VI
M
—¿A qué demonios te refieres con eso? ¿Crees que voy a confiar en todo lo que me digas así como así y listo? —Antonia frunce el ceño y me mira con desdén— ¿Crees que soy tan estúpida para creer que eres una especie de salvador? ¡Uy, sí! ¡El guardia de Echeverría nos va a salvar la vida, hurra!
Antonia se pasa los siguientes dos minutos ironizando como una niña pequeña. Reprimo al máximo el instinto de poner los ojos en blanco.
Solo tiene diecisiete años... Solo tiene diecisiete años...
—Tendrás que confiar en mí si quieren salir de aquí con vida. No te queda otra opción —le respondo en el mismo tono de voz severo con el cual ella me habla—. Cree lo que quieras de mí, pero te estoy ofreciendo una oportunidad a ti y al resto de chicas en esa celda de que puedan salir de aquí. Tómalo o déjalo.
—¿Y qué me dice que acaso no es una trampa muy elaborada por Echeverría? Eres uno de sus malditos guardias, ¿No te has puesto a pensar en eso?
Mi primer instinto es reír a carcajadas con la burrada que acaba de decir, pero lo reprimo lo más posible. Si supiera que no solo soy eso, sino que también su mano derecha, acabaría por intentar matarme o algo parecido. Me quedo en silencio unos segundos y Antonia me mira atentamente.
—¿Realmente crees que alguien como Echeverría se daría el trabajo de hacer un túnel o de siquiera darles alguna esperanza de que pueden salir de aquí? —le digo con la ceja enarcada.
Me sigue mirando con desconfianza, pero sopesa lo que le estoy diciendo. Su expresión se calma y hace amago de acercarse, pero se reprime.
—No, ¿Verdad? —le digo en el tono más neutral y amable que me es posible— Estoy de tu lado, y creo que por eso aún no sales corriendo y me estás escuchando, ¿No es así? Porque sabes que lo que puedo decir es verdad.
No me responde, se limita a quedarse quieta y mirarme con el ceño fruncido. Sabe que tengo la razón, y odia que la tenga.
—Sé que no me crees, pero al menos me estás dando el beneficio de la duda, ¿Verdad?
Antonia entrecierra los ojos y da un paso hacia mí.
Sí, me está dando el beneficio de la duda. Sonrío mentalmente con alivio.
—Te daré algo para que nos mantengamos en contacto, ¿De acuerdo? Luego de enseñarte a usar esto, te irás a hablar con el resto de chicas, para calmarlas y decirles que estás bien, que no le haré nada malo a ninguna de ustedes.
—Es que todavía no me creo del todo eso de que no vas a hacernos daño y que nos ayudarás a salir —susurra con voz baja, pero no por eso menos asertiva.
—¿Es en serio? —pongo los ojos en blanco y abro un cajón del escritorio bajo su atenta mirada—. Bien, te lo demostraré, pero tendrás que tener paciencia.
Le quito la mirada de encima para rebuscar en el cajón lo que estoy buscando. Saco el celular, lo pongo sobre el escritorio junto con su cargador y Antonia abre unos ojos como platos.
—¿Q-qué es eso? —me pregunta con curiosidad, reprimiendo fuertemente sus ganas de tocar el aparatito que he dejado a su vista.
—Siéntate —la invito a sentarse en la silla que está frente a mí.
Antonia me obedece y me mira.
—Esto se llama "celular", y sirve para que podamos mantenernos en contacto.
—¿Mantener el contacto? —susurra con un hilo de voz— ¿A qué te refieres con eso? ¿Seguiremos viéndonos?
—Por supuesto. Nos reuniremos aquí todos los días para planear su salida de este lugar. Yo te enviaré un mensaje de texto a esto —le señalo el celular— y tú vendrás aquí mismo.
—¿Qué? ¿Esto va de verdad? ¿No me estás jodiendo ni planeando una trampa? —vuelve su mirada desconfiada.
—Mira, sé que no me crees ahora, ni confías en mí, pero convérsalo con las chicas cuando vuelvas a la celda y, por amor a lo que sea en lo que creas, ten paciencia. Tengo todas las intenciones de ayudarlas a salir, pero necesito que confíen en mí. Sobre todo tú, porque serás la intermediaria en esta operación.
—¿Qué quieres decir con eso? —me pregunta.
—Que tú recibirás la información de mi parte, y tú le contarás a las chicas todo lo que yo te diga que debes contarles.
—Hmm —se queda mirando el celular con cara de extrañeza.
—De acuerdo, te enseñaré a usar esto para contactarnos antes de que te vayas —le susurro tomando el celular en la mano—. Solo tiene botones aquí a los lados para encenderlo, apagarlo, subirle y bajarle el volumen, ¿Sí? Pero eso no lo usarás. No quiero que lo apagues, quiero que lo mantengas siempre cargado. Necesito mantener comunicación contigo en todo momento, ¿Sí?
Antonia suspira hondo unos segundos.
—De acuerdo —me responde finalmente.
—Si no lo usas, se mantendrá bloqueado, y para desbloquearlo, tienes que presionar este botón.
Presiono el botón, la pantalla del celular se enciende y Antonia me observa sorprendida, pero intento no contagiarme de su reacción para seguir explicándole cómo se usa.
—El teléfono es táctil, lo que quiere decir que tienes que manejarlo con tus dedos —hago un par de cosas con él para darle un ejemplo.
—Vaya...
—Ahora hazlo tú —le digo mientras le entrego el equipo.
Antonia me mira con sorpresa y lo recibe como si se tratara de un huevo a punto de romperse, o un pollo recién nacido.
—No se va a romper solo por tenerlo en la mano —le comento con un poco de ironía—. Ahora desliza tus dedos por la pantalla.
Antonia me obedece y, luego de unos cinco minutos, comienza a agarrarle el ritmo.
—Bien, hay un icono que dice "mensajes". Ábrelo —le pido.
Al tiempo que ella lo hace, yo le envío un mensaje. En cuanto lo recibe, el celular vibra y Antonia me mira sorprendida.
—¿Sentiste eso? Se llama vibración, y es lo que hace cuando un mensaje llega a ese celular.
—¿Y qué tengo que hacer ahora?
—Cuando te llegue un mensaje como este, lo que debes hacer es venir aquí de inmediato.
—De acuerdo, ¿Y cómo sé yo que esto no está intervenido para que Echeverría nos espíe?
Vaya... Esta chica es bastante despierta, me gusta.
—Porque estos teléfonos nos los dan a nosotros, los soldados y líderes de escuadrón, y son irrastreables por cualquier tecnología del gobierno de Niribia.
Antonia suspira con tranquilidad y toma el celular guardándolo en el bolsillo de su jumper junto con el cargador.
—Yo no te recomendaría guardarlo ahí... —murmuro— El bolsillo es muy estrecho y le puede ocurrir algo en el camino a la celda.
—Bien.
Antonia toma el celular y lo pone literalmente en su sujetador por debajo de su uniforme. Intento quitarle la mirada de encima para no ponerla incómoda.
—Me iré ahora a hablar con las chicas. Deséame suerte.
—Bien... Yo te enviaré un mensaje en un rato para que vengas de nuevo. Tengo que enseñarte otras cosas.
—De acuerdo.
Antonia se sube a mi escritorio y sube por el techo para volver al túnel y deslizarse por él hasta la celda.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top