Capítulo 36.
«Don't speak I know just what you're saying, so please stop explaining. Don't tell me cause its hurts».
-No Doubts (Don't speak).
~*~
SIV AUBRIOT.
—Nunca he visto tu casa. —Es lo primero que se me ocurre decir tras caer desplomados los dos—. Nunca te he visto con tus amigos más allá de una cena de etiqueta, nunca te he visto interactuar con tu familia como lo haría la gente normal, nunca he tenido el placer de verte con algo más que de traje y corbata o desnudo. No conozco tus inquietudes, tus miedos, tus sueños, no conozco nada más allá de lo que a ti y a mí nos atañe, ¿no es un poco injusta toda la burbuja que estamos creando alrededor nuestra? Somos más ficción que realidad.
—Pues yo creo que estás confundida, nunca tendría reservas en enseñarte nada —Anuda el condón y lo mete dentro del envoltorio—. Si quieres ver mi casa, pues nos cambiamos y la ves; si quieres conocer a mi familia, organizo para este domingo una comida, aunque debo advertirte que me verás bastante tenso, no es una excusa. Adoro a mi madre y a mis hermanas, pero...
—Estaría tensa hasta yo, Gian, no soporto a tu padre, no sé cómo tu madre sigue con él. Una cosa es comportarse de forma distinta según con quien estés porque eso lo hacemos todos, pero joder, tu padre es un cabrón contigo.
—Mi madre sabe que nuestra relación no es buena, sabe que Dulcie lo soporta y que Ophelia tiene cierta debilidad por él, pero es que William nunca se ha comportado como un hijo de puta de forma directa, siempre ha sabido cubrirse bien las espaldas.
—Eres su hijo, Gian, ¿cómo puede tenerte tantísima rabia? —Me remojo los labios y continúo hablando—. El odio que te tiene viene de antes y lo sé sin necesidad de que me lo confirmes; la tragedia de Trenton sólo fue la gota que colmó el vaso.
Ignora mi declaración, no le sorprende, quizás él también piensa así y lo habrá rumiado mil veces para entender por qué William le detesta con tanto ahínco.
Si ha llegado a una conclusión o no, no está por la labor de decírmelo.
—Si quieres que nos juntemos para bailar o para cenar, llama a tus amigos y yo llamaré a los míos.
Vale, no quiere hablar de ese tema: línea roja para él.
—Jeremiah es mi amigo. —Quiero evaluar su reacción, quiero saber qué tipo de persona es.
—Has follado con tu amigo. —Creo que aún no sale de su asombro y lo demuestra cuando se pone bocarriba y dobla los codos, apoyándolos en el colchón y dejando su cabeza apoyada en la almohada.
No me lo está recriminando, es que sigue sorprendido.
—Sí y no, hay matices de por medio.
—No lo entiendo.
—No lo empecé a considerar un amigo hasta que decidimos no volver a follar, no creo en el concepto de «amigos con beneficios», soy de las que piensan que hace más mal que bien porque en el momento en el que uno de los dos pierda el interés sexual, puede haber problemas.
Creo que no está del todo de acuerdo, sin embargo, pasa a la siguiente pregunta. Ansía más conocerme que darme su opinión y eso me hace sentir que soy una de sus prioridades.
—Pero ahora que no folláis, ¿es tu amigo?
—Bienvenido al mundo actual, gruñón proveniente de las cavernas. —Le tiro una de las almohadas libres y consigue esquivarla con facilidad.
—Joder, francesita, no lo digo por eso. —Se incorpora rápidamente y me agarra de la pantorrilla para hacer que me tumbe a su lado.
—¿Entonces por qué? —Le doy un beso en la mejilla y me levanto bajo sus quejas. Busco en mi armario alguna camiseta que permita que el ombligo se vea y un pantalón de tiro bajo que marque mis caderas—. ¿Acaso te pone imaginarme con otro?
—No, me pone compartirte con alguien, que es diferente a verte sin ser yo partícipe.
—Gian —Me doy la vuelta y formo una línea recta con los labios—. No soy un objeto, no puedes decidir compartirme, puedes invitarme a formar parte de tus fantasías, pero no a compartirme.
—Entiendes a lo que me refiero, deja el activismo para gente a la que no le interese aprender lo que tienes que decir, a mí me interesa y no hablaría de ti como un objeto, joder.
—No se trata de activismo o no, son conceptos que puedo aceptar que otras quieran usar con sus relaciones, pero que no quiero que se usen conmigo, son límites que no estoy dispuesta a tolerar.
—Vale, entendido: me pone follar contigo mientras alguien más te folla y toda tu atención es por y para mí, ¿contenta?
—Mucho —Sonrío coqueta antes de darle la espalda y añado—: a mí también me pone, sobre todo cuando sacas ese dominante que llevas dentro.
Se incorpora y noto sus cálidas manos en mi cintura y suelto un suspiro porque no quiero ser muy brusca apartándome.
—¿Todo bien? —pregunta tras oírme suspirar varias veces—. ¿Qué te apetece que hagamos?
Busco una pinza con la mirada y cuando la encuentro en la mesilla de noche, aprovecho para escaquearme y colocármela de forma estratégica para que el pelo no esté en mi cara. Quiero que me vea a los ojos porque dicen que ellos nunca mienten y para lo que tenemos que hablar, es necesario observarnos desde la profundidad.
—Hablar —La presión en el pecho se hace presente una vez pronuncio ese simple verbo en infinitivo. Duele tener que ser sincera, pero es el acto más humano que voy a tener en la vida: responsabilizarme—. Tenemos muchas cosas de las que hablar.
Miro a otro lado, si sigo viendo su bonita cara me voy a poner a llorar y yo no lloro si no me he bebido antes unas cuantas copas de vino o champagne.
—Te escucho. —Frunce el ceño, sospecha que no es bueno lo que tengo por decir, pero es que no tiene ninguna pista que le aclare qué es lo que voy a contarle.
—No, aquí no. ¿Puedes enseñarme tu casa?
—¿Quieres decirme algo importante en mi zona de confort en vez de en la tuya? Eso es un gesto bastante altruista y me empieza a asustar.
—¿Por qué? —Subo el tanga por mis piernas y sonrío sin poder evitarlo ante la escena tan familiar que estamos viviendo: él sentado en mi cama mientras yo me cambio y hablamos de nuestras cosas como si fuéramos una pareja ya formada.
—De vez en cuando tengo gestos bonitos, no te acostumbres a ellos...
...Porque sé que después de todo lo que tengo que decirte, no me querrás ver ni en pintura.
Asiente y rindiéndose, me ofrece la mano y me acerca a él.
Retira un mechón rebelde de mi cara y con el brazo libre me rodea la cintura.
—Quiero que cuentes conmigo, rubia, pero no quiero que te obligues a hacerlo, no quiero presionarte y lo último que me apetece es correr detrás de ti porque sales huyendo sin darme opción a opinar.
Apoyo las manos en su pecho desnudo y observo su tatuaje.
A Trenton McMahon lo mataron entre todos: su padre por jugar tan sucio de desequilibrarle mentalmente, Chiara por acercarse a él con intención de quedarse con Gian e Isaac por ser cómplice de que abuso sexual.
—¿Podemos ir a tu casa?
Me besa, aceptando que no va a conseguir que cambie de opinión.
Es ese tipo de besos en los que te intentan demostrar que todo irá bien, que estarán contigo pase lo que pase y que buscan recordarte que no estás sola, que tienes su apoyo.
El problema cuando te besan así es que no saben lo que vendrá después, es un salto al vacío sin paracaídas para acceder a la pista de aterrizaje, sin coherencia, sólo una decisión que los más locos se atreverían a hacer.
Algunos los llaman valientes y otros preferimos tacharlos de insensatos.
—Vamos.
∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗
Su casa y la mía están en el mismo barrio. La suya cuenta con jardín privado, un conserje y un guardia de seguridad que contrataron entre tres o cuatro propietarios de la zona para mayor protección.
Desde su hogar puede ver el mío, al menos una parte de él porque está en tercera línea de la carretera y eso le profiere una vista magnífica. No puede vigilarme, pero si controlar cuando salgo o entro.
—Es un poco siniestro que tengas la capacidad de saber mis movimientos.
Le hace gracia mi comentario y una tímida sonrisa lo demuestra.
—Podría vigilarte si quisiera, pero no soy de esos. Necesito controlarlo todo, pero no privarte de tu libertad como persona. —Se coloca bien las gafas de sol.
—¿Debería alegrarme que no me controles las llamadas y con quién salgo? —bromeo.
Se para en seco y sin poder ver sus ojos sé que su expresión sería de reprimenda.
—No me interesa saber a qué hora llegas a casa, ni si has quedado con uno o con otro. Tú y yo tenemos exclusividad y así lo dictaminamos; confío en que eres suficientemente responsable como para comunicarme si quieres ver a otro en el sentido que ambos sabemos. No soy un acosador, Siv, no me pintes como tal.
—No se me ocurriría, mon trésor. —Y es cierto y le relaja saber que le llamo así, pero no me pregunta qué significa. Quizás lo sabe y quizás no, sólo sé que le gusta por cómo su cuerpo se destensa cada vez que pronuncio esas dos palabras en francés.
Saluda al conserje por su nombre de pila y yo me limito a sonreír de forma escueta. Empiezo a sentirme nerviosa.
¿Sabes esa sensación en la que intuyes que todo va bien pero que vas a arriesgarte a que todo se tuerza porque debes hacerlo? Podría vivir un tiempo sin decirle nada, creando nuestra burbuja, esperando a que todo explote y luego culpar al destino de que no estábamos hechos el uno para el otro y recriminarle a Dios por haberle puesto en mi camino.
Podría hacerlo, podría vivir con ello porque un poco más de culpabilidad; sabotaje hacia mí misma o autocompadecerme no sería nada nuevo para mí.
Hay quienes confiesan el delito porque les quema el sentimiento de culpa y necesitan deshacerse de él.
No es mi caso, no del todo.
Puedo vivir con la culpabilidad y seguir hacia delante, pero no quiero.
No quiero seguir creando mentiras o sosteniendo un engaño del que formo parte. Y desde luego, no quiero callarme porque Gian merece saber que hay un vídeo nuestro en manos de otro.
Por mucho que eso me perjudique más a mí que a él, no deja de ser una violación a nuestra intimidad y para que sea nuestra y no solo mía, es porque alguien más forma parte y tiene todo el derecho del mundo a saberlo.
—¿Entramos? —Alza ambas cejas, lleva las gafas de sol ahora en la mano y en respuesta subo los dos escalones que llevan a la puerta principal.
Nos recibe un felpudo con la habitual frase de WELCOME en marrón gastado y decorado por una ola azul claro.
Es evidente que Gian ama el océano, el mar y todo lo que tenga que ver con una de mis mayores fobias.
Su casa es infinitamente más grande que la mía y, en contraste, parece estar más llena que vacía.
Flores, cuadros, grandes ventanales opacos para poder ver sin que le vean y fotos de paisajes y de él con su gente adornan el comedor, la amplia cocina y varios sitios más.
—¿Toda tu casa está llena de recuerdos?
—Es lo único privado que tengo, donde no debo dar explicaciones a nadie —Cierra la puerta y me tenso—. Aquí puedo ser yo mismo, sin necesidad de mantener un estatus, una imagen o ser formal.
—Con razón piensas que mi casa está vacía, si es que la tuya está llena.
La distribución de habitaciones es prácticamente la misma, al menos en el piso de abajo.
—No te confundas, Cenicienta, que por mucha decoración que yo tenga, la tuya está absurdamente deshabitada. Cualquiera diría que estás de paso y que no vives ahí.
Paso por delante de él y de forma instintiva me fijo en el frigorífico de última generación que tiene. Está adornado por un montón de imanes y la mayoría pertenecen a ciudades del mundo: capitales, pueblos pequeños, algunos no los he oído en mi vida y un mapamundi de Brasil.
Lo más curioso de todo es que están perfectamente ordenados de arriba hacia abajo y separados por un pequeño hueco que forma filas.
No están así por casualidad, Gian es orden y yo soy caos, él siempre tendrá alguna razón para acomodar hasta simples imanes en un frigorífico.
—¿Has visitado cada uno de ellos? —Inclino la cabeza hacia la nevera y cuento tres ciudades de Francia: París, Toulouse y Marsella. Me cruzo de brazos sintiéndome algo cohibida y entrometida en sus recuerdos—. ¿Has ido a todos estos lugares?
—No —Se posiciona detrás de mí y apoya la barbilla en el hueco que separa el cuello de mi clavícula, de forma estratégica para poder explicarme la metodología que usa—. Las tres primeras filas son sitios a los que yo he ido, la cuarta y la quinta son los que me han regalado.
—¿Por qué?
—Porque se acuerdan de mí y me compran detalles, ¿nunca te han regalado un imán? —Me gira para que le mire y con cuidado nos mueve hacia una pared en la que sólo hay dos pequeños marcos de fotos.
Niego.
—¿Cuántas veces has ido a Toulouse?
—Seis o siete —confiesa—. Algunos de mis primos nacieron allí, ya sabes, una de mis tías se casó con un francés y se mudaron a Francia.
—¿Cuántos tíos tienes?
—Por parte de padre solo a Hazel —Se refiere a la que vive en mi país—. Por la otra parte son tres hermanos y dos hermanas contando a mi madre. ¿Y tú?
—Tengo a mi tío Ferdinand por parte de padre y de ahí dos primos y, en cuanto a mi madre, son tres: mi madre, Andréanne que está divorciada y se volvió a casar y tiene cuatro hijos y mi tío Didier, fue padre hace un par de años.
—¿Me das un vaso de agua?
—En la alacena de la derecha. —señala y entiendo que no me lo da directamente para que vea la colección de tazas que tiene de recuerdo de muchísimas ciudades.
—¿En serio? —Cojo una al azar que corresponde a la ciudad de Bogotá—. ¿Has ido a Colombia?
—No, esa me la regaló Dayton; estuvo saliendo con una colombiana y me la trajo de recuerdo.
—¿A quién se le ocurriría regalar una taza?
—Es un regalo universal, Siv, como los imanes, ¿tampoco has regalado una?
Vuelvo a negar.
—¿Ni cuando fuiste a Escocia? —insiste.
—Enviaba postales, supongo que tengo esa idea romántica en la que me parece más bonito escribir algo a mano y enviarlo con los nervios de no saber cuándo lo recibirán.
—Eso está bien hacerlo de vez en cuando —concuerda a medias—, pero en vacaciones..., si no hablas el idioma o lo que sea, ¿cómo vas a mandar una postal?
—Existen los buzones.
—Pero es más rentable ir hasta una oficina.
—Soy una romántica de La France del noventa y uno, de todas formas, me da igual si no sé el idioma.
—Déjame adivinar, ¿Google Translate? —recuerdo haber tenido una conversación exactamente así con Gian en el pasado, en ese momento fui yo la que le hice esa pregunta después de haberle mandado un ramo de flores con una nota escrita en francés.
—Los franceses tenemos la manía de pensar que todos deben hablar nuestro idioma, pecamos en egocentrismo y nos enfadamos cuando no nos hacemos entender, pero nos salimos con la nuestra, aunque sea a regañadientes —Sonrío sintiéndome algo victoriosa—. Nos damos más valía de la que tenemos, pero nos funciona. Siempre funciona.
—¿Sois nostálgicos del imperio francés? Mi tía siempre dice eso cuando su marido actúa como si fueran la última botella de agua del desierto.
—En cuanto al idioma, puede ser. Siempre hemos sido el idioma de la elegancia y ahora la gente piensa en el italiano, siempre han dicho que el francés es erótico y ahora el mundo suspira por los hispanohablantes y hubo un momento en que el idioma extranjero que se estudiaba en los colegios era el nuestro y ahora es el inglés. Supongo que nos seguimos dando el valor que creemos merecer y que el resto ha decidido que no, que eso es arcaico y que nuestro momento terminó.
Pasa el pulgar por mi labio inferior y me sorprende cómo puedo calentarme tan rápidamente con un simple gesto y más cuando no hace ni dos horas que me he corrido gimiendo su nombre.
Y ahora mismo necesito hablar con él.
—¿Me enseñas el resto de la casa? —Mis palabras causan un efecto negativo en él y da un paso hacia atrás, como si hubiera recibido un golpe.
—Puedo enseñarte el salón si quieres —Va a poner límites y encerrarse en sí mismo, lo comprendo. Quizás ver su habitación es demasiado íntima en estos momentos en los que la duda le está matando—. ¿Quieres seguir con el agua o prefieres algún refresco?
—Te pediría un vaso de vino, pero no creo que te apetezca darme ese gusto.
Se debate entre complacerme o no y acaba asintiendo, yendo hacia una vinoteca cerrada con llave y abriéndola con cuidado.
—Tengo vino añejo sin abrir, puedo ofrecerte una copa.
Solo una.
Está bien para mí.
—¿No sueles beber?
—Sólo bebo cerveza cuando estoy solo y hay algún partido de los Clippers o si la selección brasileña de soccer juega en el mundial o la Copa América.
—Se dice football.
—No, se dice soccer.
—Lo inventaron los ingleses y, para algo bueno que crearon, acepta tu derrota.
—He tenido tantas veces esta discusión con mi madre que ya opto por daros la razón como a los tontos y seguir llamándolo soccer.
Cabezón.
Levanta las manos y se dirige hacia la alacena para coger dos copas y servirnos vino a ambos.
Es extraño, estamos obligándonos a marcar distancias —yo porque no me nace ser cariñosa cuando estoy a punto de romper su confianza y él, porque ante el desconocimiento actúa así: alejándose un poco—, pero nos sale estar juntos, bromear, hablar, conocernos mejor, interesarnos el uno por el otro.
Hay gente que se obliga a mantener viva una conversación y luego estamos Gian y yo, que nos estamos forzando a distanciarnos.
—¿Me acompañas? —Me tiende la copa y la acepto—. Siéntate. —Indica mientras da un sorbo a su vino.
No lo huele, no lo saborea, no disfruta del placer que supone tener una delicia entre las manos.
—Prefiero quedarme de pie, si no te importa.
—Estás nerviosa —apunta y no lo refuto—. Me estoy volviendo loco mientras me obligo a no explotar, pero no sé cuánto más duraré...
—Lo siento. —prefiero no mirarle a los ojos, no porque no quiera o pueda, sino porque no me siento cómoda observando que soy la fuente de su dolor.
—Deja el misticismo, francesita, háblame. —Su voz suena más brusca de lo que desearía y parece más una orden que un ruego.
A mi parecer, es un poco de ambas.
No vale la pena seguir alargando el momento, por mucho que me duela y me encantase saltarme esta parte, es algo que debo hacer.
Nunca me ha costado hablar, siempre me he sentido una privilegiada por no tener miedo y me ha gustado ser de las que alzan la voz cuando las demás mujeres se bloquean, ayudándolas a entender que pueden, que cuesta, pero que podrán hacerlo y si no, estaré ahí para sujetarlas.
Puedo estar temblando y asustada, pero nadie me ha quitado la voz y ahora mismo siento que la he perdido.
Estoy frente a la persona que más confianza me da para rugir y en cambio no soy capaz ni de maullar. Irónico, ¿verdad?
Supongo que cuando estás a punto de romper los esquemas de la persona que te gusta y te estás arriesgando a perderlo todo para no deteriorarlo es lógico que la garganta se te seque y el corazón se te encoja.
—Siv —Se sienta y se toma la copa de un solo trago. Qué desperdicio—. No necesito ningún tipo de anestesia, tengo treinta años y las ideas muy claras, ¿quieres hablar de una puta vez?
Su desesperación me transporta de nuevo a la realidad y lo suelto de golpe:
—Quiero hablar contigo sobre Isaac Fitz, entre otras cosas.
—¿Me has hecho traerte a mi casa para hablarme de él? —Le ha sentado peor que una bofetada escuchar su nombre.
—Viste cómo le pegué un puñetazo. —Es hora de contextualizar.
Suelta un suspiro y se relaja por un segundo.
—¿Qué clase de malas noticias te dio? —Va directo al grano, no quiere perder el tiempo, ya se lo estoy haciendo perder yo.
—Déjame darte un contexto y un spoiler.
—¿Un spoiler?, ¿para qué?, simplemente habla y déjate de ir con rodeos, joder.
Quizás a mi lista de defectos se puede añadir que soy experta en sacar de quicio a Gian McMahon, el hombre de supuesta paciencia infinita (aunque, en realidad, es todo fachada).
—Para que no tengas más remedio que seguir escuchándome incluso cuando lo único que quieras hacer es echarme de tu casa y de tu vida.
Empiezo a temblar, dejo la copa aún medio llena en la mesa de cristal y que no me termine el vino le está haciendo dudar.
—No me jodas, Aubriot, no me digas que tú y él... —No sé si hay decepción, dolor o rabia en su mirada.
—¡No! —No permito que siga hablando, me niego a que piense que ese hijo de puta y yo hemos tenido algún tipo de contacto íntimo—. Pero sabe que tú y yo tenemos algo.
Se relaja. Eso último le ha gustado.
—Perfecto, ¿hay que invitarle a algún lado o mandarle una carta de agradecimiento para que nos dé su beneplácito o qué?
No puedo evitar reír, odia más que yo a Fitz y mira que eso es complicado.
—Tiene un vídeo nuestro.
Y no hace falta que diga más y por cómo su cara se transforma y la agresividad con la que se levanta del sofá sé que acaba de entender mi arrebato en Liberté contra las cámaras de seguridad.
—¡Quédate aquí! —Me señala con el dedo índice y se dirige hacia la encimera en busca de su llavero—. ¡No te muevas!
—¡Para! —No me pongo delante de él, si quiere salir a buscarle y le obstaculizo, no necesitará ni un poco de fuerza para moverme. Sería una tontería intentar frenarlo con mi cuerpo—. Necesito que me escuches y que leas unos mensajes, porque si vas a por él: me matas, Gian, me matas y me entierras.
Y eso último le hace recapacitar, dar marcha atrás y volver a sentarse. Todo parece orquestado a cámara lenta y mis manos tiemblan.
Puedo hacerlo, debo hacerlo, quiero hacerlo.
Esta vez, los nervios le pueden y es incapaz de mantener la pierna quieta, creando un compás que me nubla del todo.
—¿Por qué?
Saco mi móvil y obligándome a mantener las distancias y sin querer ver sus reacciones, me refugio en la pantalla de mi IPhone y empiezo a leer en voz alta:
—"Buenos días, señorita Aubriot, espero que haya disfrutado de su mañana, por lo que he podido comprobar, así es... ¡Bonito espectáculo!, le dije que si se arrodillaba conseguiría buena relación con McMahon y usted tuvo la desfachatez de sentirse ofendida... —Omito una parte del mensaje—. Ese vídeo muestra un disfrute entre dos personas que se tienen ganas, que se desean y que no pueden reprimir la tensión sexual que hay entre ellos, sería una pena que el vídeo saliera a la luz, ¿no cree?"
» "Hay un estudio avalado por el Instituto Nacional de Estadística Estadounidense que dice que los hombres que aparecen en vídeos de índole sexual consentido salen reforzados en sus puestos de trabajo, ¿las mujeres? ¡Qué malo es el machismo! En el menor de los casos acaban repudiadas, perdiendo sus empleos y su credibilidad desciende bajo tierra, muchas de ellas no soportan la presión y acaban quitándose la vida; pobrecitas. Es cierto que existen mujeres que gracias a ello crean un imperio, por ejemplo, el caso de Kim Kardashian, no obstante, ¿cómo de triste sería que una mujer como usted tuviera que recurrir a un video sexual para nada ortodoxo y poder seguir pagando sus facturas?"
No reacciono a los mensajes que estoy leyendo, he leído tantas veces esas palabras que he conseguido no trabarme ni ponerme a llorar cuando lo hago. Lo malo viene después, cuando mi cerebro analiza y rumia las amenazas.
—Después de eso quedé al día siguiente con él. —Hacía años que no me temblaba tanto la voz.
—¿Por qué le pegaste? —Está enfadado, no conmigo, no con la situación. Ahora mismo sería capaz de cometer un homicidio—. ¿Qué hay detrás de ello?
—¿No quieres saber desde cuándo sé esto?, ¿cuánto tiempo llevo ocultándotelo?
—Sí —confiesa—, claro que sí, joder, hay un vídeo nuestro follando en manos de un tipo que está loco y te enfrentas a él tú sola, sin contar conmigo, sin contar que estoy a tu lado.
—¡Te he ocultado algo que debía haberte dicho desde el primer momento! —Alzo la voz y eso consigue que reaccione, que se levante y pierda los nervios.
—¡Pues ya me darás las putas explicaciones debidas cuando te las pida!
—¡¿No eres consciente de lo mucho que te perjudico?!
—Siv, ¡que te centres y me cuentes por qué le pegaste!
Empiezo a ver borroso, estoy a punto de ponerme a llorar.
Tomo la copa e imitando su gesto, me la bebo toda de un solo trago.
—¡Porque me amenazó con que, o te destruía o difundiría el puto vídeo!, ¡porque cuando le cuestioné sus palabras fueron algo así como «habérselo pensado antes de ponerse a gemir como una puta en medio de Liberté» y perdí los nervios!
—¡Voy a matarlo, joder! —Está tenso, sus músculos apretados y la quijada completamente rígida—. ¡¿Y esa obsesión hacia ti de dónde sale?!
Aquí vamos, aquí es donde mi corazón se encoge, me siento pequeñita, le parto en mil pedazos y me arrepiento toda la vida.
—Porque acepté, Gian, porque acepté —No puedo evitarlo y dejo que las lágrimas corran por mis mejillas—. Acepté colaborar con él para destruirte.
—Mírame —Sé que se ha acercado y que tiene las manos apoyadas a cada lado de la cintura—. ¡Mírame! —Oír su grave voz en un grito tan cerca me hace estremecer—. ¡Mírame y dime que no he escuchado lo que acabas de decir!
Niego, prefiero la imagen que me dan sus zapatos y me siento más cómoda si no ve mis lágrimas.
—No te conocía, no sabía tus intenciones y él me daba dinero fácil...
—¡Qué me mires! —Se aleja porque no quiere gritarme a la cara, pero no puede controlar su tono de voz—. ¡Cuéntamelo mirándome a los ojos! Por Dios, Siv, ¡mírame!
—Era fácil —Sigo hablando, no voy a parar, no ahora—. Me ofrecía anonimato, mucho dinero y saciaba mi incoherente necesidad de arruinar a un empresario, es más, soy codiciosa y en mi cabeza mataría dos pájaros de un tiro destruyéndoos a los dos... Y me negué, la primera vez me negué, te juro que lo hice y que hay pruebas de ello...
—Siv...
—¡No te voy a mirar! —Niego y subo la cabeza hacia arriba, no sé si busco la ayuda de Dios o si acepto mi penitencia—. ¡No cuando fui tan estúpida de ir corriendo a él en vez de a ti cuando mi padre sufrió una recaída!
No habla, no dice nada. No sé qué está pasando y cuando me atrevo a mirar de reojo lo veo con las manos apoyadas en el sofá que usa para mantener distancia entre los dos, con la cabeza gacha y sin poder creerse lo que está pasando.
Nuestros ojos conectan y en ese momento descubro que las sonrisas pueden invocar al mismísimo diablo si se trata de un hombre que se siente defraudado.
—Firmaste algo sin leerlo, me hiciste creer que estabas conmigo, ¿qué más ocultas?
—Ese es el problema, que nunca estuve en tu contra, sólo en la mía y por el proceso nos estoy matando a los dos. Que da igual las excusas que use porque la irracionalidad humana es injusta y cruel, porque te he fallado incluso antes de serte leal y al mismo tiempo nunca te he engañado cuando prometí destruir tu imperio y destruirte a ti.
—No me vendas el cuento, Siv, no me digas mierda, dame una razón.
—No puedo, si buscas alguna justificación a mis actos, deja de hacerlo, porque no lo vas a encontrar. La sinceridad no es uno de mis puntos fuertes, pero no sé mentir cuando miro a los ojos, no puedo mentirte, no a ti. —Las lágrimas están aglutinadas en mis ojos y se deslizan por mis mejillas, arruinando la máscara de pestañas
—Ese día me ofrecí a pagarte un viaje a Francia y te negaste, ¿tampoco hay razón?
—La hay, simplemente no puedo volver.
—¿Qué coño has hecho, maldita desquiciada?
Ya que estoy diciendo la verdad y nada más que la verdad, supongo que es el momento de soltarlo todo, de una y aceptando el juego de que quizás llame a las autoridades para que me deporten a la justicia francesa.
—Olivier Gagnon, ¿recuerdas?
—Cómo olvidar cuando me llamaste por el nombre de su mujer, ¿sigues enamorada de él?
Su cabeza está haciendo mil escenarios y en todos se siente traicionado.
—Tengo orgullo y decencia —Hace una mueca que me duele, pero que sé que me merezco—. Eso último a veces.
—No responde a mi pregunta.
—No, no estoy enamorada de Olivier, tampoco de ti, pero tú me gustas muchísimo más de lo que he llegado a amarle a él.
Su rostro se dulcifica ante mi declaración, pero sé que sigue cabreado y dolido.
—Entonces, ¿por qué no puedes ir a Francia?
Creo que en su lugar actuaría igual e ignoraría una declaración de tal calibre, pero no puedo evitar sentirme rechazada y dolida por la facilidad con la que lo hace.
—Porque cuando Eléonore me pidió que no cancelara la boda y tuvo el descaro de proponerme que fuera la dama de honor de la suya con Olivier, me volví loca; les robé. ¿Quieres un consejo? Nunca dejes un Post-it con la contraseña de la cuenta bancaria de tu empresa en la pantalla de tu ordenador cuando te estás follando a otra y te han descubierto.
Lo peor es que me siento demasiado orgullosa y sé que volvería a hacerlo. No puedo pedir perdón porque no me arrepiento de haberles estafado.
—¿Algo más? —Se pasea de lado a lado mientras que se atusa el pelo varias veces—. ¿Ahora me dirás que Aubriot no es tu apellido?
Suelto un suspiro. Me empieza a doler la cabeza de toda la tensión que tengo en el cuerpo.
—Técnicamente lo es, pero no es el de nacimiento; Aubriot el apellido de soltera de mi abuela materna, decidí adoptarlo cuando vine a Estados Unidos, cuando cogí el vuelo para huir de Francia.
Se hace el silencio. No sé cuánto pasa entre que asiente, niega y sacude la cabeza varias veces.
—Me estoy enamorando de una estafadora, de una ladrona, de una persona que se ha atrevido a llamarme hijo de puta por acostarme con la prometida de mi hermano mientras ella jugaba a dos bandas. ¡Si no hubieras empezado a sentir algo por mí o si no te hubiera atraído, ahora mismo estaría en la miseria!
—No te acostaste con ella. —Se me escapa decir y me arrepiento de inmediato.
—¡Cállate!, te prohíbo hablar del tema, cállate la puta boca.
No es fácil saber que la otra persona te ve como una víctima y yo le acabo de hacer sentir exactamente como una.
—Perdón, no debería abordarte de forma tan brusca.
—No, no deberías, no deberías haber jugado conmigo, no deberías haber pagado tus traumas conmigo y desde luego que no deberías haber firmado tu sentencia de muerte con ese loco.
Lo que más me duele es que me escupa la rabia y el dolor mientras sigue preocupándose por mí. Ojalá fuera algo más maniqueo y representara el bien y yo el mal, pero no es así. Ante todo, es humano y le importo.
—Siento lo del vídeo, de verdad que siento haberte metido en esto.
—Ni tú ni yo tenemos culpa de que violen nuestra privacidad, ni tú ni yo tenemos culpa de que nos graben a escondidas. Voy a llamar a Dayton y voy a ver qué podemos hacer.
—Por favor, no lo hagas —Me da igual si estoy rogando o no, no quiero que ese video salga a la luz—. Si Fitz se entera de que lo sabes, si Fitz se entera de que vas a querellarte o que haces algún movimiento, incluso si yo lo hago, lo subirá, no le teme a la cárcel...
—¿Y a qué le temes tú?
—A cumplir su petición de alguna forma, a contentarle y lograr que se salga con la suya.
—¿Qué te pidió? —Cierro los ojos y doy varios pasos hacia delante cuando los abro. Me freno cuando niega y da dos hacia atrás—. Sólo dilo, Siv.
—Que te rompa el corazón.
Y se ríe, se ríe como si fuera una misión imposible destruirle, se ríe como si hubiera dicho la mayor tontería del mundo.
—Pues ya puedes comunicarle que lo ha conseguido.
Se me cae el alma a los pies y aun sabiendo su significado, decido hacerme responsable de mis actos.
—Gian...
—No quiero oírte, Siv, no me interesa en estos momentos, tal vez mañana o dentro de un mes, pero ahora mismo sólo quiero que te vayas, déjame analizar todo esto, déjame que pueda pensar con claridad sin ti.
—Yo...
—Contigo delante no pienso con claridad, si te tengo a mi lado ignoro las alarmas y soy capaz de decirte que no pasa nada sólo para que no salgas corriendo, pero ahora necesito que te vayas porque tengo muchísimo que analizar.
—Si tienes alguna duda, sólo dímelo, por favor.
—Siv —Cierra los ojos y baja la mano antes de llegar a ofrecérmela—. No estás sola y pase lo que pase entre nosotros, estoy a tu lado: ese vídeo no te va a destruir, no sé cómo lo haré, pero no verá la luz, no voy a dejar que nadie más lo vea.
No sé cómo actuar, no sé qué hacer, me ha pedido que me vaya y aunque debería respetar su decisión, simplemente no quiero hacerlo.
—Lo siento tanto, lo siento.
Pasa de largo y se va hacia la cocina con su copa en mano mientras que lo sigo.
—Trae tu copa, vamos a tomar un trago.
—Preferiría que no. El alcohol no me sienta bien.
Se lo lleva a los labios y decide no insistir.
—En ese caso, no tenemos nada más que decir: adiós, Siv.
Me acerco y le tomo de las manos, quitándole la copa y dejándola encima de la encimera.
—No me castigues bebiendo como yo lo haría, no te perjudiques sólo porque quieras hacerme daño, no caigas en esa trampa.
—Y qué hago si sólo quiero estar contigo, pero me duele el corazón tu simple presencia, qué hago si daría lo que fuera por volver hacia atrás en el tiempo y decidir seguir siendo un ignorante. Cómo de imbécil soy si sigo sintiendo lo mismo por ti o más que antes.
—Un imbécil de primera.
Sonríe y se reprende a sí mismo por eso mismo.
—Un auténtico suicida, tal vez tenías razón. —dictamina.
—Y yo soy una auténtica bomba nuclear y siento haber detonado demasiado tarde.
—Disculpas aceptadas, ahora vete, vete por tu propio pie porque no sé si soy capaz de echarte y necesito que te vayas.
—Gian, vous êtes un trésor national, mon trésor.
«Eres un tesoro nacional, mi tesoro»
—En inglés, Siv, en inglés. No hablo francés y no me interesa hacerlo ahora mismo.
Debería controlar mis impulsos y aceptar que la he cagado y que debo aguantar todo lo que me diga, pero no puedo, no cuando soy demasiado impulsiva y orgullosa y mi voz toma la delantera antes de que mi cerebro procese lo que debe decir.
—Au revoir, ¿eso lo entiendes? —mascullo y le freno un poco los pies.
No voy a permitir que se pase.
—Tú y tu lengua viperina...
—¿Yo y mi lengua viperina podemos irnos a la mierda?, ¿desaparecer?, ¿entregarme a las autoridades?, ¿redactar mi renuncia?, ¿callar y aceptar como una niña tonta lo que tengas que decirme?, ¿permitir que me vapulees porque al haberla cagado debo aceptar las consecuencias de que me insultes o faltes verbalmente?
—Sé lo que estás haciendo y no lo vas a conseguir —Me señala con el dedo y decide bajar dos tonos para que seamos algo más civilizados—. Estás buscando que te trate mal, desconozco si es porque quieres una excusa para irte y no volver o si es por puro sabotaje hacia ti misma, pero yo no lo voy a hacer. Puedo ser duro contigo y ahora mismo necesito un tiempo lejos de ti, pero no esperes a que te falte al respeto y menos cuando hay una conversación pendiente que tendremos cuando gestione todo lo que acaba de ocurrir.
—Me parece justo, pero también creo conveniente avisarte que no voy a esperar toda la vida, no porque no quiera, sino porque me conozco y ya que estoy sincerándome contigo, debo hacerlo bien.
—Lo sé y estoy dispuesto a correr el riesgo.
No deja que hable nada más, se aproxima a la puerta y con una reverencia en la que señala la entrada, lo dice todo.
Llevo mis manos a su cara y no se inmuta, está esperando a ver qué hago. No voy a besarle por mucho que quiera hacerlo, pero necesito un último contacto con él por si no vuelve a ver una última vez.
Durante varios segundos presiono mis labios en su mejilla y le digo:
—Gracias por enseñarme el verdadero significado de la libertad.
Y cuando llego a mi casa, lo único que hago es mandarle un mensaje a Audrey diciéndole que necesito un día para nosotras, un día para ponernos guapas y gastarnos el dinero en arreglos que no necesitamos y otro a Jeremiah, porque los considero mis amigos y, aunque me merezco estar sola, sé que no lo estoy.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
Sin duda es el capítulo más largo que he escrito de Liberté y es el penúltimo, ¡qué ganas de que el viernes leáis el último capítulo y que podáis guardar Égalité en vuestra biblioteca!
¡No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado?
¡Tu segundo emoji representa cómo te sientes ahora mismo!👀
Por cierto, feliz cumpleaños, bonita darlinxbooks.
¿Créeis que Siv ha hecho bien contándoselo practicamente todo?, ¿hubieráis hecho lo mismo?, ¿qué pensáis que ocurrirá en el último capítulo?
¡Os quiero mucho!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top