VIII
Antonia
Mis pensamientos se congelan, mis puños se endurecen, no me siento capaz de mover un solo músculo. M es nada más ni nada menos que el hijo de Echeverría, y es por eso que está junto a él todo el tiempo. Eso explica muchas cosas y, definitivamente ya no parece tan descabellada la idea de que la información que me está dando es falsa.
—Antonia... —murmura con cautela.
—Eres su hijo... —susurro más para mí misma que para él— Eres cómplice de toda la mierda que le han hecho a las mujeres en este lugar...
—Puedo explicarlo —sus ojos brillan diferente.
—¡¡Eres su hijo!! —exploto y golpeo el escritorio con mis puños, lo que lo asusta— ¡¿Qué demonios tienes que explicar?!
—No hables tan fuerte, pueden oírte, Antonia, por favor —mira de reojo hacia la puerta, nervioso.
Inhalo y exhalo, una y otra vez. Me encantaría seguir gritando, pero si me oyen, los planes de salir de aquí se van al traste. No puedo hacerles eso a las chicas. Cierro los ojos e intento calmarme, concentrándome en mi respiración.
—Antonia, sé que estás furiosa, no confías en nada de lo que te he dicho y quieres asesinarme, pero necesitan de mi ayuda para poder salir de aquí con vida, al menos por ahora —susurra, lo que me hace abrir los ojos.
—Eres el mismísimo hijo de Maximiliano Echeverría, el hijo de puta que tiene el país como está, ¿Cómo quieres que confíe en ti? ¡¿Enloqueciste?!
—No fue solo mi padre —frunce el ceño—, muchos antes que él, han cometido tantos o más errores. No puedes echarle la culpa solamente a Echeverría de una sociedad que ha sido igual casi desde la independencia.
—¡Maldición! ¡¿Lo estás justificando?! ¡Sabía que no podía confiar en ti! —le grito alterada.
—¿Lo que he hecho por ustedes no cuenta? —me rebate— ¡Te estoy enseñando a salir de aquí! ¡Por esto no quería que supieran quién soy! ¡Sabía que iban a desconfiar de mí!
—¿Por qué nos ayudas?, ¿Por qué alguien como tú traicionaría a su padre por un grupo de mujeres capaces de hacer hasta lo imposible por verlo muerto?
—Porque yo sé que su visión está errada, he visto morir miles de mujeres inocentes bajo su mandato, y no puedo seguir esa cadena de sufrimiento y opresión. No quiero seguir siendo cómplice de todo lo que Echeverría les ha hecho, ¿Es que acaso no lo entiendes?
—¡Eso es un discurso barato, maldición! —vuelvo a gritar— ¡Nos estás tendiendo una trampa!
—¿Te habría dejado viva de ser así? —me grita en respuesta muy alterado— ¿Tú crees que dejé a las otras vivir solo por caridad? ¡Maldita sea, Antonia! ¡Llevo meses planeando esto! Si las quisiera muertas, créeme, ya habría acabado con sus vidas de un solo disparo, no me habría molestado en dejarlas vivas. Yo sabía que tarde o temprano encontrarían el túnel y...
—¡Mientes! —de un manotazo el mapa y los pisapapeles caen al suelo, olvidados.
Me lanzo sobre el escritorio, contra él. Mis manos van a por su cuello, ahorcándolo sin piedad. A la mierda el plan, mientras él sea hijo de Echeverría, estará en mi lista negra, ya veremos cómo salir de aquí después. M trata de apartar mis manos, su respiración se dificulta, me mira a los ojos con miedo, comenzando a dudar de que me vaya a detener.
—N-no l...lo... hagas —intenta decirme—, p...por favor...
Sigue dirigiéndome la mirada intensamente, sus ojos se ponen cada vez más rojos y por un segundo titubeo, segundo que él aprovecha para poner ambas manos en mi cintura. El agarre de mis manos pierde fuerza y me sienta a horcajadas sobre sus piernas.
—Ambos nos necesitamos para lograr acabar con el sistema, y lo sabes —murmura con un hilo de voz.
Jadeo de rabia, de impotencia. Mierda, tiene un buen punto. Sin él, la revolución está destinada a morir, porque es el único que tiene acceso a las armas y conoce este lugar como la palma de su mano. Intento fulminarlo con la mirada, pero no resulta ser tan convincente como esperaba, o al menos creo.
—El verdadero enemigo está en el congreso, en los tribunales de justicia, en el palacio de gobierno y en todos aquellos hombres que no les permiten ser libres —sus ojos brillan con una intensidad distinta.
Y sospecho que los míos también lo hagan. Cosa que no dura mucho. Me alejo de él lo más que puedo. Me bajo de sus piernas y me devuelvo a mi posición al otro lado del escritorio. M levanta el mapa y vuelve a ponerlo sobre el escritorio. Vuelve a señalarme nuestra ubicación. Me explica que todas debemos pasar por el túnel de cadetes, para repasar las rutas que nosotras encontremos.
—Suena muy bonito, pero va a tomar tiempo —le digo sin dejar de mirar el mapa.
—¿Por qué? —me pregunta.
—Están desnutridas, M. ¿Acaso quieres que mueran de hambre en medio de la operación?
—Había pensado en eso. Todos los días te llevarás una mochila con provisiones para que puedan alimentarse —señala una mochila grande que está en una esquina del cuarto.
—De acuerdo. Me llevaré el mapa también, para poder explicarles de mejor forma el plan.
—Sí, por supuesto.
Tomo el mapa, lo doblo y lo pongo en la mochila.
—¿Algo más que decir? —le pregunto intentando evitar mirarlo a los ojos.
—Ten cuidado... —murmura— Digo... Todas ustedes...
Reprimo desesperadamente mi sonrisa y me subo al escritorio para volver a treparme al techo y volver al túnel.
—Creo que necesitas... Ropa más cómoda para... Moverte —comenta, al parecer un poco incómodo.
—Deja de mirarme el culo —frunzo el ceño mientras termino de treparme al techo.
Me entrega la mochila y desde la altura me doy el lujo de mirarlo. Se ha sonrojado levemente por mi comentario. Vuelvo a poner el panel en su sitio e intento olvidar el pequeño incidente. Me trepo por la escalera de cuerda y vuelvo al túnel que me llevará directo con las chicas. Lo primero que dejo salir por el agujero es la mochila.
—¿Qué es eso? —pregunta Cam mientras me ayuda a salir del agujero.
—No podemos cambiar el mundo con el estómago vacío —guiño un ojo.
Ale, Isi y Dani se encargan de abrir la mochila y repartir toda la comida en partes iguales. Cada una recibe un sándwich y una caja individual de jugo.
—¿Cómo logró calcular la comida exacta para nosotras? —comenta Nachi mientras da un mordisco a su sándwich.
—¿Por qué carajos no nos dio comida antes? —se queja Sasha.
—Debe llevar la cuenta de cuántas somos —responde Niji mientras bebe jugo, ignorando completamente la pregunta de Sasha.
Recibo mi comida, pero no hay tiempo para comer. Llamo a Gaby, Júpiter y Bely, quienes vienen de inmediato.
—¿Qué ocurre? —Júpiter bebe un poco de jugo.
—Tengo que enseñarles esto —de la mochila saco el mapa y lo extiendo sobre el suelo.
—¿Qué rayos es eso? —pregunta Bely.
—Todas presten atención, en especial tú, Bely, pues tendrás que encargarte de conocer este mapa como la palma de tu mano.
Todas asienten con la cabeza y se agrupan alrededor de aquel extraño lienzo con líneas abstractas que se supone que representan la cárcel de mujeres.
En menos de un segundo, mis pensamientos me llevan al enfrentamiento con M en el despacho. ¿Debería decirles lo que pasó, dejar que desconfíen de él y matar la única esperanza que han tenido en mucho tiempo? ¿Debería mantener la cabeza fría y sacar toda la información que pueda antes de darle la estocada final?
No estoy segura de qué sea lo correcto ahora mismo, pero sí sé que el que M sea hijo de Echeverría complica todavía más la situación.
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