Liberty
Liberty
El viernes, en la tarde, la pandilla se reunió en su guarida secreta del parque Árboles Altos. Stella les había pedido a todos que acudieran inmediatamente después de clases, pues tenía algo muy urgente del que ponerlos al tanto.
Una vez estuvieron todos reunidos –Lincoln, Clyde, Liam, Zach y Rusty–, la chica del grupo se asomó fuera de la caverna a verificar que nadie los hubiese seguido o deambulara cerca. Después de eso cerró la entrada e indicó a todos que se acercaran para hablar en absoluta confidencia. Preocupados, los chicos la rodearon.
–Gracias a todos por venir –susurró, en voz tan baja que apenas era audible–. No tenemos mucho tiempo, así que iré al grano. Las demás chicas de la escuela nos están ocultando algo. ¡Algo enorme!
–¿Qué cosa? –preguntó Rusty intrigado.
Con lo que Stella empezó a explicarse.
–Qué tal si les digo que tienen un aparato que les permite ver... Hacia el futuro.
Los demás chicos de la pandilla la miraron asombrados, sin poder creer semejante afirmación.
–¿Cómo? –exclamó Clyde.
–¿Cómo lo sabes? –indagó Lincoln.
–Las chicas no tienen un aparato que les permite ver el futuro –negó Rusty–. Eso es tonto.
–Si Stella dice eso entonces debe ser verdad –objetó Zach–. Escuchemos que tiene que decir.
–Es verdad –aseguró la filipina, que parecía preocupada y excitada al mismo tiempo–. Yo tampoco podía creerlo, pero lo vi esta mañana en el baño de niñas, durante el receso...
Flashback.
Les contó que esa mañana estaba por salir del cubículo e ir a lavarse las manos, cuando, de pronto, escuchó unas traviesas risillas.
–¡Mi turno, mi turno! ¡Me toca!
–Bien. ¿Qué quieres saber?
Por simple curiosidad, Stella retrocedió a paso sigiloso y se trepó al retrete. Luego se asomó por arriba del cubículo. No le costó trabajo por ser bastante alta para su edad, pero igual procuró no asomarse más de lo necesario para no ser descubierta.
Las demás chicas de su clase se hallaban aglomeradas en una esquina apartada de ese cubículo al otro extremo del baño. Entre ellas reconoció a Jordan, Mollie, Cristina, Brownie y Cookie.
Todas ellas reían, cuchicheaban y secreteaban al tiempo, de tal modo que apenas se podía entender lo que decían. Por lo cual Stella se mantuvo en absoluto silencio y paró oreja.
–Quiero saber si viviré en una mansión en el futuro –rió Jordan.
–Bien, averigüémoslo –dijo Mollie–. ¿Lista?
Sintiendo mayor curiosidad, la filipina se asomó otro poco y entrecerró los ojos tratando de avistar que era exactamente lo que hacían las demás chicas.
–Di un número.
–Cuatro.
–Bien. Uno, dos, tres, cuatro... Ahora elige un color.
–Azul.
–A,U, Z, U, L... Escoge otro color.
–Rojo.
–R, O, J, O... Bien... Si, Jordan vivirá en una mansión en el futuro. Definitivamente.
–¡Que bien!
–Ahora yo –pidió Cristina–. Quiero saber si me casaré con alguien lindo en el futuro.
–Yo lo hago –dijo Cookie, que pasó a recibirle algo a Mollie–. Escoge un número.
–Tres.
–Uno, dos, tres... La respuesta es no.
–Hay, que mal.
A lo que las otras niñas se echaron a reír.
–¿Qué rayos?
Sin poder dar crédito a lo que acababa de presenciar, Stella volvió a ocultarse dentro del cubículo, y no salió de allí hasta haberse asegurado que las demás se hubieran ido.
Fin del flashback.
Sus amigos de la pandilla se quedaron pasmados.
–¿De dónde sacaron eso? –preguntó Liam a Stella en cuanto esta terminó con su relato.
–Tal vez sea alguna especie de dispositivo alienígena –dedujo Zach–. Tal vez las chicas sean alienígenas infiltrados entre nosotros.
–Oh, Dios mío –exclamó Rusty–. ¿Cómo saben que pasará?
–Parece que con una especie de código que abre una puerta hacia el tiempo –explicó Stella–. No estoy muy segura. Lo que sé es que a esa cosa puedes preguntarle lo que quieras y te dará la respuesta exacta.
–¿Se imaginan si tuviéramos un poder como ese en nuestras manos? –sugirió Clyde–. Estaríamos siempre un paso adelante el otro año que entremos a la secundaria; sabríamos que hacer y que no para vernos cool; evitaríamos todo tipo de problemas con maestros y bravucones y al poco tiempo seríamos los chicos más populares de toda la escuela.
–Tendríamos los números ganadores de la lotería a nuestra disposición –sugirió Rusty igual de emocionado–. Así seríamos asquerosamente ricos, más ricos que los de doblaje, y también nos ayudaría a conquistar a otras chicas.
–No sólo eso –terció Lincoln frotándose las manos ansioso–. Hay que pensar en grande. Hoy: la escuela secundaría. Mañana: el mundo entero.
–Bien dicho –lo apoyó Stella–. ¿Saben lo que esto significa, chicos?
–Por supuesto –asintió el peliblanco con gran determinación–. Tenemos que adueñarnos de ese aparato.
–¡Si! –lo ovacionaron Liam y Zach.
–Muy bien. Es hora de empezar la operación: "...
–Espera un momento, Linc –lo interrumpió Stella–. Oye, sé que tú eres el "hombre del plan" y eso, pero... De hecho... Quizá... ¿Crees que podría estar al mando esta vez?
Lincoln y los tres pelirrojos se quedaron callados, mientras que Clyde salió en defensa de su amigo.
–¿Qué dices?
–Que quisiera ser la líder esta vez –repitió la chica, de forma muy cordial.
–¿Por qué? –preguntó Lincoln.
Ante lo cual Stella bajó la cabeza avergonzada al responder.
–Mira, eres mi amigo y te estimo mucho, que de eso no te quepa la menor duda; pero es que estamos arriesgando mucho en esto y... ¿Cómo decirlo sin que suene tan feo?... Pues... La verdad... Es que... Tú apestas en lo que haces.
–¡¿Eh?!
Sus otros amigos ahogaron una exclamación y claro que se sintieron más que indignados.
–Lo siento mucho, de verdad –se disculpó la filipina–. Pero es que tus planes casi siempre fracasan miserablemente y no nos podemos arriesgar a fallar en esta operación.
–¡Oye, no le hables a Lincoln así! –le recriminó Clyde enfadado.
–¡Si! –secundó Liam–. ¿Con que derecho vienes a cuestionar sus métodos? Él ha sido nuestro líder desde mucho antes de que tú llegaras.
No obstante, lejos de sentirse ofendido, y tras meditarlo un poco, el susodicho acabó dandole la razón a su amiga.
–Estoy de acuerdo con Stella –dijo, para total asombro de todos, incluyendo la chica que pretendía arrebatarle el liderazgo–. No nos engañemos, chicos, mis planes siempre tienen una alta probabilidad de fracaso.
–Pero Lincoln... –trató Clyde de protestar.
–¿Ya olvidaste cómo nos fue en la convención de Ace Savvy?
–... Si, pero...
–¿O la vez que hice creer a todos que daba mala suerte para tener algo de tiempo libre? ¿Cuando nos quedamos a cuidar a Lily para que yo no tuviese que ir a visitar a la tía Ruth? ¿El negocio de gurú de chicas?
Con todos estos ejemplos dados, su mejor amigo se quedó sin habla, sin forma alguna de replicarle nada.
–Si queremos quitarle ese aparato a las chicas –prosiguió Lincoln–, lo más sensato es que Stella sea la que idee un plan en esta misión. Ella es una chica, después de todo, y sabe como piensan. Por lo tanto, cuenta con mi apoyo.
–Gracias, Linc –le sonrió la filipina–. Lamento haber sido tan dura contigo.
–Nha, descuida. No dijiste nada que no fuera verdad. Tú eres muy inteligente y confió en tu criterio. Entonces, ¿los que estén a favor de que Stella tome el mando?
Después de pensárselo un rato, sus demás amigos levantaron la mano para dar su voto a favor, incluyendo Clyde, que igual lo dudó un poco. Sin embargo, ninguno de ellos se opuso al final y Stella quedó al frente del grupo.
–Está hecho –declaró Lincoln bajando su mano–. Te escuchamos, Stella.
–Gracias, Linc –le sonrió su amiga nuevamente–. Prometo que no les fallaré.
–¿Tienes un plan? –le preguntó Clyde.
–Claro que si. El próximo viernes, Jordan y Cookie Rosato darán una fiesta de pijamas en su casa. No me cabe duda que las chicas llevarán el aparato. Si alguno de nosotros fuera invitado a esa fiesta, no sólo nos apoderaríamos del aparato, sino que también sabremos como usarlo.
–Que inteligente –la felicitó el chico de blancos cabellos–. ¿Lo ven? Sabía que ella tendría la respuesta.
–Si, pero hay un problema –mencionó Rusty–. Un niño no puede ir a una fiesta de niñas.
–Por supuesto que no –el peliblanco señaló a la filipina de gran altura para aclarar lo obvio–. Pero si una niña.
–Exacto –asintió Stella–. Uno de nosotros tendrá que infiltrarse en esa fiesta, y tenemos aquí mismo a la persona indicada para hacerlo...
***
Ese mismo día, el grupo entero se dirigió al departamento de ropa femenina de la plaza comercial.
–Esto no me convence, Stella –protestó Lincoln, que desde ya se estaba arrepintiendo de haberle cedido el mando.
–Creí que te gustaba mi plan –le replicó su amiga.
–Si; pero cuando dijste que uno de nosotros se iba a infiltrar en la fiesta, pensé que te referías a otra cosa.
A pesar de sus protestas, Stella terminó de retocarle el maquillaje, mientras que Clyde le rociaba un poco de perfume, Liam le pintaba las uñas y Rusty le colocaba unas extensiones de pelo que ayudó a sujetar con un broche color naranja.
–¿Que no sería más simple que fueras tú a la fiesta de Jordan, ya que eres una chica de verdad?
–Sabes que no me llevo bien con las otras chicas. Siempre quieren hablar de moda, bandas juveniles y demás cosas femeninas que a mi no me interesan. Por eso me junto con ustedes. Además, este plan es mucho mejor. Ellas nunca sospecharán de una chica a la que nunca hayan visto antes.
–Si, bueno... Pero... En ese caso, ¿por qué tengo que ser yo el que se vista de niña?
–Dha, pues porque vives con tus diez hermanas y sabes más o menos como actuar cerca de otras chicas. De resto, sólo tienes que disimular bien para que no te descubran. Yo misma te daré unos tips que estoy segura te serán útiles.
–Sigo pensando que esta es una mala idea... Pero, bueno, tú eres la que manda.
–Listo –dijo Clyde, una vez el disfraz estuvo completo, por lo que todos se apartaron para apreciar el resultado de su trabajo.
A su vez, Lincoln contempló su propio reflejo en el espejo del probador.
–Me veo ridículo.
–Oh, no digas eso, muñequita –se le mofó Rusty.
–Al contrario, te vez encantadora –rió Liam.
–¿Le abro la puerta, señorita? –se mofó seguidamente Zach.
Stella los reprendió en el acto.
–Basta, ustedes tres. Esto es cosa seria –y se aproximó por detrás de su amigo y se agachó a agarrarlo de los hombros, en lo que también lo contemplaba a través del espejo–. Te ves bien, Linc. Estoy segura que con esto pasarás de incógnito. Recuerda, el lunes deberás ir a la escuela, no como Lincoln Loud, sino como la "niña nueva que recién se mudó al pueblo".
–¿Cómo en la película de La chica rosa? –preguntó Clyde.
A lo que Stella se volvió hacia él frunciendo el ceño.
–No, no como Rosame el pene, ¿bien? Esto es mucho mejor que eso.
–Un momento –señaló Lincoln la que vendría a ser la mayor falla en este plan, que ya de por si le resultaba bastante descabellado–. Si me hago pasar por la "niña nueva", las demás personas se preguntarán donde estoy.
–No te preocupes –rió la filipina–, ya pensé en eso y tengo la coartada perfecta. Lo que haremos será fingir tu muerte.
–¡¿Qué?!
–Son cosas simples de espías, amigo –explicó Stella encogiéndose de hombros–. Escogemos al mejor, fingimos su muerte y lo disfrazamos del enemigo.
Ante esto, Lincoln negó con la cabeza para hacerle saber que ya le había perdido toda la confianza que le tenía.
–Olvídalo, me retiro, esto es una locura total.
Se dispuso entonces a salir del vestidor; pero, antes, la alta chica lo retuvo entre sus poderosas manazas y lo levantó por las axilas a varios centímetros del suelo.
–¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Bájame!
Justo en ese instante, Leni, quien acababa de regresar de su descanso, se aproximó al vestidor al oír todo el escándalo que se estaba generando allí adentro. Primero observó los otros cinco pares de pies por debajo de la puerta y después llamó a esta misma.
–¿Está todo bien allí adentro?
Su hermano quiso gritar por ayuda, pero Stella fue más rápida en abrazarlo con fuerza contra su pecho y cubrirle la boca.
–¡Mmm...!
–Si, todo en orden –contestó la chica, mientras el otro chico forcejeaba y soltaba patadas en el aire–. Sólo se me atoró el cierre de la falda, pero ya está todo bien.
–Ah, bueno.
Después de que Leni se retirara, Stella le descubrió la boca a Lincoln, mas no accedió a soltarlo todavía.
–Oigan, no voy a fingir mi muerte.
–Te prometo que sólo será hasta que consigamos el aparato –imploró su amiga–. Después podrás decirle a tus padres que todo fue una farsa.
–Si, y después mis padres me castigarán de aquí hasta que cumpla cuarenta.
–El riesgo lo vale, Linc. Piensa en todo ese poder, sólo para nosotros.
–Si, amigo –la apoyó Liam–. Cuando conquistemos el mundo lo tendremos todo: Fama, fortuna, quesos finos, y ya nunca nadie podrá castigarnos.
Pese a sus dudas, el albino si se veía tentado con todo lo que podía ofrecerle un aparato que pudiera predecir su futuro; pero tampoco le acababa de gustar eso de fingir su muerte.
–No sé...
–Te diré algo.
Al verlo tan indeciso, la alta muchacha lo levantó otro poco para susurrarle al oído una oferta que no podría rechazar.
–Si nos ayudas a conseguir ese aparato, saldré contigo.
Lincoln volvió a patalear y forcejear por hacer que lo soltaran.
–¡Olvídalo, yo ya tengo nov...!
–¡Bueno, ya!
Molesta, Stella lo estrujó hasta dejarlo sin aliento. De ahí lo soltó y, con los brazos en jarras, se inclinó a devolverle una mirada amenazante.
–Escucha, no quería hacer esto, pero no me dejas opción. O nos ayudas a conseguir ese aparato, o te delataré con Ronnie Anne y le diré de tu hermana con la que sé que te besuqueas por las noches.
Lincoln tragó saliva y palideció.
–¡¿Có... Cómo supiste que Lucy y yo... Digo, Luan y yo...?! ¡Rayos!
Esbozando una maliciosa sonrisa, la filipina se irguió al tiempo que sacaba una grabadora portátil de su bolsillo y le picaba al botón de pausa.
–Ahora lo sé.
***
Ya entrada la noche, la familia Loud miraba el Barco de los sueños en la comodidad de su sala. Estaban los padres y sus diez hijas, pero el hijo de en medio y unico varón seguía ausente.
Como era aun temprano, el señor y la señora Loud asumieron que estaba con sus amigos. Después de todo era viernes y dijo que se reuniría con ellos después de clases. Seguro estarían muy entretenidos a esa hora jugando videojuegos o viendo su programa sobre cazadores de fantasmas.
Por lo tanto no había de que preocuparse. Esperarían hasta máximo una hora o dos antes de llamarlo y preguntarle donde estaba y si ya quería que lo fueran a recoger. Lo normal un viernes por la noche.
Por desgracia, la tranquilidad del matrimonio y sus diez hijas, por igual, se disolvió en un periquete tan pronto llamaron a la puerta y Lynn Jr. acudió a abrirle... A quién sino la misma policía regordeta que en cierta ocasión se llevó detenida a su madre.
–¿Quién llamó a la Po-Po? –preguntó Lisa al igual que esa vez.
–Señor y señora Loud –informó la oficial al ingresar a la residencia.
En su cara se denotaba una creciente angustia, dado que no estaba allí para presentar algún reclamo o arrestar a alguien. Todo lo contrario, estaba allí para dar una terrible noticia.
–¿Qué ocurre, oficial? –preguntó el señor Lynn.
–Tienen que venir pronto –avisó la policía–. Su hijo está sobre un edificio y amenaza con matarse.
Al oír esto, los Loud soltaron una exclamación masiva.
***
En menos de diez minutos, la patrulla en la que se transportaba esa misma policía aparcó cerca del "Royal Woods Spa" –uno de los hoteles más lujosos de la región con un aproximado de veinte pisos de altura–, seguida por la camioneta de los Loud.
En el momento que llegaron había una gran multitud de testigos aglomerándose tras una barricada policial. También había un camión de bomberos con el equipo de rescate listo para actuar en el momento indicado, una ambulancia en la que los paramédicos tenían preparada la camilla en caso de que sucediera una tragedia, y una camioneta del noticiero local que trajo a Katherine Mulligan hasta ahí para reportar desde el lugar de los hechos.
Acorde al procedimiento, en medio de todo este tumulto, el jefe de policía pasó adelante con un megáfono y trató de hacer entrar en razón al presunto suicida.
–¡No lo hagas, hijo! ¡Tienes mucho porque vivir!
Arriba, en el borde de la azotea, Lincoln miró de reojo a sus amigos apurándose en disfrazar a un cerdo recién sacrificado que se trajeron de la granja de Liam. En lo que Zach le calzaba unos pantalones azules y Clyde una polera anaranjada, Stella le untó cemento de contacto en la cabeza con que pegarle una peluca blanca.
–Eso es, Linc –le indicó la chica a cargo de la operación–. Sigue ganando tiempo mientras alistamos el muñeco.
–Eh...
El susodicho miró de nuevo a la gente reunida al pie del edificio.
–Hola, perplejos, ¿cómo los dejé?
Entre ellos a sus hermanas y sus padres, quienes bajaron a toda prisa y atropelladamente de la van.
–¡Oh, Dios mío! –chilló una muy angustiada Rita al alzar la mirada–. ¡Lincoln!
–Eh... Hola, chicos –saludó el peliblanco a su aterrada familia, a falta de algo mejor que decir.
–¡Lincoln, hijo –el señor Lynn le habló a través del megáfono que le fue entregado por el jefe de policía–, cualquiera que sea la razón esta no es la respuesta! ¡Mira a toda esta gente que se preocupa por ti!
En esto, Lori le arrebató el megáfono a su padre para así hacerse escuchar también.
–¡Lincoln, no lo hagas, literalmente, no vale la pena! –suplicó gimiendo y gritando al mismo tiempo–. ¡No sé porque haces esto, pero, sea lo que sea, podemos solucionarlo!
Después, Lynn Jr. dio un salto y le arrebató el megáfono a su hermana para ser la siguiente en hablar.
–¡Lincoln, ya sé que haces esto por culpa mía! ¡Perdóname por ser una pésima hermana mayor! ¡Perdóname por todas las veces que te he molestado, que te he obligado a jugar conmigo cuando no querías! ¡Perdóname por todas las veces que te he llamado apestoso o perdedor, por poner a todos en tu contra diciendo que dabas mala suerte y...! ¡Bueno, perdóname por todo lo que te he hecho! ¡Pero, por lo que más quieras, no vayas a saltar!
De igual modo, una a una, el resto de sus hermanas fueron turnándose el megáfono para suplicarle que no se aventara de cabeza contra el pavimento.
–¡Linky, no lo hagas, te amamos! –imploró Leni.
–¡Si, hermano, por favor, baja y hablémoslo! –rogó Luna.
–¡Prometo no hacerte más bromas, nunca más! –juró Luan.
–¡Y yo no haré máz exzperimentoz contigo! –igual hizo Lisa.
–¡No era en serio cuando dije que esta era la solución! –chilló Lucy con voz ultra aguda.
–¡Lincoln, te queremos! –gritaron las gemelas en sincronía–. ¡No vayas a saltar!
–¡DINCON! –berreó Lily.
–¡Por favor, cariño, baja! –imploró Rita que fue la ultima en tomar el megáfono–. ¡Te prometo que todo va a estar bien!
–Bien, listo –avisó Stella para seguir adelante con la farsa–. Danos paso.
Al avistar que su hijo retrocedía, la señora Loud exhaló un suspiro de alivio.
–Va a bajar... Gracias a Dios.
–Esperen –exclamó de pronto la policía regordeta–. ¿Qué está haciendo?
En cuanto Lincoln quedó fuera de la vista de todos los testigos, Stella y los otros chicos de la pandilla asomaron al cerdo muerto disfrazado por el borde de la azotea, de modo que parecía que el presunto suicida en realidad estaba tomando impulso para saltar.
–Uno... Dos...
–¡No! ¡No lo hagas! –gritaron los Louds en conjunto con algunos testigos.
–¡Una maroma! –gritó de ultimas la vieja Scoots que también se hallaba entre los presentes.
–¡Tres!
–¡DIOS SANTO! –gritó el señor Lynn.
En el momento preciso que los niños soltaron al cerdo muerto disfrazado y esté se estrelló contra el encementado y reventó como una inmensa bolsa de carne, manchando así a los Louds y otros cuantos testigos de sangre, vísceras y astillas de huesos pulverizados.
Después vino un periodo de silencio breve, en el que todos observaron horrorizados la plasta amorfa que quedó impresa en la banqueta.
–¡Suspiroooooooooo...!
La primera de todos en reaccionar fue Lucy, que de todos fue la que quedó más bañada en sangre. Como su piel ya era pálida por naturaleza, esta se tornó amarilla, momentos antes de perder el conocimiento y caer desmayada; a la vez que Lana volvía el estomago.
–¡BUUUUAAAAHHG!...
A esto siguieron los llantos y chillidos de Lily, Rita y Lola que no fueron tan ensordecedores como los de Leni que gritó hasta ponerse toda morada.
–¡DIOS MIO!
A pesar del espanto suyo, Lori y Luna lograron mantener la compostura suficiente para apartar a las gemelas de tan descarnado escenario; acción que Luan repitió con Lily.
Lynn Jr. se quedó inmóvil, con sus ojos abiertos de par en par y la boca abierta y desencajada, pero sin poder gritar o articular palabra alguna.
Aun con las tremendas ganas que tenía de ceder a las necias emociones humanas y echarse a llorar, Lisa también pudo mantener la compostura. Eso si, su raciocinio no funcionó del todo bien cuando tuvo la ocurrencia de acercarse a tocar los restos del cadáver como queriendo tomarle el pulso.
–No... No lo logró –informó tras quitarse sus lentes y llevarse una mano a la cara, al obviamente no hallar señales de vida.
–¡NO, NO! –sollozó Leni a lagrima viva, mientras era retenida por su padre y uno de los policías–. ¡MI HERMANITO ESTÁ MUERTO! ¡NO...!
Al asomarse por el borde de la azotea, a atestiguar como la familia Loud se desmoronaba, Stella sonrió, satisfecha de que la primera fase de su infalible plan hubiese salido a pedir de boca.
–Genial.
***
El domingo por la tarde, los amigos de Lincoln asistieron a su funeral, aun a sabiendas de que este seguía vivito y coleando. No obstante aparentaron verse tristes para no levantar sospechas.
Liam, Zach y Rusty se enjuagaron los ojos con un poco de solución salina para que su llanto se viese autentico, y procuraron mantener un perfil bajo entre los demás dolientes que asistieron al evento. Por otro lado, el lloriqueo de Clyde si fue genuino, como si en verdad estuviese dandole el ultimo adiós a su mejor amigo; pero no porque supiera actuar bien, sino porque el mentir de esa forma le producía un tenaz ardor estomacal.
Por el contrario, Stella a duras penas podía contener la risa, al saber que en realidad estaban velando los restos de un cerdo, y que el verdadero Lincoln se mantendría oculto en el granero de Liam mientras seguían adelante con su plan.
Entre los dolientes que si creían estar velando al joven Loud, desde luego se contaba a toda su familia integrada por su padre, su madre, sus diez hermanas, el abuelo Albert, la abuela Myrtle, la tía Ruth, la tía Shirley y las mascotas. Sus compañeros de clase, sus maestros de escuela y demás conocidos también se presentaron en el penoso evento, incluyendo a la familia Casagrande que viajó desde Great Lake City.
Con suma discreción, Stella fijó su vista en Ronnie Anne Santiago, quien lloraba desconsoladamente frotando su cara contra las faldas de la señora Rosa.
–¡¿Por qué, abuela, por qué?!...
–Ya, ya, m'ja –la consolaba su abuela con suaves caricias en la cabeza–. El señor a veces actúa de formas misteriosas.
Con esto supo que su puesta en escena había conseguido engañar a todos. Nadie sospechaba nada.
–... y será recordado como un niño bueno que alegraba el corazón de sus padres y hermanas –oró el párroco que oficiaba el entierro.
–Ouh... Lincoln –sollozó Rita.
–Señor, encomendamos el cuerpo de este niño a la tierra. Pedimos que sea el ultimo niño que usted mate tan cruelmente. Sabemos que esta petición es inútil, pero igual la pedimos.
A continuación, los amigos del club fúnebre de Lucy procedieron a ir soltando las cuerdas con las que tenían sujeto el ataúd, para así hacerlo descender al fondo de la fosa.
–¡NO! –chilló Ronnie Anne, a quien el tío Carlos y el primo CJ se vieron en necesidad de someter para que no fuese a lanzarse dentro de la tumba abierta–. ¡LINCOLN! ¡MI LINCOLN! ¡NO LO METAN AHÍ! ¡NO LO METAN AHÍ!...
***
Al día siguiente, en la escuela, la maestra Johnson entró a su aula y se dispuso a dar un importante anuncio antes de empezar las clases.
–Bien, chicos, tomen asiento –a lo que los niños acataron su orden y guardaron silencio–. Sé que aun estamos sufriendo mucho por la trágica muerte de su compañero de clase, Lincoln.
–¿Quién es Lincoln? –preguntó Kat desde su pupitre.
–Pero debemos intentar seguir adelante –continuó la maestra–; y me gustaría que me ayudaran a darle la bienvenida a una nueva estudiante que se mudó de Canadá.
Fue entonces que los alumnos vieron ingresar a una "niña" de blancos cabellos vestida con una sudadera anaranjada a juego con una falda color azul, que llegó a pararse frente a la clase.
–Chicos, por favor saluden a Liberty.
–... Hola –saludó a todos con una aguda voz falsa.
En su pupitre, Stella se cubrió la boca para simular una risa de satisfacción. Previamente, y gracias a sus avanzados conocimientos en tecnología e informática, la inteligente muchacha hackeo la computadora de la escuela para ingresar en el sistema a la "nueva estudiante". Hasta el momento todo iba viento en popa.
–Bienvenida a nuestra escuela, Liberty –saludó la maestra al impostor travestido.
–Eh... Gracias –contestó este, algo incómodo por la situación, a pesar de lo cual mantuvo su aguda voz falsa.
–Me parece que funciona de maravilla –le susurró Stella a Zach entre risillas–. Se lo están creyendo.
–Ahora cuéntanos algo sobre ti, Liberty –le sonrió la maestra a su "nueva alumna".
–Pues... Soy una niña igual que todas –respondió Lincoln/Liberty, repitiendo con exactitud lo que Stella le había indicado para poder pasar como una autentica chica ante los demás–. Me gusta bailar... Y cantar...
Antes de continuar, miró al pupitre de su amiga la filipina, quien con disimulo le hizo un gesto afirmativo.
–... Y que me den fuerte por el poochi los viernes en la noche –acabó de decir, para total estupefacción de la maestra y los demás alumnos en el aula.
–Bien, Liberty –la amonestó la señorita Johnson–, eso no es muy de señoritas. A las chicas de Michigan nos encanta que nos den por el pichín. Pero no lo decimos en voz alta.
–Oh, lo siento.
–Que niña tan rara –le susurró Trent a sus amigos.
–Está Loca –cuchicheó Richie.
–Es hermosa –suspiró Chandler, esbozando la típica sonrisa de un bobo que se enamora a primera vista–. Ella no lo sabe aun, pero va a ser mi esposa.
–Bien, siéntate, Liberty –indicó la maestra–. Estoy segura que las chicas te harán el favor de mostrarte el resto de la escuela. ¿Verdad, chicas?
–Entonces –Mollie le dedicó una mirada sospechosa la "nueva estudiante" en cuanto esta pasó a ocupar el pupitre vacío de Lincoln Loud–, ¿te llamas Liberty?
–Si –asintió nervios(a).
–Y tienes el cabello blanco –señaló Cristina.
–¡Si! –el impostor agudizó su voz un poco más.
–En realidad si creen que es una niña –les susurró en tanto Stella a sus amigos de la pandilla–. Mordieron la carnada del anzuelo. Je je je je je... Todo marcha bien... Ji ji ji ji ji...
***
Mientras tanto, en la casa Loud, la familia de Lincoln seguía sufriendo por su "repentina y trágica muerte".
Dada la horrible situación por la que estaban pasando, a las diez niñas se les concedió faltar unos días a clases, del mismo modo que a Rita se le concedió una licencia de trabajo.
Lynn Sénior tampoco tuvo que preocuparse de atender su restaurante. Su buen amigo Kotaro se pondría al frente del negocio hasta que se sintiese mejor y pudiese superar la tragedia.
Todos en esa casa la estaban pasando mal, en especial la señora Rita. Sus llantos no eran tan estridentes como los de Leni, pero su aflicción pesaba más al tratarse de una madre que creía haber perdido a su hijo.
El miércoles, al caer la tarde, Lori subió a buscarla en el armario de blancos adaptado, que antes había servido de habitación del "ahora fallecido niño". Al ingresar la halló recostada en la cama abrazando al conejo de peluche Bun-Bun, al tiempo que gastaba los pañuelos desechables de una caja que tenía a mano de tanto llorar.
–Ouh, Lincoln... ¿Por qué?... ¿Por qué lo hiciste?...
Muerta de la pena, Lori observó el rostro desecho por el llanto de la pobre mujer, con todo y el maquillaje manchando sus mejillas.
–Mamá... –se anunció en voz baja al entrar–. Mamá, por favor, baja... Ya es hora de cenar...
–¿Por qué no pudimos ayudarle? –gimoteó Rita sin hacer caso a su llamado–. ¿Por qué... Mi bebé... Está...? ¡Está muerto!
Sabiendo que su madre no iba a reaccionar por mucho que insistiese, Lori se retiró sin mas. La situación no era del todo diferente con el resto de la familia, todos estaban sufriendo el duelo a su modo.
Leni lloraba tanto, sino es que más que su madre; tanto que, en más de una ocasión, Lisa no tuvo de otra que cedarla. Luna y Luan hacían lo posible por levantarles el animo a todos con su música y sus chistes, pero sin mayor éxito.
Lynn seguía aturdida por el trauma de lo que vio. Apenas si se movía y probaba bocado; mas no mostraba ninguna expresión en su rostro, ni tampoco llegaba a articular palabra. A Lucy sólo la escuchaba desplazarse entre los ductos, deteniéndose en ocasiones para llorar en un rincón; y las gemelas ya no peleaban o jugaban con la misma energía de antes.
Lisa había puesto en marcha el proyecto de traer a su hermano de vuelta mediante la clonación. Lamentablemente, hasta el momento lo mejor que pudo conseguir fue un homúnculo deforme con la cabeza hinchada de tumores y extremidades demasiado raquíticas para sostenerse por si mismo que rogaba a gritos que lo maten. Cosa a la que Lori acabó accediendo por compasión. Bastó con un solo pisotón para lograrlo. De resto, los demás intentos de la niña genio arrojaban un fracaso tras otro.
–Ouh, Lincoln –se lamentaba la mayor de las hermanas mientras iba bajando las escaleras–. Si supieras cuanto te extrañamos.
A medio camino oyó que llamaban a la puerta. En seguida vio salir a su padre de la cocina para ir a atender el llamado. El pobre hombre también sufría por la perdida de su pequeño, pero luchaba por sacar adelante a su todavía numerosa familia.
–Señor Quejón –exclamó al abrir la puerta y toparse con su vecino de la casa de al lado–. Lo siento, pero este no es un buen momento para sus reclamos.
–Si, lo sé –asintió el anciano con pesar. Acto seguido ingresó a la residencia sin haber esperado invitación.
Desde las escaleras, Lori vio que en esa ocasión vestía un overol azul con tirantes y un par de botas de caucho en lugar de sus ropas formales de siempre. En sus manos temblorosas tenía sujeto un sombrero de paja.
–Oiga, ¿por qué está vestido así? –le preguntó el señor Lynn, un poco molesto por las huellas de tierra que dejó en su alfombra.
–Estaba arreglando un poco mi jardín, pero eso no importa ahora... –contestó el viejo con algo de inquietud–. Sé lo que estás pensando, Loud, y vine a decirte que no lo hagas.
–¿Que no haga qué?
–Tú sabes de lo que hablo –lo acusó el anciano frunciendo el ceño–. Debes cambiar de opinión. Necesitas aceptar que tu hijo está muerto, no tratar de traerlo de vuelta.
–¿Traerlo de vuelta, dice? –repitió Lori desde las escaleras.
Sin hacer caso a su pregunta, el señor Quejón continuó hablando en exclusiva con el señor Loud.
–Sé que pretendes enterrarlo allá arriba, Lynn, en aquel cementerio indio. Crees que si entierras su cuerpo ahí va a recuperar vida... A veces, muerto es mejor.
–¿Cuál cementerio indio? –insistió Lori en preguntar.
A su vez, la reja de la ventila de la sala se abrió con un chirrido sordo y la pequeña Lucy asomó la cabeza por ahí. De igual forma, poco a poco el resto de las hermanas Loud fueron llegando a la sala de diferentes lados para enterarse de todo.
–Ya se ha hecho antes –continuó el señor Quejón, ignorándolas por completo y enfocando su atención sólo en el señor Lynn–, como lo estás pensando ahora, Loud. Con el chico Creed en el ochenta y tres.
–¿Dice que –se aproximó la pequeña Lola a preguntar–, si desenterráramos a Lincoln y lo volviéramos a enterrar en el cementerio indio ese...?
–¡No lo hagas, Loud! –vociferó el anciano zarandeando al padre de las diez niñas–. Lo que sale de la tierra no es lo que tú metiste en ella. Los indios sabían eso, por eso dejaron de usarla cuando la tierra se malogró. Sólo he venido para advertirte.
–Ah, ya sé de cual habla –dijo el señor Lynn–. El que para llegar toca atravesar una muralla de troncos que se alza al final del cementerio de mascotas, situado en el kilometro treinta a las afueras del campamento Rascatraseros.
–Exacto, al que se llega tomando la carretera norte y a quince minutos a la izquierda y luego a la derecha.
–No sé preocupe, yo jamás me atrevería a cometer semejante atrocidad... Por mucho que me duela tener que aceptar la muerte de mi hijo.
–Me parece bien, Loud –reiteró el señor Quejón poco antes de retirarse–. Recuerda, no entierres el cuerpo de tu hijo en el cementerio indio, el que está detrás de la muralla de troncos del cementerio de mascotas, justo en el kilometro treinta saliendo a quince minutos del campamento Rascatraseros por la carretera norte. A veces, muerto es mejor.
–A veces muerto es mejor –reafirmó el señor Loud con pesar.
Caso contrario fue el de las hermanas Loud, quienes se acercaron a reunirse en la sala una vez el señor Quejón se retiró a su casa y su padre regresó a la cocina. Ninguna de ellas dijo nada en ese momento, pero todas sonreían emocionadas, pues sabían que estaban pensando exactamente lo mismo.
Incluso Lisa le entregó a Lori una libreta en la que había anotado las coordenadas que los adultos arrojaron durante su conversación. Aunque no creía en ritos paganos y demas cosas por el estilo, la niña genio se prestó a mantener su mente abierta esta vez, si con eso conseguían revivir a su hermano.
***
El siguiente viernes, por la noche, las hermanas Rosato terminaban de alistar todo para la fiesta de pijamas que venían planeando desde la semana pasada. Jordan terminaba de revolver el azúcar en una jarra grande de limonada y Cookie puso una bandeja de galletas recién horneadas en la mesa de centro.
–Niñas –se anunció su madre al ingresar a la sala con dos bandejas de frituras que puso en el espacio restante de la mesa–, voy a poner la comidita aquí.
–Está bien, mamá –asintió Cookie.
–Oh, y, niñas, para que sepan, va a venir una invitada de más a su linda fiestecita.
–¿Quién? –inquirió Jordan que dejó de lado su actividad.
–La chica nueva de su clase, Liberty.
–¿Esa niña tan rara?
–Mamá, no la invitamos –protestó Cookie.
–Lo sé, niñas –se explicó la señora Rosato–; pero recibí una llamada de la mamá de Liberty.
–¿Su mamá? –repitió Jordan.
–Me contó que a Liberty se le hace muy difícil estar en una escuela nueva. Entonces me pidió que si podía venir. Además, su mamá me dijo que trabajaba como oficial del estado y que debía "respetar su autoridad".
***
A la hora de la fiesta, Lincoln se apersonó en la Residencia Rosato en su disfraz de niña, que para la ocasión consistía en un camisón anaranjado y un par de pantuflas de conejo.
–Lincoln, esta es la casa de Jordan y Cookie –le avisó Stella a travez de un sofisticado audífono miniatura que tenía en su oído; en complemento con una minúscula cámara espía que integró en el broche para el pelo que formaba parte de su disfraz y que le permitiría observarlo todo.
Molesto, el peliblanco agarró el cuello de su camisón y le habló al micrófono que tenía prendido ahí.
–No puedo hacerlo. No puedo entrar ahí. ¿Y si se enteran de que no soy mujer?
–Vas a estar bien –oyó que lo animaba Clyde a través del audífono.
–Mira, Lincoln –prosiguió Stella–, yo no sé que hacen las otras niñas en esas fiestas. Pero si comienzan con la lesbitis, sígueles la corriente.
–¿Lesbitis? ¿Qué rayos es lesbitis?
–Atiende, Lincoln –oyó hablar esta vez a Zach–. Cuando las chicas saquen el aparato del futuro fíjate como funciona. En cuanto lo descubras, lo agarras y sales corriendo.
–¿Y podré decirle a mi familia que no estoy muerto?
–Claro, amigo –afirmó Rusty–. Ve, la fiesta ya empezó.
–Suerte –lo animó Clyde otra vez.
–Recuerda, Lincoln –dijo Stella–. Tienes que apoderarte de ese aparato del futuro como sea... Y sígueles la corriente si empiezan con la lesbitis.
Al ingresar a la residencia Rosato, Lincoln/Liberty dejó su mochila y su bolsa de dormir junto a las del resto de las invitadas y acudió a reunirse con todas ellas. En ese instante ingresó también el padre de Jordan y Cookie, un policía fornido de muy mal carácter y bastante sobreprotector, seguido por su esposa que se dedicó a repartirles unos cuantos chocolates a las niñas.
–Bien, chicas –anunció el señor Rosato con voz autoritaria–, nosotros queremos que se diviertan; pero como padres que somos es nuestra responsabilidad cuidar de todas ustedes esta noche, así que vamos a poner unas cuantas reglas: No va a haber tomatera ni marihuana. Pero, sobre todo, si me llegó a enterar que algún niño ronda esta fiesta, ¡QUIEN QUIERA QUE SEA SE VA ENFRENTAR A MUCHO DOLOR!
Lincoln/Liberty tragó saliva, con sus nervios de punta; quizá ante el modo en que las venas se marcaron en los musculosos brazos y cuello del policía (que por cierto había estado presente la noche que fingió suicidarse) o tal vez por el hecho de que llevaba enfundada su arma a la cintura a esa hora que se suponía no estaba en servicio.
–Bueno, pásenla bien, chicas –terminó de decir el señor Rosato antes de retirarse en compañía de su mujer.
–¿Y que quieren hacer primero? –preguntó Jordan a sus invitadas.
–Hablar de cosas de chicas –sugirió Cristina.
–Oh, si, muy bien, si –asintieron las demás.
–Y luego un CD de Justin Timberlake –sugirió Mollie–. Vamos a bailar.
–Oh, si.
–Suena divertido.
–Diles que se lean el futuro –pidió Stella a Lincoln a través de su audífono–. ¡El futuro! ¡El futuro!...
–¿Y si nos leemos el futuro? –sugirió Lincoln/Liberty.
–Ya sé –sugirió Brownie sin hacer caso a la otra "invitada"–. Juguemos "como una pluma, como una tabla".
–Si, buena idea –dijeron las demás.
–De a cuerdo –asintió el impostor travestido.
Lo bueno es que Lincoln sabía en que consistía ese juego. En contadas ocasiones había visto a Lucy y sus amigos del club fúnebre jugarlo en la sala de su casa. De modo que pudo seguirles la corriente a las chicas.
Lo malo es que sus amigos no tenían idea que era eso de "como una pluma, como una tabla", lo cual a la larga dificultaría la misión.
***
Desde su escondite, los cinco se juntaron en torno a la tableta de Stella a observar lo que enfocaba la cámara integrada en el broche para el pelo de su amigo.
Primero vieron que Cookie encendía una vela y Jordan apagaba las luces de la sala. Después todas se reunieron en un circulo incluyendo Lincoln/Liberty.
–¿Quién quiere ir primero? –preguntó Chloe.
–Pues yo –se ofreció Emma, quien pasó a acostarse en medio del circulo.
–Oh, cielos –exclamó Stella–. Creo que ahora si van a empezar con la lesbitis.
A continuación, el grupo de niñas (y el intruso travestido) alargaron sus manos hacia Emma y la empezaron a levantar sosteniéndola sólo con las yemas de sus dedos indice y corazón, al tiempo que en conjunto oraban repetidas veces:
–Como una pluma, como una tabla. Como una pluma, como una tabla. ¡Como una pluma, como una tabla! ¡Como una pluma, como una tabla! ¡Como una pluma, como una tabla! ¡Como una pluma, como una tabla!...
Al atestiguar como las chicas eran participes de semejante ritual tan extraño, los chicos de la pandilla empezaron a gritar. Clyde se abrazó a Rusty y Liam hizo lo mismo con Zach.
–¡Brujas! –gritó el niño granjero–. ¡SON BRUJAS!
Stella, en cambio, luchó contra un tenaz impulso de aventar su tableta lo más lejos posible. Lo que si no pudo evitar fue soltar el más ensordecedor grito de espanto contra su micrófono de diadema, mediante el cual se mantenía en comunicación con su infiltrado.
***
Quien inmediatamente se apartó del circulo y retrocedió con una mano apretada contra su pobre oído que resintió los histéricos gritos de la filipina.
–¡Hay, para, para!...
Sintiendo que su tímpano iba reventar en cualquier momento, el impostor travestido se arrancó el audífono de la oreja y lo arrojó contra una pared haciendo que saltara en pedazos: ¡Crash!
–Liberty, ¿cuál es tu problema? –le reclamó Jordan volviendo a encender las luces. A su vez, las otras niñas se reunieron a mirarl(a) enfadadas de que les hubiese echado a perder el juego.
–No, nada... –se excusó Lincoln/Liberty frotándose la oreja–. Es que... ¿Quieren decirse sus futuros ahora?
–Si, yo puedo decirte tu futuro, Liberty –contestó Cookie en tono despectivo–. Vas a vivir sola toda tu vida porque eres una idiota anormal.
–Si –secundó Mollie–, y tu cabello es estúpido.
–Y eres plana –añadió Brownie.
–Liberty, ¿por qué no te vas? –sugirió Jordan–. Nadie te quiere aquí.
***
Al tiempo que todo esto sucedía, las hermanas Loud llegaron en Vanzilla al cementerio local de Royal Woods. Sus padres se habían acostado temprano, de lo agotados que estaban; Rita de haber seguido llorando por la trágica muerte de su hijo y el señor Lynn por esmerarse en consolarla.
Aunque se toparon con que las puertas del enrejado estaban aseguradas con candado, esto no significó ningún obstáculo para Leni, quien le dio solución inmediata gracias a su habilidad de abrir cerraduras con una horquilla para el pelo.
Una vez tuvieron las puertas abiertas, las diez se escabulleron sigilosamente hasta una lápida que rezaba:
Lincoln Marie Loud
2006-2017
Lori, que sostenía a Lily en brazos, se inclinó ante la lápida.
–Hola, Lincoln... –susurró–. No te preocupes... Literalmente, nosotras vamos a arreglarlo todo de nuevo...
A continuación, Luna, Luan, Lynn y Lola se distribuyeron a montar guardia en diferentes zonas en torno a la tumba de su hermano, en lo que Lana y Lucy cogían sus palas y se dedicaban a cavar.
–¡Aquí esta! –avisó Lana, en dado momento que se asomó por el agujero de tierra y dejó su pala a un lado al igual que Lucy.
Después, con ayuda de Lynn y Leni sacaron el ataúd que recién habían sepultado hasta hacía unos pocos días. Cuando lo tuvieron fuera, Lisa abrió las cerraduras con una pluma láser de su invención.
–Ahí está –se animó a hablar por fin la deportista castaña, en tanto el resto de sus hermanas se reunían en torno al ataúd abierto a contemplar los restos de carne de cerdo putrefacta–. Ahí está... Mi dulce hermanito.
–Vamos, hermano –dijo Luna que procedió a sacar los restos del ataúd y envolverlos con una manta que le dio pasando Luan.
–¡Puaj! –Lola se cubrió la nariz con una mano–. Lincoln, hueles a... Tocino... Pero no importa. Huelas como huelas, te traeremos de vuelta.
–Si –sollozó Leni–. Te vamos a traer de vuelta.
***
De vuelta en casa de los Rosato, las chicas seguían gozando de la fiesta, hasta que fueron interrumpidas por sus anfitrionas.
–Oigan –avisó Jordan–, se nos pasó la mano con Liberty.
–Está en el baño llorando –informó Cookie igual de apenada.
Las demás niñas dejaron de charlar entre ellas y se miraron avergonzadas entre si. En breve siguieron a sus anfitrionas hasta el baño de huéspedes.
–¿Liberty? –llamó Mollie a la puerta que estaba asegurada.
–... Nadie me quiere... –l(a) oyeron sollozar del otro lado.
–Oh, Dios, está muy mal –se lamentó Cristina.
–Me siento horrible, chicas –dijo Brownie–. No debe ser fácil ser la nueva de la escuela.
–Liberty... Oye, Liberty... –l(a) llamó Jordan para disculparse–. No era en serio...
–No saben lo difícil que es ser yo... –l(a) oyeron sollozar otra vez.
–Liberty, sólo bromeábamos –insistió Cristina–. Te creemos genial.
–Creen que soy fea... –gimoteó.
–No eres fea, Liberty –la animó Chloe.
–¡Me dijeron fea y plana!
–Liberty, sólo eres un poco diferente, es todo –dijo Cookie para animarl(a)–. Es que... Hay que sacarte la belleza natural.
–Si. ¿Qué tal si te hacemos un cambio de imagen? –sugirió su hermana.
–Si, buena idea –secundaron las otras chicas–, vamos.
Finalmente, "la nueva niña" se animó a salir del baño. Cosa que alegró a las demás.
–¿En serio? –balbuceó enjugándose las lagrimas.
–Si, ven –dijo Jordan agarrándol(a) de la muñeca y acercándola para que se integrara al grupo–. Verás lo bonita que vas a quedar.
–Gracias –le sonrió Lincoln/Liberty con timidez.
≪Ja ja, que idiotas –rió para sus adentros–. Fingir que lloro siempre funciona con mis hermanas≫.
***
En su escondite, los chicos de la pandilla se alarmaron cuando la mano de Mollie cubrió la pantalla de la tableta por completo y después la imagen entera se ennegreció.
–¡No puede ser! –exclamó Clyde–. ¡Lo descubrieron!
–¡Lincoln! ¡Lincoln!... –llamó Stella a su amigo por el micrófono de diadema–. ¡Rayos! ¡No contesta!
Los amigos de Lincoln se preocuparon bastante. Ninguno de ellos sabía que el audífono miniatura estalló en pedazos cuando su infiltrado lo arrojó contra la pared, como tampoco sabían que el broche con la cámara espía acabó en el fondo de un estuche de accesorios propiedad de Jordan; quien en realidad lo había remplazado por otro con forma de flor para así hacer verse más bonita a su supuesta "nueva amiga" llamada Liberty.
El micrófono de su camisón, ese si seguía funcionando, pero su alcance había ido disminuyendo a mayor distancia. Por lo tanto, Stella reguló su frecuencia al máximo, pero lo único que pudieron escuchar fueron las risas de todas esas niñas en conjunto.
–¡Santo cielo! –se alarmó Rusty–. Esas arpías se lo están comiendo vivo.
–¡Se los dije! –chilló Zach–. Esas chicas en realidad son alíens y ahora mismo deben estarle metiendo una sonda por quién sabe donde.
–Tenemos que ayudarlo –insistió Clyde.
–Si, vamos –secundó Liam.
Así, pues, los cinco salieron corriendo de su escondite atrás de los arbustos y cruzaron la calle a toda marcha hasta llegar al jardín delantero de la casa de los Rosato. Una vez allí se escabulleron hasta la ventana grande de la sala por donde se asomaron a mirar.
Cuando observaron que pasaba adentro de la casa, su preocupación se esfumó en un santiamén y dio paso a un estado de total indignación en todos ellos ante el bochornoso espectáculo que llegaron a atestiguar.
En medio de la sala, rodead(a) por el grupo de chicas que lo ovacionaban y reían divertidas, Lincoln/Liberty bailoteaba al son de la canción Everybody de los Backstreet Boys que Jordan puso a reproducir en el equipo de su sala a todo volumen.
A la par que presenciaban toda esta falta de sin sentido del ridiculo, los cinco apreciaron también el cambio de aspecto que las chicas le hicieron a su infiltrado. Como antes se mencionó, el broche con la cámara espía había sido remplazado por uno azul con forma de flor. A las extensiones de su disfraz le habían aplicado shampoo y fijador y hecho una permanente de manera que el lacio cabello de su peinado pasó a ser uno rizado y más atractivo. También le habían retocado y complementado el maquillaje con sombra de ojos, rubor y brillo labial.
Y encima de todo, parecía... ¡NO!, el infiltrado gozaba de la fiesta como otra niña más que se sentía coqueta con ese nuevo cambio de look.
–¡Está peloteando! –exclamó Rusty apartándose de la ventana.
–¡Ese hijo de puta! –bramó Stella haciendo lo mismo.
***
Al poco tiempo que los chicos de la pandilla vieran esto, la madre de Jordan y Cookie entró a la sala a interrumpir la fiesta un momento.
–Liberty, amorcito, tu mami al teléfono.
–¿Mi mami? –repitió extrañad(a).
***
–¿Hola? –contestó Lincoln/Liberty a la llamada en cuanto la señora Rosato le dio pasando el auricular del teléfono de la cocina.
–¡Lincoln! –oyó reclamar a Stella del otro lado de la línea–. ¡¿Qué rayos crees que estás haciendo?!
–Eh... Sólo me divierto con las chicas.
–¡No estás ahí para divertirte, marica. Se supone que agarres el aparato del futuro!
–Si, trabajo en eso.
–¿Trabajando en qué, un paso de baile?
–¡Escúchame, estoy cansado de todo esto. Ya he pasado por mucho, y no me puedes hablar de esa manera!
El impostor travestido guardó silencio cuando advirtió que el malhumorado señor Rosato pasó frente a la cocina y se regresó a dedicarle una mirada sospechosa.
– Eh... Mami –disimuló agudizando su voz lo más que pudo.
–¡Sólo haz lo que estás supuesto a hacer, cabeza de chele!
Clic.
***
Stella colgó la llamada con enojo y de ahí se puso a buscar unas cosas en su mochila.
–¿Qué haces? –le preguntó Clyde que la miró confuso al igual que Liam, Zach y Rusty.
–Sabía que Lincoln lo arruinaría –refunfuñó la chica en lo que empezaba por calzarse un pasamontañas negro–. Tendremos que recurrir al plan B.
***
A esa misma hora, las hermanas Loud atravesaron la muralla de troncos y se abrieron paso por un sendero en lo más profundo de un espeso y tétrico bosque... Hasta que, finalmente, llegaron a una plataforma como una meseta, donde la formación circular con rocas de un vestigio indio se levantaba.
–Llegamos –dijo Lori.
Con el tiempo apremiando, Lucy y Lana cogieron sus palas y empezaron a cavar un hoyo, con bastante dificultad dado lo endurecida que estaba la tierra. Luego, cuando consideraron que el hoyo estaba lo suficiente profundo, Luna pasó a depositar el bulto envuelto en la manta con olor a bacon rancio. Por ultimo, en cuanto la fosa estuvo sellada otra vez, Leni, Lola y Luan armaron un altar de rocas similar al de las otras tumbas por sugerencia de Lucy.
–Volvamos a casa –ordenó la mayor una vez terminaron con su labor–. Ahora sólo nos queda esperar.
–Espero que Linky sepa como volver a casa –dijo Leni siguiendo a las demás por donde llegaron.
–No te preocupes –suspiró Lucy–. Lo hará.
***
–Oye, Liberty –se acercó a hablarle Jordan a su "nueva amiga"–, ¿quieres saber tu futuro?
Atrás de ella, Cookie abrió el cajón de un mueble y se puso a buscar algo allí dentro. De inmediato, Lincoln/Liberty supo que aquel era el objeto que su amiga Stella deseaba tanto obtener y por el que había tenido que meterse en tantos problemas.
El primer paso de su misión: infiltrarse en el territorio enemigo y ganarse su confianza, había sido un éxito. Era hora de dar el paso dos: obtener el objeto de su búsqueda, aprender como se usaba y emprender la huída.
En la cocina, el señor Rosato agarró unos binoculares y miró por la ventana cuando creyó avistar que algo se movía por entre unos arbustos al otro lado de la calle... Arbustos por los que Zach cometió el error de asomarse en ese mismo instante con sus propios binoculares.
–¿Podría sostener eso? –pidió Lincoln/Liberty a Cookie, que ya había dado con lo que buscaba en el cajón del mueble.
–Claro –contestó la otra chica.
Pero justo cuando Cookie estaba por darse la vuelta y entregárselo, el infiltrado y todas las niñas en la fiesta escucharon que el señor Rosato gritaba enfurecido:
–¡Aja! ¡Lo sabía! ¡Hay chicos en la fiesta!
Lincoln/Liberty se volvió hacia la entrada de la cocina, mucho antes que Cookie se diera la vuelta con el misterioso aparato del futuro en sus manos, por lo que todavía no vio cómo era realmente.
Las otras chicas también se sorprendieron de oír al señor Rosato soltar tal acusación.
–¿Qué? –exclamó Jordan–. ¿Hay chicos aquí?
Como si la situación no pudiese empeorar más, en eso se escucharon los chasquidos de algo metálico que caía rebotando por las paredes de la chimenea.
A los pocos segundos, una bomba de humo apareció en medio de la sala y vició el aire con una humareda que hizo toser a todos y los cegó momentáneamente.
A esto siguió el estallido de un vidrio al romperse, tras lo cual una misteriosa figura alta y camuflada de negro irrumpió en la residencia Rosato, derribó a Cookie de un empujón y le quitó lo que tenía en sus manos. Acto seguido derribó a Lincoln/Liberty de un puñetazo en la cara, se lo echo al hombro y salió por la misma ventana por la que entró.
–¡Liberty!
En cuanto el humo se disipó todo, la señora Rosato corrió a asomarse por la ventana rota, seguida por su esposo.
–¡Oh, Dios mio! ¡Secuestraron a Liberty!
Sus hijas y las otras niñas que acudieron a la fiesta se asomaron también. Del otro lado de la calle vieron salir a Liam, Zach, Rusty y Clyde de los arbustos. Tan pronto acudió a reunirse con ellos, la intrusa de negro le entregó el aparato a Clyde quien se apuró a guardarlo en un contenedor para barras de uranio, que días antes pidió prestado a Lisa.
–¡Ja ja, las engañamos! –rió triunfante Stella tras quitarse la mascara de gas y el pasamontañas–. ¡Tenemos su aparato del futuro! ¡Lo tenemos!
–¡¿Que rayos fue todo eso?! –inquirió el oficial Rosato, al tiempo que los chicos de la pandilla echaban a correr como alma que lleva el diablo.
–Nada, papá –rió Jordan–. Sólo eran Lincoln Loud y sus amigos poniendo en marcha uno de sus tontos planes.
–¡¿Lincoln Loud?! ¿El chico que se aventó de un edificio la semana pasada?
–Ese mismo –afirmó Mollie sin darle mayor importancia–. Lo hizo para infiltrarse en nuestra fiesta de pijamas.
–¿Y ustedes lo sabían? –inquirió esta vez la señora Rosato.
–Obvio –afirmó Cookie encogiéndose de hombros.
–Lincoln, Liberty, pelo blanco, esos dientes de conejo –señaló Cristina.
–Lo que no entiendo es porqué armó todo este lío por un adivinador de papel –se preguntó Jordan–. Si tanto lo quería se lo hubiésemos dado y ya. Bastaba con pedírnoslo.
–Nha, ya sabes que está un poco chiflado –comentó Brownie–. No tanto como su familia y todos los que le conocen, pero lo está.
–Si, cierto. Por eso nosotras no protagonizamos tantas aventuras alocadas.
–Ese chico va a tener graves problemas cuando llame a sus padres –gruñó el señor Rosato–. Mira que fingir su muerte para venir a una fiesta de niñas haciéndose pasar por una.
–No hace falta que llame a nadie, señor –lo tranquilizó Mollie–, no es para tanto. Lincoln y sus amigos hacen este tipo de locuras, todo el tiempo. Ya estamos acostumbradas.
–Si, sólo hay que darles por su lado –aseguró Brownie, y todas las demás niñas se echaron a reír.
–Como sea –dijo Cookie después de pasar un buen rato riendo con las ocurrencias de su compañero de clase de blancos cabellos–. Sigamos con la fiesta.
–Buena idea –secundó Jordan–. Pero necesitamos otro adivinador. ¿Alguien tiene una hoja de papel para hacer otro?
***
Poco más de un cuarto de hora después, Lincoln despertó con un horrible dolor en la mandíbula, culpa del golpe que le propinó Stella quien, en vista de su tamaño, resultó tener la mano más pesada que la de Ronnie Anne e incluso la propia Lynn.
–Auch... –se aquejó sobándose la quijada–. ¿Qué pasó?
Cuando se irguió y su vista terminó de esclarecerse, se dio cuenta que estaba recostado en una de las bolsas de dormir que él y sus amigos tenían en su guarida secreta del parque Árboles altos.
–¡Lincoln, lo tenemos! –se aproximó a informarle Clyde, que no cabía en si de la emoción. Lo mismo que Liam, Zach y Rusty–. ¡Tenemos el aparato del futuro!
–¿Ah, si?
Atrás de ellos avistó a Stella colocándose unos guantes de seguridad y, a sus pies, el contenedor.
–Por fin –rió la chica con aire triunfante tras abrirlo y retirar lo que tenía guardado ahí adentro–. Tal vez no hayamos descubierto como funciona aun, pero no importa. Ya lo tenemos y ahora, con mi tecnología, descubriré como se usa.
En cuanto su amiga alzó el aparato entre risas jactanciosas, Lincoln por fin pudo contemplar y reconocer sus dobleces finos, con números pintados de diferentes colores en cada uno de sus costados.
Entonces se puso furioso como nunca al caer en cuenta de su desgracia, la desgracia de tener como amigos a una cuadrilla de imbéciles y, sobre todo, reparar en lo imbécil que había sido por cuenta propia.
Llevaba tiempo sin ver a sus hermanas jugar con una de esas cosas (no desde que las pijamadas fueron prohibidas en la casa Loud); pero tampoco había olvidado como se jugaba con esas piezas de papel. Hasta sabía como armar una él mismo.
Su cara se encendió tornándose roja, hasta parecer el diablillo de un envoltorio de nachos picantes; sus dientes rechinaron, sus ojos se eyectáron de sangre y una vena palpitante se marcó en su frente. Poco más y sus orejas echan humo; pero su tono de voz no se elevó del todo... Todavía.
–¡¿Este?! –inquirió al aproximarse a Stella y arrebatarle la pieza de sopetón–. ¡¿Este es el aparato que te permite ver el futuro?!
–¡Lincoln, ten cuidado con eso! –se alarmó la filipina–. No sabemos con que clase de tecnología sofisticada estamos tratando.
Tras exhalar un prolongado suspiro de fastidio, el peliblanco se palmeó la frente, con tal fuerza que se habría dejado una marca de no ser porque su cara no podía enrojecerse más de lo que ya estaba. Al cerrar el puño, se arrancó parte de su mechón, pero no le importó en absoluto. En su vida se había puesto así de furioso, ni siquiera cuando las chicas ponían en marcha el "protocolo de pelea de hermanas" en la casa Loud, o con el asunto de la mala suerte.
–Stella –su tono de voz siguió sin elevarse, de momento–, eres la niña más idiota que he conocido en mi vida. Eres más idiota que Leni. Comparada contigo, ella es una genio certificada al igual que Lisa. Eres más idiota que estos cuatro idiotas con los que no sé porque me junto. Y yo, todavía soy más idiota por haber confiado en ti.
–¿Pero por qué me insultas de ese modo? –se ofendió la niña–. Si yo sólo...? ¡NOOOO...!
–¡¿Qué haces?! –gritó Rusty, igual de horrorizado que todos los demás.
Lincoln le escupió repetidas veces al adivinador, lo arrugó furiosamente con ambas manos y lo arrojó a los pies de Stella.
–¡ESTE ES UN JUGUETE DE ORIGAMI, HIJA DE PUTA! –rugió al hacer esto–. ¡¿ME HICISTE MENTIRLE A MI FAMILIA DICIENDO QUE ESTABA MUERTO POR UN TONTO JUGUETE DE ORIGAMI?!
Acto seguido, le soltó una patada en la pantorrilla que la obligó a agacharse, seguida por una certera y bien merecida bofetada: ¡Plaf!
–¡Se acabó! –bramó camino a la salida de la cueva–. ¡Es la ultima vez que te hago caso! ¡Me voy! ¡Me voy de aquí!
–¡NOOO...!
Terca como una mula, la muchacha se dejó caer de rodillas ante lo que quedó del adivinador.
–¡¿Qué hiciste, Lincoln?! –sollozó mientras se sobaba la mejilla–. El aparato... ¡El aparato del futuro!... ¡El futuro...! Al fin lo tenía... Todo ese poder... Lo tenía... y se ha ido...
–Tal vez sea lo mejor –se acercó a consolarla Clyde en compañía de los tres pelirrojos.
–¿A que te refieres? –le preguntó Liam.
–Creo entender porque Lincoln se molestó tanto. ¿No lo ven? Ese aparato sólo trae problemas. No sabíamos que era capaz de hacer. Arriesgamos todo para quitárselo a las chicas. ¿Cuando nos atacarán ellas para recuperarlo?
–Si –secundó Zach tras pensárselo bien–. Olvida a las chicas. ¿Y qué si la CIA o los rusos se enteran que lo tenemos? Seguro nos seguirán.
–¿Y si lo llevamos a un lugar más seguro? –sugirió Rusty.
–¿Y luego qué? –repuso Clyde–. ¿Escondernos del gobierno, de los terroristas que lo quieren para el mal? Tal vez... Nadie debería tener este tipo de poder.
–¿Pero están locos? –replicó Stella entre lagrimas–. ¿Después de lo que hicimos para conseguirlo?
–Se lo quitamos a las chicas y eso es lo que importa. Pero lo correcto no hubiese sido que lo usáramos nosotros. Eso no nos haría mejores.
–Pero... Piensa en el poder.
–Es demasiado poder –dijo Liam en apoyo del chico de color–, para cualquiera. Clyde tiene razón. Debemos destruir lo que queda de esa cosa y no dejar un sólo rastro.
***
A los pocos minutos, los niños salieron de su guarida con la arrugada pieza de origami, una lata de gasolina y unos cartuchos de dinamita con un interruptor integrado (sacados de quien sabe donde y que todo este tiempo habían tenido guardados en la parte más oscura de la caverna).
Tenían suerte de que no hubiese nadie más en el parque a esas altas horas de la noche. Ni siquiera se toparon con algún policía que anduviese de ronda por allí. De otro modo se habrían metido en graves problemas si alguien más los hubiese visto manipulando materiales así de peligrosos.
Una vez afuera, en una zona amplia en la que hallaron un tocón de árbol que sabían les sería útil, los chicos se apuraron a acabar con todo de una vez. Con mucho cuidado, Clyde puso el maltrecho adivinador encima del tocón y lo roció con la gasolina, en tanto Liam se ocupaba de adherir los cartuchos de dinamita al tronco con cinta metálica.
–¿Estamos seguros de esto? –insistió en preguntar Stella una vez terminaron de preparar todo y se alejaron a una distancia prudencial–. Nunca sabremos el futuro.
–Nadie lo sabrá –reafirmó Clyde–. Así se supone que sea. Adelante, Zach.
Su otro amigo pelirrojo asintió con un gesto y presionó el botón rojo del interruptor, con lo que se generó una explosión tan potente que el estallido se oyó en unos tres kilómetros a la redonda.
¡KABOOM!
Para cuando hubo pasado el impacto, los amigos de Lincoln, cuyos rostros y sus ropas quedaron ennegrecidas de hollín, volvieron a ponerse en pie, tambaleándose un poco por lo aturdidos que quedaron con el impacto. Tanto así, que Zach estuvo a punto de caer al cráter humeante, en donde antes habían estado el tocón y el juguete de origami, el cual quedó reducido a un montón de minúsculas cenizas que se dispersaron en el aire. Eso si Stella no lo hubiese agarrado a tiempo del cuello de su camisa.
–Carajo, Zach.
Varias calles más adelante, Lincoln se estremeció un poco al oír la explosión. Después de unos segundos, en los que no se oyó nada más, siguió su camino.
***
Un par de manzanas más adelante, fuera ya del perímetro donde llegó a escucharse la explosión, Chandler McCann se quitó el delantal, dando así por finalizado otro arduo día de trabajo.
El viejo Flip estaba más que sorprendido con la dedicación de su nuevo empleado, y la buena voluntad que este mostraba con cada encargo que se le encomendaba, por muy tedioso que fuese. Su ayuda le había sentado de maravilla a su negocio, que nunca se había visto tan limpio y marchado tan bien. El chico barría los pisos, limpiaba los baños y atendía los clientes más fastidiosos con una amplia sonrisa en su cara. Ni siquiera parecía importarle en absoluto lo mucho que se le ponía a trabajar y lo poco que se le pagaba.
Así de sorprendido estaba, pues no se parecía en nada al Chandler que todos conocían en el poblado de Royal Woods.
–Listo, Flip –se despidió como un niño bien educado–. Creo que eso fue todo por hoy, a no ser que necesites algo más.
–Eh... No, ya has hecho suficiente por hoy, muchacho –contestó el anciano, que seguía sin caber en si de asombro–. Vete a casa tranquilo. Debes estar cansado.
–Si, ha sido una semana muy dura –confesó desperezándose–. Pero lo vale. Antes, gracias por dejarme trabajar aquí.
–Debe ser una chica muy especial esa de la que tanto hablas –comentó el viejo.
–¿Pues que te diré? –respondió Chandler apartando la mirada, para no dejar en evidencia el rubor que coloreaba sus mejillas salpicadas de pecas–. Al principio yo no creía en el amor, ni tampoco quería darle una oportunidad. No desde que mi mamá nos abandonó a mi papá y a mi cuando era pequeño. Por eso no quiso darme el dinero para el unicornio; porque dice que todas las mujeres son unas arpías que se aprovechan de uno y tarde o temprano te romperán el corazón. Y yo pensaba igual que él hasta que la vi por primera vez y... Y algo cambió en mi... Me hizo ver las cosas desde otra perspectiva y entender que la vida es bella y uno puede encontrar la felicidad.
–¿En serio? –todavía más sorprendido con su nueva actitud, Flip levantó una ceja.
–Si –aseguró Chandler–. Ella es tan inteligente, graciosa y...
–¿Bonita? –adivinó el viejo levantando ambas cejas.
–Muy hermosa –suspiró el pelirrojo embelesado–. Tiene unos ojos que te obligan a... Y un cabello que es... Y su sonrisa... No he hablado con ella aun. Pero... El sólo pensar en poder verla cada día me motiva a levantarme por las mañanas y soñar con ella me permite dormir plácidamente en las noches... Tal vez esto suene algo cursi, pero... Es... Como un ángel que vino del cielo a cambiarme la vida, a motivarme a ser una mejor persona, a madurar. Ya no quiero ser un bravucón, ya no le veo la gracia. Entendí que molestaba a otros porque estaba enojado con el mundo por lo de mi mamá y sólo buscaba desahogar mi frustración. Pero ya no. Por primera vez, en mi vida, realmente soy feliz, y todo gracias a ella. Por eso quiero cambiar, ser alguien mejor a lo que era antes, poder agradarle por lo que soy y no por el dinero de mi papá, conocerla, hacerla reír, estar con ella, ser su amigo, saber cuales son sus gustos, protegerla y apoyarla en todo. Y... Si eso le suena cursi, pues si, soy un cursi y que más da.
–Eso fue hermoso –Flip se enjugó una lagrima por lo conmovido que quedó con su discurso–. Espera, no te vayas todavía, tengo algo que darte.
De ahí oprimió el unico botón de un mando a distancia, con lo que un estante con repisas cargadas de objetos varios descendió de lo alto y se situó en la pared vacía que tenía a sus espaldas. A su vez, un par de ganchos con guitarras colgando de ellos se situaron en la pared de su costado y el letrero de afuera cambió de uno que anunciaba: "Flip: Comida y Combustible" a otro en el que se leía: "Empeños y gafas de Pat". De igual modo, su gafete en el que se leía "Flip" cambió por uno con el nombre "Pat".
Después de esto, el anciano dueño de la gasolinera se puso a buscar en el estante de más arriba, hasta dar con un pequeño estuche de joyero, que luego entregó a su empleado de roja cabellera.
–Ten, te lo has ganado.
Chandler abrió el estuche y contempló ansioso lo que había ahí adentro: Un broche para el pelo con forma de unicornio, hecho de plata pura.
–Pero, Flip... –exclamó, siendo él quien esta vez quedó perplejo ante tal acto de generosidad. Pues la etiqueta que el estuche tenía prendida arrojaba la cifra de $750,00–. Yo... No puedo aceptarlo así nada más. Quedamos que trabajaría aquí hasta que entrara a la universidad para poder pagarlo.
–¿Pero para que esperar tanto si se lo puedes dar ahora? –repuso el viejo con una cálida sonrisa.
–Pero... Es que es mucho dinero.
–En la vida hay cosas mucho más importantes que el dinero, hijo. ¿A mi edad, qué importa deshacerme de una pieza de joyería tan cara?, si con eso puedo ayudar a un chico de tan nobles sentimientos como tú. El precio lo vale. Es más, ¿por qué no le llevas también un ramo de rosas y una caja de chocolates?
De nuevo, Flip/Pat oprimió el botón de su mando a distancia con lo que la casa de empeño, que antes había sido un mini supermercado de gasolinera, se transformó en una tienda de regalos con un letrero que anunciaba al publico: "Tienda de regalos de Wally". Nombre que era el que se leía esta vez en su gafete.
–Escoge los mejores que haya en nuestro inventario. Con confianza.
–Bueno... Está bien –accedió Chandler–, pero a cambio seguiré viniendo para ayudarte en todo lo que necesites. ¿De acuerdo?
–Está bien, como quieras, muchacho... Pero no le digas a nadie que Flip, digo Pat, digo Wally es generoso, o todo acabará. Ahora vete, antes de que me arrepienta.
Contento como nunca en su vida, Chandler se despidió del anciano dueño del mini supermercado/casa de empeño/tienda de regalos. Se guardó el estuche con el broche de unicornio en el bolsillo, tomó el ramo de rosas más hermoso que pudo encontrar y una caja de chocolates envinados con forma de corazón, y se retiró, no sin antes darle las más sinceras gracias.
Sólo en esa ocasión, que lo vio salir de su negocio tan contento, a Flip/Pat/Wally no le importó el dinero. Momentos así le hacían rememorar los bellos momentos que vivió con su enamorada de la preparatoria. Esperaba que el chico tuviera suerte y no sufriera los mismos calvarios que él sufrió en su juventud.
–Hay, el amor joven.
***
Aunque era un chico de clase acomodada, el pelirrojo por primera vez en su vida se sentía genuinamente feliz. Tanto así que tenía ganas de cantar.
Camino a su casa empezó a maquinar un plan para invitar a salir a esa chica tan bella, cuya sola presencia lo había motivado a cambiar para bien. Pensaba, tal vez, hacer una declaración a lo grande, con música, carteles y toda la cosa. Sé le ocurrió que podría consultar a Clyde McBride. Él ya había hecho algo parecido con una niña llamada Emma, aunque no le había ido muy bien esa vez; pero la idea en si había sido innovadora, y quizá tendría muchas más igual de buenas. Eso sí, antes se disculparía con él y sus amigos por todos los malos ratos que les había hecho pasar y les haría saber que no se volvería a meter con ellos, nunca más; además que les brindaría sus condolencias por la reciente pérdida de su camarada de blancos cabellos.
O simplemente se acercaría a ella, le hablaría con sinceridad y le diría que era hermosa. Lo que sea que tuviese pensado hacer, tenía que pensarlo bien. No tanto por no quedar como un tonto delante de todos, eso ya no le importaba en lo más mínimo. Sino para que aquella chica, que tanto lo había cautivado, supiera que sus sentimientos eran sinceros y, si la suerte jugaba a su favor, considerara darle una oportunidad. En el peor de los casos, si sólo aceptaba ser su amiga, incluso con eso bastaba.
Mientras pensaba que diría cuando por fin se animara a hablarle, por casualidad la vio llegar por el otro lado de la acera, siendo ya muy noche. Cosa que no le resultó tan extraña como haberla visto en camisón con su mochila echada al hombro.
Recordó que esa misma noche las hermanas Jordan y Cookie Rosato iban a celebrar una fiesta de pijamas; eso fue lo que escuchó. Pero su casa quedaba en dirección opuesta a por donde venía. ¿Sería posible que las otras chicas la hubiesen hecho sentir mal por ser la nueva, y por lo tanto decidió regresarse a su casa ? Por su expresión de enfado dedujo que sí y se sintió indignado ante la nefasta idea de que alguien se hubiese metido con una niña tan pura, dulce e inocente como ella. Pero no sacaría conclusiones precipitadas hasta preguntarle.
En eso, también cayó en cuenta que cargaba las flores, los chocolates y el broche de plata consigo ¡y la hermosa niña se estaba acercando! ¿Que debería hacer? ¿Tomar un camino diferente por donde no lo viera e irse?... O... ¿Sería esa acaso una señal del universo, que aquel era el momento idóneo para acercársele? Después de todo era una noche muy bella y estaban solos. Mejor momento no podía haber.
Medio aterrado, pero con un buen presentimiento en mente, Chandler acudió a su encuentro, decidido a arriesgarlo todo. La saludaría, le preguntaría porqué estaba tan molesta, la consolaría y le ofrecería su amistad y después, si la cosa seguía bien, le daría sus presentes y a ver que sucedía.
–Hola... Liberty... –le sonrió.
Pero, ni siquiera terminó de saludarla cuando Lincoln Loud, su compañero de escuela al que creía muerto, se arrancó las extensiones de pelo, momentos antes de detenerse en seco frente a él.
–Chandler... –balbuceó el peliblanco para excusarse con el pelirrojo al que se topó en medio de la acera cargado de regalos–. Yo... Puedo explicar esto.
Contra todo pronostico, el otro chico no se mofó de él por habérselo topado maquillado y vestido como una niña. Peor, parecía haberse enfadado y lo miraba con odio, pero con odio jarocho.
Frunciendo el ceño y gruñendo entre dientes, Chandler le dijo con voz amenazante:
–Ponte la peluca, ahora.
***
–¡¿HICIERON QUÉ?!
Cuando sus hijas retornaron a casa a contarle lo que habían hecho, el señor Loud se escandalizó más que con cualquier otra travesura que hubiesen cometido en su vida.
Hacía pocos minutos que, junto con su señora esposa, se había despertado de golpe al oír la camioneta aparcando fuera de la casa. Cuando salieron a la sala con sus levantadoras puestas, se toparon con las diez niñas, cuyas ropas estaban todas mugrientas de tierra y lucían bastante cansadas, pero también se veían muy contentas.
–¿Enterraron el cuerpo de su hermano en el cementerio indio? –inquirió horrorizada la señora Loud, quien por poco y se desmaya al enterarse–. ¡¿Tomaron parte de un rito pagano?!
***
Desde el otro lado de la calle, Lincoln suspiró, pensando la forma más acertada de explicarles todo lo acontecido a su familia.
Fuera como fuese, de antemano sabía que tendría muchos problemas por haberles mentido. Sus padres, obvio, le aplicarían un buen castigo y sus hermanas dejarían de hablarle por semanas, quizá meses, y le estaría muy bien empleado.
Antes de encaminarse a su casa, cuanto menos se dio tiempo para volver a vestirse con sus ropas normales y quitarse el maquillaje, pues ya había tenido suficiente de su faceta como Liberty.
Habiendo terminado de alistarse, esta vez si cruzó la calle, dispuesto a afrontar las consecuencias de sus actos.
***
–Tuvimos que hacerlo –gimió Lucy al excusarse en nombre de las demás–. Por si existía la mínima posibilidad de regresarlo... Nosotras... Gemido... Yo... Yo ya no sé lo que estamos haciendo.
–Lo hicimos por ustedes –insistió Leni entre sollozos–. Querían tanto tenerlo de vuelta, y nosotras también.
–Pero no así, niñas... –chilló su madre–. ¡No así!... No sería nuestro Lincoln.
–¿Que no han oído del caso de Gage Creed? –explicó su padre angustiado–. Sería un fenómeno abominable... Un engendro del diablo.
De pronto, los integrantes de la gran familia se sobresaltaron al oír que alguien tocaba a la puerta. A esto siguió el llamado de una voz que todos reconocieron de buenas a primeras y les puso la piel de gallina.
–¿Hola?...
–Es él –masculló asustado el señor Lynn.
–Mamá... Papá... Chicas... Soy yo, Lincoln... He vuelto.
Conscientes de la gran atrocidad que habían cometido, las diez hermanas se abrazaron entre si, mientras sus padres se ponían por delante de ellas para brindarles algo de protección.
Aterrorizados, los Loud observaron en silencio al picaporte sacudirse y soltar leves chasquidos: ¡Chak! ¡Chak! ¡Chak!... Lo cual indicaba que el engendro estaba tratando de entrar.
Aguardaron en silencio y sin moverse, hasta que sus intentos cesaron y no se escuchó nada más. Rita abrazó a su esposo y este se echó a llorar.
–Se fue, Lynn –lo consoló su esposa–. Se fue...
–Que Dios nos perdone –gimió Lori, igual de arrepentida que sus otras hermanas.
–Hola, chicos...
De repente, todos ahí se llevaron un tenaz susto de muerte, peor a los que ocasionaba Lucy cuando se aparecía a espaldas de uno sin avisar. De hecho, esta ultima se desmayó, igual a como le había pasado la noche que se bañó con lo que creía era la sangre y vísceras de su hermano muerto. En breve yacía tumbada en el piso convulsionándose y echando espuma por la boca. Las otras hermanas Loud echaron a correr en direcciones diferentes. En cambio, Rita y el señor Lynn permanecieron de pie en medio de la sala, mirando al umbral que conducía al comedor.
Ahí estaba Lincoln, que había ingresado por la puerta de atrás; misma que sus hermanas tenían la mala costumbre de dejar sin seguro.
–¡Oh, Dios! –gimió Rita al verlo a la cara–. ¡Es horrible!
–Niñas...–exclamó aterrorizado el señor Lynn–. ¡¿Pero que han hecho?!
–Me imagino que están sorprendidos de verme –empezó a explicarse su hijo.
–¡No es correcto! –gritó Lola asomándose por atrás del sofá–. ¡Haz que desaparezca!
En brazos de Luna, que se escondió detrás de una lampara de pie, Lily rompió en llanto hasta ponerse toda roja.
–¡BUUUUAAAAAHHH...!
En esas, Lynn salió a hurtadillas de la chimenea a agarrar una pelota de baseball que tuvo la suerte de hallar tirada cerca. A su vez, Lincoln dio un paso hacia sus padres que del puro espanto dieron un salto para atrás.
Forzándose a si misma a estabilizar su respiración, la castaña agarró la bola con firmeza, se inclinó un poco hacía atrás para tomar impulso... Y la arrojó contra la cabeza del albino.
¡Pow!
–¡Ay!
Ni su concentración ni su brazo le fallaron, a pesar que el terror le penetraba hasta la medula. Su tiro fue certero, dando en el blanco a la primera, y el infeliz acabó desplomándose inconsciente boca abajo.
–Perdóname, hermano –sollozó la castaña después de haberlo dejado fuera de combate–. Ouh... ¡¿En que te hemos convertido?!
***
Al cabo de otra media hora, Lincoln despertó en el sótano de su casa, sólo para darse cuenta que le habían quitado la camisa y los zapatos y estaba encadenado a las paredes de manos y pies como si fuera alguna especie de bestia salvaje.
Al levantar la mirada vio bajar a sus padres por las escaleras que se alzaban por delante suyo. El señor Lynn sollozaba en el hombro de su mujer, que a su vez se encargaba de guiarlo al bajar. Más arriba vio asomarse a sus hermanas por la puerta abierta del sótano.
–¿Ya lo vez? –consoló Rita a su afligido esposo–. Todo va estar bien.
Luego se volvió a mirarlo a la cara.
–Hola, cariño.
–Hola, mamá –la saludó Lincoln algo confundido.
–Se suponía que se quedara muerto... –sollozó el señor Lynn.
–Oigan, chicos –se atrevió el peliblanco a preguntar–, ¿por qué estoy encadenado aquí?
–Porque ahora eres un engendro diabólico –explicó su madre–, una abominación.
–Oh, bueno...
Pensando que aquel se trataba de un castigo irónico por fingir su muerte, similar a cuando lo obligaron a usar el traje de ardilla por inventarse que daba mala suerte para no apoyar a sus hermanas en sus actividades, Lincoln decidió afrontarlo como hombre y esperar a que se lo levantaran a su debido tiempo.
–Entonces, ¿al menos podría comer algo? –pidió de forma educada–. Tengo mucha hambre.
Al oírlo decir eso, sus padres se quedaron en una pieza mientras que sus aterradas hermanas se echaban para atrás.
–¡Esa cosa tiene hambre! –chilló Leni.
–Si –asintió Lori, al tiempo que arrullaba a Lily para consolarla y las gemelas se abrazaban entre si y se echaban a llorar–. Esa cosa tiene que comer.
***
Una hora más tarde, Sam Sharp se apersonó en la casa Loud.
–Hola, amor –saludó con un beso a su novia Luna, quien salió a recibirla en la puerta–. ¿Qué es eso tan importante que querías decirme en persona que no pudo esperar hasta mañana?
–Bueno... –respondió la otra rockera, en cuya cara se mostraba algo de inquietud y su mirada no dejaba de pasearse de un lado para otro–. Es que... No me lo vas a creer, pero... Mick Swagger está aquí en mi casa.
–¡¿Mick Swagger?! –repitió Sam emocionada–. ¿Pero cómo? ¿Cuando...?
–Su autobús se averió a aquí en frente y nosotros le permitimos pasar mientras el conductor se encarga de arreglarlo –mintió Luna agarrándola de la muñeca y conduciéndola a la entrada del sótano–. Ven, está aquí abajo y estaba por cantarnos una canción.
–Un momento –señaló Sam cuando estuvieron frente a la puerta abierta del sótano–. Yo no vi ningún autobús allá afuera.
Con un tremendo dolor que le quemaba el alma, Luna la agarró de los hombros y se acercó a susurrarle al oído:
–Perdóname, amor.
Y la arrojó escaleras abajo, antes de que pudiese reaccionar. La rockera del mechón azul rodó golpeándose repetidas veces contra los escalones y cayó despatarrada frente a Lincoln, que observaba todo este espectáculo estupefacto.
Adolorida, la pobre hizo un esfuerzo por volver a levantarse. Fue entonces que el señor Lynn salió de una esquina oscura bajo las escaleras, empuñando con ambas manos una pala quitanieves que usó para rematarla a golpes: ¡Clanc! ¡Clanc! ¡Clanc! ¡Clanc!...
En cuanto Sam se quedó inerte, Rita salió de detrás del calentador de agua con un cuchillo de cortar carne. Al llegar a ella la alzó halándola de los cabellos y le rebanó la garganta: ¡Chanc!
Después, el señor Lynn empujó su cuerpo degollado con la pala hasta los pies del chico albino, que quedó en shock al atestiguar toda esta masacre.
–Ahí tienes, hijo... Come.
Arriba, asomándose por la puerta abierta del sótano, Luna se llevó las manos al rostro para contener los borbotones de lágrimas que empezaban a brotar.
–Buen provecho, hermano –sollozó antes de retirarse a llorar en su habitación .
Las otras hermanas se mantuvieron al margen de la entrada al sótano.
–Oh, Lynn –gimió Rita soltando el cuchillo ensangrentado–. ¿En que nos hemos convertido?
–Vamos, querida... No lo veas comer.
Hasta que sus padres lo dejaron a solas, Lincoln pudo volver en si. Miró de nuevo el cadáver de Sam, sumergido en un charco de su propia sangre, y después a la puerta de arriba cerrándose en frente suyo.
–Papá... ¿No puedo comer de tu Lynnsaña?
FIN
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top