XLI
Antonia
Veo la salida de la cárcel a unos treinta metros. Si me apuro todavía llego. ¿Dónde están las chicas? ¿Habrán salido ya?
Corro por el largo pasillo a todo lo que me dan las piernas, y la luz que me indica que la puerta está abierta, siendo lo único que me impulsa a querer lograr salir. No importa si mis pulmones amenazan con salir de mi cuerpo y siento que todo me arde. Nada importa, sólo me interesa salir por esa puerta.
Escucho una explosión estridente detrás de mí, lo que me desestabiliza y trastabillo. El fuego amenaza con destruir toda la cárcel, hace un calor infernal y se me hace más difícil respirar, por la cantidad de humo, pero cuando logro finalmente salir de la cárcel, no me encuentro con el cielo azul ni una pradera, o algo así, sino que caigo, como si la prisión estuviera construida en la cima de un precipicio. Maldita sea, son metros y metros interminables de caída libre. Mi muerte es más que inminente. Pasa toda mi vida frente a mis ojos, como un pequeño gran flashback, y en medio de él, siento una vibración en mi mano, una igual a cuando me llega un mensaje de Max.
Y entonces el sueño se acaba. Despierto bañada en sudor, aterrada y con las pulsaciones por las nubes. Busco mi celular y, efectivamente, recibí un mensaje de Max.
"Antonia, ¿Puedes venir a mi despacho?"
Ignorando que acabo de despertar de una pesadilla un poco muy horrible, ignorando que son las cinco de la mañana, ignorando que he sentido la vibración de mi celular por un milagro y fijándome que todas están dormidas, me dirijo al despacho de Max sigilosamente, encontrándolo sentado en la silla detrás de su escritorio.
—¿Ocurrió algo? —le pregunto extrañada.
—La verdad es que sí. Intenté ignorar esto todo lo que pude, pero creo que es de vital importancia que te lo diga.
—¿El qué, Max? ¿Va algo mal con la operación? —frunzo el ceño— ¿Ya te dieron una respuesta sobre lo de los ductos?
—No es eso, Antonia.
—¿Entonces qué es? ¿Pasó algo más?
—No tiene que ver con la operación.
—¿Entonces con qué tiene que ver?
—Antonia, si me dejaras explicarte...
—¿Explicarme qué? —de pronto estoy tan nerviosa que voy a explotar.
—Cállate, maldita sea —me dice con firmeza.
—De acuerdo, de acuerdo —pongo los ojos en blanco y me callo.
Espero unos segundos a que comience a hablar y decirme qué demonios le pasa, pero me pone nerviosa que se quede ahí, callado sin decir nada y con cara de aflicción. ¿Cuál es su problema? Maldita sea, ¡Habla de una vez!
—Te juro que intenté evitarlo, Antonia, de verdad lo siento... —murmura con timidez.
Se levanta de la silla y se acerca a mí, lo que me paraliza, porque no sé qué es lo que va a hacer exactamente. Se detiene un segundo para mirarme y me acorrala contra la pared, sujetándome por la cintura. Como acto reflejo, pongo mis manos en su pecho, intentando hacer distancia entre nosotros, y siento los latidos de su corazón, acelerándose cada vez más... Al igual que el mío.
—Dime que sientes lo mismo que yo —me ruega mientras acerca su cara a la mía.
—Vamos a comprometer la operación entera si algo pasa entre nosotros —susurro con mi cara a un milímetro de la suya.
—Solo si alguien se entera —casi puedo sentir que se acerca aún más.
Nuestros labios casi están rozándose. Mis ojos están cerrados, casi como esperando lo inevitable. Sería una hipócrita de proporciones si dijera que no quiero hacer esto.
—Quién nos asegura que no vayan a enterarse —intento alejarme, pero recuerdo que estoy contra la pared. Su voz ronca me seduce de alguna forma.
Antonia, tú quieres hacer esto, no seas idiota.
—No tengas miedo, nadie se va a enterar.
—Le estamos dando la razón a Sasha... —murmuro.
—A la mierda lo que diga Sasha —susurra de vuelta.
Los labios de Max invaden los míos. Muy torpemente entrelazo mis manos alrededor de su cuello, mientras él me levanta, tira al suelo todas las cosas de su escritorio y me sienta en él sin dejar de besarnos. Sus manos acarician mi cintura y mi espalda con un cierto toque de rudeza que me encanta, le quito la camiseta rápidamente, dejando expuesto su torso.
—Con que así quieres jugar —muerde mi labio inferior mientras me quita la camiseta, dejando expuesto mi sujetador.
Mi respiración se agita al sentir sus manos sobre mi espalda desnuda. Desabrocha mi sujetador y lo deja caer al suelo, liberando mis pechos.
Deja de besarme y se toma un momento para mirarme.
—Maldita sea —gruñe—, eres preciosa...
—Le estamos dando la razón a Sasha —repito mientras miro de reojo su cuello.
—Ya te dije —me responde mientras se acerca a mi cuello—, a la mierda.
Sus manos van directo a mis pechos, con suavidad al principio, dándose el tiempo de recorrer cada centímetro de mi piel. Mi corazón se acelera, frenético ante tantos estímulos juntos. Vuelve a besar mi boca, se detiene unos segundos en mi cuello y jadeo, completamente fuera de mis cabales. Muerde suavemente uno de mis pezones, mientras masajea el otro, lo que me encanta. Hace demasiado calor, y siento el impulso irresistible de desabrocharle los pantalones. Una vez que lo hago, se detiene y me mira atentamente.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? Tú eres...
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto.
—La respuesta era demasia...
—Sí, estoy completamente segura —respondo frenándolo en seco antes de sonrojarme.
—No podemos hacerlo aquí. No es el lugar aprop... —murmura contra mi boca.
—A la mierda lo que es apropiado, Max —lo interrumpo—. Basta de pensar en lo que es o no es correcto. Entiendo tu intención, pero la verdad es que no me importa donde sea, mientras sea contigo.
Busco su boca de nuevo, lo que interrumpe cualquiera de sus esfuerzos mentales para decir algo. Él me sigue la corriente y todo vuelve a arder. Sus pantalones caen y desabrocho los míos en un par de segundos. Max me levanta un par de centímetros y desliza mis pantalones y mi ropa interior hacia abajo, todo de una vez. Lo miro a los ojos, mientras él baja su bóxer y, en cosa de un segundo, entra en mí, provocando sensaciones que hasta ese minuto eran completamente desconocidas.
—¿Estás bien? —me pregunta con la voz temblorosa.
Un gemido ahogado es todo lo que recibe como respuesta.
Su pene lentamente sale, para volver a entrar. Cada embestida es más rápida y descuidada que la anterior. Clavo mis uñas en su espalda, presa del placer que en ese momento me embarga. Gimo mientras busco su boca desesperadamente, y lo beso, como si se me fuera la vida en ello. Piel con piel, sin un centímetro de espacio entre nosotros, sus vigorosos movimientos, cada vez más rápidos me hacen perder el control; ya no me preocupo si hago ruido, porque no logro pensar con claridad, ni siquiera logro pensar.
—Oh, mi amor —gime Max en mi oído con voz ronca, mientras sigue moviéndose.
Estoy completamente sudada, y el corazón amenaza con salir de mi cuerpo. Rasguño su espalda y sus hombros como vía de escape ante tanta excitación. Max murmura groserías y otras cosas incomprensibles, mientras acelera el ritmo cada vez más. Mi corazón quiere explotar, me aferro a Max y gimo en su oído. Colapso completamente, como si la última embestida fuera la gota que rebosa el vaso. Me siento como en caída libre, muy excitada, pero de a poco más relajada, los latidos de mi corazón lentamente recuperan su ritmo normal. Max sigue dentro de mí, y creo que está experimentando lo mismo que yo. Seguimos abrazados, tengo los ojos cerrados, intentando asimilar todo lo que acaba de pasar.
—Te quiero —susurro en su oído impulsivamente, y ruego que no me haya oído.
—Te quiero —me responde, lo que hace que lo abrace más fuerte.
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