Capítulo 35.

«A veces no es el acierto, es el disparo lo que duele, lo que sana, lo que cuenta».

-Sara Búho.

~*~

SIV AUBRIOT.

Cuando termino la videollamada, Gian ya no está. Estoy segura de que no sólo quería darme un poco de privacidad, también es que tiene que trabajar.

Y yo soy experta en robarle tiempo y salud, soy un dolor de cabeza al que se ha vuelto adicto y mentiría si dijera que eso me hace sentir mal, porque no es así.

Supongo que, de forma retorcida, eso me hace ser especial para él y a mí me gusta serlo.

Cuando voy hacia la habitación dispuesta a hablar con él, me lo encuentro sentado en la silla de mi escritorio, con el ceño fruncido y su sonrisa de magnate en la cara.

No hay ni rastro de Gian, la persona que está ahora mismo en mi habitación es el empresario feroz que no teme a nada y que no muestra debilidad.

—Un momento. —No pide por favor ni se gira a mirarme, no sé si me lo dice a mí o si está comunicándose con sus interlocutores.

Que sea rápido; tú y yo tenemos que hablar.

Se quita los auriculares y desliza el cubre cámaras de su portátil con el pulgar antes de lanzarme una mirada llena de lujuria, ira y cariño.

Jamás me habría creído que unos ojos ámbar podían expresar tanta diversidad en una sola mirada, hasta que vi cómo me observaba él.

Me quedo quieta en medio de la habitación y cuando me mira de arriba abajo, trago saliva y me doy la vuelta con intención de quitarme la bata de seda que llevaba puesta.

—Dame el cordón, rubia. —Noto su respiración en mi espalda y por alguna razón siento que tiene ganas de cobrarse su famosa venganza.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —Echo el culo hacia atrás y giro el cuello para verle.

Mon Dieu... ¿cómo puedo caer tan rápido y sin pensármelo dos veces por este hombre?

—Todo lo que tú estés dispuesta a que haga.

Me doy la vuelta y enderezo la espalda antes de llevar mis manos hacia su cuello y dejar el cordón alrededor de sus hombros.

—¿Quieres que te la chupe mientras juegas al Monopoly con el dinero de la gente?

—Tu boca es una distracción mientras trabajo y un arma de doble filo cuando estás enfadada —Agacha un poco la cabeza, eliminando los centímetros que nos separan y con una de las manos se quita el cinturón de seda del cuello, acercándomelo a los labios—. ¿Es un límite para ti que te amordace?

No contesto no porque no quiera o no tenga respuesta, es porque no lo sé.

¿Es un límite para mí?

Quizás es hora de descubrirlo.

Nunca me ha llamado la atención eso de perder los sentidos, de no poder quejarme si algo no me está gustando. Al contrario, la privación de mi voz siempre ha sido una línea roja que no he querido explorar, pero cuando se trata de Gian, me vuelvo irracional, dejo de pensar que el no tener voz es algo malo y mis piernas tiemblan como si hubiera estado esperando esa propuesta toda la vida.

—¿Siv? —Agarra mi mentón y noto su fresco aliento a menta a centímetros de mi boca—. «No» significa «no» y no decirme que sí, para mí también es un no.

—Sí. —Asiento y para demostrarle que quiero descubrirlo me aparto el pelo y vuelvo a girarme—. Amordázame, Gian, sabes mis límites, sabes lo que no es para mí, vamos a intentarlo.

—¿Quieres hacerlo por complacerme o porque realmente te apetece? —Un beso húmedo en mi nuca y ya me tiene estremeciendo por más.

Suelto una carcajada irónica y a tientas llevo mi mano hacia su creciente erección.

—Mete tus manos entre mis piernas y comprueba por qué te estoy dando permiso.

Y lo hace, porque, aunque cree en mis palabras, también quiere asegurarse de que siempre estaré de acuerdo con lo que me diga, porque quiere saber que mi estado va acorde con mis palabras.

Porque ahora entiendo su necesidad de asegurarse que jamás me estaré sintiendo coaccionada por las ganas que pueda sentir por él.

Baja las manos hacia mis caderas y apoya su barbilla en el hueco que hay entre mi cuello y clavícula, dando besos húmedos por el camino y estabilizándome con palabras llenas de sensualidad que me recuerdan al mismísimo pecado.

—Quiero amordazarte, quiero hacer que te tragues las palabras que tantas ganas tienes de decir, quiero frustrarte y negarte el orgasmo, no dejar que te corras hasta que yo piense que no puedes más, Siv. Quiero vengarme por todo el daño que me has hecho con tus palabras hirientes, quiero transformar el rencor en placer. Quiero llevarte al límite y empalmarme cuando me cedas tu cuerpo, porque sigues siendo tuya y nunca dejarás de serlo, pero quiero controlarlo, quiero controlarte, quiero castigarte y también recompensarte.

No necesito nada más, con eso es suficiente para mí y sin poder evitarlo, me lanzo a su boca para demostrarle las ganas que tengo de él, de explorar y de descubrir nuevos límites porque los que tenía antes con él no existen, porque con él nunca será demasiado y tampoco me sentiré insegura.

—Necesito saber qué vas a hacerme, Gian, necesito saber que mi cuerpo está seguro en tus manos.

Asiente con una sonrisa socarrona en la cara. No le molesta, no le ofenden mis palabras. Otro hombre se indignaría por no confiar del todo. Gian no es así. Gian comprende mis reservas e incluso le gusta que las tenga.

—He visto tus juguetes en el cajón de tu ropa interior.

—¿Cuál te gusta para mí?

—El vibrador anal —Su voz resuena en mi cabeza y no puedo evitar sonreír—. Quiero tocarte y quiero que sientas todo por detrás.

No digo nada, directamente me muevo hacia el lugar donde guardo los juguetes y cojo el lubricante adecuado y el juguete antes de quitarme el tanga y ponerme en cuatro encima de la cama.

—Joder, Siv... —El colchón se hunde cuando sube y se coloca detrás de mí hasta dar una sonora palmada en mi trasero y morder una de las nalgas—. Voy a amordazarte porque tengo que volver a la reunión. No voy a poner la cámara mientras tú estés tan vulnerable, pero te necesito calladita y así empieza tu castigo.

Mon Dieu... cómo me pone lo prohibido.

—Ponla, confío en que no me vas a enfocar, confío en ti. Tú no me harías eso.

No eres como los demás, no me fallarías.

—¿Segura?

Asiento y le hago otra consulta que para mí es más importante:

—¿Qué pasa si necesito que pares?

—Niega, dime que no con la cabeza y yo sabré que he ido demasiado lejos.

Asiento y noto cómo empiezo a estar cada vez más preparada cuando me levanta de mi posición y me besa con deseo y lujuria. Está deseando verme vulnerable y sumisa dentro del aspecto sexual y yo estoy deseando rendirme a sus pies porque es lo que me gusta.

Ser dominada por un hombre que fuera de la cama jamás podrá someterme más allá de lo que siento por él.

Sus manos me agarran ambos pechos y pellizca uno de los pezones consiguiendo que gima ante el placer tan doloroso que me está recorriendo.

Me sujeto en sus piernas para no caerme y suspiro cuando el cordón de la bata me tapa la boca, imposibilitándome el habla y los gemidos.

Ahora estoy a su merced y no podría estar en un mejor sitio.

Me vuelve a colocar en cuatro y me estremezco cuando me pide que me acaricie a mí misma mientras él juega con el lubricante y la entrada de atrás.

—Voy a volver a la llamada, Siv, pero no te abandono —Un beso en mi espalda cuando mete un dedo dentro de mí y empieza a moverlo—, siempre estoy pendiente de ti —Un segundo y un suave tirón a mi cabello—. Asiente si estás de acuerdo con mis palabras, Diosa, dame tu visto bueno de que esto te está gustando tanto como a mí —Le obedezco porque es todo lo que puedo hacer, me encantaría soltarle algún comentario parecido a «estoy chorreando y lo sabes, mis muslos dan fe de ello, ¿acaso necesitas que te refuerce o qué?», pero esta es su venganza y por mucho que a ambos nos encante provocarnos, ahora me quiere así—. Buena chica, tan privada de tu voz y de tu lengua viperina y mortal, tan calladita que me hace sentir avergonzado estar tan empalmado —Noto cómo va introduciendo el juguete poco a poco, teniendo mucho cuidado y añadiendo más lubricante—. Por favor, francesita: recuerda que esto es un juego entre los dos, fuera de nuestras perversiones, nunca dejes que nadie te calle. Ni siquiera yo.

Me siento llena y cuando deja el plug insertado dentro, me da la vuelta en un rápido movimiento y activa la opción de calor y vibración.

Merde... Cómo me gusta.

Me deja un beso en la frente y se recoloca el pene. Este cabrón me tiene a su disposición, totalmente llena, chorreando por un poco de atención y con las piernas algo abiertas para poder hacerme lo que quiera.

Me enseña un mando a distancia que no reconozco y cuando quiero intentar preguntar qué es, no soy capaz de emitir ningún tipo de sonido.

—Compré una bala vibradora por control remoto, ¿puedo jugar con tu coño mientras juego con otro de mis pasatiempos favoritos? Soy adicto a ti y a manejar dinero, Cenicienta, ¿te importa si lo hago al mismo tiempo?

Cabrón... Se está burlando, sabe que siempre he odiado y odiaré su faceta de empresario y aun así está dispuesto a hacer que me corra mientras está en su aspecto de capitalista.

Asiento. Quiero sentirme llena de él.

Mordisquea el interior de mis muslos y su nariz sube de arriba abajo, deslizándose por mi clítoris y permitiendo que su lengua entre también en acción antes de ir metiendo el largo objeto dentro de mí.

Estoy completamente llena.

—Se acabó el descanso. —Se lleva la mano al auricular y se reacomoda en la cama, encendiendo la cámara y alejándose lo suficiente de mí para que nadie sepa que a su lado hay una mujer completamente sometida a sus deseos—. Ponte de lado, con las piernas encima de mí, Siv —Ni siquiera me está mirando y me alegra saber que está dispuesto a seguir prestándome la atención que requiero.

Cualquiera podría pensar que es aburrido, pero no es así. No cuando decido que al juego de la seducción podemos jugar los dos y, sintiéndome como una diosa y sin poder estarme quietecita, elijo reírme de su autocontrol.

—¿Qué haces? —pregunta cuando me ve gatear hasta quedar frente a él, separados por un portátil donde está transcurriendo una videollamada de la que no tengo ni idea de lo que hablan—. ¿Siv?

Sonreiría si pudiera, pero tampoco hago el esfuerzo porque estoy completamente muda.

Me quito el camisón y me estiro al sentir que la vibración dentro de mi coño aumenta debido a que Gian ha pulsado el botón de +.

Enarca ambas cejas.

No puedo hablar ni mostrarle una declaración de intenciones, pero sí puedo masturbarle y hacer que se corra sin que lo evite porque nos delataría a ambos mientras negocia y se adueña de mi placer.

Se resigna a comprender que esto va de dos personas, que no somos individuales y que su placer es el mío y el mío para él. Colabora, alzando sus caderas y permitiéndome que le baje con cuidado los pantalones y la ropa interior.

Mon Dieu, cómo me gustaría llenarle de besos húmedos todo el cuerpo y metérmela en la boca ahora mismo.

Y voy a conseguir que se arrepienta de este castigo, que me deseé tanto que quiera oír mi voz hasta cuando esté dormido.

Puedes quitarme la oportunidad de hablar, pero jamás retarme a que no dé un mensaje. Y el mío ahora mismo es claro: quiero que se corra en mis labios y como se me niega mi deseo, tendré que portarme un poco mal.

Sube la potencia del vibrador y aunque no puedo hablar, soy incapaz de callarme un gemido que ahogo contra el colchón.

No se me da bien eso de ser silenciosa.

No estoy atenta a él, sólo a su miembro, no me interesa la conversación que esté teniendo ni lo aburrido que debe ser escuchar la monótona voz de más y más empresarios vestidos de traje y corbata mientras hacen chistes sin gracia y los demás se obligan a reírse por cortesía.

Me interesa la polla de Gian y gruño al no conseguir contentarle con mi boca.

Estoy a punto de correrme y creo que lo nota porque baja la intensidad casi por completo, dejando una leve sensación que no sirve más que para frustrarme.

—Cuenta hasta cuatrocientos, Siv, si te pierdes, empieza de nuevo y haz algún sonido cada vez que sumes cincuenta más.

«Maldito controlador, ¿qué buscas con esto más allá de mi desesperación y que me vuelva loca por un maldito orgasmo?, ¿quieres que te ruegue?, ¿Qué te necesite más que al respirar? Porque déjame decirte que no lo necesitas negándome el placer, maldito hijo de puta, ya me tienes, estoy cayendo por ti. Sé un hombre decente y deja que me corra, joder.»

No puedo apartar mi mirada de su cara, tan concentrado y sin postrar sus ojos ámbar en mí, pero le delatan sus vistazos fugaces para comprobar que todo va bien, que estoy bien.

—Desconozco la numerología en francés, pero estoy seguro de que no se tarda tanto en contar hasta cincuenta.

Sonríe.

No puede evitarlo.

Es una mezcla entre el Gian seductor y provocador y el McMahon empresario. Es una explosión que odio y que al mismo tiempo me está maravillando.

Me siento sobre mis rodillas y paso por mi hendidura los dedos del medio para enseñárselos en un elegante corte de mangas.

¿Su respuesta?

Subir la velocidad de la bala vibradora y enarcar ambas cejas.

«Un, deux, trois, quatre, cinq, six, sept, huit, neuf, dix, onze, douze, treize, quatorze, quinze, seize, dix-sept, dix-huit, dix-neuf, vingt...»

Y así sigo, masturbándole y parando cuándo él ralentiza el ritmo con su mando a distancia y esforzándome en no perderme ningún número y hacerlo bien para contentarlo, porque acabo de descubrir que mi placer es incluso más intenso cuando es compartido. Que está bien ser egoísta y buscar el propio orgasmo, pero cunado tu compañía no va a parar hasta lograr que te corras, no tiene nada de malo, cederle esa complicidad.

Porque Gian me enseña que no estoy sola, que no todo es una guerra y que se puede decir que hacer cosas sucias, también es incluso bonito.

Baja la tapa del portátil y me desconcentro por un segundo.

—Si mis cálculos no fallan, me has indicado 7 veces que has sumado cincuenta y eso significa que estás a punto de llegar a 400 —Suaviza su mirada tras soltar un suspiro—. Y echo de menos tu lengua viperina.

Se aparta el portátil y con cuidado de no hacerme daño me quita el cordón.

—Tal vez lo que has echado en falta es tener tu polla metida en mi boca.

No dice nada, sólo sonríe victorioso y me besa con tal fuerza y desesperación que caigo hacia atrás, teniendo todo su cuerpo apretándome con delicadeza contra el colchón.

—Quiero que te corras, pero quiero que lo hagas conmigo dentro y el culo lleno —Busca a tientas la bala y me la retira con cuidado—. ¿Ha sido duro, rubia?

—Frustrante. Erótico, desde luego, pero frustrante.

—Pórtate bien y no me nacerán esas ganas incontrolables de amordazarte.

—Dame el maldito orgasmo que llevas toda la reunión negándome y quizás me piense mejor el ser una chica buena.

—Me gusta cuando eres mala, pero no conmigo, a mí me duele si sobrepasas los límites.

Llevo mi mano derecha a su corazón sin poder evitarlo. Late con fuerza, rápido, como si fuera un caballo desbocado que ha encontrado su ansiada libertad.

Es fuerte, mental y físicamente. Es un héroe disfrazado de la mayor elegancia y crueldad vista: como un empresario.

Me agarra del trasero, elevándome un par de centímetros de la comodidad de mi cama y me sienta encima de él.

—Voy a apoyar las manos en la pared, Gian y quiero que me tires del pelo, es complicado porque lo tengo corto, pero confío en tus habilidades, sé que puedes conseguir todo lo que te propongas.

—Y ahí está mi francesita, dándome órdenes cuando el que manda soy yo.

—Ni lo sueñes, mon trésor, de vez en cuando te cedo el poder, pero no olvides que yo elijo cuándo, dónde y con quién.

Y así es como, en una lucha de poder, sintiendo cada parte de mi cuerpo venerado y atendido como debería, Gian me vuelve a follar.

Dije que no me acostaría con él y aun así, lo hice.

Dije que no me gustaban los empresarios y, aun así, empecé a caer por él.

Dije que huiría y aquí estoy, alargando el momento de la famosa conversación todo lo que puedo porque me niego a tener que renunciar a él.

No puedo.

No quiero.

Pero debo hacerlo.

Y con sus manos en mis pechos, diciéndome lo mucho que le encanto, tratándome como a una auténtica deidad y siendo todo lo duro que me gusta, sin olvidarse de ser suave para no hacerme más daño del que puedo tolerar, me corro, casi al mismo compás que él. Como si de una mala broma se tratara y sin olvidarme de que, en realidad, tengo lo que merezco: son mis decisiones y mis ansias de querer la libertad lo que me han traído aquí.

Siempre pensé que perder la libertad no era una opción, porque me sentía atrapada si no era únicamente mía y, ahora, que me doy cuenta de que quiero también ser un poquito de él.

Y ahora entiendo la charla que mi madre me dio cuando estaba en mi época más rebelde y que siempre fingí comprender para no tener que lidiar con ella. Ahora la entiendo mejor que nunca cuando sabiamente compartió conmigo:

«Doudou, ser libre no significa hacer lo que uno quiera sin contar con los demás, la libertad va más allá del egoísmo que este mundo nos vende. La libertad es ser una misma en todas las facetas con la persona adecuada o sola, pero eligiendo cómo quieres estar, no obligándote. Se puede ser libre llevando cadenas y ser prisionero cuando te han liberado. Tú eliges quién te hace libre y quién te hace prisionero, pero no pongas la libertad donde no corresponde, estar ser sólo por obligación, no es ser libre, es sólo un poco más triste».

Y a mí, Gian Easton McMahon me hace libre, el problema es que yo a él le hago prisionero y, como diríamos en Francia, es un claro desprecio a la égalité.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¡No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado!

Chicassss empezamos con la semana especial de Liberté... este es el antepenúltimo capítulo.

¿Qué os ha parecido la venganza de Gian? 🔥

¿Y la reflexión final de Siv?🥺

¿Tenéis ganas de leer la sinopsis de égalité?😍 ¡Aún quedan dos capítulos más!

Pronto os daré noticias de la mano de rosiibooks y mía... ¡Estad atentas a nuestros instagram! El mío es eridemartin

¿Qué MBTI sois?, ¿cuál creéis que es Siv y cuál Gian? Yo soy ENFP!

¡Os leo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top