VII
Antonia
—¿En serio nos va a ayudar? —pregunta Cam, muy incrédula.
—No sé —comenta Gaby—, no creo que sea una buena idea. Pasa una buena parte del día peligrosamente cerca de Echeverría, ¿Y si planea tendernos una trampa?
—No es tan descabellado —comenta Ale—. Podría alimentar falsas esperanzas en nosotras mostrándonos todo esto, y cuando tratemos de salir de aquí, nos llevaría directo a Echeverría, para que nos mate o torture directamente. Macabro, pero factible.
—¿Nos habría llevado a una celda distinta de las demás de ser así? ¿O siquiera se habría molestado en mantenernos con vida durante todo este tiempo? —señala Júpiter— Sinceramente, Gaby, si estamos en una dictadura y estamos en contra de ella, deberíamos estar fuera del mapa, en todas las formas posibles. No creo que sea tan estúpido como para no saber lo que está haciendo. Y en cuanto a lo que tú dices, Ale, ¿No crees que es demasiado impropio de Echeverría? Era infinitamente más fácil matarnos en su despacho recién llegadas que mandarnos a esta celda, haciéndolo ocupar espacio y recursos.
—Pero Echeverría no tiene idea de que estamos con vida en un cuarto de cadetes —le rebate una de las chicas a Júpiter—. Recuerda que M dice que está actuando a espaldas de él.
—Aunque nos demuestre con hechos que está de nuestro lado, yo no me confiaría tan rápido —sentencia Nachi—, ¿Qué interés podría tener él en ayudarnos, de todas formas? Podrá haber tenido piedad con todas nosotras, en el mejor de los casos, pero eso no quita el hecho que es un hombre. Digo, no podemos llegar y confiar de buenas a primeras.
—El caso es que me ha dicho que yo seré la intermediaria entre él y el grupo —les digo—. Me va a explicar qué vamos a hacer y yo se los diré a ustedes, por ahora.
—¿Y cómo te va a explicar todo? —pregunta Niji.
—Dijo que nos reuniremos cada día a una cierta hora, para poder coordinar los detalles de nuestra salida.
—¿Y cómo sabremos cuándo tienen que reunirse? —cuestiona Sasha.
—Me ha dado esto —saco el extraño aparatito de mi bolsillo—. Es un celular. En cuanto me envíe un mensaje de texto a esta cosa, debo ir con él al final del túnel.
Todas miran el celular anonadadas. Es un objeto completamente extraño, que al parecer ninguna de nosotras había visto hasta hoy. A las mujeres no nos permiten poseer esas cosas. Otra maravilla de la Constitución.
—He oído hablar de ellos a mamá —comenta Cam, con voz nostálgica—. Dice que sirven para hacer llamadas, también, y en algunos se puede escuchar música, tomar fotografías, leer el periódico...
—¿Cómo rayos puedes leer el periódico en ese aparato? —dice Nachi, muy extrañada.
—¿Cómo tu mamá conocía los celulares? —dice Sasha en un claro tono de reproche.
—A través de una cosa que creo que se llama... Internet, si es que no me falla la memoria por completo —responde Gaby, ignorando a Sasha.
—Niñas, no se distraigan con esto —vuelvo a guardar el celular en mi bolsillo—, tenemos una revolución que planear.
Y dicho esto, nos reunimos en grupos de tres o cuatro para organizarnos de mejor forma y luego poder llegar a un consenso. Gaby, Júpiter, Bely y Sara son parte de mi grupo.
—Chicas, yo creo que, sea verdadera o no la intención, sin ayuda de ese guardia no llegaremos a ninguna parte —sentencia Júpiter.
—Yo creo lo mismo, pero sinceramente, me da una desconfianza enorme que no me quiera decir quién es —añado.
—Si vamos a planear el salir de aquí y acabar con la mierda de sistema, tenemos que ser prácticas —Gaby me aleja de mis pensamientos—. Somos las suficientes como para hacer algo bien hecho. Creo que tú, Júpiter, deberías reclutar niñas para encargarse del armamento y la defensa, pues necesitaremos mujeres armadas para cuando salgamos de aquí. Bely, tú podrías encargarte de reunir niñas para la seguridad, monitorear que nada salga mal, prevenir los posibles riesgos para que podamos actuar rápido, y tú, Antonia, preocúpate de sacarle al guardia toda la información que puedas. Necesitamos estar informadas para poder acabar con Maximiliano Echeverría.
Justo en ese momento vibra el celular en el bolsillo de mi jumper. Lo saco y, siguiendo mentalmente las indicaciones de M, abro los mensajes de texto, encontrándome con un mensaje nuevo.
"Ven al final del túnel. Te estoy esperando"
—El deber me llama —le susurro en el oído a Gaby.
Gaby asiente y corro hasta el túnel. Esta vez me demoro mucho menos en llegar junto a él, pues ya no siento que el túnel sea desconocido. Tardo mucho menos en dar con la tapa de madera. Rápidamente bajo por la escalera de cuerda y deslizo el panel. Allí está M.
—Salta, esta vez te atraparé —dice en tono neutral.
Me siento en el techo del cuarto y me dejo ir. Efectivamente, M me atrapa entre sus brazos y me deja en el suelo.
—¿Sobre qué tratará la reunión? —le pregunto.
M pone pestillo en el cuarto y se sienta detrás del escritorio.
—Toma asiento, Antonia.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunto mientras tomo asiento para quedar frente a él.
—Porque yo me encargo de eliminar la existencia de todas las convictas de la base de datos del Congreso en cuanto llegan aquí.
—¿Base de datos? —pregunto extrañada.
—Es un lugar en donde tenemos registrados a todos los habitantes del país. Generalmente ese registro lo lleva el Servicio Nacional de Personas, pero ya sabes que el ejército lleva copia del registro de las mujeres, y puede manipularlo al antojo. Para este país, ni tú, ni las que están contigo, ni cualquier mujer que haya pasado por aquí, existe. Todas han sido hechas pasar por muertas o desaparecidas y sus certificados de defunción fueron entregados a sus familias.
—¿Y yo cómo figuro? —de pronto me preocupa, por mi familia.
—Mira, sé que te preocupa tu familia, ¿De acuerdo? A ti y a las otras las hice pasar por desaparecidas, para que no perdieran la esperanza.
—Gracias, de verdad —murmuro emocionada.
—En fin, volviendo al tema, ustedes poseen ventaja, pues todo el mundo sabe que en cuanto pones un pie en esta cárcel, tu existencia en la base de datos se acaba, como ya te expliqué, y por ende de...
—Dejo de ser un problema para el congreso, porque creen que no podré salir nunca de aquí —interrumpo su monólogo, terminando la idea por él.
—Exacto.
—Con las chicas llegamos a la conclusión de que no podemos salir de aquí sin un mapa de la cárcel, sin armas, sin equipos de rastreo y sin organización.
—Pensé en ello tanto o más que ustedes. Y no se preocupen por eso, conseguiré el armamento tan rápido como pueda. También van a necesitar chalecos antibalas, uniformes, cascos, toda la indumentaria necesaria. Las haré pasar por cadetes, así será más fácil el entrenamiento.
—¡Eres un genio! —sonrío.
Logro conseguir que aquel hombre de expresión neutra y tosca sonría levemente, de forma casi imperceptible.
—¿Están organizadas por equipos o algo?
—Hasta ahora hay un equipo de armamento y defensa, liderado por Júpiter; un grupo liderado por Bely que se encargará de estudiar el mapa para detectar y prevenir los riesgos de la operación, y uno que lidero yo, que básicamente supervisa que todo vaya en orden y funcionando.
—El plan debe ser dividido en cuatro fases, entonces. En la primera, que tendrá una duración de una semana, entrenaré al equipo de armamento y defensa y a ti, mientras que el equipo de ubicación y rastreo se estudia el mapa. En la segunda, que también durará una semana, tú y el equipo de armamento entrenarán al equipo de Bely y al tuyo. En la tercera fase, ensayaremos las maniobras de escape, dependiendo de las rutas que determinen ustedes, junto con el equipo de ubicación y rastreo... —M hace una pausa para respirar—, y en la cuarta fase, que será la última, pondremos en práctica todo lo aprendido, y saldremos de aquí.
Saca un rollo largo de papel que extiende sobre el escritorio, poniendo pisapapeles en cada extremo, para evitar que se vuelva a enrollar.
—¿Qué es esto? —pregunto mirando el extraño dibujo en medio.
—Es un mapa de la cárcel —me explica sin dejar de mirar el mapa—. Ustedes están exactamente aquí —señala un punto en una esquina inferior—, y deben llegar a este otro lado —apunta con el dedo la esquina contraria.
—¿Cómo mierda esperas que hagamos eso? —observo la ruta demarcada con incredulidad.
—Tranquila, cuando estén lo suficientemente preparadas será pan comido, ya verás —su voz, por alguna extraña razón, me infunde seguridad.
—¿Eso crees? —sonrío.
M deja de mirar el mapa y me dirige la mirada, de una forma enigmática. Enarca una ceja y sonríe, sin tapujos, casi como olvidando que es un guardia.
—Por supuesto que eso creo. Son más poderosas e inteligentes de lo que ustedes creen, no dejen que mi padre les haga cre...
—¡¿Qué?! —lo interrumpo.
M me mira, una mezcla de vergüenza y miedo. Ha metido la pata hasta el fondo y lo sabe.
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