XV

Antonia

—¡Despierten! ¡Ya es de día! —grito en cuanto suena la alarma del celular, levantándome de un salto.

Al instante escucho gruñidos de todas. ¿Acaso no les gustó despertarme a los gritos? Ahora les toca a ellas. Já.

—¿Por qué gritas? —se queja Isi mientras pone la almohada sobre su cabeza.

—¡JÚPITER, LEVÁNTATE DE INMEDIATO! —grito.

—¡¡QUÉ DEMONIOS QUIERES, MALDICIÓN, ANTONIA!! —se alborota de inmediato con mi grito estridente.

—Tú, Clarita, Feffa, Isi, Niji y Dani, pónganse los uniformes y vengan conmigo, ¡Ahora!

—¿Para qué? —se queja Dani aún acostada.

—Ustedes solo hagan caso, demonios, ¿Quieren salir de aquí o no? —refunfuño mientras me dirijo al túnel.

Las aludidas obedecen de mala gana y a los diez minutos están detrás de mí, listas para seguirme. Durante los cinco minutos que nos toma llegar al despacho, no hacen más que quejarse de la estrechez del túnel y de lo mucho que les cuesta moverse dentro de él. Están a punto de volverme loca con sus quejas.

—¿Cuánto falta?—se queja Júpiter.

—Ya falta poco, chicas, cálmense—digo mientras seguimos moviéndonos.

—Huele raro aquí, ¿No lo sienten?  —se queja Feffa.

—Demonios —me quejo—, estamos en un túnel bajo tierra, es lógico que huela raro. ¿Pueden callarse y seguir? Juro que se acostumbrarán.

—¿Tendremos que hacer esto todos los días?—se suma Dani a las quejas.

—Cállense, ya casi llegamos —protesto.   

Por fin llego a la tabla de madera y me detengo.

—¿Qué pasó?—pregunta una.

—Ya llegamos—les digo—, pero no pueden bajar todas al mismo tiempo.

—¿Entonces?  

—Hay que bajar de a una. Apenas yo baje, les daré la señal —digo lo suficientemente fuerte para que me escuchen las demás.

Para cuando miro hacia los paneles del techo, el panel ya ha sido deslizado hacia un lado. Bajo con cuidado y veo a M sonriente en su silla.

—¿Por qué no te has puesto tu uniforme, mocosa? Pensé que querrías entrenar desde el primer día —dice casi como si estuviera intentando provocarme.

—Porque prefiero que entrenes primero a las que están encargadas de enseñarles a las demás a utilizar las armas —respondo como si fuera obvio.

A mi señal, la primera que baja es Júpiter.

—H-hola —sonríe tímidamente a M—, gracias por salvarme. No tuve tiempo de decírtelo antes.

—No hay de qué —dice sin ser cortante, pero tampoco amable, lo que hace sentir incómoda a Júpiter.

—Que baje la siguiente —digo en voz alta.

Y así sucesivamente, una por una bajan y todas se amontonan en el despacho de M. Se ven demasiado nerviosas, algunas ruborizadas. Maldición, ¿No pueden escoger un momento mejor para babear por él? Maldita sea, me enferman.

—Las encomiendo a tu capacidad, M —lo miro fijamente a los ojos.

—No tendré piedad con ellas —me responde—. ¡Firmes!

Todas se enderezan, mientras M le entrega a cada una de las chicas un casco para poder cubrir su cara.

—¡Cascos! —ordena.

Todas se ponen sus cascos casi al mismo tiempo. Mierda, M es bueno en lo que hace.

—De ahora en adelante no quiero que se quiten el casco, no importa qué pase; no quiero que digan una sola palabra, a menos que yo lo permita; y ni se les ocurra separarse de mí ni por un instante, ¿Me escucharon?

Todas parecen no inmutarse, pero claramente no puedo ver lo que sucede bajo esos cascos.

—Antonia, llévate la mochila que está junto al escritorio contigo, tiene la comida de todas ustedes —dice M casi sin mirarme.

Asiento con la cabeza y tomo la mochila para subirla al techo.

A la señal de M, se retiran en una fila india, mientras yo me devuelvo a la celda, asegurándome de no dejar ningún rastro de mi paso por allí. En cuanto llego, el resto de las chicas me miran sorprendidas, como si yo no tuviese que estar.

—Pensaba que irías con ellos —comenta Bely un poco desconcertada—, como tienes que supervisar que todo funcione...

—Prefiero que se preparen las de armamento con M, mientras que nosotras nos estudiamos el mapa.

—Bueno, pues... A la carga —responde Bely—. Para poder usar el ducto que te dije, te repito hasta el cansancio que necesitamos saber más o menos la cantidad de peso que soporta, tenemos que dispersarnos por diferentes vías. Y, además, hay un trecho del camino en el que tendremos que ir por tierra, ¿Has pensado en dejar salir a las que están encarceladas aquí? No estoy segura, y tengo que consultarlo contigo.

—Por supuesto que lo pensé, pero, ¿Qué pasa si no tienen la suficiente fuerza para huir de la cárcel rápidamente? —digo, lo que me hace sentir culpable.

—Opino que debería haber unas cuantas de nosotras dispuestas a ayudar a las convictas, Antonia —dice Valito—. Sería inconsecuente luchar por un mundo más justo y no liberarlas a ellas.

—Son demasiadas convictas —murmuro más para mis adentros—. No estoy segura de que resulte del todo bien, si se me permite decir.

—Sé que es imposible liberarlas a todas, pero a las que podamos —opina Gaby, intentando llegar a un consenso—. Valito tiene razón, tenemos que hacer algo por ellas también.

—¿Crees que tú, Valito, Sara y Sasha puedan encargarse de liberar a la mayor cantidad de convictas que puedan? —digo mirando a Gaby.

Todas las aludidas asienten con la cabeza.

—Perfecto. Bely, hay que marcar una ruta principal y una alternativa que ellas puedan seguir de tal forma que les permita liberar a la mayor cantidad de convictas posible. Y chicas, hay que aprender esas rutas como la palma de la mano, pues el destino de muchas mujeres dependerá de ustedes.

Todas asienten con una sonrisa y se sientan en el suelo formando un círculo mientras Bely va a buscar el mapa. Les entrego a todas las presentes su ración de comida y una vez que Bely se sienta con nosotras y pone el mapa al medio, aprovechamos de comer antes de empezar a planear todas las rutas a seguir.

—Tenemos que tener al menos dos o tres caminos preparados, en caso de cualquier imprevisto, ¿No creen? —opina Cam—. No podemos ceñirnos a una sola vía, ¿Qué pasa si nos toca mandar a la mierda el plan?

—Hay que ponernos en todas las situaciones posibles. Echeverría es impredecible —acota Nachi.

—¿Cuándo podremos practicar las maniobras de escape? —pregunta Sasha.

—Eso aún no lo sabemos, porque hay algunas fases de entrenamiento primero —le respondo, sorprendida de que hoy no está siendo mordaz—, pero la idea es que estemos todas preparadas antes de que eso pase. Y lo más probable es que usemos las rutas en la madrugada, para no levantar sospechas.

—¿Cómo puedes especular todo eso?—vuelve a preguntar.

—Repito, es lo que creo más probable, Sasha. Creo que si M tiene cerebro no se arriesgaría a probar las maniobras de escape durante el día, cuando todos los soldados están despiertos y su capacidad de acción es más rápida, ¿No lo crees así?  

—Chicas —dice Bely—, tenemos que armar las rutas si queremos salir de aquí. Ya tendremos tiempo para practicar.

Sasha hace una mueca, deja de mirarme y se limita a mirar el mapa distraídamente. Terminamos de comer y Bely comienza a mostrarnos la primera ruta. A partir de ella, señalamos tres rutas alternativas para llegar a la salida, y otras tres para rescatar convictas. En el proceso, descubrimos que existe un pasillo que atraviesa perpendicularmente las tres vías de rescate de convictas y también las vías de salida. 

Decidimos que las de armamento irán delante, pues si bien todas manejarán armas, el grupo de armamento será el más experimentado, pues serán entrenadas directamente por M. Me fijo en la cara de Sasha y, a ratos, se ve bastante hastiada de planear la operación, lo que me causa extrañeza, ¿Por qué? 

—Sasha, cariño, ¿Podemos hablar un minuto? —le digo con una sonrisa, intentando hacerla sentir lo menos incómoda posible.

Ella no me responde, pero pone ojos de cordero degollado y puedo llegar a imaginarme lo que está pasando por su cabeza.

—Tranquila —me apresuro a decir—, sólo será un minuto. El resto de ustedes, sigan en lo suyo.

Sasha se levanta del piso y camina detrás de mí hasta llegar al sector de las literas. Me siento en mi litera y le pido que se siente a mi lado.

—Sasha, ¿Está todo bien? —le pregunto.

—¿A qué te refieres? —me devuelve la pregunta.

—Me refiero a que estás un tanto extraña. No sé si estás incómoda con alguna cosa, pero pones caras largas con demasiada frecuencia y... Solo quería saber si estabas bien.

—Por supuesto que estoy bien, Antonia —reacciona mirándome con desdén—, ¿Qué te hace pensar que puedes simplemente decirme qué caras poner cuando estamos planeando la operación?

—No es mi intención que te lo tomes de esa forma, Sasha. Discúlpame si te hice sentir...

—Y un carajo, Antonia —me interrumpe y se levanta de la cama—. Está perfecto que seas la líder de la operación y todo lo que quieras, pero no me vas a decir qué hacer y qué cara poner. No es tu trabajo. Ahora, por favor, enfoquémonos en la operación, ¿Quieres?

Sasha camina hacia el grupo y me quedo absorta un par de minutos antes de volver con el resto de las chicas. Me temo que no ha superado lo de la votación y eso puede traerme problemas con ella en el futuro, pero no estoy segura de hablarlo con M, porque tiene el mismo derecho que nosotras a salir de aquí y no quiero dejarla fuera.


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