Capítulo 17.
«Una vez le dijeron que era un rock and roll y por eso desde entonces baila cuando sólo tiene ganas de llorar».
-Loreto Sesma.
~*~
SIV AUBRIOT.
Me había duchado y despejado y ahora estaba viendo cómo Gian se dedicaba a preparar un intento de desayuno francés con los ingredientes que había encontrado por la cocina.
Él realmente parecía sentir más nostalgia por mi país que yo misma, pero tampoco me iba a quejar.
Me había cuidado cuando no tenía por qué hacerlo, me había respetado más de lo que cualquier hombre en el pasado lo había hecho, me había comido con tanta desesperación y maestría como si fuera una delicatessen y ahora lo tenía haciéndome el desayuno con un delantal de lunares que había comprado en la Feria de Sevilla en España hacía unos años y su ropa interior.
—¿Café? —propongo encendiendo la cafetera.
—Sí, por favor.
Le doy un sorbo y le doy a él la taza.
—¿Me has robado mi café? —Alza ambas cejas y abre la puerta de un mueble en busca de los platos—. ¿Tienes azúcar? Esto tiene pinta de estar amargo.
—No insultes el mejor sabor para empezar el día.
Le ofrezco el azucarero y me llevo las manos a la cabeza cuando cuento que echa más de cinco cucharadas.
—Si quieres empezar el día con alegría, lo último que haces es amargártelo.
—A mí tu voz me recuerda al sabor de un café, de los que a mí me gustan. —Me defiendo.
—¿Acabas de decirme un piropo o un insulto, Cenicienta?
—¡Ni una palabra sobre eso! —Le advierto mientras cojo un taburete, me aparto el pelo de la cara y me conecto al Skype esperando para saludar a mi familia—. Tengo que hacer una llamada rápida. —indico.
Hace un gesto de cerrarse la boca con la cremallera y tirar la llave.
Era medianamente bueno captando indirectas.
—Bonjour!
Gian se mueve evitando salir en el vídeo, respetando mi privacidad, pero queriendo escuchar cómo hablaba francés.
—¡Hola, my princess! —Pierre Doucet había decidido que hoy sería el primero en hablar conmigo—. ¿Cómo estás, Siv?
«Estupendamente. Bueno, ayer me puse muy borracha y un ¡¡empresario!! cuidó de mí sin aprovecharse ni nada y esta mañana se ha corrido en mi boca y yo en la suya, ¿y tú?, ¿cómo te encuentras, papá?».
—Bastante bien —Me mira un poco reticente a aceptar mi respuesta y se señala el reloj de la muñequera—, hoy me tomo el día libre.
—¿Desde cuándo te tomas días libres?
—Asuntos propios, papá. ¿Tú cómo te encuentras?
—Estoy cansado, princesa, pero confío en nuestra sanidad.
—Ayer os envíe una transferencia traducida en 500 euros.
—No tenías que haber hecho eso, tenemos suficiente dinero como para hacernos cargo de esto, Siv. La que tiene el problema eres tú...
Miro de reojo a Gian y aunque sé que él no entiende mi idioma, temía que de repente se volviera experto en francés y comprendiera absolutamente todo lo que dijera.
—Papá, la sanidad francesa está sujeta al copago.
—Sé qué tipo de sistema sanitario tenemos, cariño.
—El modelo bismarkiano es una mierda.
—Habrá que luchar por cambiarlo y que sea una sanidad pública y de calidad. ¿Cómo llevas el tema de Liberté?
Me levanto y muevo, sintiendo la mirada de Gian con la espátula en la mano y apagando el fuego.
No habla, pero sabiendo que no estoy frente a la cámara me roba un beso y guiña un ojo cuando se separa.
Maldito provocador.
Le devuelvo el beso y me siento un poco mal al ignorar las palabras de mi padre.
A Gian le gustaba jugar y a mí también.
—¿Siv? —pregunta por cuarta o quinta vez.
—Estoy haciéndome un café, espera.
—Acabas de dejar la taza en el fregadero —Empieza a reírse y eso le provoca un pequeño atragantamiento que me encoge el corazón—. Enséñame al maromo que te ha hecho tomarte un día de asuntos propios más que merecido, anda.
Merde.
—¡¿Papá?! —Vuelvo a aparecer esta vez con un plato de tortitas con sirope y chocolate—. ¿Qué estás diciendo?
—Te conozco, Siv, te ha parido tu madre, pero yo le sujeté la mano cuando estaba en ello y sé cómo eres —Apunta con orgullo—. Además, sólo un hombre le haría a una francesa panqueques pensando que así la impresiona, ¿no sabe que nosotros somos más de tartines o viennoiseries?
—Tú mismo sabes que no busco salir con hombres...
Quería quitarle esa idea de la cabeza para evitar hacerme ilusiones a mí misma.
—Y por eso mismo eres torpe y ni siquiera has quitado del plano la corbata y la chaqueta.
—I Will kill you, McMahon —digo en inglés señalando al que mi padre creía como amante—. ¿Quieres conocerlo? —Vuelvo a centrarme en Pierre.
«Voy a matarte, McMahon».
—¿Quién es?
No estaba preguntando su nombre y tampoco cómo lo había conocido. Mi padre no se centraba en esos datos, él quería saber a qué se dedicaba y cuáles eran sus intenciones.
Comprendía su actitud porque al fin y al cabo seguía siendo mi padre, pero nunca había estado tan agradecida de la barrera lingüística que separaba Francia de Estados Unidos como en este mismo momento.
—Uno de los socios y accionistas de Liberté —confieso con algo de vergüenza desconectando los auriculares y con cierto nerviosismo—. Gian —Tiro del delantal del estadounidense y lo pongo en primer plano—, he is my father —Señalo la pantalla—. Papá, él es Gian.
«Él es mi padre»
—A pleasure, Mister Aubriot.
«Un placer, Señor Aubriot».
—Aubriot. —repite mi padre con el acento correcto, escapándosele un casi inaudible tono de pregunta.
—Exacto. —Sonrío con total seguridad.
Tenía el discurso aprendido a la perfección.
Pierre entendía que aquí era una Aubriot, no comprendía las razones por las que había dejado atrás mi apellido Doucet-Chevrier, pero había decidido no meterse en ello.
—¿Me estás haciendo una encerrona, Siv? —cuestiona divertido el empresario.
—Si yo caigo, te arrastro conmigo.
—¿Y dónde estamos cayendo? —Sugiere con un tono bajo él.
Sólo existía una persona en la faz de la Tierra capaz de flirtear delante del padre de su conquista y ese era Gian McMahon.
—Ha visto la corbata y la chaqueta de tu traje.
—¿Quieres que finjamos tener una relación amorosa, francesita?
—No.
—¿Qué políticas sigue su empresa, hija? —Centro la atención en mi padre—. Porque no pareces tú estando a su lado.
—¿A qué te refieres? —Frunzo el ceño y doy un mordisco a la tortita que Gian me ofrece antes de despedirse con la mano de Pierre y centrarse en su móvil y su desayuno—. ¿Cómo que no parezco yo?
—Acabas de aceptar un gesto romántico de un empresario y delante de mí, my princess —Pierre estaba adorando verme así—. Siempre has sido prepotente..., pero nunca una estirada como estos últimos años en los que estuviste con... da igual, no tenemos por qué mencionar a ese malnacido.
—No, no tenemos... —Concuerdo con cierta rabia y decepción al recordarlo—. ¿Y ahora qué parezco?
—No estás tan a la defensiva, creo que es la primera vez en años que te veo un poco más relajada, incluso has sonreído teniendo a un hombre que no es de la familia cerca de ti.
Que mi padre nunca apoyó mi relación con el jefe editorial Olivier Gagnon no era un secreto, que se opuso a mi compromiso con él era un hecho, que me dejó decidir libremente, pero manteniendo el ojo bien abierto, también.
Y no se equivocó.
Con quien si se llevaron la mayor decepción del mundo fue con la que era mi mejor amiga desde el colegio: Eléonore Proulx.
A mí me rompieron el corazón los dos.
Pero ahora tenía una nueva vida y el que era mi jefe-socio y también proveedor de orgasmos me miraba con interés porque le gustaba analizar los gestos de mi cara y adivinar cómo me sentía.
—¿Estás insinuando que te gusta para mí? —Sonrío y me giro hacia el tema principal de la conversación queriendo conocer su reacción y antes de que mi padre pueda quejarse hablo—: Mister McMahon, my father likes you.
«Señor McMahon, a mi padre le gustas / caes bien»
—No he dicho eso —Se acelera negando antes de apoyar las manos en el escritorio y recobrar el aliento. La enfermedad seguía ahí y de vez en cuando le daba un aviso—. No traduzcas nuestras conversaciones, son privadas.
—Sí solo me estoy riendo un poco de sus reacciones, yo no tengo nada con nadie hasta que tú des tu visto bueno, papi.
—Tú te crees que yo me chupo el dedo —Niega y tose un poco—. Pásame su nombre al Guasag ese que voy a pedirle a tu hermano que busque información.
Le digo que ya lo haré, pero que ahora iba a terminar de desayunar y me despido de él. ¿Acababa de presentarle a mi padre a un interés romántico con el que aún no me había acostado? Efectivamente.
—El café si le añades azúcar, debo reconocer que está delicioso —Está apoyado en la encimera y con la taza en la mano—. ¿Por qué no tienes fotos tuyas ni nada que haga este sitio más íntimo?
—¿Para qué? —Le doy un toque con la cadera para que se aparte del lavavajillas y guardo los utensilios de ayer y hoy—. No necesito cuadros, fotos o imanes que me recuerden a mi hogar para sentirlo como uno.
—Francesita, ni siquiera tienes un felpudo hortera que dé la bienvenida a tu casa.
—¿Y eso no te da una pista de que la gente no es bienvenida a mi casa? —Me acerco y me toma de la cintura, aprisionándome entre la encimera y él.
—El ordenador que tienes en Liberté tiene un salvapantallas en la que imagino que es tu familia, he reconocido a tu padre.
—¿Y a mí no?
—Rubia y con el pelo largo, te pareces a tu madre, he supuesto que era ella la que estaba abrazando desde atrás a tu padre, ¿hace cuánto de eso?
—Tres años, creo.
Me mira la boca y yo delineo con mi dedo la forma de la suya. Gian era un hombre que sabía besar cualquier tipo de labios y me lo había demostrado.
—¿En qué punto estamos, Siv?
—Aprovéchate, que hoy estoy de oferta, porque a partir de mañana vuelven las formalidades.
—Vamos, no me jodas.
No esperaba esa respuesta y es evidente que le frustra.
—Estamos empezando un juego peligroso, Gian...
—¿Empezando? —Abraza mi cintura y con sus dedos eleva mi mentón, acabábamos de empezar a desafiarnos con la mirada—. Cenicienta, sé honesta contigo misma porque hace un tiempo que nos metimos de lleno en él.
—No quiero romperte el corazón.
«No quiero romperte el corazón porque el mío hace tiempo que lo hicieron añicos».
¿En qué momento había empezado a confundir una estafa con no querer separarme de su lado?
—Estás dando por hecho que tengo uno —discute con diversión— y si no recuerdo mal, para ti los empresarios no somos humanos.
—Pareces un buen hombre, seas empresario o no y eso me confunde.
—Intento no ser malo —concuerda—. Ya lo fui durante demasiado tiempo.
Parecía una confesión, un desahogo sobre algo que tenía bien guardado para él y sus propios demonios.
Intentar no ser malo no significaba ser bueno.
—No me des el poder de destruirte, puedo ser letal cuando las cosas se tuercen, Gian.
—¿Estás buscando que te diga una frase al estilo comedia romántica de «yo también puedo ser peligroso»?
—No, tú lo eres, no te hace falta una buena línea literaria o de cine para asustarme.
Porque sí, la capacidad que tenía Gian McMahon para ponerme a sus pies me parecía incluso un insulto.
Lo separo como puedo y él lo permite.
Había cometido un error: dejar de ver a Gian como una advertencia y empezar a verlo como una persona de carne y hueso, con sentimientos.
No me iba a desviar del camino, tenía muy claro el objetivo y el por qué lo hacía. Pero había humanizado a Gian McMahon y eso complicaba la situación. Quería romper su economía, no hundir a la persona que había detrás.
Y ahora mismo, estaba obligada a hacer las dos.
Pensar que podía llegar a decepcionarle, me hacía daño, me hacía sentir vulnerable, me hacía sentir menos arpía y un poco más humana.
—¿En qué quedamos entonces? —Se rasca la perilla y me ayuda a guardar los platos que quedan en el lavavajillas—. ¿Soy peligroso o no?
—Lo eres —asevero—, pero no considero que seas un mal hombre, no de momento.
—Cargo con errores de conciencia y algunos desaciertos en el pasado, como todo el mundo.
«Si tú supieras lo bien que me define esa frase...».
—Très bien —Le aplaudo como si fuera una niña pequeña—. Me has convencido, eres humano y no extraterrestre.
—¿Todas las francesas sois ácidas e irónicas, es algo propio de tu ADN o forma parte de tu encanto personal?
—Crees que soy encantadora —repito su última suposición—, ¿no crees que es un movimiento imprudente por tu parte darme esos detalles?
—¿Imprudente? —pregunta para sí mismo—. Lo imprudente es que vendería todo el imperio que tengo bajo mis pies sólo por ver tu cara cuando te corres durante el resto de mi vida, francesita.
¡Hola! ¿Qué tal?
¡No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado!
Creo que sin duda este es uno de mis capítulos favoritos por todo lo que conlleva: no sólo sale Pierre - Gian - Siv, es que además hay ciertas confesiones que ya os iréis dando cuenta más adelante jeje.
Amo la dinámica de estos dos, ¿a vosotras qué os parece?
¿Cuál ha sido vuestra parte favorita del capítulo?
¿Vosotras usáis delantales o pasáis? JAJAJAJA yo depende del día la verdad.
¡Os quiero mucho!
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