XXII

Max

Recibo la respuesta aparentemente normal de Antonia y trato de quedarme tranquilo con el hecho que ya no está molesta conmigo, pero en el fondo, sigo torturándome por haberla dejado sola sin detenerme a pensar en las consecuencias, ¿Cómo pude ser tan estúpido e inconsciente?

"—El machismo de esta sociedad no solo les afecta a ustedes, date cuenta  —le grité antes de salir hecho una furia de la azotea.

Ni siquiera miré atrás o me fijé en la reacción de Antonia. Bajé las escaleras con rabia acumulada, pisé cada peldaño como si fuera a romperlo. Y cuando llegué a mi despacho, me dí cuenta de que la había dejado sola en la azotea. 

Volví corriendo a buscarla, pero ya no estaba. Seguro bajó las escaleras intentando ir al despacho, ¡Maldita sea! ¡Antonia está rondando sola por la cárcel! ¡Si alguien la ve, toda la operación se irá a la mierda!

Bajé nuevamente las escaleras a toda velocidad y revisé otra vez el despacho por si estaba allí, pero tampoco la encontré. ¡¿Cómo puedes ser tan estúpido, Max?! ¡¡Cómo se te ocurre dejarla sola!!

Me detuve unos segundos. Antonia solo conoce la azotea, la recámara de tiro y mi despacho. Si no está en la azotea ni el despacho, seguro está cerca de la recámara de tiro, pero... ¿Cómo se le ocurrió meterse para allá, sabiendo que Echeverría está entrenando a un escuadrón precisamente ahí? ¡Demonios! ¡Esto es peor de lo que pensé!

Corrí por el pasillo hasta llegar a la recámara de tiro, y ví a Antonia cerca de las escaleras con Echeverría. Mierda. Corrí a todo lo que me dieron los pulmones en el momento exacto que Echeverría le preguntó a qué escuadrón pertenecía..."

—M, solicito tu ubicación, cambio —dice Echeverría por el radio, interrumpiendo mis pensamientos.

—Mi despacho, cambio —respondo intentando sonar neutral.

—Te necesito ahora mismo en la sala de alto mando. Cambio y fuera.

—¿En la sala de mando? Pero es algo tarde como para una reunión de... —empiezo a decir.

—No es para una reunión de consejo —responde fastidiado por mi comentario—. Repórtate de inmediato.

—Voy para allá. Cambio y fuera.

Camino hacia la sala de alto mando, intento pensar en qué justificaría que Echeverría me cite a estas horas precisamente allí, pero no se me ocurre nada. Llego a la sala y me observa expectante, sentado en una de las sillas con una copa de vino en la mano. 

—Así que... El escuadrón 730, ¿Eh? —me dice en cuanto me ve entrar, lo que me desconcierta.

—¿Qué ocurre con eso, señor? —frunzo el ceño confundido.

—Lo busqué en el archivo... Y no hay ningún escuadrón bajo esa denominación... No existe ninguna nómina disponible en el sistema del ejército... Nada de nada sobre un tal escuadrón 730. Curioso, ¿No lo crees? —dice con sorna.

—No he ingresado la planilla con la nómina al sistema todavía, señor —le respondo lo que he ensayado mentalmente.

—Qué extraño... Porque sí te han visto mover insumos de diferentes áreas para proveer al escuadrón que decías que te iban a asignar. Deberías haber tenido a mano la nómina para calcular cuántos insumos necesitabas, ¿No? —me dice con un tono de voz que no logro identificar.

—No necesariamente, señor —le respondo con el tono más monótono que me es posible.

Echeverría arruga la frente y abre todavía más los ojos. No es una buena señal.

—¿Ah, no? —pregunta fingiendo sorpresa.

—No, porque el límite de composición de un escuadrón, según el reglamento, son veinte personas. Y cuando pedí los uniformes y municiones, lo hice pensando en que iba a ser uno de veinte personas.

—¿Eso significa que no tienes la nómina en tu poder? —adopta un tono de voz severo.

—Me la proporcionaron con posterioridad a que yo pidiera los insumos, señor.

—Entonces, me imagino que ahora sí tienes la nómina en tu poder y puedes mostrármela.

¿Cuántos años cree que tengo para pensar que se me ocurriría mover insumos de la cárcel sin base en una nómina, aunque sea falsa?

—Sí, señor —me limito a decir.

—Bien. Hazlo —responde.

—¿Ahora? —intento no demostrar mi cara de sorpresa.

—Dijiste que la tenías en tu poder, ¿No? Pues muéstramela.

—Está en mi despacho, señor.

—Después de ti, entonces —Echeverría se levanta de la silla y espera a que salga de la sala de mando rumbo a mi oficina.

Camino de vuelta a mi despacho, con los pasos de Echeverría pisándome los talones. Escucho su respiración fuerte, y se nota a leguas que está furioso porque no encontró la nómina de mi escuadrón en el sistema del ejército. 

Entro al despacho, enciendo la luz y Echeverría se sienta en una de las sillas, mientras que yo voy al escritorio, abro uno de los cajones y le muestro la planilla preliminar del escuadrón que estoy "entrenando". Él la sujeta en sus manos y la revisa minuciosamente, en busca de cualquier error. Al par de minutos, tira el papel sobre mi escritorio con desdén. No ha encontrado ningún error, lo que era lógico, porque esa nómina ha sido revisada personalmente por mí muchas veces. 

En primer lugar, los nombres que componen dicha planilla corresponden a personas fallecidas, y les cambié algunas letras para que, en caso de ser cotejados con la base de datos de soldados fallecidos del ejército, no hubiera coincidencias.

En segundo lugar, el número del escuadrón pertenece a un escuadrón jubilado en 1929, lo que significa que no quedan registros de la existencia de dicho escuadrón y el número queda liberado para ser usado posteriormente, por lo que Echeverría jamás podría descubrir que la nómina es falsa, al menos, no a simple vista.

—No me gustan nada estos secretismos de mierda, te lo he dicho hasta el cansancio, M —me reprende con furia—. Más vale que, para mañana a primera hora, esta nómina esté disponible en el sistema, ¿Me escuchaste?

—Sí, señor —respondo con tono neutral.

Echeverría se levanta de la silla y sale de mi despacho. Saco la laptop, la enciendo e ingreso la nómina del escuadrón al sistema del ejército de inmediato. Me quedo unos minutos mirando la pantalla, y mi mente regresa de inmediato a Antonia, ¿Se habrá quedado dormida? Intento no pensar en lo que ocurrió con Echeverría, pero me siento demasiado culpable por haber puesto en riesgo la operación, y sobre todo por ponerla a ella en peligro. No sé qué haría si algo le pasara a Antonia... O a alguna del equipo. No podría perdonarme algo así jamás.

Pienso en ir a dormir a la recámara, pero con lo alterado que está Echeverría, elijo dormir en la oficina y no hacerme problemas. Me levanto de la silla del escritorio, cierro la puerta con pestillo y pongo a hervir agua para prepararme un café y comer algo. 

Saco de una repisa un saco de dormir, una almohada pequeña y un par de mantas que tengo especialmente reservadas para estos casos. Pongo las cosas en el suelo, me preparo el café y, mientras lo bebo, releo la conversación con Antonia. Pienso en mandarle algún mensaje para asegurarme de que está bien, pero seguramente a esta hora estaría durmiendo, y no quiero molestarla. 

Termino de comer y beber, lavo las cosas que utilicé, apago la luz del despacho y me meto en el saco de dormir. Cierro los ojos, intento conciliar el sueño, y el último pensamiento que pasa por mi mente, es ella.

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