Capítulo 1



¡Llegó el día! Por fin llegó el día de mi cumpleaños número dieciocho.

La hermana Corine me dijo que hoy por fin será mi turno para celebrar el sacrificio, conoceré a Dios, podré rezarle frente a frente, podré leerle la carta que vengo escribiendo desde que las hermanas me enseñaron la escritura y la lectura, pidiéndole que encuentre a mis padres y les diga que los perdono por abandonarme, que el señor siempre nos tendrá a todos en su corazón y que jamás los he culpado, cuidar niños no es nada fácil, lo sé, porque me repiten todo el tiempo lo tedioso que fue criarme, a mí, Jelena a secas, no tengo un apellido, una chica sin familia no lo necesita, dijeron, y cuánta razón tenían.

Dejé la iglesia luego de escuchar la primera misa del día, hice una pequeña reverencia, besando mi rosario y me dirigí hacia el comedor, alisando mi hábito, sonriendo feliz al recordar el día de mi consagración a los dieciséis, entregándome a esta orden religiosa que vive en un convento de clausura, nosotras tenemos la obligación de quedarnos dentro y nadie del exterior puede entrar para así no tener distracciones ni ser tentadas por satanás, que Dios me libre de todo pecado.

— Hermana Jelena, la hermana Corine la está buscando, dijo que hay muchas cosas que debe hacer antes de su celebración del sacrificio.

Dijo la hermana Artie colocándose a mi lado en la fila para esperar la comida, mañana es mi turno en el comedor, debo levantarme a las cuatro de la mañana si quiero ayudar a preparar todo y asistir a la misa.

— Gracias hermana, iré con ella enseguida.

Recogí mi desayuno y con toda la calma que pude a pesar de la ansiedad, caminé hacia la hermana Corine, postulante a abadesa, el máximo cargo dentro de este convento, lugar dirigido por siete abadesas, un mal número, es necesario que exista otra, muy necesario.

— Hermana, buen día.

Salude sin tomar asiento, las monjas nos regimos por una estructura muy cuadrada, todo va en la edad y sus logros, la hermana Corine es postulante a abadesa y es lo más probable que consiga el cargo, por lo tanto, está sentada con las demás abadesas.

— Buen día, hermana Jelena, bien sabrás que hoy es tu día del sacrificio, por lo tanto, Dios te liberó de tus deberes por el día de hoy para que cumplas con esta lista — entregándome un papel— Cumple con todo sin falta y quédate en tu cuarto, no almorzarás ni cenarás, el padre Nikolas irá por ti a las diez en punto de la noche.

— Sí hermana.

Sin chistar di media vuelta y dejé el comedor para dirigirme a mi cuarto, desayunaría ahí mientras leo la lista de cosas que...

— ¡Que blasfemia! — leyendo la primera condición— Está prohibido depilarse ¿Por qué lo haríamos? Dios... Dios nos trajo así al mundo... entonces...

Sonrojada hasta las orejas, leí la siguiente parte de la lista.

— ¿Lencería? ¿En...enca...je? ¿Qué es encaje? ¿Debo quitarme el hábito para conocer a Dios? ¿No es esa una falta de respeto?

Miré la canasta desconocida junto a la puerta, tenía una nota "Para la celebración del sacrificio, felicidades". Estaba repleta de artículos prohibidos para una consagrada.

Como la monja más joven de este claustro, muchas hermanas han estado felicitándome, pero no me contaron los detalles de sus sacrificios, dijeron que debía vivir la experiencia, lo cual no ayuda mucho a que la ansiedad disminuya.

Lo tercero en la lista es maquillaje, labios rojos, a Dios le gusta el rojo... dice aquí.

Lo cuarto es beber una botella de vino completa, vino hecho por Dios, debo ser agradecida con lo que él nos ha otorgado.

Quinto, bañada, perfumada y bien peinada, debo mostrarle mi cabello a Dios... se supone que soy su esposa, pero mostrar mi cabello es un poco... un poco vergonzoso.

Y así una larga lista de cuidados personales que estaban bastante prohibidos, estoy... escandalizada, pero si Dios lo pide, cumpliré al pie de la letra.

***

Siendo las nueve de la noche, bañada, perfumada, bien peinada, maquillada, depilada por completo, con mi piel suave por el aceite de bebé y de exquisito aroma, viéndome al espejo con esta... diminuta ropa interior, un corpiño que aprieta mi pecho y lo levanta, juntando ambos senos, unas bragas diminutas que cubren... muy poco, que vergüenza... y... estaba algo mareada, el vino no me está sentando muy bien, creo que a esto le dicen emborracharse ¿Por qué Dios me querría borracha? Pronto lo descubriría.

Me puse mi hábito y tomé asiento en mi cama, llenando la ultima copa de vino que quedaba bebiéndolo de a pocos sorbos, sintiendo los dedos entumecidos y torpes, mi mente no estaba razonando muy bien, supongo que, de esta manera, Dios se sentirá menos incómodo por conocer a otra de sus fieles creyentes, estoy emocionada.

— Hermana Jelena, es hora —Sonrió el padre Nikolas, abriendo la puerta de mi cuarto— ¿Cumplió con todas las exigencias para hoy?

— Todas y cada una de ellas, padre.

Poniéndome de pie tambaleante, siendo sujetada por él antes de terminar en el piso.

— Lo lamento, padre, es... es que estoy muy torpe.

— Es parte de la experiencia, hermana —sujetándome por la cintura para no caer, que amable es el padre Nikolas— Vamos, todos esperan.

Ayudándome a caminar, saliendo del cuarto.

— ¿Quiénes son todos, padre?

— Las abadesas, las hermanas y nosotros, los sacerdotes que las visitamos cada tanto para confesarlas y librarlas de pecado.

Asentí siguiéndolo hacia el salón, el único lugar dónde no había ni un solo crucifijo ni figura sagrada, recuerdo muy bien que de pequeña pasaba mucho tiempo aquí para ser castigada por las hermanas, varillazos en la espalda por insolente, quisquillosa con las comidas, por no aprender a leer rápido o por escribir con faltas de ortografía, mi espalda es un mapa de todo lo mal que hice y sigo haciendo, este lugar no me trae buenos recuerdos.

— Debes dejar el crucifijo fuera, hermana.

Señalando el lugar en el que todos descansaban.

— Por supuesto.

Con manos torpes me lo quité y dejé el mío junto a los otros en la superficie plana, cruzando las dobles puertas, viendo a las personas formar un semi circulo, las hermanas a los costados, las abadesas en primera fila, los padres en el centro, diez sacerdotes.

El padre Nikolas me ayudó a llegar a la silla en el centro, empujándome ligeramente para que tomara asiento, sonriendo.

— Damos inicio al rito del sacrificio — explicó— Dios bajó a la tierra y tomó posesión del cuerpo de cada sacerdote, Jelena — parándose frente a mí— Tu misión hoy es complacer a Dios, hacer el trabajo de una esposa, por eso él pidió expresamente que purificaras tu cuerpo y te pusieras linda para él.

Ladee la cabeza, confundida.

— ¿Complacer a Dios? ¿A...así como... placer carnal? Eso es un pecado, padre, yo quiero ir al cielo, no puedo hacer algo así.

Abrazando mi cuerpo, apretando el hábito.

— ¿Estás rechazando a Dios? Todas las hermanas aquí presentes ya lo recibieron, los dejaron bendecir sus cuerpos ¿Tú no quieres tan divina protección?

Titubee.

Todas ellas lo hicieron, yo de nuevo sería la diferente, la excluida, la chica huérfana sin apellido, la molesta, insolente, corrompida por satanás por no recibir a Dios en mi cuerpo... iban a castigarme otra vez por negarme...

— E-está bien — accedí— ¿Qué tengo que hacer?

Sonrió de una manera que no me gustó, tomando mi mano, llevándola a su entrepierna mientras la hermana Cecil se acercaba posicionándose a mi espalda, descubriendo mi cabello, deslizando mis ropas por mis hombros, descubriendo mi cuerpo sin demostrar ni una mínima expresión en su rostro, otro padre se acercó desabotonando su camisa, me asusté, no hay ningún pasaje bíblico que hable de esto, no hay... no escuché nunca reglas como estas ¿Por qué Dios querría humillarme de esta manera?

Quise expresar mi confusión, abrí la boca dispuesta a protestar, quise retirar mi mano, pero el padre Nikolas no me lo permitió y la hermana Corine estaba lista, con la varilla en su mano para castigarme por no hacer las cosas bien otra vez.

— Vaya... vaya... vaya... Además de drogadictos, ahora se dedican a joderle la vida a jovencitas.

Retiré mi mano rápidamente, pegándolas a mi pecho en un intento de cubrirme, temblando de pies a cabeza, observando la imponente figura de un hombre alto, muy alto, de espalda ancha, visibles músculos bajo ese traje, rubio, de ojos azules, fríos... no había nada de amabilidad en ese hombre, más bien era la personificación de Satán, era tan hermoso como Lucifer, vino a obligarnos a pecar, a confundirnos.

— S-señor Volkov, lo esperábamos un poco más tarde — dijo el padre Nikolas— Estábamos iniciando a la nueva monja, su cuerpo le pertenece a Dios — sonriendo malicioso— Estábamos a punto de demostrarle su amor.

Sujetando mis mejillas con demasiada fuerza, lastimándome.

— Violarla ¿Eso es lo que estaban a punto de hacer?

Temblé ¿Eso es lo que iban a hacer conmigo?

— Señor Volkov ¿Puede esperar fuera hasta terminar el rito?

Dijo el padre Eric, dando un paso al frente.

— No, no puedo — caminando acompañado de un puñado de hombres que lucen sus armas como si no fuese un pecado portarlas y usarlas— Tenían una deuda conmigo, me citaron hoy a media noche, escuché por ahí que ustedes son unas ratas asquerosas y desleales, no mintieron — parando justo detrás de mí, podía sentir su calor irradiar a mi frío cuerpo— Estoy seguro de que el mundo será un lugar mejor sin ustedes malgastando aire.

Las hermanas intentaron salir, esos hombres que acompañaban a quién parece ser su jefe cerraron las puertas y las empujaron dentro ¿Qué iban a hacerles? ¿Qué va a pasar con nosotros?

— Tú, Malyshka — apoyando su mano en mi hombro desnudo, sobresaltándome— ¿Qué prefieres? Te dejo en mano de estos putos enfermos para que te inicien en esta asquerosa mierda y luego vengo a matarlos a todos, tú incluida, o te mato antes de que te pongan una mano encima y luego los mato a ellos ¿Qué decides?

Ellos... ellos no están actuando en nombre de Dios, ellos son malos, muy malos, corrompidos por Satanás, los sacerdotes que vienen del mundo exterior lleno de perversiones corrompieron a las pobres hermanas y quieren lastimarme. Este hombre vino a salvar mi alma.

— Máteme, por favor.

Respondí yo, temblando de pies a cabeza, sintiendo mis ojos anegados en lágrimas.

— ¿No te da miedo morir? ¿No te... aterra sentir dolor? Malyshka, creo que te lavaron tan bien el cerebro que no tienes idea de lo que digo.

¿Malyshka? Ya no soy una niña... cumplí dieciocho.

— No me aterra morir ni sentir dolor, el dolor será un pago por mi pecado original y luego podré descansar junto a Dios, no es un castigo la muerte, es una bendición para quien cumplió sus mandamientos y fue su fiel sirviente.

El sujeto frunció el ceño y me miró cómo si estuviera loca, acuclillándose, lanzando sobre mí el hábito.

— Vístete, nos vamos.

Quité el habito de mi rostro para poder mirarlo, sorprendida por la decisión que tomó, esa no estaba entre las opciones que me dio.

— Pero señor, yo pensé...

— Te mostraré el verdadero infierno, hermana, uno que quizá sea mejor que el que estabas a punto de vivir.

Si era mejor... si él decía que era mejor...

Que Dios me perdone por pensar en seguir al hombre al infierno, que Dios me tenga en consideración...

Rápidamente me vestí y cubrí mi cabello, caminando hacia la salida como él señaló sin abrir la boca, sus hombres cerraron la puerta apenas llegué fuera, arreglando mi ropa, tomando mi crucifico, apretando la cruz entre mis manos, rezando un ángel de la guarda repetidas veces, acuclillándome, asustada al escuchar los gritos y el sonido de esas armas ser disparadas ¿Qué estaba pasando?

El mismo hombre de antes salió y cerró la puerta, las manos manchadas de sangre, salpicaduras en el rostro, cargando un maletín que parece bastante pesado por su tamaño.

— Nos vamos.

Comenzando a caminar hacia la salida sin esperarme, si no me apresuro seré el sacrificio y no puedo quedarme aquí, no puedo ensuciar mi cuerpo de esa manera.

— S-señor ¿Vamos a salir del claustro?

Apresurando el paso para seguirle el ritmo, sus piernas largas no me ayudaban, por cada paso suyo, yo debía dar tres, era un poco agotador seguirlo cuando él camina tan rápido.

— Pues claro, no pienso quedarme en este mierdero.

Me persigné, que Dios perdone su mal vocabulario.

— Yo nunca he salido, me abandonaron aquí de bebé, este lugar es todo lo que conozco, por favor no diga malas palabras para referirse a mi hogar.

— ¿No tienes apellido dices?

Preguntó abriendo la puerta que da al exterior, la chapa repleta de agujeros.

— No, no tengo.

Contando hasta cinco antes de cruzar el umbral, sigo pensando que salir es incorrecto, yo juré ante Dios dedicarle todo mi tiempo y mi vida a su oración y si salgo estaré faltando a ese juramento.

— Hasta los huérfanos tienen apellido, un apellido universal que se le da a todos los bastardos, si tú no tienes uno es porque no fuiste inscrita, te criaron para ser la comida de esos cerdos.

— ¿Comida? Iba a ser algo así como... ¿La cena?

Volteó a mirarme, frunciendo el ceño, observándome como si tuviese cinco ojos en vez de dos en mi rostro.

— No ibas a satisfacer ese tipo de hambre, Malyshka, hablo del hambre físico, el deseo, el morbo, el sexo, hablo de sus penes en tu...

— ¡Alto! — sonrojándome hasta no poder más— Alto, por Dios... rezare por su alma, quizá Dios pueda perdonar esa mente y esa boca.

Sonrió de lado acercándose al auto que ya lo esperaba, alguien le sujetaba la puerta, el hombre entró y se deslizó por el asiento, mirándome otra vez.

— ¿Qué esperas? ¿Una invitación, Malyshka?

— No soy una niña, señor, hoy cumplí mi mayoría de edad — entrando al auto, dando un brinco cuando la puerta cerró a mis espaldas— Así que deje de llamarme de esa manera.

— ¿Cuál es tu nombre entonces?

Viéndome apretar el crucifijo con fuerza, parecía darle gracia algo en mí.

— Jelena, Jelena solamente.

— Jelena entonces — acariciando su mentón— Jelena — repitiéndolo lentamente, como si saboreara el nombre— Ok, Jelena, no sé si habré elegido bien, me diste lastima, mi padre me crío cómo un perro, no creí conocer la lastima, pero tú te veías tan pura, creyendo todas esas mentiras, aguantándote las lágrimas... no sé si eres tonta o muy valiente en venir conmigo ¿No sabes quién soy?

Negué.

— Señor, vivía en un claustro, sin televisor, sin móvil, sin radio, no tengo idea sobre las perversiones del mundo exterior.

— Antes de continuar hablando, mi nombre es Alexander Volkov, tengo veintisiete años, soy el Boss de la Bratva, CEO de la cadena de hoteles Volkov, General retirado de las fuerzas armadas, aunque también probé las fuerzas aeroespaciales, mi padre decía que al enemigo hay que matarlo desde dentro, escalé, escalé y escalé en la milicia hasta llegar dónde quise, y luego... Bum, cabezas, vísceras, miembros volando por todas partes, ese día me hice Boss.

Sonriendo orgulloso ante el recuerdo.

Lentamente me arrastré por el asiento, pegando mi espalda a la puerta, moviendo mi mano hacia la manija, el auto estaba en movimiento, pero quizá, sólo quizá sobreviva si me lanzo.

— Sí, haces bien en temer — dijo— Como mencioné, fui criado como un perro, no tengo ni la menor idea de por qué te saqué viva de ese lugar, matarte rápido hubiese sido mucho más piadoso, ni siquiera tengo un buen ejemplo femenino de la perra de mi madre para sentir un poco de lastima por tu género, entonces ¿Por qué?

Ladeando la cabeza, inclinándose hacia mí, tomando mi mano para quitarla de la manija, soltándola sobre mi regazo.

— Vamos a divertirnos mucho, hermana, te mostraré todo lo que te has perdido por haber llegado al lugar equivocado, haré que existas primero que todo, tú no eres nada ni nadie en este mundo de mierda, nadie te recordaría ni te lloraría si desapareces.

Estrujé mis dedos con nerviosismo intentando no mirar el rostro de Alexander Volkov, esa sonrisa tétrica, la sangre que lo salpica, la soltura con la que habla de la muerte, el infierno y cómo maldice... Dios... él sabe que tiene un pase asegurado al infierno, él lo sabe y no le interesa.

Me mantuve callada el resto del trayecto, mirándolo de reojo cada tanto, tosiendo cada vez que el humo de su puro era demasiado para mí, podía verlo sonreír, casi parece que lo hace a propósito ¿Intenta que le hable y le pida que pare? Al menos podría tener la decencia de bajar la ventana, es un mal educado.

Bajé del auto siguiéndolo otra vez, Alexander Volkov le lanzó el maletín a alguien y apagó el puro en las manos del sujeto que se le cruzó para hablarle, esa acción fue suficiente para que el pobre hombre comprendiera que no quería ser molestado.

¿A mí también va a quemarme las manos así? ¡Cristo! Sí debí recibir un final rápido, voy a vivir una tortura quizá por cuanto tiempo.

Sin abrir la boca, lo seguí por el enorme pasillo, subí las escaleras sujetando mi hábito para no enredar mis pies y recorrí el pasillo en silencio dos pasos tras él, sonrojándome al sentir las miradas curiosas de los sujetos que intentaban no molestar al hombre, hasta ahora, no he visto ni una sola mujer ¿Por qué?

— Este será tu cuarto, Malyshka, y esto — señalando mis ropas— Va a desaparecer, desde hoy ya no eres más monja, te libero de esa vida, vas a tomar la que yo voy a ofrecerte, vas a aprender a serme útil.

Instintivamente retrocedí, cruzando mis brazos sobre mi pecho.

— Mi cuerpo está destinado a Dios, si usted cree que yo...

— No me interesas, Malyshka, no es de esa forma en la que voy a usarte, tú tranquila, pero eso no quiere decir que mis hombres vayan a ser amables contigo, aquí no tenemos chicas, no encontrarás ni una sola... a menos de que sea una prostituta — restándole importancia— Mis hombres recibirán la orden de no ponerte ni siquiera un dedo encima si es con fines sucios y libidinosos, yo mismo voy a matarlos si se atreven, pero van a enseñarte como sobrevivir, cómo serme útil, y te aseguro que serán los peores años de tu vida, porque ya estando aquí, sabiendo quién soy, dónde vivo y lo que hago, no puedo dejarte ir, una lástima para ti, eres mía.

Abrió la puerta y me empujó dentro, metiendo ambas manos a sus bolsillos.

— Tienes un día pesado mañana, yo que tú, ya me iría a la cama, las niñas buenas se duermen temprano — burlándose— ¿Por qué usas esto?

Tocando mi velo.

Aparté su mano de un manotazo, retrocediendo.

— Con esto consagro mi virginidad para ser exclusivamente esposa de cristo, sólo Dios puede ver mi cabello o mi cuerpo, todo le pertenece a él, lo de antes... tendré que hacer mucha oración de penitencia por mostrarme así frente a tantas personas — persignándome— Que Dios me perdone por eso.

Alexander rodó los ojos y tiró de mi velo, ocultándolo a sus espaldas cuando intenté recuperarlo.

— No más. Ya no eres esposa de nadie, Dios no entra en esta casa, nunca hizo nada por mí o los míos, por lo tanto, no le rezamos ni lo tenemos en consideración, así que tendrás que ir acostumbrándote, hermana.

— Espero que lleve bloqueador el día de su muerte, porque al cielo no irá, señor Alexander Volkov.

Cerrando la puerta con fuerza en su rostro, tocando mi cabello.

— ¿Cuántas penitencias tendré que hacer ahora? De seguro ese psicópata no me dejará ir a la iglesia para confesarme ¿Qué es lo que espera de mí? — quitándome el hábito— ¿Cómo es eso de que soy suya y ya no puedo irme? Pero ¿Qué se cree?

Doblando mi ropa a los pies de la cama, quitándome los zapatos y los cortos calcetines, parte de la lista era no usar medias hoy, me siento desnuda y no tengo un camisón para dormir ¿Qué vestiré mañana? ¿Qué es un hábito sin velo?

— Tu pijama, hermana — dijo Alexander, entrando como si nada, lanzándome lo que parecía ser una camiseta masculina— Ya decidí dónde te pondré mi bonito tatuaje para marcarte como mía.

Indignada y avergonzada estiré la camiseta y me la coloqué, viendo que cubría sólo medio muslo, casi toda mi pierna expuesta y estaba usando esta... ridícula ropa interior diminuta que nada cubre ¡Dios! Por su culpa yo también iré al infierno ahora.

— No voy a tatuarme nada, sueñas despierto, Alexander Volkov.

— No era una pregunta Jelena solamente ¿Quieres que te muestre el mío? Va a encantarte — desabrochando su pantalón— No... no maldita sea, no es correcto — negando, arreglando su ropa otra vez— Debí tocar, no me quitaré la ropa delante de ti, intentaré respetar un poquito tus estúpidas costumbres.

— Decir estúpido estuvo de más, Alexander Volkov.

Cruzándome de brazos.

— Sólo prepárate psicológicamente, porque en la pierna izquierda llevamos nuestro emblema y voy a marcarte sin falta para mostrarle a tu puto Dios quien es tu dueño ahora — guiñándome un ojo— Descansa, Jelena solamente.

Con las palabras atascadas me dejó el muy... tonto sujeto, dejando el cuarto, cerrando la puerta.

Todo apunta a que mañana será un día malo, muy malo, y yo no me atrevo a cometer un pecado de la magnitud de la muerte, eso sí que me llevará al infierno, aún puedo salvarme, no puedo pensar en la muerte como una salida fácil, Dios hace a las monjas sus mejores guerreras contra satán y los escépticos, voy a soportar, debo soportar.

— Alexander Volkov... no me das miedo.

De todas maneras, fui hacia la puerta y puse el seguro antes de meterme en la cama e intentar dormir, mañana será un día largo y diferente.






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BUENAS BUENAS PECADORAAAS

SI ESTÁN AQUÍ ES PORQUE NECESITAMOS IR A MISA O A QUE NOS HAGAN UN EXORCISMO, UNO DE DOS JAJAJAAJJA

COMENZAMOS HABLANDO SOBRE JELENA, LA POBRE E INOCENTE JELENA QUE CREE TODO LO QUE LE DICEN

LA CRIARON ASÍ, INGENUA, UNA CHICA QUE EN REALIDAD NO EXISTE, ALGUIEN QUE NADIE EXTRAÑARÍA SI DESAPARECE, ALGUIEN SIN APELLIDO

LAS HERMANAS MISMAS LE ENTREGARON UN LISTADO CON TODO LO QUE DEBÍA HACER PARA ESA NOCHE

EL SECRETO DE LO QUE HARÍAN CON ELLA ERA UN SECRETO A VOCES EN LA CONGREGACIÓN 

JELENA ESTABA A PUNTO DE PASAR EL MOMENTO MÁS ATERRADOR DE SU VIDA CUANDO ALEXANDER VOLKOV HIZO APARICIÓN POR FORTUNA O NO

LA COBRANZA DE DINERO LA SALVÓ DE UN DESTINO TERRIBLE, ELIGIENDO SEGUIR AL LOCO ANTES DE QUEDARSE Y VIVIR ESA ATROCIDAD 

ALEXANDER ES MUCHO MÁS ATERRADOR DE LO QUE ELLA PENSÓ EN UN COMIENZO, ESTÁ CON UN COMPLETO PSICOPATA QUE NO LE TEME AL INFIERNO, LA SANGRE O LA MUERTE

ALEXANDER YA LA RECLAMÓ CÓMO SUYA

LE ORDENÓ VIVIR EN BASE A SU ESTILO DE VIDA Y LE ADELANTÓ QUE SU COMIENZO SERÁ DURO

DEBERÁ DEJAR SUS CREENCIAS DE LADO PARA SOBREVIVIR, PERO... ¿PODRÁ?

EL DIABLO NO LE TENDRÁ PIEDAD, DIOS NO ENTRA EN ESA CASA

¿QUIEN VA A PROTEGERLA?

NOS LEEMOS EN EL SIGUIENTE CAPITULO BESTIES

BEEEESITOS EN LA COLA, FELIZ LUNES

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