo las cosas mal y la única forma de acabar con eso es que él muera, e irme en su contra y en contra de todos los ideales y valores con los que me ha criado. No creas que vivo contento con el sistema tal y como está.

—Me imagino que tiene que ser complicado pensar en las consecuencias de lo que estamos haciendo —digo—, sé que odias lo que tu padre hace, pero a fin de cuentas es tu padre.

—Por supuesto que es complicado —hace una pausa con un largo suspiro—, pero creo que ya ha sido suficiente de hablar del tema, es hora de entrenar con los fusiles, ¿Entiendes?

—Sí —asiento con la cabeza, intentando seguir el ritmo de sus ideas.

—Bien, ponte el casco, que bajaremos a la recámara de tiro —me dice casi de forma amistosa—, creo que necesito dormir una buena cantidad de horas y de paso te sirve para descansar a ti también.

Le obedezco inmediatamente y entrenamos hasta la medianoche. Cuando terminamos de entrenar y me dispongo a ir a la celda, Max pone una de sus manos en mi hombro.

—No le menciones a nadie lo que te he dicho, ¿De acuerdo? Ni de esta conversación, ni de las que tengamos en el futuro. Solo les dirás lo que tenga que ver con la operación, ¿Está claro? —murmura con la mirada perdida en algún punto por detrás de mí.

Asiento con la cabeza y me voy al túnel, intentando no pensar en todo lo que Max me ha confiado.

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