XLIV
Antonia
—Echeverría... —murmuro paralizada.
No me da ni pizca de buena espina verlo a través de esa pantalla. Algo tiene que estar tramando, lo sé.
—Buenas noches, señorita Moya —sonríe el hijo de puta—. Espero que te estés divirtiendo en tu travesía para salir de aquí, ¿Los ductos fueron lo suficientemente cómodos?
Se ve Echeverría en primer plano, con su contextura gruesa, su cara arrugada, la maldad saliendo por sus poros. La pantalla me muestra sus facciones con una definición ridículamente impresionante. Detrás de él hay una sala a oscuras. ¿Cómo supo que estoy aquí? ¿Cómo demonios supo que venía precisamente a esta oficina?
Me quito el casco y el pasamontaña a toda prisa. Me muevo hacia una pared para que ningún guardia me vea a través de la puerta. Tomo el radio para contactarme con Max y que venga a reforzarme, pero solo atino a apretar el botón.
—¿Antonia? —dice Max a través del radio.
Me limito a respirar.
—¿Dónde estás? —me pregunta con firmeza— ¿Necesitas refuerzos?
—Buenas noches, señorita Moya —sonríe el hijo de puta—. Espero que te estés divirtiendo en tu travesía para salir de aquí.
—¡¡Con quién estás!! —grita Max— Iré a buscarte ahora mismo, solo dime dónde estás.
Se ve Echeverría en primer plano, con su contextura gruesa, su cara arrugada, la maldad saliendo por sus poros. Detrás de él hay una sala a oscuras. ¿Cómo supo que estoy aquí? ¿Tendrá alguna cámara o algo?
—Tengo el placer de presentarte a un par de personas que vinieron a verte en este momento tan crucial —sigue sonriendo.
Él entra en la sala a oscuras y la cámara lo sigue. Enciende la luz de la recámara y veo a mis padres, amarrados a una silla eléctrica, con moretones y señales de golpes, frenéticos, sudorosos, con los ojos llenos de lágrimas.
Se me parte el alma en mil pedazos, todo mi cuerpo se siente más pesado, mi corazón acelera la velocidad de sus latidos y una angustia intensa se apodera de mí. La desesperación me hace querer mandar todo al traste e ir a buscarlos, donde quiera que estén. Comienzo a sollozar, amenazando con romper en llanto.
—Como podrás darte cuenta, no están en una situación muy agradable, así que, te recomiendo lo siguiente. Si quieres salvar a tus padres, detén esta operación de inmediato, Antonia, —se escucha por la pantalla del despacho— de lo contrario, tendré que quitarles la vida, y eso no será grato ni para ti ni para mí.
—¡¡Ellos no tienen la culpa de nada!! —grito como si pudiera escucharme.
—¡Antonia! ¡Presiona el botón del radar para saber donde estás! —Max grita nuevamente, pero no presto atención.
—En el despacho donde estás hay un teléfono. Levanta el auricular y presiona el asterisco para comunicarte conmigo. Si no lo haces en los próximos treinta segundos, entenderé que no quieres salvarle la vida a tus padres.
Miro de reojo el teléfono sobre el escritorio. Es tan fácil como levantar un maldito auricular y presionar un botón para salvar a mis padres, pero al mismo tiempo, mandar toda la operación al traste, seguramente firmar la sentencia de muerte de todas las chicas y la mía.
—¡Hija, no lo hagas! —grita mi madre, lo que hace que se me recoja el corazón, porque a pesar de todo, quiere mi libertad.
Cierro los ojos y dejo que mis lágrimas recorran mis mejillas. Cada vez me cuesta más respirar y moverme. Van a matar a mis padres y no tengo idea de dónde están para salvarlos.
—¿Algo que decirle a su hija, señores? Ella fue quien organizó todo esto y, no se detendrá para salvarles el culo, lo que me parece aberrante considerando que dieron su vida para que ella lo tuviera todo. Ella es quien los tiene en esta situación, y los dejará a su suerte, según veo —se burla Echeverría—. Vaya hija que han criado, yo que ustedes, la desheredo.
—No tienes la culpa de nada, hija —mi padre intenta encontrar la cámara, y cuando lo hace es como si me estuviera mirando directamente—, te amo más que a nada en el mundo. Y ahora lo sé... Perdóname por no haberte escuchado, por censurarte. Perdóname por todas las peleas que tuvimos sobre el tema, porque tienes toda la razón del mundo, y siempre la tuviste, hija mía.
Sus palabras son como dagas en el corazón, el nudo que tengo en la garganta cada vez se hace más grande y siento que no me deja respirar, mis lágrimas entorpecen mi visión, mis rodillas ceden y caigo al suelo destruida, devastada, no puedo hacer nada para evitarlo.
—¡No, por favor! ¡No! —grito inútilmente desde el suelo, cerrando los ojos y sollozando débilmente.
—Antonia —dice mi mamá con decisión y firmeza—, no dejes que nuestra muerte sea en vano. Enséñale a este hijo de puta que está equivocado, acaba con el sistema, cumple tu sueño de vivir en un país más justo, hija. Nosotros estaremos bien, ya hemos vivido nuestra vida y es hora de que hagas lo mismo con la tuya.
—Nuestra generación no hizo nada por acabar con la raíz del problema —dice mi padre—, y en tus manos está la oportunidad para que todos puedan vivir en el mundo justo y equitativo con el que tanto sueñas.
Abro los ojos y me levanto lo más rápido que puedo para ver la pantalla.
—Sueña en grande, corazón, y nunca bajes los brazos —solloza mi papá.
—Te amo, hija... Estoy orgullosa de ti... —dice mamá con firmeza.
—Mamá... —sollozo mirando la pantalla.
— ¡Basta de palabrería cursi! —grita Echeverría de repente.
Baja la palanca y las sillas eléctricas se encienden. Cierro los ojos con fuerza y sólo oigo el sonido de la electricidad recorriendo los cuerpos de mis padres. Me dejo caer nuevamente en el suelo, presa del llanto y la angustia. Mis padres eran todo lo que tenía, era la razón principal por la cual quería salir de aquí, para demostrarles que el país con el que tanto sueño sí podía ser real, para demostrarles que sí es posible vivir en un país mejor.
Ahora no queda nada, solo una nueva razón para querer a Echeverría muerto.
—Te lo pedí por las buenas, Moya, y no quisiste. No me quedó otra que acabar con lo que más amas —se burla casi como si pudiera verme a través de su pantalla de mierda—, y ahora por tu culpa, voy a matar a las familias de todas ustedes.
—No será en vano, mamá —sollozo desde el suelo—, lo juro.
—¡¿ANTONIA?! —grita Max desde el radio— ¿Me copias? Dime dónde estás, maldición. ¿Sigues en B2?
—Sigo en B2, en un despacho, cambio —susurro levemente por el radio.
No soy capaz de levantarme, simplemente no puedo hacerlo. No dejo de llorar, hecha un ovillo, un estropajo que ya no sirve para nada, porque le han quitado lo único por lo que podía luchar.
Escucho que intentan abrir la puerta del despacho y no reacciono. Sé que está con pestillo, pero no soy capaz de mover un solo músculo. Al par de minutos, me levantan del suelo y me sientan en el escritorio del despacho. Max sujeta mi rostro con sus manos y me mira, intentando hacerme reaccionar, pero no sé si logre estar de vuelta en la operación.
—Antonia, por favor, tenemos que seguir —me remece suavemente.
—Acaban de matar a mis padres, y todo por mi culpa, Max —rompo a llorar desconsoladamente.
—Alto ahí, Antonia. —Max me habla con firmeza— Yo oí lo que pasó, y no fue tu culpa, en ninguna forma. Ellos se sacrificaron por ti, para que tú logres cumplir el sueño de una sociedad más justa, y no dejaré que su sacrificio sea en vano. Tenemos que salir de aquí, juntos, y demostrarle al país entero que se puede vivir de mejor forma.
Lo miro a los ojos y me besa de una forma intensa. Me sujeta con fuerza, el calor de su cuerpo invade el mío con una fuerza sobrecogedora. Lo abrazo fuerte mientras sus labios intentan algo así como devolverme la vida y la fuerza suficiente para salir de este maldito lugar.
Aleja su rostro del mío y me seca las lágrimas con sus manos.
—Tenemos que salir de aquí juntos —me sonríe.
—Gracias, Max —lo abrazo un par de segundos antes de levantarme del escritorio.
—Detrás de mí —me dice mientras se dirige a la puerta.
Me pongo el pasamontaña, el casco y le obedezco.
Salimos del despacho disparando a diestra y siniestra, escondiéndonos en los rincones de los pasillos. Al par de minutos, nos reunimos con Clarita y Feffa.
—Lo siento mucho, Feffa, yo... —le digo avergonzada.
—Tranquila, Antonia... Yo entiendo —me responde con una sonrisa.
—Tenemos que seguir —dice Max.
—¿Cuál es el plan? —pregunto.
—¡¡AYUDA!! —grita Niji por el radio— ¡¡PERDIMOS A DANI!! ¡¡Tengo a un escuadrón detrás de mí en dirección a B2!! ¡¡Necesito refuerzos!!
—Este es el plan —dice Max.
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