Capítulo 16.
«Cuando alguien desea algo, debe saber que corre riesgos y por la vida vale la pena».
-Paulo Coelho.
~*~
SIV AUBRIOT.
Lo peor de emborracharse no era la sinceridad con la que uno hablaba, tampoco las barbaridades que se dijeran me parecían para tanto y, el tema de la resaca, al final del día me parecía lo justo. Y eso que, tras haberme bebido una botella de vino enterita el dolor de cabeza era leve y menos del que merecía.
¿Jodías a tu cuerpo? Él te mandaba una señal de que meter tanto alcohol en tu sistema había estado mal.
Evidentemente, era más bien un causa y efecto porque tu organismo necesitaba recuperarse de toda la mierda que le habías metido.
Pero no, eso no era lo que a mí me afectaba.
El mayor inconveniente es que ahora tenía que ser consecuente con las acciones de mi yo borracha y eso implicada ser responsable con lo que la Siv horny-sad había hecho.
Y lo recordaba todo.
Absolutamente todo.
Desde la parte en la que bailé con Gian en mi-nuestra librería, las dos veces que me medio rechazó, el momento en el que me prestó sus zapatos, me llevó a casa, me hizo de cenar e incluso hizo que Audrey Milton viniera a cambiarme de ropa.
Y ahora lo tenía abrazado a mi cintura mientras dormía plácidamente tras haberse pasado toda la tarde y noche cuidando de mí e imaginaba que trabajando.
Se lo había ganado.
Y no, no me estaba abrazando por gusto propio, es que en algún momento él mismo había puesto una almohada entre los dos y en algún momento de la noche yo misma se la había quitado y ahora estaba en el suelo.
Tampoco se trataba de crear una barrera tan grande entre ambos, parecía tenerle miedo a hacer algún tipo de avance sin mi consentimiento,
¿La única parte positiva de todo esto? El posible sex-appeal que tuviera se había formateado por completo y estaba completamente segura de que le daba más lástima que ganas de follar conmigo.
—¿Cómo estás? —Noto sus dedos clavándose en mi piel como si me estuviera dando un toque de atención y me giro para tenerlo cara a cara—. ¿Te duele la cabeza o algo?
—No, sólo me encuentro agotada y tengo mucha sed.
—Pues sigue durmiendo, francesita, hoy nos lo tomamos como un día libre.
Su voz de recién despertado es ronca y grave, casi ofensiva y demasiado varonil, pero tenía ese sonido a regustillo amargo de un buen café que tanto me gustaba.
Me giro hacia él y observo su cara, mantiene los ojos cerrados y está tapado con la sábana un poco por encima de sus caderas, mostrando involuntariamente su cuerpo bien trabajado y permitiendo que vea sus clavículas al descubierto.
Me vuelvo cómplice de todos los lunares que adornan sus hombros y del pequeño tatuaje que hay encima de su pecho izquierdo.
—¿Puedo? —Dejo mi mano apoyada en las líneas del tatuaje y espero que asienta con la cabeza antes de delinear con mis dedos lo que parecía ser el latido de un corazón—. ¿Tiene algún tipo de significado?
Abre los ojos y lo primero que hace es sonreírme antes de atraerme hacia él, encajándose en mi cuerpo mientras que pasa su pierna por encima de las mías y apartando el pelo de mi cara.
—¿Cuándo te has peinado? —Su voz suena menos áspera, poco a poco se iba despertando del todo—. Déjame adivinar, ¿la magia de la queratina?
—Braliz —puntualizo sin dejar de arañar con cuidado su tatuaje.
Carraspea, aligerando su voz y buscando su tono adecuado antes de responder con cierta monotonía.
—Son los latidos de alguien que ya no está.
—¿Son reales? —Delineo cada pico y línea con mi dedo índice—. Quiero decir, ¿son los latidos de una persona real o es algo más simbólico?
—De una persona real, los conseguí a través de unas pruebas físicas que tuvo que hacerse.
—¿Es eso legal?
—Era mi hermano, tenía el derecho a verlas.
—Pensaba que eráis tres..., no quiero incordiar —Me pega más hacia él mientras acaricia la piel de mi cintura en señal de que todo está bien—. ¿Puedo preguntar qué le ocurrió?
Me había hablado de sus hermanas pequeñas, pero siempre había omitido la parte de un cuarto McMahon, de un tercer hermano. No tenía por qué hacerlo, por supuesto, pero la omisión a su existencia cuando llevaba algo tan significativo era curiosa, reveladora por lo encubierto que lo llevaba.
—Murió en la Guerra de Afganistán.
No espera a que responda y sé que es algo de lo que no quiere hablar cuando agarra mis caderas y me posiciona encima de él.
En el fondo, lo agradecía.
No me nacía ser hipócrita y aunque lamentaba su pérdida y era capaz de ponerme en su lugar, no estaba muy de acuerdo con la política militar estadounidense.
Por supuesto que, respetaba su dolor y lo comprendía.
Una cosa no quitaba la otra, no era incompatible.
Acaricio la incipiente barba de dos días que tenía sin arreglar en un gesto de apoyo, el cual agradece por la sonrisa sincera que me muestra.
Me clava contra su pelvis y no puedo evitar soltar un pequeño gemido.
—Ahora sí —Sonríe cuando muevo mis caderas en círculos tortuosos—. Buenos días, rubia.
—Tienes una erección matutina.
—Mis necesidades básicas no están cubiertas —Se incorpora un poco, apoyando la espalda en el cabezal de la cama y manteniéndome en el sitio—. Ya te dije que había acostumbrado a mi cuerpo a las pajas tempraneras.
Señalo el cajón de la ropa interior.
—Sírvete tú mismo, no seré yo quien interrumpa tu misofilia.
Suelta una carcajada y me aprieta contra él.
—Creo que ambos sabemos que el efecto lo causas tú.
—Después de lo de ayer —Me mezo un poco encima suya, provocándole un siseo y que su agarre en mis caderas pase a mis muslos en un toque algo más posesivo. Me encantaba ver su faceta dominante en otros sitios que no fueran los despachos donde jugaba con sus millones de dólares y se hacía con el control absoluto de todo—, dudo que cause algo más que rechazo en ti.
Se une al juego de estimulaciones y me da una sonora nalgada.
—¿Te molesta? —pregunta explorando mis posibles límites—, qué te va a molestar, si es que te encanta. —Termina afirmando y leyendo mis pensamientos.
Gian era un hombre dominante y cuidadoso al mismo tiempo. Le gustaba llevar el control, pero también quería un consentimiento previo.
—Me gusta muchísimo. —refuerzo su creencia.
Me inclino hacia él y tiro el culo hacia atrás para que pueda abarcarlo mejor en su mano, pero sin acercar mi boca a la suya.
—Siv, anoche te lavé los dientes y te desmaquillé, no tengas miedo al olor de tu aliento.
Tenía detalles lindos que me hacían pensar que no era tan malo como en mi cabeza podía llegar a imaginar.
Y eso era un problema para mí.
Ninguna persona con el patrimonio económico y el poder adquisitivo que manejaba Gian McMahon podía ser bueno y eso significaba que algo estaba escondiendo.
Pero me atraía.
Merde!
Me atraía más allá de lo físico, más allá de lo físico... me hacía sentir bien con su presencia y no sólo deseo.
Y eso era terriblemente peligroso.
Era un juego que me aterraba.
—¿Y al tuyo debo tenerle miedo?
—Tengo un buen amigo que me metió un cepillo de dientes junto a la Tablet de trabajo... —confiesa— y condones por si acaso.
—Muy propio de un abogado y un surfista.
—¿Ironía? —Acerca su cara a la mía y noto su respiración siendo prácticamente la mía—. ¿Te ríes de mi mejor amigo?
—Para nada, un surfista cumple con el estereotipo de «haz el amor y no la guerra».
—¿Y un letrado?
—Lo último que quiere es que su cliente multimillonario acabe unido a una amante del buen vino por culpa de un embarazo.
—Eres una hortera inteligente —Me da un pellizco en la nalga izquierda, consiguiendo que dé un pequeño bote sobre su entrepierna—, ¿cómo sabías a qué amigo me refería?
—Es tu mejor amigo y es tu abogado, es evidente que recurrirías a él para evitar cometer cualquier tipo de delito y... —Me muerdo el labio inferior cuando se remueve—, recuerdo todo, para mi desgracia.
—¿La parte en la que pensabas que quería atracar tu casa también? —pregunta con diversión y socarronería.
—Mon Dieu, Gian, ¡cállate!
Suelta una carcajada y algo avergonzada pego mi frente a la suya.
Me paso la lengua por el labio inferior por inercia y soy consciente de ello cuando imita mi acción.
Quería que me lanzara a su boca y yo no estaba dispuesta a ello.
No iba a besarle, no después de que me hubiera rechazado dos veces.
Imita mi gesto, aunque Gian decide hacerlo dos, tres, cuatro veces mientras con mi piel haciendo círculos imaginarios al mismo tiempo que noto su ya evidente erección justo en el punto más placentero.
—Bésame, francesita —Sube la mano derecha hasta mi nuca y enreda sus dedos en mi pelo—. Dame un beso de los tuyos, de esos en los que exiges que mi boca te pertenezca, no seas tímida, te estoy esperando.
En un rápido y certero movimiento, me posiciona debajo de él, quedándose encima de mí mientras presiona su pelvis contra la mía.
No tenía razones para no hacerlo, no ahora mismo cuando me había olvidado de todo, incluso de mis propias normas y. estaba encima de uno de los tíos que más me habían excitado en la vida.
Y no puedo evitarlo porque si algo me gustaba más que doblegar a un hombre fuera del sexo era que uno me controlara dentro de los límites que estableciéramos.
Y a Gian se le daba de lujo dominar, formaba parte de su ADN como empresario y, por primera vez en mucho tiempo, quería descubrir sin miedo alguno el placer que un pez gordo del capitalismo tenía para darme.
Nos besamos y no sé si soy yo la que lleva el ritmo o si es él quien deja que me confíe haciéndome creer que soy la que manda cuando era evidente por cómo clavaba sus dedos en una de mis nalgas y cómo me sujetaba por la nuca que, si él quería cambiar los roles y hacerme gritar debajo de él o incluso de espaldas, lo haría.
Y disfrutaría.
Gian me creaba demasiadas expectativas y estaba dispuesta a descubrir si estaba a la altura.
Nuestras respiraciones se agitan y disfruto tocando su torso desnudo y bien ejercitado casi tanto como me deleito bajo su toque y sus superficiales estocadas.
En francés lo llamábamos l'érotisme, en inglés debía ser algo así como Gian McMahon. Deja un par de mordiscos en mi labio inferior y pasa directo a lamer la distancia entre mi mandíbula y mi hombro cuando me tumba boca arriba y se posiciona encima de mí.
—Joder, Siv —Su voz no sonaba tan ronca como al principio, aunque no perdía esa dura, amarga y sexy entonación que le caracterizaba—, no vuelvas a pensar que no me atraes...
Toma mi mano y la mete dentro de sus calzoncillos.
Mon Dieu.
La tenía completamente dura, hinchada y lista para la acción.
Sonrío con picardía y me ayudo con la otra mano para bajar su ropa interior. Era un trozo de tela que no necesitaba.
—Quiero tocarte, Gian. —Mi necesidad hacia él traiciona a mis pensamientos y lo digo en voz alta.
Miro hacia abajo y me fijo en su polla, la quería para mí: en mis manos, en mi boca y dentro.
—¿Y qué te impide hacerlo?
Hablábamos el mismo idioma, al menos dentro de una misma cama o esa era la sensación que me estaba dando.
Llevo sin timidez mi mano hacia su pene, toqueteando antes su piel y acariciando la línea de vello que me indicaba el camino a la Odisea.
Empiezo a masturbarle con lentitud, como si quisiera prepararlo incluso cuando ya estaba más que listo. Torturando su placer con la calma que ni yo misma sabía que era dueña, pero sujetándolo con firmeza.
—Siv... —gime a escasos centímetros de mi boca—, eres una maldita Diosa francesa.
Su declaración me motiva y aumento el ritmo de forma progresiva, subiendo y bajando la mano.
Detengo sus intenciones cuando noto que va a imitarme y a jugar con mi clítoris.
Muevo la cabeza en forma de negativa.
—No, no. —Le niego la potestad, frustrándolo.
Subo mi camisón sin dejar de masturbarle y queriendo ser su espectáculo.
Quería que él viera lo erótico que podía suponer ver a una mujer dándose placer a sí misma.
Quería llevarlo al límite del deseo y que se volviera dominante, exigente y que me doblegara como nunca sería capaz de hacerlo si no había sexo de por medio.
No se iba a conformar con sólo mirarme y quería retarle a que me utilizara para correrse, que usara mi cuerpo como un templo y me demostrara porque había decidido llamarme Diosa francesa.
Gian quería tocarme de alguna manera y decide apoyar la palma de su mano libre en mi vientre mientras la va subiendo, haciéndome sentir un pequeño cosquilleo cuando llega a mi cabeza y sujeta con firmeza mi cuello.
Mon Dieu...
—Apriétame con un poco más de fuerza, rubia.
Le obedezco y, a pesar de estar en una posición algo incómoda, me dejo llevar por el placer que me estoy dando y el morbo de tener su polla en mi mano.
—¿Te gusta así? —Aleteo un par de veces las pestañas y le miro fijamente a sus ojos ámbar—. ¿O quieres un poquito más rápido? —Suelto un gemido de placer.
—Así es perfecto, Diosa.
Separa sus labios, noto cómo su respiración se agita y tira la cabeza hacia atrás.
—Mírame, Gian —ordeno sin dejar de mover mi mano, sin darle una tregua—. ¿Dónde quieres correrte?
—En tu boca, joder, no sabes las ganas que tengo de correrme en tu provocadora boca.
Le suelto, subo las manos hacia el cabezal de mi cama y le guiño un ojo.
—Tócate para mí, Gian —Traga saliva y tira de mis piernas hacia abajo para poder posicionarse cerca de mi cara—, ¿quieres que saque la lengua para que descubra cómo sabes?
Mis palabras son un claro aliciente para él porque empieza a masturbarse y antes de que responda le doy una lamida a la punta, tentando aún más y jugando con sus ganas de correrse.
—Siv... —gime mordiéndose el labio inferior—, estoy a punto de correrme.
Miro hacia abajo y me encuentro la imagen más poderosa y erótica que podía imaginar: un hombre con el porte de Gian masturbándose encima de mí, para mí y por mí.
Abro la boca y apoyo los codos en la cama, impulsándome hacia arriba, con cuidado de no hacerle daño y metiéndome parte de su longitud en la boca un par de veces.
Era grande, más de lo que podía haber imaginado en un principio (y eso que ya tenía una idea en la cabeza) y tengo que obligarme a relajar la garganta.
Tira de mi cabello para mantenerme en el sitio y me la saca de la boca.
—Cierra los ojos —Deja su glande en mis labios antes de volver a tocarse y cuando obedezco, su orden cobra sentido—. No te muevas.
Tenía el semen de Gian McMahon en mis mejillas, en mis labios y por el cuello.
—Eres una maldita Diosa, Siv Aubriot.
No dice nada más, pero sí noto cómo mi tanga desaparece y cómo se esmera por demostrarme que era cierto: le volvía loco que una mujer se deshiciera en su boca.
Y joder, qué bien lo hacía.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
Pido perdón si ha dado mucho cringe este capítulo, prometo ir mejorando vale?🥺
¿Creéis que hay algún secreto en la familia McMahon?🌚
¿Tenéis alergia a algo?
¡Os leo!
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