Capítulo 4.



«No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo».

-Albert Camus.

~*~

SIV AUBRIOT.

—¿Entonces vas a permitir que te compre?, ¿es eso?

—No, papá... —Dejo la taza de café en el fregadero y cojo los pendientes de Cacharel que había dejado en la isla de la cocina antes de llamar a mis padres—, es que en parte tiene razón, si quiero seguir viviendo como vivo tengo que tener más ingresos.

—Es decir estás dispuesta a venderte para seguir manteniendo un estilo de vida que no quieres perder —Enciende uno de sus cigarros y nubla la pantalla por completo—. ¿Sabes? Creo que tienes un problema con los lujos, my princess. Si no puedes costearlos, no los tengas.

—Me gusta vivir así, papá.

—¿Y tienes la conciencia tranquila sabiendo que puede comprar tu corazón porque eres una consumista? Porque si es así, me callo y te muestro mi apoyo, pero te conozco lo suficiente como para saber que eso te hará daño.

—¿Y qué hago?, ¿dejo que me embarguen o me quedo meses sin comer por no vender mis valores y haber sido una irresponsable una vez más?

—Si tan mal vas de dinero, dímelo —Me señala con el dedo—. ¡Soy tu padre!, ¡no voy a pagar tus caprichos de capitalista, pero si tengo que alquilarte un piso a las afueras de la ciudad que puedas costearte lo haré!

—Papá, yo no..., yo no..., yo no quiero esa vida, admiro a quienes prefieren vivir sin lujos, pero...

—Nadie prefiere vivir sin lujos, mi pequeña Siv, pero la vida no les permite gastarse lo que les gustaría —Da una calada y apaga el cigarro—. La gente no es pobre por decisión propia, no pierdas esa humildad que te hemos dado porque el día de mañana echarás de menos ser quien eras.

—Si no me asocio con alguien, acabarán asfixiando mi negocio...

—Esa es otra cosa y ahí puedo entender tus dudas.

—¿Qué hago?

Era indecisa en algunos aspectos de mi vida y los consejos de Pierre eran los que me mantenían, la gran mayor parte del tiempo, con los pies en la tierra.

El día que él me faltara, tenía miedo de todo lo que podía llegar a tambalearse mi vida. Pierre Doucet no era un hombre estricto en sí, pero sabía reconducirme a la perfección porque conocía bien mi carácter impulsivo y desorbitado con tendencia a meter la pata hasta el fondo.

No es que mi madre no supiera cómo educarnos (incluyendo a mi hermano), desde luego que había hecho un gran trabajo y la admiraba por su fuerza.

Pero mi padre ya había cometido todos los errores con los que yo tropezaba porque teníamos una forma de actuar en muchas ocasiones, bastante parecida.

—Albert Camus dijo algo muy interesante una vez.

—Camus era existencialista, papá.

—Y muy sabiamente dijo «No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo», si vendes o te asocias, que sea porque para ti es bueno, no porque el miedo te gane.

—Mañana tengo una reunión con otro empresario...

Había omitido la parte en la que Gian McMahon me había dado plantón y posteriormente había aparecido, superando por crecer la impresión que pudiera tener sobre él.

También llevaba toda la madrugada intentando no pensar en cómo se sentiría ser follada por un hombre como él y que cuando se corriera te mirara con esos ojos tan espectaculares.

Pero esa era otra historia.

Y por supuesto, no era algo que tuviera que contarle a mi padre y desde luego que no iba a confesarlo ni en voz alta.

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Había quedado con Audrey Milton para desayunar, ella invitaba porque se encontraba muy estresada y yo, estando a punto de caer en números rojos en mi cuenta bancaria, no iba a declinar una invitación así.

Audrey llevaba unas ondas perfectamente acompañando a su negro cabello y un vestido playero que había usado un par de veces antes y que a mí me encantaba.

Se ceñía en sus caderas como agua en paño y dulcificaba esos 'defectillos' que ella decía que tenía después de haber dado a luz a mellizos.

A mí me parecía que estaba estupenda y, aunque no lo estuviera, no era quién para juzgar el cuerpo de otra persona.

El físico ajeno, en mi opinión, no debía ser tema de conversación y punto. No era complicado de entender, éramos nosotros como sociedad los que habíamos obstaculizado crecer como personas independientemente de la talla que vistiéramos.

—¡Hola, nena! —Coloco bien la boina y me quito el cárdigan veraniego, sentándome a su lado.

—Buenos días, Siv —Saluda amigablemente y mandándome un beso—. ¿Café o prefieres otra cosa?

Estábamos en una cafetería conocida por ser experta en café italiano y, desde luego, no iba a negarme a uno de los buenos, aunque en esta ocasión, lo tomaría descafeinado.

—Café estará bien —Llama a la camarera y con mucha amabilidad hace la comanda—. Te noto estresada.

Era mi manera de preguntarle cómo estaba. No nos hacíamos preguntas personales porque habíamos acordado que sólo conoceríamos la una de la otra lo que quisiéramos contar. Eso no significaba que no nos preocupáramos como las amigas que estábamos siendo, simplemente teníamos otras maneras de llegar al objetivo.

A veces era imposible no formular la pregunta, pero lo evitábamos todo lo posible.

—Estoy muy agobiada, Siv..., aunque por fin he cerrado el caso que me estaba volviendo loca.

—¿El del matrimonio infiel?

—¡Sí! —exclama Audrey—. ¿Te lo puedes creer? Me contacta el marido para que investigue a su mujer y el infiel era él... ¡Me había contratado para tener vigilada a su señora y saber a qué horas podía follar con otras!

—Déjame adivinar —Muevo el café y de manera mecanizada llevo la taza a mi nariz, inhalando el amargo olor que tanto me gustaba—, un empresario.

—¡Ding, ding, ding!, ¡tenemos una ganadora! —Da un sorbo al suyo—. Mira que siempre te digo que tienes demasiada rabia a los hombres de negocios, pero chica, cada vez que intento convencerme a mí misma de que son manías tuyas, un empresario me decepciona.

—Ya sabes que tengo buen ojo para detectar las intenciones de las personas...

—Qué suerte tienes de verdad, dame un poco de esa suerte, porque yo sólo me fijo en los más idiotas...

—Todo se lo debo a mi madre, es de quién heredé ese don.

—Pues ya podrías darme un poco, porque estoy literalmente hasta el coño.

Suelto una carcajada.

Audrey podía ser una mujer de apariencia fina y vanidosa. Pero hablaba la gran mayor parte del tiempo como una persona de calle, incluso algunas personas se atreverían a clasificarla como maleducada o una persona de lenguaje soez.

A mí era una de las particularidades que más me gustaban de ella.

—Cada día es más difícil, ¿no?

Estaba al tanto de su situación personal porque una vez había llegado a la librería derrotada y sin ganas de nada.

La había sujetado y había escuchado con atención sus problemas, llegando a sentirme conmovida por su historia y abrazándola como muestra de cariño.

No me costaba ser un apoyo si alguien que me caía bien y con quién me sentía cómoda necesitaba mi hombro para llorar. Al contrario, me hacía sentir realizada conmigo misma el ser capaz de mostrar algo de bondad y ser servicial con aquellos a los que llamaba amigos.

—Amo a mis hijos, Siv —dice bajo un par de suspiros—, y también amo mi profesión. Ellos van por encima de cualquier cosa, pero si Keegan ayudara un poco, no estaría tan agobiada.

Audrey y Keegan se habían divorciado un par de meses después de mi llegada al país. Los había conocido en su peor momento y por muy maravilloso que mi amiga intentara venderme a su ex, no podía creerlo.

—De la pensión ni hablamos, ¿verdad?

A veces era difícil no preguntar sobre nuestras vidas privadas y tener que buscar la manera de conocernos. Sabía que ella pensaba lo mismo.

Pero para protegerme a mí misma, era un pacto que no podía cambiar.

Audrey era detective y yo tenía un gran secreto con el que vivir.

—El dinero es lo de menos —Resopla y se toma el café de un solo trago—. Son sus hijos y yo una madre separada; tengo un trabajo y bocas que alimentar. Si no dedico tiempo a mi vida laboral, no podré traer comida a casa, es lógica común —señala—. Keegan debería luchar por la custodia de sus hijos, por verlos más a menudo, no por deshacerse en cuanto puede de sus pequeños. Me duele que ni Vince ni Molly vayan a crecer con una figura paternal a su lado —Frunce el ceño mientras relata su punto de vista—. Por lo menos está mi hermana Mandy que me ayuda siempre que puede.

Ser detective era vivir sin horarios, tener que salir de casa a cualquier hora del día y en cualquier momento. Dependías de las rutinas de otras personas y no podías crear la tuya propia.

Y claro, si había bebés de por medio, todo se magnificaba y se complicaba de sobre manera.

—Molly y Vince son adorabilísimos —Era cierto, tenían una gracia natural que los bebés estadounidenses no solían tener. Eran preciosos y daba gusto estar con ellos—. El tiempo pone a cada uno en su lugar y estoy segura de que saldremos de esta.

—Gracias por incluirte, por dejarme contar contigo.

—Ya sabes que puedes y debes contar conmigo, Audrey.

—¡No hagas que me emocione, amiga! —Abanica con sus manos la cara, evitando estropear su maquillaje—. Venga, te llevo a la librería si quieres.

¡Hola! ¿Qué tal?

¡No te olvides de dejar un voto y un comentario si te está gustando!

Ya vais conociendo poco a poco a los personajes y las dinámicas que tienen entre ellos.

¿Cuál fue vuestra primera impresión acerca de Audrey y cómo va avanzando?

Ay, espero que os esté gustando mucho.

¿Cuántos años tenéis? Yo ya estoy en los 25 ufff🙊

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