Capítulo 22.
«El acto más valiente es pensar por una misma. En voz alta».
-Coco Chanel.
~*~
SIV AUBRIOT.
Creo que nunca había conseguido descolocar a Audrey Milton, al menos no facialmente.
La culpa la tenían sus retoques estéticos y no lo decía porque me importara lo que ella se pusiera en la cara, sino porque siempre me había dicho que había perdido algunas habilidades expresivas.
Pero hoy era diferente.
—Me pinchas y no sangro, amiga. —Se palpa la cara y me pregunta si tiene todo bien colocado.
—Yo no sé en qué me estoy metiendo, Audrey... —confieso con cierta timidez—. ¿Por qué me gusta tanto su compañía?, ¿por qué me agrada que sea tan bueno conmigo? ¡Se supone que le odio!
—Antes no lo suponías, directamente lo odiabas.
—Esto está mal... —Me incorporo y aliso bien la falda—. Voy a ser su acompañante, ¿no nos da eso un nivel más estrecho en cuanto a nuestra relación?
—Siv —Pone sus manos en mis hombros y trata de ocultar su risa—. Hizo que te corrieras en su boca asegurándose de que estabas consciente porque no quería aprovecharse de ti cuando estabas borracha.
—No sé cómo será follando, pero la habilidad que tiene ese hombre con la lengua y los dedos..., en mi vida me había corrido la primera vez que un hombre o una mujer me comía, Audrey, normalmente tenemos que ir conociéndonos y descubrir lo que nos gusta y el cómo nos gusta. Y es como si Gian supiera hacerlo porque sí.
—Es obvio que habrá tenido más amantes, Siv. No le des tantas vueltas y disfruta de los orgasmos que ese macizo te da.
Quito del escaparate algunos libros que sabían que ya no se venderían como novedad y le pido a mi amiga que me acerque la caja más cercana al taburete.
—Audrey, soy una mujer exigente y me gusta que me hagan disfrutar. A mí eso de fingir gemidos por decoro, no me va —Quito el cartel de que había libros en rebajas y coloco el que Gian y su equipo de marketing había preparado con las redes sociales. Liberté iba a empezar su andadura por el mundo digital—. No voy a arruinarle la autoestima a la persona con quien esté disfrutando, pero si no me está dando placer, le voy a pedir que lo haga de otro modo.
—Y Gian sin tener esa conversación te lo da —deduce.
—Exactement! —Levanto las manos sintiéndome comprendida y vuelvo a bajarlas cuando me doy cuenta de que no se está enterando—. ¡Ese es el problema!
—¿Cuál? —Se sienta en el taburete y se cruza de brazos—. No te estoy entendiendo, amiga. No sé si porque tenemos un choque cultural demasiado grande o porque estás sacando una parte de ti que no conozco.
—Y yo me estoy empezando a frustrar con la situación, con él, conmigo y contigo.
Suelta una carcajada y no puedo evitar corresponderla.
—Yo también te adoro, chiquilla.
Pongo los ojos en blanco.
Yo también la quería muchísimo, pero no lo decía en voz alta.
No me nacía decir palabras bonitas si no era a mi padre o a mi madre, ni siquiera a mi hermano le decía algo más allá que un «mocoso».
—¿Puedes explicarme cuál es el drama? Necesito hacer una recapitulación de los hechos, Siv.
—El drama es que me excita un hombre que me hace llegar al orgasmo casi con solo una mirada, que me presta sus zapatos cuando voy borracha para que no me tuerza el tobillo por la calle con los tacones, que me calma un ataque de ansiedad cuando le dejo plantado y que hace venir a mi amiga hasta mi casa para que me cambie de ropa porque él no quería tocarme sin mi consentimiento.
—Lo que te ha tocado es la lotería y te quejas por vicio, porque encima está forrado de pasta.
—Aquí hay gato encerrado —Niego caminando de un lado a otro—. Un hombre no puede ser tan perfecto, guapo, estar buenísimo, ser millonario, educado, respetuoso y encima en el combo saber satisfacer a una mujer. ¿Su mayor defecto es que es un tiburón de los negocios? No lo compro, no lo entiendo y no me gusta.
—Pero si se te ve en la cara que te trae loquita...
—Oculta algo y yo tengo miedo de descubrirlo.
—¿Por qué?
—Porque eso significaría que empiezo a sentir cosas por él, por un hombre al que he idealizado y que en el momento en el que me muestre un mínimo defecto, por muy pequeño que sea, me voy a sentir tremendamente decepcionada y eso no es justo.
—Tienes miedo a enamorarte.
—No, lo que tengo es miedo a que sea correspondido —admito con un nudo en la garganta—. Puedo hacerme cargo de mis sentimientos, pero no de que alguien sienta lo mismo por mí.
—Es un buen hombre y es decente, disfruta, date una oportunidad a ti misma y déjate llevar —Se acerca a mí y me coloca bien la boina—. Aprovecha porque hombres como él quedan pocos o ya están cazados.
—Te equivocas, Audrey, que los hombres con los que acostumbramos a tratar sean una porquería no es justificación para poner en un altar a los que se comportan cívicamente y se duchan a diario.
Era algo que lo solíamos diferir mi amiga y yo. Mientras que ella era un poco más conciliadora y creía oportuno elogiar la educación más básica, yo era de las que creían que no era necesario porque ser una persona decente no era un hecho a aplaudir.
Sin embargo, su actitud no me molestaba. Ambas partes eran imprescindibles: se necesitaban luchadoras que estuvieran en primera línea y urgía tener perfiles cuyo papel era ser más mediador.
—Siempre estás en primera línea de batalla, Siv. No dejas que nadie te tome el pelo, no permites que se rían de ti y estoy segura de que, si alguien se atreve a burlarse de una mujer como tú, se arrepentirá toda la vida.
Acabas de describir justo lo que he hecho más de una vez y, una de ellas, la razón por la que tuve que salir huyendo de Francia.
—Lo tengo endiosado y la caída puede ser terriblemente dolorosa.
—Háblalo con él —Empezamos a reírnos nada más pronuncia sus palabras—. Olvídalo, se me olvidaba la parte en la que eres una francesa excéntrica que se niega a mostrar su parte dulce al mundo.
Me llega una notificación al móvil y cuando veo que se trata de un mensaje de Gian me recrimino a mí misma por estar sonriendo.
—Me ha pasado una foto de su corbata —Se la muestro y no puede evitar piropear los brazos tan musculosos del empresario—. Quiere que nuestras vestimentas no desentonen... ¡Y yo qué me pongo para el evento!
Mi tarjeta seguía en números rojos y desde el banco ya me habían avisado de que debía una mensualidad por el alquiler.
Cada vez me costaba más no darme caprichos, cada vez era más difícil no ahogar el dolor en superficialidades que no necesitaba.
Pero lo seguía haciendo.
Seguía endeudándome y pasándome dinero de mi cuenta de ahorros a mi cuenta corriente y cada vez que eso ocurría, me compraba algo.
Me daba igual el precio, sólo necesitaba lidiar con la ansiedad, reprimir las ganas de llorar y tratar de no sentir lástima por mí misma.
Y pedirle a Gian que hablara con su padre no era una opción. No me iba a rebajar a pedirle ayuda, no porque no confiara en él, sino porque sabía que su necesidad de tener todo bajo control le propulsaría a pagarme el alquiler y luego hacer cuentas bajo contratos con él.
Gian sabía que mi dinero estaba escaseando, él mismo lo usó como baza a su favor una de las primeras veces que me reuní con él.
Pero desconocía hasta qué punto me encontraba.
—¿Sabes quién asistirá? —pregunta.
Suelto un suspiro.
La gala sería en dos días y yo aún no me había comprado un vestido porque en mi fondo de armario no encontraba nada que me convenciera.
—Supongo que famosos que ahora están de moda, influencers de esos, algunos empresarios y publicistas.
—Y no tienes ni idea de qué ponerte.
Debería decirle que no porque sabría que ella me ayudaría en lo que hiciera falta a encontrar algo entre toda mi ropa.
Audrey podía ser una mujer superficial y eso lo sabíamos todas las personas que la conocíamos.
Pero era una buena amiga y no era de las que juzgaban debido al nivel económico o los apuros financieros que la persona estuviera pasando.
—¿Vamos de compras? —Es lo único que sale de mis labios.
Merde... Je suis irresponsable.
—¿Segura? —Sabía que me estaba mirando con cierto reproche, sólo que, a causa de sus retoques faciales que le habían dejado guapísima, pero con expresividad nula, no podía verlo—. ¿No quieres que reinventemos alguno de tus modelitos?
Oui.
—¡Qué va! —Estaba siendo una inconsciente, un peligro para mí misma, no obstante, era incapaz de frenarlo. Por alguna razón, gastar dinero en ropa calmaba mi angustia—. ¿Debería buscar algo más elegante, juvenil o como si fuera a recoger un Óscar?
—Amiga, tienes un cuerpecito que todo lo que te pongas va a hacer que estés cañón, da igual el estilo que te pongas —Se lleva las manos a la cintura—. Tú no tienes estas cartucheras y estos huesos gordos.
—Lo que soy es una tabla de planchar y tú tienes una figura que ya le gustaría tener a cualquiera que ha tenido 9 meses a dos criaturas dentro.
—Pero...
—Audrey —La señalo con el dedo—. Estamos las dos buenísimas, ni yo estoy mejor que tú ni tú estás mejor que yo, y si no estamos buenas, pues no lo estamos, no somos un producto.
—Pero yo quiero sentirme deseada y sexy, me da igual si se trata de un constructo social o si la excusa de que ahora mismo estoy gorda es haber pasado por un embarazo doble. Nunca he sido una mujer delgada, pero ahora mismo estoy desfasada de mi peso y la cuestión es más sencilla: quiero sentirme atractiva, quiero ser capaz de disfrutar cuando me subo encima de un hombre y no tener miedo de si se está aguantando el dolor por si peso mucho, quiero que no me juzguen por ponerme ropa apretadita y que se me noten las lorzas y sobre todo quiero ser capaz de mirarme al espejo y decir "joder, el tío con el que he follado lo ha hecho porque se la ponía más dura que un ladrillo" y no suponer que le parecí maja y guapa de cara y pensó «¿por qué no?».
Sonrío y pongo una mano encima de su hombro.
Entendía su frustración ahora que lo había soltado porque antes sólo era capaz de verlo como un capricho.
Tristemente juzgaba su necesidad de gustar y ahora comprendía sus razones.
Cada una tenía sus batallas y yo había hecho mal, tenía que reconocerlo.
—Lo siento muchísimo, Audrey —La acerco hacia mí y la abrazo con cariño—. Ojalá hubiera sabido entenderte mucho antes.
—No pasa nada, amiga —Nos separamos y acepta el pañuelo que le ofrezco para secarse las lágrimas—. Sé que, si lo hubieras entendido, no me habrías dado la charla de feminismo.
—Mis charlas de feminismo son eternas.
—Y no sabes cuán agradecida estoy porque sin ti, seguiría pensando que debo arreglarme para los hombres y que estaba siendo demasiado dura con Keegan por el tema de la custodia, incluso llegué a pensar que era mala madre por querer tener tiempo para mí y gracias a ti comprendí que una mujer no se queda embarazada por arte de magia y que sí, yo debo ser responsable con mis hijos, pero el padre sigue vivo y educar no es únicamente dar una manutención. No soy mala madre por querer tiempo para mí misma, no soy mala madre por necesitar un descanso de vez en cuando, porque sino me cuido a mí misma, mis bebés no podrán disfrutar de una madre, de un ambiente sano y una educación basada en el respeto y el cariño.
—Pero ahora es distinto —cumplimento—. Y lo entiendo, de verdad que sí.
—Siv, te adoro, pero tienes que entender una cosa.
—Te escucho.
Me consideraba una persona que sabía oír y que aceptaba las críticas siempre y cuando vinieran de buena fe y la intención fuera para que mejorara.
Ya me habían hecho demasiadas críticas destructivas las personas que en su día consideré parte de mi vida y no estaba dispuesta a recaer en ello.
Si había malas intenciones, no me interesaba lo que tuvieran que decir y me daba igual si se enrabietaban.
Afortunadamente, Audrey Milton no era así.
—Eres una mujer con cuerpo normativo y me parece súper lógico que tengas tus inseguridades porque si algo he aprendido gracias a ti es que ser válida para la sociedad no significa que tú misma te veas correctamente, tienes derecho a sentirte mal con tu cuerpo, tienes derecho a quejarte de no verte bien independientemente de cómo se vean los de tu alrededor. Los complejos los tenemos todos y no son sólo físicos.
—¿Pero?
Toma aire y me mira con tranquilidad. Ella sabía que no iba a sentirme atacada y eso le tranquilizaba a la hora de alzar la voz.
—Pero no eres una mujer gorda y seguramente las mujeres que estén más gordas que yo pensarán que lo mío no es para tanto y lo respeto, pero a mí me miran cuando voy en bikini no porque esté buena sino porque les gustaría que fuera más tapada.
—Y eso tampoco es justo, nadie tiene derecho a mirar a la otra persona, ya sea para pedirle que se cubra o para observarla como si fuera un objeto.
—Exacto —Me alegra que estemos de acuerdo en esto—. Y te diré otra cosa que tú ya sabes, pero que me repatea muchísimo, la persona que está gorda, a la que le sobran kilos o que tiene obesidad mórbida, ya sabe que lo está, no necesita que un tipo cualquiera se lo recuerde a cada rato.
—Es que eres la mejor, Audrey, porque sin saberlo me ayudas también a comprender ciertos temas de los que no conozco y de los que no sé.
—Eso es lo bonito, ¿no? —Sonríe con ternura y se cuelga el bolso en señal de que es hora de ir al centro comercial—. Que nos podamos equivocar y cambiar nuestro discurso sin caer en la hipocresía.
—Quizás en 5 años no pienses como ahora.
—O tal vez la semana que viene me esté operando de una liposucción y me haga una reducción de estómago para adelgazar y todo este cuento de aceptación se vaya a tomar por saco y yo quede como una hipócrita de mierda, ¿cómo voy a saber lo que pensaré dentro de 5 años?
—¿Me estás informando que la semana que viene te operas o es un decir?
Con Audrey me sentía más relajada, no me nacía ser arisca o responder con tirantez. Desde luego que había ocasiones en las que me salía ser sarcástica, pero no cuando nos abríamos en canal con la otra.
—Dejémoslo en que gracias a ti aprendo, me escucho, me cuido y me acuerdo de que soy válida —Mira el reloj de su muñeca—. Ahora, vámonos de compras que quiero lencería sexy y tú encontrar algo ideal.
—¿A qué hora empieza tu turno?
—Hoy trabajo de noche persiguiendo a un tipo, ya te contaré la razón por la que lo investigo, pero da para un culebrón que te cagas.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
¿Amamos los miércoles de Liberté? ¡Yo amo que leáis esta historia!
Espero que nadie se sienta ofendida por el vocabulario que usan Siv y Audrey, son dos amigas desahogándose juntas y usando palabras que cualquiera de nosotras diría en una conversación o que sabemos que alguna de nuestras amistades utilizaría para describirse.
En caso de haber tratado mal el tema o no estar profundizando bien el de la ansiedad y el ser comprador compulsivo, me encantaría que me lo dijerais y comentarais o escribierais en cualquiera de mis RRSS para yo entender cómo hacerlo mejor.
¿Desde dónde leéis esta historia?
¿Sois más de tono conciliador (como Audrey) o más peleón (como Siv)?
¡Os quiero mucho!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top