Capítulo 15.

«La opinión que tienen las otras personas sobre ti, no deben convertirse en tu realidad».
-Les Brown.
~*~
GIAN MCMAHON.
Dejo que se tranquilice en mis brazos y cuando noto que recupera algo de fuerza la siento en la banqueta y la miro.
La música sonaba y nosotros la ignorábamos.
Siv Aubriot era arte callejero y rebelde, pero también era virtuosismo firme, delicado y elegante.
Era una contraposición que nunca hubiera creído que pudiera ser real y que, aun habiendo descubierto su veracidad, me sentía tentado a pellizcarme porque a veces pensaba que estaba soñando, que era fruto de mi imaginación.
—¿Me odia? —Se intenta cruzar de brazos, pero pierde la estabilidad y creyéndose disimulada apoya la espalda en la pared—. Le he dejado plantado.
—Me has enviado un mensaje.
—¿Cómo ha sabido que estaba aquí?
—No lo he sabido, fui a tu casa y las luces estaban apagadas..., así que me contacté con Lauren con la excusa de saber cómo le había ido su primer día sola y no me hizo falta ni preguntarle para que me dijera que la habías ayudado un poco antes de decirle que se fuera a casa.
—Mi padre ha recaído, oficialmente —confiesa sin contestar a lo que le había dicho—. Cuando se lo conté a usted, eran sospechas..., un secreto a voces, ahora lo sé.
—Lo siento de corazón, Siv —Me dolía un poco que me hablara de usted, que volviera a interponer esa línea entre ambos, pero si era lo que necesitaba no era algo que fuera a discutirle, no en estos momentos—. ¿Puedo hacer algo por ti?
—No —Su labio inferir tiembla y sé qué está luchando consigo misma para evitar romperse delante de mí—. Es complicado —Sorbe por la nariz y se limpia las lágrimas de sus ojos con los meñiques, intentando no arruinar aún más su maquillaje—, debes pensar que soy estúpida por no estar haciendo la maleta y subiéndome al primer avión que vaya a Francia, ¿me equivoco?
—Lo que yo opine no es importante.
—Pero ¿lo piensas?
Parecía una pregunta trampa o quizás era su manera de distraerse.
La veía aterrada y la mujer que siempre me había recordado a una gacela por su mirada, su determinación y su coraje, ahora me parecía un cachorro indefenso.
Y a mí me estaba partiendo el alma ver a una persona con tantas agallas y que se había atrevido a retarme con tanto ahínco, luchar contracorriente para no caerse delante de nadie, ni siquiera frente a sí misma.
—Si lo creo o no, es un problema mío, ¿qué opinas tú?
—¿Yo? —Se señala antes de quitarse los tacones y tirarlos a un lado, sin importarle lo más mínimo si había golpeado algún libro o roto algo de valor—. Mi opinión es que el cáncer es una mierda —Se levanta y me sorprende la capacidad que tiene de hablar como si estuviera en perfecto estado incluso cuando sus movimientos son torpes y tengo que sujetarla cuando se tambalea—, pero tampoco puedo quejarme cuando hay gente que ha perdido a su ser querido por esa puta enfermedad.
—¿Por qué no puedes quejarte?
Busco en el mueble que hay detrás de mí y celebro como si Los Ángeles Clippers hubieran ganado su primer título al encontrar una botella de agua.
—Porque yo sé que mi padre no se va a morir, lleva conviviendo con esta enfermedad años, McMahon, ese no es el problema.
La ayudo a beber y le indico que dé sorbitos pequeños.
—¿Y cuál es el problema, Siv? —Dejo la botella cerrada y sujeto sus manos con delicadeza cuando veo cómo empieza a clavarse las uñas inconscientemente en la muñeca—. ¿Quieres hablarme de ello? —Mantengo la compostura cuando empiezo a notar la presión en una de mis manos y me retiro la americana con la mano que tengo libre.
—El desgaste que le supone —Tiene la mirada perdida y habla sin ser consciente de lo que le rodea—. No tengo miedo a que se muera porque son tantas veces... que lo he visto con esa enfermedad..., la primera vez fue cuando yo tenía 5 años, en la segunda recaída mi hermano tenía 12 años y le acababan de detectar TDAH... —Hace una pausa y sé que está haciendo el esfuerzo de seguir hablando—. La tercera vez vino un poco antes de mi cumpleaños número 20 y ahora estamos en la cuarta —Su inglés a la hora de contarme sus sentimientos se vuelve algo más básico, quizás es que estaba tratando de no conectar con el dolor o el alcohol la hacía más torpe, no importaba, quería escucharla—, sé que no le va a matar..., pero ver lo débil que se siente tras cada sesión de quimioterapia..., lo frágil que se escuchar su voz y el dolor que experimenta en el proceso es muy duro... —Toma aire y me pide un poco más de agua—. El desgaste emocional que veo en sus ojos en cada recaída me destroza —Aprieta con más fuerza y siseo—, el cómo me mirar porque no se atreve a romperle el corazón a mi madre..., y volver a escuchar «otra vez más toca pelear, tendría que dedicarme al boxeo», ese es el problema.
Me había costado entenderla, no iba a negarlo, pero había hecho un esfuerzo y creía haber comprendido a la perfección lo rota que estaba, incluso cuando se dispersaba y cambiaba de frase para evitar conectar con su dolor.
—¿Puedo pagarte un viaje a Francia? —Niega en repetidas ocasiones y empieza a hiperventilar siendo presa del miedo—. Por favor, francesita, respira conmigo, estoy aquí, vamos a hacerlo juntos, cogemos aire por la nariz y lo soltamos suavemente por la boca... —Me imita y la apremio—. Eso es, Siv, vamos a repetirlo: cogemos aire por la nariz, así muy bien, y ahora lo soltamos...
Necesitaba evitar que le diera un ataque de pánico y quería que controlara su respiración, que se olvidara de lo relacionado con su padre porque ahora mismo no estaba en condiciones para hacerle frente.
Sabía de primera mano, porque Ophelia estaba estudiando psicología y ella misma había explicado en alguna cena familiar que, a una persona con ansiedad lo último que tenías que pedirle era que se tranquilizara porque ya estaba esforzándose demasiado en no crear un espectáculo y sentir vergüenza de sí misma y eso la alteraba más.
Por otro lado, nos había comentado que era importante distraer a las personas que estaban paniqueando, hacer que centrasen sus pensamientos en algo diferente.
—Es que..., no puedo, Gian —Se mece hacia delante y hacia atrás como si estuviera intentando regularse—. Si voy a París..., preocuparé más a mi padre y eso puede ser mortel, él no me quiere allí..., él quiere que vaya a final de curso a la graduación de Matthieu..., no por su enfermedad...
Me costaba entender algunas cosas de las que decía, ya fuera porque usaba vocabulario en su lengua materna o porque las sentía inconexas, pero es que no era lo importante.
—Siv, mírame, vamos rubia, déjame ver tus ojos —Levanta la cabeza y consigo que se pierda en los míos y agradezco una vez más el haber heredado algo tan bonito de mi madre para que sirviera de distracción—, si pudieras viajar a cualquier parte del mundo que aún no conoces, ¿dónde sería?
Se queda pensativa y sé que estoy consiguiendo que centre su atención en otro tema que de primeras no le convencía. Al menos la presión de sus uñas clavándose en mi piel se había aflojado.
—Je ne sais pas... —Frunce el ceño y por inercia se lo aliso. Era un gesto que ella misma no se permitiría hacer si estuviera en sus cabales—. Tal vez Australia, pero me dan miedo los tiburones y los animales exóticos..., quizás..., puede ser que Grecia porque es la cuna de la filosofía y el arte..., al menos es como yo lo veo...
—Me encantaría ir a Grecia.
Sonríe con cierta timidez y por un momento deseo con todas mis fuerzas que esté pensando en que le gustaría ir conmigo.
—Quizás esto le sorprenda —Otra vez volvía a hablarme de forma impersonal—, pero a pesar de todo, me gusta mucho Estados Unidos, me encantaría vivir una Navidad en Nueva York, aprendería a montar en moto sólo por recorrer la Ruta 66 y creo que me desviviría por ver un partido de la NBA entre los Boston Celtics y Los Ángeles Lakers sólo para vivir la experiencia.
Agarro su cara con mis manos y dejo un beso en su frente antes de separarme con cuidado.
—En Boston hace frío —Le recuerdo—, ¿por qué no me dejas llevarte a uno de los lugares más calientes del planeta?
—¿Y cuál es ese?
—Lo conocen como Death Valley, pero mientras estés tú aquí, tengo mis dudas.
Logro que se relaje y me sorprende ver ese leve rubor que nace en sus mejillas, incluso por un momento, juraría que me lo estoy imaginando.
—¿Por qué eres bueno conmigo? —Se pasa la lengua por el labio inferior y agarra con cierta rabia la tela de mi camisa—. Eres empresario —Apunta con el dedo en mi pecho—, te he visto en la televisión, te he oído en la radio y he analizado conferencias tuyas, soy consciente de la máscara que te pones ante los medios y he sufrido tu forma de hablar cuando haces negocios, pero fuera de eso, ¿por qué tomarse tantas molestias en alguien a quien sólo quieres follar?
—¿Perdón?
Su pregunta me pilla de improvisto.
Por supuesto que quería acostarme con ella, ¡estaba deseándolo!
Joder, me atraía muchísimo físicamente, pero es que el magnetismo que desprendía..., ni yo mismo lo sabía, pero quería conocer la persona que había detrás de esa ropa tan hortera y ese tinte negro que te miraba por encima del hombro.
Quería seguir descubriendo a Siv Aubriot como mujer, no sólo de forma laboral.
No creía en el amor a primera vista, pero sí en la atracción bajo flechazos y por consiguiente en el interés que nacía a partir de eso.
—No entiendo tus intenciones, Gian —confiesa en un momento de debilidad porque sabía que de normal no abordaría así el tema. Sería ácida y jugaría con mi paciencia—. ¿Por qué te esfuerzas tanto con alguien a quien sólo le quieres meter la polla?
—Porque acostarme contigo es una de las tantas cosas que quiero que hagamos juntos, no es un «sólo quiero meterte la polla», Siv, es un «quiero que follemos, que me destroces y dejes que yo te rompa a ti en el mejor sentido de la palabra y descubramos hacia dónde nos lleva eso».
—Pero eres empresario...
¿Esa era su excusa?
—También soy tu jefe —le recuerdo— y tu socio.
—¿Hay algo más que quieras ser? Vas a conseguir apropiarte de todo... —Concluye en un bajo tono.
Ya no quedaban lágrimas en sus ojos y el haber llorado había logrado que el gris de su iris fuera aún más llamativo y brillante.
Precioso, lo reconocía, pero no me gustaba que la razón fuera su tristeza.
—Quiero conocerte, Siv, quiero estar a tu lado.
—¿Por qué?
—Porque me atraes, me retas, me conmueves, me das lecciones, me cabreas, me riñes, me haces reír, me la pones dura con sólo guiñarme un ojo, me sacas de quicio, me besas como si desearas algo más que mi dinero y me haces nudos cruzados en la corbata que me sientan realmente bien.
—Ah —Ladea la cabeza hacia la izquierda—, esa es la clave, ¿no?
—¿La corbata? —Asiente y me inclino hacia delante—. Siempre ha sido por la corbata.
Rodea con sus manos mi cuello y para evitar que se sienta rechazada una segunda vez porque en realidad sí que me moría por besarla, presiono mis labios en su mejilla y susurro haciendo que se estremezca:
—Voy a llevarte a casa.
—¿Tienes mis llaves? —Abre los ojos algo asustada—. ¡Eres un acosador!, ¡voy a llamar a la policía!
Ahí estaba uno de los efectos del alcohol.
—No tengo tus llaves, francesita, stop.
Murmura algo que paso por alto y busco en contactos a mi amigo y abogado Dayton Hyland.
Dejo que me abrace por la cintura y que descanse su cabeza en mi pecho.
Le acaricio el cabello mientras me concentro en lo calmada que suena su respiración.
—Yewwwww —Grita con entusiasmo mi mejor amigo—, hace un día estupendo para surfear, ¿te apuntas?
—No —Recojo los tacones de Siv y los pongo en el mostrador al mismo tiempo que me quito los míos y me arrodillo para colocárselos a ella—. Necesito tu ayuda.
—No estoy en horario laboral, hermano.
—Pues entonces soy un hombre afortunado porque te necesito como amigo, no como abogado.
Su actitud cambia por completo, predispuesto a ir al fin del mundo si lo necesitaba.
Dayton podía ser mi mejor amigo, pero él tenía claro su oficio y sus horarios de trabajo, podía hacer alguna excepción conmigo, no obstante, no era lo habitual.
Y me parecía perfecto.
Ser amigos no era un motivo para explotar sus conocimientos en abogacía. Recurrir a él en momentos cruciales, sí.
—¿Qué ha pasado?
—Necesito que vayas a mi barrio y le pidas al conserje de guardia las llaves de la Señorita Aubriot y también que entres a mi casa y cojas la Tablet que uso para trabajar.
—¿Y eso por qué? —Lo imagino atusándose el cabello y dejo que siga hablando—. Invadir una propiedad privada está penado, hermano, ¿quieres que invada la casa de tu vecina – empleada – hacedora de corbatas – que te la pone dura?
—No voy a registrar el bolso de una mujer sin su consentimiento, Dayton —Aclaro mientras me aseguro de mantener el equilibrio de mi acompañante y el mío—. Sólo quiero llevarla a casa y necesito sus llaves para entrar.
—¿Por qué no se lo pides a tu padre? Que yo lo hago encantado, pero...
—Porque no quiero que mi padre se meta en mis asuntos, ser su hijo me da privilegios como el que te estoy pidiendo, pero no he conseguido que la gente relacione McMahon con mi nombre para que ahora se vuelva a relacionar con William.
—Nadie lo relacionaría con William, es sólo un favor que te estaría haciendo tu padre.
—Lo relacionaría yo y eso es más que suficiente —Suelto un suspiro y apago la música—. ¿Vas a ayudarme o no?
—Me ofende que lo dudes.
—Bien.
—Te preocupas por ella y no quieres que tu padre la investigue como hace con todo...
Dayton lo estaba afirmando y no era algo que podía negar.
—Ya lo hablaremos. —digo antes de colgar y optando por llevarla en brazos.
Podía matizar sus palabras y de hecho debía hacerlo, pero no era el momento: por teléfono y con la protagonista a mi lado.
El matiz era primordial.
¿Me preocupaba por Siv Aubriot? Hace unas horas hubiera dicho que la palabra preocupar se quedaba grande, que era más como un interés —que aún se mantenía— por conocerla y el altruismo de ver a una persona sufriendo.
Pero ahora tenía mis dudas, ¿preocupar? Podía ser.
Me había fijado en ella hacía tiempo porque admiraba su determinación, su inteligencia, el don que tenía con las palabras y lo bien que sabía vender el producto.
Y luego la vi a ella.
Más bien luego me fijé en ella.
En ese pelo negro que escondía su naturaleza rubia, esos labios rojos que le daban espontaneidad y fortaleza, ese físico delicado que la hacía humana y esa mirada felina de color gris que sería capaz de parar el mundo.
Siv Aubriot era una lucha entre el bien y el mal, el contraste entre el cielo y el infierno, la voluntad de una mujer que quería hacerse oír y el miedo de mostrar sus sentimientos. Era calidez y una noche de verano californiana por dentro, pero también representaba la frialdad del invierno más duro del norte.
—Vamos, Cenicienta, te toca devolverme los zapatos.
—Estoy cansada...
Había conseguido sentar a Siv en mi coche y aunque había odiado caminar en calcetines hasta mi auto mientras la llevaba en brazos, su bolso colgado en el hombro y los tacones en la mano libre, también me había resultado divertido.
Estaba agradecido de tener una copia de las llaves de Liberté porque gastarme dinero en un guardaespaldas durante todo lo que quedaba de día, noche y tal vez las próximas 24 horas para que resguardara el establecimiento es algo que haría, pero que me jodería.
Consigo recuperar mis zapatos y me debato internamente en si quitarme los calcetines o no.
—¿Puedes poner música?
—¿A quién te apetece escuchar?
—Taylor Swift.
Pongo el aleatorio de Spotify y me agrada la sensación del silencio mezclada con la voz de ella.
No vivíamos muy lejos de su tienda, de hecho, la había visto caminar alguna vez cuando yo estaba saliendo del garaje para ir a trabajar.
—¿Te vas a quedar conmigo? —Su voz dejaba de sonar empalagosa, como si estuviera recobrando el sentido común—. Mi cama es cómoda y te dejo ser mi ayudante por si tengo que vomitar.
—Qué amable por tu parte.
—Siempre lo soy, el problema es que a los hombres os gusta malinterpretar todo —murmura algo en francés antes de volver a hablar—. Que sepas que estoy controlando las ganas de chuparte la polla ahora mismo porque me has rechazado dos veces, tengo el orgullo herido y no quiero que tengamos un accidente de coche.
Freno de golpe y varios coches pitan.
Me cago en Dios.
¿En serio acababa de decir eso?
—Francesita —Me remuevo incómodo al pensar en ello y tengo que controlarme para seguir con ambas manos al volante y no meter una dentro de mi pantalón—, el día que te metas mi polla en la boca serás muy consciente de ello y dejarás que te maneje como a mí me gusta.
—¿Y cómo te gusta? —pregunta con ese descaro francés que nunca le abandonaba—. El alcohol me deprime y me pone muy cachonda, debería habértelo dicho antes.
—Descuida, me he dado cuenta de ello yo solito —Giro hacia la derecha y abro la ventana de mi lado un par de centímetros porque necesitaba que la sangre volviera a regar mi cerebro—. Y respondiendo a tu pregunta: me encantaría que estuvieras debajo de mi escritorio mientras estoy en una reunión online y que me dejaras el carmín rojo marcado.
—¿Y después?
—Que me pidieras que empujara mis caderas hacia tu boca, que rogaras con tus ojos que te tire del pelo y que cuando esté a punto de correrme me separes las piernas y me digas algo que sólo una estrella del porno francés diría antes de tomar el control de la situación y prohibirme que nos delate.
—Te gustaría ver cómo el mundo se rinde ante ti mientras estás corriéndote... —Sonríe con picardía.
—Me la pone dura pensar en ello.
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Paso mi americana por sus hombros, vuelvo a calzarle con mis zapatos y me doy cuenta de que o tengo los pies muy grandes o ella más pequeños de lo que llegué a imaginar.
Dayton llevaba una camisa hawaiana, un bañador largo y el pelo recogido en un moño improvisado.
—Me he quedado sin surfear porque ya está anocheciendo y eso es peligroso, pero creo que vale la pena sólo por la imagen que estoy viendo.
—No seas capullo, Hyland. —Elevo el tono cuando veo sus intenciones de molestar a la francesa.
—¿Y tus zapatos? —pregunta fijándose en mis pies protegidos únicamente por los calcetines que estaba deseando tirar.
—Mírale los pies a ella.
Se ríe sin poder evitarlo.
—¿No hubiera sido más fácil pedirle las llaves a la dueña?
—Adelante, inténtalo.
Murmura algo parecido a un «siempre tengo que ser yo el que haga estos esfuerzos» y se apresura a hablar con Siv, o al menos a intentarlo.
—¿Señorita Aubriot? —La llama y ella se endereza al escuchar su nombre—. ¿Podría dejarme sus llaves para abrir la puerta, por favor?
—¡No! —Niega con rapidez—. Eso es allanamiento de morada..., que seas surfista no te da derecho a ser un cambrioleur. ¡Voy a llamar a la policía!
—¿Me ha insultado? —Me pregunta.
—Tus pintas son un insulto, Dayton.
Finge indignarse y me pasa con disimulo el juego de llaves que había conseguido.
—Querida —dice sosteniendo a Siv de los hombros mientras abro la puerta de su casa—. Soy surfista, pero también abogado, sé de lo que hablo y eso no es allanamiento de morada.
Me da la funda con la Tablet que le he pedido y me doy cuenta de que también ha cogido el cargador, mi cepillo de dientes y condones que no iba a utilizar.
—Gracias por todo, Dayton —Palmeo su espalda y dejo el pie apoyado para que Siv no pueda cerrar la puerta y dejarme fuera—. Te veo mañana.
—Avísame si necesitas un abogado por posibles consecuencias.
—Está borracha —Le recuerdo por si no se ha dado cuenta—, no voy a aprovecharme de ella.
—Y por eso siempre te defendería en un juicio en el que te acusaran de algo así, porque eres incapaz de tocar físicamente a alguien sin su consentimiento.
Me despido de él y cierro la puerta.
—¡Bienvenido a mi casa! —Da un traspiés intentando quitarse los zapatos de varias tallas más grandes que los suyos y se frena gracias a la isla de la cocina—. ¿Descorchamos champagne?
No. No iba a beber más.
—Prefiero un vaso de agua, ¿me acompañas?
—Aburrido...
Asiente y algo confundida decide servirse también lo mismo que yo.
Me fijo en los detalles de su casa y la siento algo fría al mismo tiempo que cálida. Estaba decorada con esos muebles vintage y modernos que se llevaban ahora, pero apenas había fotos o decoraciones personales.
Veo que en el frigorífico tiene varios Postits con números de teléfonos (y el nombre de a quien pertenecen) que se sujetan en un imán de propaganda.
Números con el prefijo francés, el de Lauren Reed, Isaac Fitz, Audrey Milton, Marc Handler y el mío.
Isaac Fitz formaba parte de esa lista y una parte de mí empezaba a sospechar de las intenciones reales de mi competencia.
—¿Quieres comer algo? —Abro la nevera, dejando pasar la intuición que se había quedado en mi cabeza y saco el envoltorio de un par de filetes empanados—. ¿Puedo usar tu cocina?
—Sí...
Luego llamaría a su amiga Audrey, con suerte vivirían cerca y podría ayudarme a cambiarla de ropa.
—Gian... —Toca con su dedo mi espalda y me giro hacia ella. Era alta, más de la media habitual, pero sin sus tacones perdía varios centímetros y eso me hacía ganar unos pocos más frente a ella—. ¿Vas a ser mi niñero y cuidarme?
—Mmmm..., esa es la idea.
—¿Sabes lo que te toca ahora?
Apoya sus manos en mis hombros y se pone de puntillas. Agarro sus caderas mientras lucho para no pegarla contra mí y que notara la creciente erección que nacía de nuevo.
—Sorpréndeme.
—Desmaquillarme y asegurarte de que duerma sin sujetador.
—Es una petición un poco rara, ¿no?
Siv sentía muchas veces la necesidad de justificarse, no sabía si era algo que formaba parte de su personalidad o si por alguna razón que llegaba a desconocer se sentía en deuda conmigo.
—Me duelen mucho las tetas cuando llevo demasiadas horas con el soutiens-gorge —Se lleva las manos a los pechos y los aprieta antes de soltar una pequeña queja—, es lo que tiene tenerlas operadas o simplemente me duelen porque sí y punto.
—Date la vuelta.
Tomo aire y con cuidado de no tocar mucho su erizada piel, cuelo mis manos dentro de la camisa y desabrocho el sostén.
Las retiro con rapidez y vuelvo a mi odisea de cocinarnos algo.
—¿Por qué parece que te dé asco tocarme?
Suspiro y muevo la cabeza en su dirección, parece indignada y se me hace inevitable sonreír.
—Al contrario, francesita, tengo tantas ganas de tocarte que cuando lo haga quiero que seas consciente de ello.
—Pero yo quiero que me toques ahora...
—No me pidas que me aproveche de ti, me niego a hacerlo; si quieres que te obligue a algo que sea por tú misma me lo pides siendo plenamente consciente de tus palabras y tus actos.
Abre la boca como si le sorprendiera mi confesión.
—¿Me vas a recordar toda la vida el numerito que he montado hoy?
«Si eso supone pasar más tiempo a tu lado: acepto».
Sacudo la cabeza.
Vaya pensamiento más estúpido.
—Tendré que hacer la vista gorda por una vez, pero que no se repita o correrá la voz en la empresa y me pedirán el mismo trato —Pongo el plato frente a ella con el filete ya troceado y observo cómo saborea la comida—. ¿Está rico?
—Le falta sal —Estaba volviendo la Siv ácida con sus comentarios sarcásticos y que para algunas personas podían llegar a parecer hirientes—, ¿no te han enseñado a darle sabor a la vida?
—Pues parece ser que no, ¿por qué no te ofreces voluntaria y me das algunas clases?
No digo nada más y no porque no quiera hablar con ella, sino porque todo lo que saliera de mi boca ahora mismo, podría llegar a ser usado en mi contra.
Tal vez Dayton tenía razón cuando decía que me gustaba lo extremo y que me lanzaba sin asegurarme antes de llevar bien puesto el paracaídas.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
Ya iba tocando un capítulo narrado por Gian jsjss.
¿Qué tipo de borrachas sois? Yo de las que se deprimen JAJAJAJAJAJAJ
¿Qué creéis que pasará en el próximo capítulo?
¡Os leo!

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