IX

M

Solo cuando Antonia cierra el panel del techo y desaparece de mi vista, termino de dimensionar el qué demonios ha pasado. Antonia se ha enterado de quién es mi padre. Maldita sea, eso sí o sí pondrá en peligro cualquier plan o alianza con el grupo de convictas, ¡¿Cómo has podido ser tan estúpido?!

—M, ¿Todo está bien? Los guardias de tu cuadrante nos alertaron acerca de ruidos estridentes que vienen de tu oficina, cambio —escucho que dicen por el radio.

No estoy seguro de quién está hablando ahora mismo, y tampoco de quién sea el maldito hijo de perra que se atrevió a meterse en mis asuntos. Tomo el aparato con las manos casi por inercia y lo pongo cerca de mi boca.

—Todo en orden, cambio y fuera —le respondo en el tono más neutral que me es posible.

—Pero M, ¿Qué p...? —dice el interlocutor completamente fuera de sus cabales por mi reacción.

—He dicho "cambio y fuera" —digo apagando el radio de inmediato.

Dejo el aparato de vuelta en la cinturilla de mi pantalón y salgo de la oficina. Los guardias me van a tener que escuchar... Y el hijo de puta que se chivateó con el jefe de monitoreo se las verá conmigo.

Corro por el pasillo del sector C hasta llegar al módulo de vigilancia más cercano, y encuentro a los cinco guardias jugando a los naipes. Abro la puerta del módulo y la cierro de un portazo.

—Vaya... Qué bonito, ¿Están jugando carioca? —ironizo y los guardias me miran impactados— ¿En cuál van? ¿Escala sucia o real?

—¡S-señor... señor M! —grita el jefe de módulo como si viera al mismísimo Echeverría.

—Así que tú fuiste el hijo de perra que se atrevió a alertar al jefe de monitoreo sobre los ruidos de mi oficina? —increpo al jefe de módulo.

—S-señor... Y-yo... 

—S-sí... S-sí, tú —lo remedo con sarcasmo—. Tú fuiste, y me vas a explicar por qué demonios metes la nariz en donde no te compete.

—E-es mi deber informar a mi superior sobre...

—Tu deber es informar a tu superior sobre cualquier evento extraño ocurrido en las celdas, o pasillos... No en los despachos... Y menos en la oficina de la mano derecha del general Echeverría. ¿Qué querías? ¿Que el general te pusiera una estrellita dorada en la frente por buena gestión?

—T-tenemos órdenes estrictas de... —balbucea el jefe de módulo sin siquiera mirarme a la cara.

—¡A la mierda tus órdenes estrictas! ¡Están jugando cartas, maldita sea! ¿Realmente quieren que los tome en serio después de esto? —de un manotazo tiro al suelo las cartas de los guardias y vuelvo a mirar al jefe— No me hagas recordarte lo que pasó en el sector C bajo tu turno de vigilancia.

La respiración del jefe de módulo se altera y sus ojos se ponen llorosos, lo que me enferma. ¿No se supone que los capacitan para no demostrar sus emociones ante un superior? Pierdo la paciencia en menos de cinco segundos. Sujeto al jefe de módulo por el pecho y lo acerco a mí.

—Escúchame bien, porque esto solo lo voy a decir una vez... ¿De acuerdo? —murmuro con la voz más amenazante que me es posible.

El guardia asiente. Puedo leer el miedo en sus ojos... El mismo que yo sentí gran parte de mi vida cuando hacía algo mal y Echeverría lo notaba. Empiezo a entender el por qué le gusta tanto someter a la gente que se encuentra por debajo de él... Calma su afán de control sobre todo lo que le rodea... Y la sensación es increíble...

—Lo que pase en mi oficina es asunto mío —me aseguro de que no sea capaz de romper el contacto visual—. Así se esté incendiando, tú jamás te meterás con lo que pase en mi oficina, ¿Me has oído?

—S... S-sí, señor —susurra a punto de llorar—, ¡Le juro que no volveré a entrometerme en su oficina, pero por favor no me haga nada!

—Si vuelve a contactarme el jefe de monitoreo por una queja tuya... Aunque sea una muy pequeña... Más vale que sepas jugar a las escondidas, porque no voy a descansar hasta que tu cabeza esté en el cesto de una guillotina... ¿Está claro?

Al oír la palabra "guillotina", el jefe de módulo rompe a llorar y lo suelto con desdén. Miro con el rabillo del ojo al resto de guardias. Están inmovilizados en sus sillas, observándome atentamente.

—Ni siquiera entiendo por qué te designaron jefe... Te sugiero repasar el manual de liderazgo de la academia —susurro antes de salir del módulo y devolverme a la oficina.

Camino a paso tranquilo, cierro la puerta con pestillo y me siento en la silla tras mi escritorio, con una extraña sensación de triunfo y adrenalina corriendo por mis venas... ¿Así se siente Echeverría cada vez que hace llorar a los cadetes en la academia? ¿Esto es lo que siente cuando somete a los jefes de escuadrón? No lo sé... Y no sé si podría acostumbrarme. No pasan ni dos minutos cuando tocan la puerta con tanta fuerza que pareciera que quieren tirarla abajo.

—¡M, MALDITA SEA! ¡ABRE ESTA PUTA PUERTA! —se queja Echeverría intentando abrir.

Corro a quitar el pestillo y Echeverría se abalanza sobre mí.

—No me gusta nada lo que estás haciendo, muchacho, ¡¿Por qué cortaste la transmisión con el jefe de monitoreo?! ¡¡POR QUÉ TU RADIO ESTÁ APAGADO!! ¡¡RESPONDE!! ¡¡QUÉ ESTÁS TRAMANDO!! —me increpa con violencia.

—No estoy tramando nada —le respondo como cualquiera de sus monigotes, con voz casi robótica.

Echeverría revisa mi oficina rincón por rincón, buscando cualquier cosa fuera de su esfera de control. Toca el escritorio y se da cuenta que uno de los cajones está cerrado con llave.

—¡¡POR QUÉ EL CAJÓN ESTÁ CERRADO!! —refunfuña intentando abrirlo.

—Allí se encuentra todo lo que tiene relación con la base de datos de convictas. Es clasificado, solo yo tengo acceso, por orden suya.

—Quiero que abras este maldito cajón de inmediato —dice sin siquiera mirarme.

—Señor —le contesto con voz neutral—, usted dio la orden de que solo yo puedo acceder a los contenidos de esa...

—¡¿QUIERES ABRIR DE UNA VEZ ESE PUTO CAJÓN?! —grita completamente alterado— ¡¡SOY EL MALDITO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, M!! ¡¡NO SE MUEVE UNA MISERABLE GRANADA SIN QUE YO LO SEPA, MALDITA SEA!! ¿VAS A CUESTIONAR UNA ORDEN DIRECTA DE TU SUPERIOR?  

—Señor...

Echeverría se acerca a mí, y con una fuerza impensada para su edad, me sujeta del cuello y me lanza hacia la pared.

—No me hagas replantear el tenerte como mi mano derecha, M —murmura con voz amenazante—. Tu lealtad está y debe estar conmigo, y el cuestionar mi orden directa te puede costar la cabeza. Lo sabes perfectamente.

Intento tragar saliva, pero el agarre de su mano está tan firme como hace nueve años, cuando no rendía lo suficiente en las clases de educación física. Lo miro directamente a los ojos. Si rompo el contacto visual, estaré en la cámara de ejecución en menos de cinco minutos.

—Si fuera tú, pensaría mejor mis maniobras, muchacho —su voz se torna sarcástica—. Es la primera y última vez que toleraré esto, pero para la próxima, no seré tan paciente ni tan piadoso, ¿Has entendido? No voy a escatimar en pedir tu cabeza si se me hace necesario, M. Me importa un cuerno si eres mi hijo, si vuelves a cometer un error... Serás hombre muerto. ¿Está claro?

Asiento con la cabeza y el agarre de Echeverría se afloja.

—Quiero oírlo —dice sin quitarme la mirada de encima.

—Sí, señor.

Echeverría se aleja de mí y sale de mi despacho sin decir una sola palabra.

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