Capítulo 17
—¿Qué tenéis planeado para este fin de semana?
Caroline se quitó el delantal y lo colgó en el perchero junto al resto del equipo. Después de culminar una jornada provechosa, se recogía una coleta alta para disipar el calor. Las caracolas de un negro azabache a orillas del nacimiento del cabello aportaban a la dueña de unos labios color rojo oscuro que recordaban a la sangre seca un aire aniñado.
Aquella artista frustrada llevaba en el café más tiempo que yo. Aunque pretendiera aparentar ser una gótica moderna, al poco de conversación salía a relucir una Caroline jovial y desenfadada que, lastimosamente, estaba perdida, muy perdida. Ni ella misma sabía encontrarse.
Su arte es, por denominarlo de alguna forma, estrambótico. Tanto como ella. Sospecho que las instituciones de notoriedad internacional de Nueva York tampoco se ponen de acuerdo en cómo catalogarlo. Arte abstracto, nos corregía cuando le pedíamos una aclaración a los retorcimientos, círculos y líneas que inundaban el papel.
Se pasaba la mayor parte de su jornada libre deambulando entre las galerías independientes del SoHo, Central Park o los barrios de Williamsburg y Bushwick con la intención de que alguien se fijara en sus pinturas.
Esa esperanza a la que se acogía aun con los continuos rechazos de grandes galerías me resultaba patético. Pero Maiden siempre tenía una sonrisa para ella, un hombro en el que llorar, un abrazo que mitigara su sufrimiento, un dulce a escondidas que restituyera su ánimo.
Y Caroline lo adoraba.
—Pensaba hacer una escapada a las Adirondack con unos colegas.
Los mechones castaños le tapaban una fracción de rostro. De uno de los bolsillos sacó un cigarro y lo encendió con un golpe de mechero. Apoyado en la puerta abierta del establecimiento, era de las contadas veces que esperaba a que los demás termináramos de recoger.
Jason era prácticamente un novato en la plantilla. Su temperamento hoscoy malhumorado ya no sorprendía a nadie. El sarcasmo era su estilo comunicacional, siempre con la última palabra en la boca que te dejaba con las ganas de partirle la cara. Esa actitud hostil, de enfado con el mundo, surtía efecto con las mujeres, lo reconozco. Hasta Natasha caía embelesada ante sus insultos revestidos de indiferencia. Pero Dory lo había calado. Era un pobre desgraciado que no daba un palo al agua, y mejor tenerlo ocupado en un trabajo mal pagado que derrochando el dinero que no tenía en otros fines recreativos. O en eso se escudaba Dory. En realidad, ninguno conocíamos lo que hacía tras finalizar su turno.
Que contara algo de sí era una primicia.
—¿Te gusta el senderismo? —le preguntó Caroline, atónita.
—Puede.
—Tío, eres todo un misterio. Deberías aprender de Maiden. De él lo sabemos todo. ¡Venga! —lo alentó aproximándose a trote hacia él, moviendo las manos en pos de sacarle información—. Pregunta cualquier cosa, lo que sea. Ya verás como sé responderte.
Caroline tornó la cabeza hacia mí y me guiñó un ojo.
¿Cómo no lo iba a saber todo de Maiden Pears, el chico bueno de Flatbush?
—Deja de molestar, anda —le dije en tono jocoso, y pasé el brazo por sus hombros. Entreví el semblante constreñido de Natasha, levemente alterada por mi trato cercano con Caroline—. A Jacob no le importo un carajo.
—Tienes razón. No me importas en absoluto.
—¡Pero qué gallito! —se burló Caroline—. ¡Venga, hombre! Ya podrías ser más amable. ¡Con lo que nosotros te queremos!
Caroline salió disparada hacia Jacob y se enganchó a su cuello. Los dos tambalearon. El cigarro estuvo a segundos de caérsele al suelo. Caroline no paraba de reír.
—Eres una maldita pesada —se quejó, apartándola de un manotazo.
—Sé que me quieres. —Le lanzó un beso y se volvió hacia nosotros—. ¿No es un sol? —continuó la mofa—. Es un encanto cuando le da la luz del día. Pero ¡cuidado! Mejor que no se moje... No queráis ver su transformación.
Las risas despistaron la mirada tirante de Jason.
—¿Qué pensáis hacer vosotros?
—Nada especial —respondió Natasha—. En unas semanas retomo las clases en la universidad. Me queda muy poco para dejar de veros todos los días.
—¡No! —Caroline se percató de la emoción que anegaba a Natasha. La apresó entre sus largos brazos y la achuchó teatralmente. La mecía de un lado a otro, lo que le hizo reír—. ¡Te vamos a echar muchísimo de menos! ¿Tendrás jornada reducida? ¿O la pesada de Dory quiere que te centres en tus estudios?
—La he convencido para trabajar algunos turnos de tarde y dos fines de semana al mes. Algo es algo...
—¡Nuestra pequeña Natasha se nos hace mayor! —La volvió a abrazar—. Me vas a dejar sola con estos dos. ¿No ves en el lío que vas a meterme? —le recriminaba—. Jason es un puto desastre y Maiden es demasiado servil, tarda una eternidad en atender las mesas. ¿Cómo domestico a estos dos yo sola?
—Cierra el pico, Bruja Mala —asestó Jason con la voz entrecortada por el cigarro.
—¿Eso que he escuchado es el viento? —se jactó Caroline—. En fin, Natasha, ¿no tienes planes para este fin de semana? En nada estarás hasta arriba de trabajos y prácticas y no disfrutarás de un hueco para ti.
—Pues...
—Tenemos pactada una cena —declaré con una sonrisa.
Las dos me miraron con la misma expresión de perplejidad. Los coloretes de Natasha salieron a la superficie. Caroline torció un mohín de entendimiento y movió el dedo índice varias veces contra mí.
—¡Tú...! —exclamó—. ¡Qué bien escondido lo teníais! ¿Estáis juntos? —nos interpeló, zigzagueando entre ambos.
—¡¿Cómo se te ocurre decir eso?! —se revolvió Natasha, tan abochornada que era incapaz de mirarme a la cara.
—No desvaríes —le dije—. Es solo una cena entre amigos. Se lo debo desde hace tiempo.
—¿En serio? —Entreabrió los labios con decepción—. Sois increíbles, chicos. Dejaos de tonterías de una vez y declaraos amor eterno. La tensión sexual que se percibe entre vosotros es inaguantable.
—¡Caroline, por favor! —gritó Natasha—. Cierra-la-boca —enfatizó las palabras de Jason.
—Sigo esperando tu respuesta —me dirigí directamente a Natasha, pasando por alto el comentario de Caroline. Pero había sido perfecto, la guinda del pastel. Todos tenían conocimiento de que había algo entre nosotros—. ¿Cenamos mañana?
—¡Dí que sí, corazón! —la animó Caroline.
—Bruja Mala, nadie te ha dado vela en este entierro —la azuzó Jason—. ¿Tan desesperada estás porque no hay quien te soporte que necesitas saber si estos dos follan o no?
Caroline marchó hacia él exteriorizando su fuerte carácter. Jason no se inmutó, encarándola sin desprenderse del cigarro. Expulsó una columna de humo por el lateral de los labios.
—Al menos yo me acuerdo de con quién me acuesto. Seguro que las yonquis que pasan la noche contigo son un mero espejismo a la mañana siguiente.
Jason se quitó el cigarro y despidió el humo contra la cara de Caroline, que comenzó a agitar las manos para apartarlo.
—Me parece que la tensión sexual está entre otros dos —planteé desde el umbral. Natasha se echó a reír tapándose la boca.
—¿Con este? —le señaló Caroline al volverse hacia mí—. ¡Ni loca!
—Esta bruja no sabría ni por dónde empezar —rechazó Jason.
—¿Perdona? —lo enfrentó de nuevo—. Se nota que no me conoces. ¿Sabes lo que pasa? Que drogado todo el mundo se deja hacer cualquier cosa. No me extraña que seas de gustos raros. Lo que hayas probado con esas tías debe ser asqueroso. Pero es lo que te va, ¿verdad? Eres un tipo malo. De seguro que tú también has hecho ciertas cosas que no te gustaría que supiéramos.
Jason apretó los dientes. Su mandíbula descargó la potencia de la rabia contenida. Tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con el pie. Caroline, de brazos cruzados, no se movió.
—Tú no sabes nada de mí. Que te den. —Le puso el dedo corazón en la cara y se dio la vuelta—. Que os den a todos.
—¡Que sepas que eso es un gesto fálico! —vociferó Caroline en mitad de la acera—. Ese gesto es tan primitivo como tú.
Natasha y yo salimos del café. Mientras ella cerraba la puerta, yo me acerqué a Caroline.
—Déjalo, ya se le pasará. Siempre es igual. —Ella no se dignó a mirarme—. Estáis hechos dos tortolitos.
—¡Maiden, deja de decir gilipolleces!
Indignada, echó a andar calle abajo.
La observé adelantar al gentío que transitaba la acera como si estuviera en plena maratón. Entretanto, Natasha guardó las llaves en su mochila de mano y se puso a mi lado.
—¿Entonces, de verdad quieres cenar conmigo mañana?
Le sonreí.
—Te recojo a las siete.
*
Contemplé mi aspecto en el espejo del baño. Las lentillas disimulaban mi iris verde procurando una tonalidad ambarina. El nuevo vestuario escogido para la cita me hacía parecer otra persona. Elegante, sutil, encantador. Exitoso. El tinte oscuro para el cabello me convertía en mi doble de un universo alternativo.
Había pasado una semana desde la muerte de Ada Kinsey. La tensión estaba ahí, golpeando por salir, exigiendo una nueva presa. LovPer era mi coto de caza. Ninguna interfaz detectaba la creación de nuevos perfiles con el mismo usuario detrás tecleando una identidad inventada. La falsificación de las respuestas en un orden que evitara la tendencia central y las elecciones extremas me garantizaba un reto que afrontar. Tan solo había que entender el funcionamiento del programa. Ser más inteligente que él. El éxtasis de hacer mío un patrón de rasgos diverso avivaba la energía de un desafío que hasta ahora había correspondido sin contratiempos.
En unas horas comprobaría si la tercera de ellas efectuaría otra brillante actuación.
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