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Antonia
Luego de explicarles a las chicas el mapa y comer algo, Júpiter propone que nos sentemos en círculo para charlar sobre nosotras y así conocernos más, lo cual me viene excelente, porque al parecer, voy a convivir un buen tiempo con esta tropa de mujeres y no sé absolutamente nada de ellas.
De paso, me ayuda a distraer la cabeza de todo lo que está pasando y no pensar en la operación por un segundo.
—Bien —sonríe Sara—, yo propongo que hablemos acerca de cómo llegamos aquí.
—Yo empiezo —Ale se ríe—. Estaba en clases de cocina, había quemado la comida y el profesor comenzó a darme un sermón sobre lo mal que me iría en la prueba de aptitud, que no conseguiría esposo y que me condenarían a permanecer para siempre en casa de mis padres. Y me enojé tanto que simplemente tomé la olla con la comida quemada y literalmente se la tiré por la cabeza. Fue todo un rollo, desacato a diversos artículos, el profesor quedó con quemaduras de primer y segundo grado, me trajeron aquí a punta de anestesia y eso fue todo. Cuando desperté, estaba frente a Echeverría, el guardia de ojos negros y el par de gorilas de la escuela que me trajo aquí.
—Ojalá hubiese podido tirarle comida a mi profesor de historia —comento entre risas.
—Simplemente no entiendo cómo hay tantas mujeres que soportan esas ridículas clases, los constantes controles a la entrada de la escuela, la prueba de aptitudes para el sindicato de casamenteros y todas esas mierdas que vienen después, o sea, ¿Realmente eso es todo lo que hay? —dice Clarita.
—Lo que yo no puedo creer —sigue Almendra—, es que haya un porcentaje no despreciable de mujeres que está contenta con el sistema tal y como está, digo, ¿No pueden ver más allá de sus narices? ¿De verdad todo lo que quieren es que les vaya bien en esa maldita prueba para encontrar un buen esposo y nada más?
Sonrío con el inconformismo de mis compañeras, me siento comprendida, siento que pertenezco a esto, que es lo correcto, que no estoy loca, pero inmediatamente vuelvo a pensar en la operación.
—Estaba en clases de costura —suelta Júpiter, para compartir su experiencia—. Olvidé llevar el bordado para la clase, y el profesor me puso una anotación en el expediente permanente. Cito textual "Alumna no trae bordado, cometiendo desacato leve al artículo 342 Nº3 del Código de Conducta". Me enfrasqué en una pelea con él, porque encontraba injusto que algo tan absurdo como no llevar un ridículo bordado a clase implicara desacatar un artículo. Lo siguiente que recuerdo fue que llegaron un par de gorilas, una bonita inyección en el cuello y, cuando desperté, estaba en el despacho de Echeverría.
—Descubrieron que era seguidora de la agrupación "Here and Now" —comenta Gaby, y todas suenan sorprendidas—. Interceptaron las cámaras de seguridad de la escuela y me descubrieron con un afiche de la agrupación entre las hojas de mi cuaderno. Tenía el expediente limpio, pero era una violación directa al capítulo I de la Constitución, cuya sanción inmediata es la detención. Ya saben, el derecho de agrupación y esas mierdas que pasan en la clase de historia —Nachi baja la cabeza—. Ni siquiera se molestaron en llevarme a la oficina del director, porque fue él mismo quien fue a buscarme al salón. Y fue allí mismo donde me inyectaron, sin siquiera sacarme de allí para que otras personas no me vieran, supongo que para amedrentar a las chicas que seguían la agrupación. Cuando desperté, ya estaba en la celda, ni siquiera pasé por la revisión de Echeverría.
—¡Yo también soy parte de Here and now! —dice Júpiter con mucha alegría.
—¡Y yo! —comenta Bely mirando a Júpiter.
De pronto veo que todas se abrazan, reconociendo que pertenecen a una agrupación de la cual no tenía ni la más remota idea. Luego me surge la duda, ¿Por qué no habían hablado de esto hasta ahora? ¿Cuánto tiempo llevan realmente aquí?
—¿No eres parte de la agrupación, Antonia? —me pregunta Paloma.
—Ni siquiera sé de qué están hablando —murmuro avergonzada.
—Bien, Bely, tú conoces esta historia mejor que nadie —sonríe Júpiter.
—Here and now es una agrupación feminista compuesta hace unos cinco años, exclusivamente por mujeres, que en un principio tenía por objeto ayudarnos a sobrellevar toda la mierda a la que estamos expuestas diariamente. La forma de identificarnos unas a otras era llevar en el brazo derecho una pulsera roja, sin importar de qué material fuera —Bely levanta su brazo y me enseña la pulsera, seguida de todas las demás—. Como sabíamos que estábamos fuertemente monitoreadas, la pulsera roja sería más que suficiente para hacernos sentir que no estábamos solas en todo esto, que habían compañeras que pensaban igual que nosotras, pero éramos demasiadas y, la líder, que se llama Katrina Santelices, hizo correr la voz hace un año de que estaba empezando a reclutar aliadas para un golpe de estado, pero sólo quedó en un rumor.
—¿Y cómo nunca supe de esa agrupación? —le pregunto.
—Era difícil saberlo —responde—. Antes era más fácil, porque las mujeres eran más valientes hace unos años, pero con tantas reformas constitucionales, fueron perdiendo la unión, por miedo a las sanciones. Y no las culpo, ¿Sabes? La represión es demasiado fuerte.
—Creo que —comienza a decir Paloma—, todas vinimos de la misma forma. Nos rebelamos contra el sistema. Da igual el profesor, o el artículo que hayamos desobedecido. Nos trajeron aquí porque queremos algo diferente, somos inconformistas, queremos algo más que la mierda que nos están ofreciendo.
De pronto todas miramos a Paloma, sonriendo. Tiene razón, da igual el motivo.
—¿Tenían familia verdad? —me nace preguntar.
—Mi hermano pequeño —Gaby suena muy triste—, mi mamá... Esa mañana abracé a mi hermano por última vez, y lo último que le dije a mi mamá fue que nos veríamos pronto para ir juntas al mercado —sus ojos se ponen vidriosos y Cam se encarga de rodear sus hombros con su brazo.
—Se van a ver pronto —dice Bely—, yo lo sé. Esto no va a durar mucho más tiempo.
—Ni siquiera sé si sigue esperándome o si ya se hizo a la idea de que nunca volveré —murmura a punto de romper a llorar.
—¿Por qué dices que no vas a volver? —la detengo en seco— Estamos avanzando, por fin.
—Ya ha pasado mucho tiempo, Antonia, ni siquiera sé si sigue con vida, o qué pasó con ella —me responde abatida.
—No te rindas —intento infundirle ánimos—. Si quieres, intentaré averiguar con M.
—Por supuesto que no —me responde de inmediato, lo que me desconcierta—. Necesitamos enfocarnos en la operación.
Guardo silencio y asiento para no caldear más su ánimo, pero tomo nota mental de preguntarle a M por nuestras familias. No estoy segura de cuánto llevan encerradas aquí sin saber nada.
—Sé que es ilegal, inconstitucional y todo lo que ustedes quieran, pero, ¿Alguna tenía deseos de estudiar algo? —les pregunto a todas para evadir el tema.
—Desde niña quise estudiar literatura, o escribir un libro, pero no tendría idea de dónde comenzar ni nada —dice Valito.
—Yo quiero estudiar Derecho —dice Niji—, siempre me llamó la atención el trabajo que hacen los jueces.
—Yo quiero estudiar gastronomía, me encantaba cocinar con mi madre y memorizar sus recetas —agrega Júpiter.
—Yo quiero estudiar medicina —sonrío.
—A eso le llamo yo soñar en grande —celebra Nachi.
—Les adelanto que yo no tengo planes de ir a la universidad, siento que esa mierda no es para mí, pero antes de llegar aquí, no quería casarme —dice Bely—. Encontraba que era un total problema, digo, si ya es ilegal que las mujeres podamos elegir esposos, ¿Qué sentido tenía?
—¿Antes de llegar aquí? —dice Júpiter.
—Cuando llegué aquí, mi visión de eso dio un giro de 180°. Sé que, legalmente es solo un contrato y blah, pero, realmente quiero casarme con la persona de la que estoy completamente enamorada ahora mismo —sonríe emocionada.
Increíblemente, todas suspiramos como niñas viendo una maratón de películas románticas. Ya casi me siento en casa con este grupo de chicas.
—¿Se puede saber quién es? —le pregunto.
Bely dice no con la cabeza y todas gruñimos, porque desde ahora la curiosidad nos carcomerá.
—Esa persona sabe que mi amor es incondicional, y es todo lo que necesita saber.
—¿Alguna tenía algún enamorado o algo? —dice Júpiter.
—Cuando me daba por ver películas en secreto, creía que todo era posible —empieza a decir Isi—, pero la verdad es que no lo es, al menos no en nuestra sociedad. Digo, apenas teníamos permiso de ir a la escuela, solo podíamos ir a colegios de niñas, y solo se podía autorizar una salida por semana a las mujeres menores de 17 años.
Júpiter suspira y baja la cabeza en respuesta. Claro que es imposible enamorarse. Nos tienen reprimidas a tal punto que hasta nuestros sentimientos son limitados, lo que es injusto, enfermo y atenta contra nuestra libertad de ser seres humanos.
—No sé si es porque yo soy una asocial de mierda o qué, pero, ¿Alguien tenía amigas en la escuela? —pregunto de repente.
Todas niegan con la cabeza, y ya no me siento tan extraña, pero vuelve a invadirme mi conciencia, advirtiendo que tengo que ser honesta con ellas en todo sentido, sobre todo si vamos a salir de aqui juntas. Tengo que decírselo y dejar que opinen al respecto.
—Antes que nos sigamos poniendo más emotivas —comento—, tengo que contarles esto, no me van a creer quién está de nuestro lado.
—¿Quién? —preguntan todas, curiosas.
Por un momento dudo de revelar la identidad de M a las chicas otra vez, pero debo hacerlo si quiero que confíen en mí y en mi punto de vista sobre él.
—El guardia de los ojos negros —les respondo.
—Pero eso ya se sabe, mujer —se ríe Gaby.
—Que casualmente es el hijo de Echeverría —suelto de pronto, rogando que no se lo tomen tan mal, pero estoy casi segura que será muy difícil convencerlas de que M no es peligroso.
Ahora todas sus caras son de espanto, tal y como me temía.
—¡¿Qué?! —grita Isi, sobresaltándonos a todas.
—No puede ser —murmura Valito—, debe estar tendiéndonos una trampa. ¡Claramente estaba tendiendo una trampa! ¿Cómo lo supiste?
—¿Creen que no pensé lo mismo? —les respondo de inmediato— Se le salió mientras me explicaba el mapa.
—¿Por qué no nos dijiste apenas llegaste? —cuestiona la chica desagradable— ¿Qué te dijo? ¿Cuál fue tu reacción? ¿Qué va a pasar con la operación?
Respiro hondo e intento no aturdirme con todas las preguntas que me está haciendo.
—Basta, Sasha —escucho a una chica de fondo—, deja que hable.
—No puedo creer que estén tan tranquilas sabiendo que ella tuvo contacto con el hijo de Echeverría, tiene acceso directo a nosotras por ese condenado túnel y puede venir a matarnos cuando quiera, demonios —se queja.
—¿Y crees que, en caso de querer matarnos, va a entrar por el túnel? —se burla Bely— ¡Tiene las putas llaves de toda la cárcel, Sasha! ¡Es guardia de Echeverría, usa la maldita cabeza! ¡Siempre hemos estado bajo el riesgo de muerte!
—¡¿Pero qué pasa si hubiera tenido piedad de nosotras antes?! —dice en un tono de voz tan trágico y paranoico que me contagia— ¡¿Cómo sabes si ahora va a venir a matarnos porque sabemos demasiado?!
—¡Íbamos a morirnos aquí de todas formas, Sasha! —interviene Júpiter— Ahora, deja que Antonia se explique, porque es la única que ha tenido los ovarios para entrar en ese túnel y ver qué mierda había en el otro lado.
Sasha se queda en silencio, pero mantiene su mirada furiosa.
—Habla, Antonia —Júpiter me cede la palabra—, ¿Qué pasó?
—Iba a matarlo cuando lo supe —les confieso con cierto pesar—. Estaba dispuesta a mandar todo al demonio, pero es lo más cerca que hemos estado de salir de aquí, y sentí necesario comentarlo con ustedes primero antes de tomar cualquier decisión.
—¿Qué te detuvo de matarlo? —pregunta Sara— Porque sabías cómo íbamos a reaccionar, ¿Qué opinas tú?
—Sin él, la revolución está destinada a morir —bajo la mirada al decirlo—. Él nos salvó la vida, él nos está alimentando y nos está enseñando a salir de aquí, ¿Realmente es tan condenable que sea hijo de ese animal? Piensen con la cabeza fría, es el único que conoce la cárcel y tiene acceso a todo, desde armas, mapas, municiones, hasta alimentos.
—No lo sé —se pronuncia Cam—, tengo mis dudas al respecto.
—Te mentiría si dijera que no tengo dudas —murmuro—, pero, ¿Qué otra opción tenemos?
Todas nos quedamos calladas. Se susurran cosas al oído, casi como si se estuviesen poniendo de acuerdo en algo, pero no logro descifrar el qué.
—Creo que lo mejor es que nos vayamos a dormir —dice Dani—, tenemos que acumular la mayor cantidad de fuerzas posible.
—Es cierto —me levanto del suelo y voy a mi litera.
—¿No vamos a hablar de esto? —Sasha rompe el silencio— Tenemos que tomar una decisión, carajo.
—Consultemos con la almohada —dice Júpiter mirando directamente a Bely, supongo que para no responder a las provocaciones constantes de Sasha—. Ha sido un día difícil y tenemos que guardar energías.
En un par de minutos todas se han levantado y recostado en sus respectivas literas. Empiezo a entender por qué todas ignoran las preguntas de Sasha, ¿Siempre será así?
Saco el celular de mi bolsillo y lo inspecciono. Es muy cómodo para lo grande que es, un poco más pequeño que la palma de mi mano, tiene una pantalla muy sensible y suave, colores muy vivos.
Abro el menú y me percato de que tiene muchas cosas, como llamadas, mensajes, música, cámara, hasta esa cosa que se llama... Internet. Lo siento vibrar en mi mano y me sorprendo. ¿Cómo harán que vibre? Reviso los mensajes y descubro un nuevo mensaje de M.
"Descansa, enfócate en recuperar tus energías, ha sido un día largo, tengo un regalo para ti y las chicas."
Se supone que no debería contestar los mensajes, pero para cuando me doy cuenta, ya estoy peleando con el minúsculo teclado.
"¿Se puede saber qué es? No sé si pueda esperar a verlo mañana"
Casi inmediatamente responde.
"Pues te tocará esperar hasta mañana. Será grandioso, ya verás. Ahora duérmete"
Le deseo buenas noches y dejo el celular bajo mi almohada. Me recuesto mirando hacia el techo y espero el momento en el que los ojos me pesen y logre conciliar el sueño, pero aquel momento nunca llega.
Intento con aquella técnica que siempre usaba mi madre para hacerme dormir. Contar ovejitas. Llego hasta las cincuenta, pero caigo en la cuenta de que no eran las ovejas lo que me ayudaban a dormir. Era mi madre, su perfume, esa tranquilidad que siempre lograba transmitir con su mirada, esa manera tan suave que tenía de acariciar mi cabello.
De esos bellos días, ahora solo queda el recuerdo. Quizás qué estará haciendo, de seguro le han dicho que me han llevado detenida para jamás volver. Debe estar suponiendo que voy a morir encerrada aquí.
Debe estar en ese horrible sofá gris de la sala de estar, llorando desconsolada. Y con mi padre al lado, quizá sobando su espalda, diciéndole que era justo, que esas son las reglas bajo las cuales nos regimos, que no fue su culpa, que nunca fui como las demás y merecía lo que me pasó por intentar siempre llevar la contraria.
Y siento el rastro tibio del par de lágrimas traicioneras que recorren mis mejillas y acaban perdiéndose en la cama. Me seco las mejillas con fuerza. No puedo ser débil. Tengo que saber salir de aquí, por ella. Demostrarle al mundo que está equivocado y vivir la visión de un mundo igual para todos. Que mi madre vea con sus propios ojos lo que he soñado por tantos años.
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