Capítulo 13.


«Viajar te hace modesto. Te hace ver el pequeño lugar que ocupas en el mundo».

-Gustave Flaubert.

~*~

SIV AUBRIOT.

La atracción que sentía por Gian McMahon era casi ridícula.

Es que podía notar cómo mi parte lectora se burlaba de mí con esa vocecita a lo Nelson Muntz de Los Simpsons de tantas veces que había dicho en voz alta que era irreal sentir tantísima atracción por alguien a quien prácticamente no conocías.

Y ahora esa era yo.

Desde luego que existía esa afinidad física a primera vista, yo la había vivido en bastantes ocasiones y conocía a gente que también.

No era ningún disparate.

Pero la intensidad y la necesidad sexual que sentía por Gian McMahon, eso, era algo nuevo para mí.

Quería conocerle tanto con ropa como sin ella.

—¿Qué hace aquí? —Apoyo las palmas de las manos en su traje bien planchado y me fijo en su boca, aún tenía un poco de mi pintalabios—. ¿No debería estar jugando al Monopoly con el dinero de la gente?

Mantener las distancias con él cada vez se me hacía más complicado; ya no recordaba cuándo le hablaba de «tú» y cuándo me dirigía con formalidades.

—Soy accionista de Liberté, creo que lo justo era comunicarte las medidas que vamos a tomar.

—Sin mi permiso. —recalco.

—¿No te gusta la Señorita Reed? —Gian sabía que ese no era el problema, pero se estaba aficionando a ponerme de los nervios, o simplemente es que le gustaba ponerme de cualquier forma y punto—, podemos buscar alguien más cualificado.

—Lauren es fantástica —Siento la necesidad de defenderla—. Lo que me molesta es que dos tipos tomen decisiones sin contar con mi opinión.

—Pues dime tu opinión, Siv.

—¿Cambiaría algo que yo alzara la voz? ¿se tomaría en cuenta?

—No y sí.

—¿Disculpe?

Me estaba mareando a mí misma el hablarle cada vez de una forma distinta y, en cambio, a Gian parecía encantarle tener la capacidad de descuadrar mis esquemas.

—Tranquila, Aubriot —Cambia su forma de dirigirse a mí al de hombre de negocios y sé que piensa que me tiene comiendo de la palma de su mano—, sólo respondía a tus preguntas.

—¿Va a seguir tuteándome?

—Eres mi socia, tal vez deberías empezar a dejar las formalidades a un lado.

Parece que quiere añadir algo más, sin embargo, se contiene y aprovecho para desafiarle un poco.

—Sólo le hablo de tú a quienes me invitan a desayunar, amanecen en mi cama o considero amigos y usted no pertenece a ninguna de esas excepciones.

—Pues como continuemos mucho tiempo aquí dentro me parece que la Señorita Reed va a pensar que ya he amanecido en tu cama y eso me dará el derecho a poder pedirte que me llames Gian.

Tomo la iniciativa y alcanzo el pomo de la puerta antes de indicarle con un gesto que salga primero.

Se acomoda bien la chaqueta y se apresura a salir mientras que yo me quedo un momento para recuperarme de lo que acababa de hacer:

Liarme con mi jefe-socio en el pequeño almacén de mi-nuestra librería como una adolescente que acababa de descubrir lo que era el sexo y que no quería dejarlo nunca de lado.

Exhalo antes de reprenderme un poquito en un susurro por mi comportamiento y a la vez sonrío con el ego femenino reforzado.

No todos los días consigues que un hombre de ese talante pierda los papeles y reconozca en voz alta que se siente frustrado por no haber podido follarte.

Estados Unidos 0 – 1 Francia.

—Señorita Aubriot —Su voz tiene un magnetismo especial y me encanta la mezcla de su acento californiano con ese toque propio del Nueva York más cineasta—, ¿puedo invitarla a almorzar? —Se pasa la lengua por el labio inferior mostrándome su parte más gamberra—. La invitaría a desayunar, pero creo que es un poco tarde para ello.

Mon dieu...

Este hombre me escuchaba cuando hablaba y una debilidad que sentía era cuando prestaban atención a los pequeños detalles que enunciaba.

—¿Está seguro de que quiere invitarme a comer?, puedo arruinarle, me gusta alimentarme como es debido.

—Correré el riesgo —Extiende su mano para que la tome—, ¿qué me dice?

Hago un pequeño chasquido y miro a Lauren.

—¿Te importa quedarte? Voy a mandarle un mensaje a Marc para que venga a ayudarte...

—Claro que no le importa, se las apañará sola divinamente por algo confiamos en ella y por algo se ha ganado este puesto —La mirada que le da a Lauren es ese tipo de miradas que no aceptaban una respuesta contraria a lo que decía—. ¿Verdad, Señorita Reed?

—¡Desde luego que no! —Me mira con ilusión y me siento presionada a ceder—. Dime qué hay que hacer y me pongo con ello, jefa.

—Mira —Me acerco al mostrador y enciendo la grabadora de vídeo y audio antes de rebuscar entre el papeleo—. Se van a descatalogar 120 libros y dejar de distribuir por falta de ganancias 15, tienes que revisar los que están marcados en rojo y van a ser retirados para el próximo semestre para devolverlos a sus editoriales, en cuanto a los que vamos a vender hasta fin de existencias, pero sin pedir más copias...

—¿Tenéis página web? —Gian se acerca interrumpiéndome y fijándose en los números financieros.

Odiaba cuando me callaban, pero aún más cuando lo hacía un hombre. De verdad que a mí el género masculino me fascinaba y repugnaba a partes iguales.

—No —contesto alzando la vista y reprimiendo las ganas de sacarle el dedo del medio, eso no sería muy profesional por mi parte—. ¿Algo más?

—Vas a dejar de distribuir 15 libros en menos de tres meses porque no se venden y me da la sensación de que este sitio funciona así continuamente —Se hace hueco, demostrando su habilidad en la economía y lo bien que se le daba tomar espacio. No era uno de los hombres más ricos del mundo por arte de magia—. ¿Acaso les das una buena publicidad o la gente puede interesarse en ello?, ¿sabe la gente que Liberté vende las novedades literarias y tienen la posibilidad de acercarse o encargarlo por una página web en vez de acudir a Amazon?

—La gente que quiere comprar por internet, va a seguir haciéndolo, McMahon —argumento—, les va a dar igual que el libro esté en una pequeña librería de Los Ángeles o no. Comprar en Amazon les supone no moverse de la comodidad de sus casas, yo misma prefiero en ocasiones hacer uso del servicio. Y quien quiere una novedad, se va a los grandes almacenes o centros comerciales porque sabe que ahí los encontrará sin problemas.

—¿Y entonces qué beneficios tiene este sitio?

Suspiro controlando mi temperamento y tratando de no soltar un comentario como «Sí usted no lo sabe para qué se ha hecho accionista».

—Clásicos literarios y material académico en todas sus etapas.

—¡También tenemos... se venden libros actuales! —esclarece mi ahora empleada—. Y debo decir que gracias a Siv dejé de juzgar la literatura erótica y a los best-sellers y empecé a apreciar lo contemporáneo.

Me sentía orgullosa de haber conseguido que Lauren Reed dejara los prejuicios atrás, no es que hubiera ido gritando a los cuatro vientos que odiaba lo que se leía hoy en día, pero en confianza si llegó a confesarme y cito textualmente sus palabras: La literatura y música de hoy en día son una basura.

Y ahora consumía todo tipo libros, independientemente del género; se permitía a sí misma leer por diversión y no sólo para aprender algo.

Gian ni siquiera hace un gesto de satisfacción o toma en cuenta sus palabras, sino que continúa con su discurso capitalista y estratega, como si nuestras aportaciones fueran palabras vacías que no enriquecían la conversación.

Típico de empresarios que creen controlar y valorar el tiempo, cuando la realidad es que, eran los que menos lo disfrutaban.

—¿Te has planteado que con una buena estrategia publicitaria podrías traer a autores emergentes salidos de Wattpad, Booknet, Webtoon o incluso autopublicados con millones de fans nacidos en las redes sociales y ofrecer una firma de libros con la premisa de que compren aquí su ejemplar?

«¿Te has dado cuenta de que no tengo ni el mismo poder, misma influencia y mismo presupuesto que tú, connard?».

—¿Wattpad? —No recordaba las otras palabras que había mencionado—, ¿qué es eso?

Sus ojos se abren ante la sorpresa de mi pregunta.

—Ay, tengo amigas que leen en Wattpad y Booknet, a veces hacen lecturas conjuntas en Twitter, te puedo recomendar muchos de la primera aplicación... —menciona en un tono bajo Lauren.

El primer nombre se me hacía conocido, probablemente Lauren lo habría mencionado alguna vez o quizás algún cliente me hubiera nombrado ese sitio, pero ahora mismo no tenía ni idea de qué estaban hablando.

—Hágame una lista con nombres de libros que lean sus amigas en esas aplicaciones, Señorita Reed —Encomienda Gian feliz de sentirse respaldado por la joven.

—¡Por favor tiene que darles una oportunidad a los libros de Wattpad en español! —Chilla con entusiasmo— ¡Mi amiga Rosita de Costa Rica me lo va traduciendo al inglés... y nunca he lamentado tanto no saber hablar español!

—Tomaré nota —Resuelve Gian empleando su tono empresarial antes de dirigirse a mí—. Creo que te has dado cuenta de que necesitas innovar e invertir, Siv...

Estaba a punto de morderme la lengua por las ganas que tenía de soltarle un improperio. Hablar de gastar en algo que no sabías si daría buenos resultados era fácil cuando se tenían los medios adecuados y la influencia suficiente como para solventar casi cualquier error.

Gian McMahon tenía todo ese poder.

Yo no.

—Como verá, Señor McMahon, sólo cuento con la Señorita Reed y conmigo misma; ambas somos mujeres muy válidas, pero no podemos abarcar tanto.

—Cierto —concuerda conmigo y abandona el tono duro con el que me estaba hablando—. Señorita Reed ignore los 15 libros y céntrese en los 120 que van a dejar un hueco vacío.

—¿Perdone? —Me cruzo de brazos—. ¿Sabe que está deslegitimándome?

Me daba igual que no fuera muy profesional por mi parte el retarle delante de la joven, pero esto ya estaba empezando a parecerme demasiado casposo incluso para ser él: un hijo sano del capitalismo.

—Escucha, Siv —Dulcifica su mirada de empresario por un momento—. Vamos a darle a Liberté un equipo de publicistas digitales y vamos a revisar esas 15 propuestas una por una y decidiremos si tienen cabida o no.

C'est impossible! —Lamento en voz alta y mirando al techo—. ¿Con qué dinero? No me diga que de repente es usted un filántropo que lo que va a hacer es prestar miles de dólares por el simple hecho del amor a la literatura.

—Soy propietario de una de las empresas de marketing editorial de habla inglesa más importantes del mundo y no sólo eso, en Luana Creative llegamos a acuerdos editoriales con operativas del sector en otros idiomas, además publicitamos en anuncios televisivos, radios, carteles corporativos e incluso en pancartas de autobuses o estaciones del metro —Se tenía aprendido el discurso de bienvenida de su empresa y entendía a la perfección porqué la gente le escuchaba con atención y sin perderse ni un solo dato. Gian McMahon era un especialista en el arte de la oratoria—. ¿Quieres un libro que sale bajo nuestro sello en francés? Buscaremos la forma de llegar al país galo. ¿Lo quieres en español? Tenemos representación en México y España, próximamente pretendemos incorporarnos en Argentina. ¿Qué lo quieres en alemán? Hace años que tenemos un convenio con editoriales de Alemania, Austria y Suiza.

—Eso es... fascinante. —Aplaude entusiasmada Lauren.

—¿Qué me quiere decir con eso, McMahon?

—Soy el accionista segundo de Liberté, por detrás de ti y por delante de Fitz, los medios no tardarán en hacerse eco en que mi supuesto rival también forma parte de esto, ¿cree que voy a dejar que alguien pueda utilizarte para desprestigiarme? —Mete las manos en los bolsillos del pantalón y me mira a través de sus largas pestañas mientras que me atraviesa con sus ojos color ámbar—. Siv, sí tienes alguna debilidad, aquí estoy para transformarla en tu nuevo punto fuerte.

—En el ámbito profesional —Carraspeo agachando la mirada al no entender sus intenciones—. Todo en el ámbito profesional.

—En el que sea, Siv —Apoya los codos en el mostrador que nos separa y tapa los papeles que estaba ojeando para que le preste a él toda mi atención—. Estoy apostando por ti, cualquier debilidad que tengas, es también mía.

—Y luego dicen que los empresarios son crueles y maquiavélicos... —Lauren Reed sonríe fascinada ante la declaración del pez gordo del capitalismo—. Perdón... —Se sonroja ante su metedura de pata.

Para sorpresa de ambas Gian no reprime la carcajada que le nace desde lo más profundo de la garganta y muestra su aprobación.

—Y lo somos, pero también dependemos de una buena estrategia y la mía es tu jefa.

—¿Me está cosificando?

—No se me ocurriría —Echa un vistazo a su caro reloj y se dirige a Lauren—: Me la llevo a comer, confiamos en tus capacidades, Señorita Reed.

—Sin problema.

—¿Tienes alguna duda? —pregunto algo nerviosa—, sólo tienes que fijarte en los libros que están marcados y colocar al lado en qué balda y estantería se encuentran.

—No te preocupes, jefa —Muestra ambos pulgares con cierto entusiasmo—. Yo me encargo. Cualquier cosita, te llamo.

¿Así es cómo se sentía una madre cuando veía a sus hijos partir de casa?, porque estaba tentada en llamar a la mía ahora mismo y decirle algo como que ahora la comprendía. No sabía muy bien si mi hija era Lauren o si lo era Liberté.

Tal vez ambas.

Desde luego acababa de activar el sonido del móvil por si acaso.

∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅∗ ──── ∗⋅✧⋅

—¿Adónde me lleva? —Me abrazo al bolso y coloco bien la boina cuando una ráfaga de viento me golpea de frente—. Y yo que pensaba que en Los Ángeles no hacía frío...

—Y no lo hace, sólo refresca un poquito de diciembre a marzo —Desbloquea las puertas del coche deportivo y me abre la puerta de copiloto—. ¿Cómo es la temperatura en Francia?

—No toda Francia tiene el mismo clima, McMahon, en la capital solemos envidiar el cálido tiempo de Nimes, Carcassonne y Montepellier —Juraría que siente fascinación por cómo pronuncio las ciudades de mi país—. En París..., en invierno hace mucho frío y es muy lluvioso y en verano tenemos un calor agobiante, pero sin la humedad mediterránea.

Me abrocho el cinturón y miro con anhelo hacia mi establecimiento.

—No deberías preguntarle si quiere quedarse, eres su jefa, ya no forma parte del programa universitario. Le dices que se quede y punto —Imita mi acción y se abrocha el suyo antes de encender el motor—. De todas formas y para tu tranquilidad, mi amigo Niall va a pasarse por la tienda.

—¿Quién?

Sacudo la cabeza y bajo el parasol individual descubriendo un espejo y así poder retocar el pintalabios.

—Niall Gibson, te lo presenté en la fiesta en la que bailé para ti.

Samba.

Ese día había descubierto lo erótico que resultaba ver a un magnate bailar y mover el cuerpo al son de un ritmo brasileño.

Tampoco se me podía culpar, Gian McMahon parecía ser maestro en enseñar lo que se le daba bien hacer..., imaginaba que, en lo que no se considerara experto, no lo mostraría. Era un hombre encantador y como tal, ofrecía al público sus habilidades y escondía sus carencias.

—Tanto usted como yo sabemos que no le presté demasiada atención a ese tipo de detalles, estaba más pendiente de mi distracción personificada —Guardo el carmín dentro del bolso—. ¿Sigue teniendo mi tanga?

Alza ambas cejas ante el desconcierto que le causa mi pregunta antes de responder con sinceridad y decisión.

—Por supuesto, está lavado y guardado en el cajón de mi ropa interior —confiesa uniéndose al juego de la provocación—. Un gran regalo por tu parte, Siv.

—Se me da bien hacer regalos. —Le mando un beso y le guiño un ojo.

—¿Quieres saber un secreto? —Capta mi interés y sonríe de forma ladeada.

—Sorpréndame.

—Que me empalmo como un hijo de puta cada vez que me lo encuentro porque has alimentado mi imaginación y creado una nueva rutina en mi vida: la masturbación matutina.

Ignoro su revelación y vuelvo a centrarme en su queja por cómo trataba y gestionaba mi relación con Lauren Reed.

Si caía en sus provocaciones temía ser capaz de subirme en su regazo y pedirle que me hiciera cualquier cosa en ese mismo lugar y delante de todos, aunque los cristales estuvieran tintados.

Como los de su despacho.

A Gian le encantaba mirar, pero odiaba ser observado. Era esa clase de pistas que daban los detalles públicos que no escondía sobre su vida.

—Y respondiendo a su acusación he de alegar que es como funcionamos nosotras, McMahon, no voy a empezar a tratarla de forma dictatorial.

—Desde luego que debo sentirme afortunado —Suelta con sarcasmo—, parece que soy el único al que le has confesado tu simpatía por el uso de la guillotina, ¿debo hacerle caso a mi intuición y empezar a preocuparme?

Sonrío con sinceridad y él me guiña un ojo en señal de aprobación.

Era todo un ligón y además de guapo, tenía gracia natural. Cada vez me sorprendía menos y comprendía mejor el magnetismo que causaba y el cómo se ganaba a todo el mundo.

—Mantenga siempre un ojo abierto por si acaso. —respondo coqueta.

—Eso ya lo hago, no se me ocurriría perderte de vista ni un solo instante... —replica en el mismo tono de flirteo que yo—. Por cierto, antes has mencionado a un tal Marc, ¿quién es?

—Veo que usted tampoco se fija en los detalles —Hace una maniobra con el volante y entra en un aparcamiento—, también estaba en la fiesta, es mi amigo y supervisor a tiempo parcial cuando le necesito de Lauren.

Apaga el motor y se quita el cinturón, aún me sorprendía que en este país la mayoría de los coches funcionaran sin marchas.

—Siv, es nuestra trabajadora, no un bebé, no necesita un supervisor.

—Pero...

Hace ademán de bajar del coche y le copio de inmediato.

—Pues aquí estamos —Se queda quieto mientras espera a que me alise la falda y me toma del brazo para guiarme hacia la entrada—. Bienvenida al mejor restaurante francés de Estados Unidos.

—Eso deberé juzgarlo yo, ¿no cree?

—Permíteme hacer ese atrevimiento, me agrada pensar que mis gustos son exquisitos y que no me equivoco, pero desde luego que estoy deseando saber tu opinión como experta, francesita.

Nos acercamos y llama al que parece ser el maître.

—No te burles de mi acento —Manda un aviso y enseguida comprendo el por qué—: bienvenida a La douleur exquise —Suelta mi brazo y se abraza con el que parece ser el jefe—. Señorita Aubriot —Me llama con formalidad antes de volver a mi lado—, le presento a Paul D'Aramitz, hermano del marido de mi tía e igual de francés que usted.

Mi cara se transforma y trago rápidamente.

¿Acababa de decir francés?

Mon dieu, no podía ser..., no, no, no.

Ravi de vous avoir rencontrée, Mademoiselle Aubriot.

«Un placer conocerla, Señorita Aubriot».

—Igualmente —Estrecho su mano y evito responderle en nuestro idioma—. Espero que sea cierto lo que Gian dice acerca de ser el mejor restaurante francés de Estados Unidos, desde luego que el nombre es todo un acierto, es algo muy nuestro.

—Espero que se sienta como en casa, Mademoiselle Aubriot.

Su inglés era muy americano, muy de haber pasado la mayor parte de su vida en este país o por lo menos, haber estudiado con alguien que le enseñara el acento de California.

—Me atrevería a decir que ya empiezo a sentirme así —Trago saliva, aprieto los dientes de forma disimulada y continúo como si nada—. El nombre del restaurante es... como ya le he dicho, muy nuestro, muy francés.

Me esfuerzo por conseguir mostrar una sonrisa y creo que es tan evidente que algo estaba perturbando mi cabeza que Gian carraspea y con su labia y carisma a la que ya me estaba acostumbrando, consigue llevarnos dentro.

La douleur exquise era algo así como el dolor exquisito, pero el significado que le otorgábamos los galos era más romántico que eso. Para nosotros su interpretación iba más allá y empleábamos tres palabras para expresar la angustia de un amor imposible.

A mí siempre me había recordado en cuanto a la literatura al amor prohibido entre Romeo y Julieta y, si hablábamos de algo más musical en mi cabeza aparecía West Side Story de Arthur Laurents.

—¿Ocurre algo? —Gian tira de mi mano con cuidado y disimulo y evalúa mi expresión facial.

«Depende. ¿Es un francés afincado en Estados Unidos que pasa de las noticias y sucesos de Francia? Si es así, todo correcto; de lo contrario, tenemos un problema».

Ignoro sus palabras y camino de manera mecanizada a la mesa que nos indica el camarero.

—¿Siv?

—Me ha recordado a alguien, es sólo eso —miento con convicción— tal vez su forma de hablar o el simple hecho de encontrarme en un sitio realmente francés me ha descolocado, imagino que me he dejado llevar por la fama que tenéis los estadounidenses de apropiaros con todo para hacer creer al mundo que es vuestro, bueno intentarlo.

Se pasa la mano por el pelo antes de devolverme la pelota a mi tejado mientras que se quita la americana y la coloca en el respaldo de la silla. Mientras tanto yo aguardo con las manos entrelazas en mi asiento.

—Deberías dejar de vernos como enemigos y empezar a plantearte que la esencia estadounidense va más allá de los límites territoriales —Se coloca bien la corbata, cansado de mis burlas y ataques hacia su amada nación—. Somos un país en el que todos nos sentimos parte de él y a la vez de otro lugar por nuestros orígenes... —El tono que emplea me recuerda por un instante a la forma de hablar que Steve Rogers usaba en sus discursos como Capitán América consiguiendo por un momento darme ternura—. Estados Unidos es multiculturalidad y soñar a lo grande, prejuzgarnos inventando que no tenemos cultura cuando tenemos un enriquecimiento envidiable por todas las etnias que convivimos en paz y armonía es simplemente ridículo.

—McMahon, somos blancos, no puede hablar de paz y armonía si no está discriminado por su etnia o está viviendo en reservas para indígenas.

—Te recuerdo que mi madre es brasileña.

—Exacto, su madre tiene el derecho de hablar, usted ha sacado los genes caucásicos de su familia paterna, usted jamás va a ser repudiado, al contrario, le van a amar porque es un blanquito con la excusa de ser descendiente de.

—¿Sabes? Creo que estás intentando distraerme cuando el punto es que algo ha pasado cuando has visto a Paul —Jamás lo reconocería en voz alta, pero amaba lo expresivos que eran sus ojos y no sólo por el color tan bonito y peculiar de ellos. Eran casi hipnóticos—. Podemos hablar de esto y centrarnos en mí si es lo que quieres, pero creo que es una excusa para ocultar algo.

—¿Disculpe?

—Joder, Siv, que parece que se te haya aparecido un ángel —Su ceño está fruncido cuando me mira a través de sus preciosos ojos ámbar—. ¿No se supone que los extranjeros os emocionáis cuando veis a un compatriota en el exilio?

Hago una línea con los labios al escuchar la palabra exilio. Mis padres siempre me habían inculcado y mostrado el significado tan profundo y fuerte que conllevaba ese término.

Sabía que Gian McMahon no tenía culpa de ello, pero tocaba mi fibra sensible.

—Gian —Le tuteo al mismo tiempo que consigo recomponerme de lo que acababa de decir—, asumir que estamos en el exilio es dar demasiada importancia a un país como Estados Unidos.

No sabía cómo explicárselo sin que pareciera que intentaba darle algún tipo de enseñanza en el que me mostrara déspota y con cierto complejo de superioridad.

—No te atreverás a negar nuestra importancia en el mundo...

—No he dicho eso—Miro con anhelo la copa vacía de vidrio y dejo escapar un suspiro—. Le estoy diciendo que la palabra «exilio» implica una connotación bastante... llamativa y que a los europeos nos trae malos recuerdos.

—Me queda claro que eres una mujer a favor de la decapitación, pero sensible en los temas de los destierros; un poco hipócrita, pero acepto esa faceta tuya.

Consigue que sonría y aprovecha ese momento para alcanzar mi mano y acariciar con delicadeza mi piel.

—Estoy a favor del ojo por ojo y muy en contra de tener que huir de tu hogar por miedo —Retiro la mano y le miro seriamente—. No hay incompatibilidad ni hipocresía por ningún lado: la gente que huye de su país no lo hace por gusto. Cuando una persona se exilia es porque las circunstancias le han obligado, nadie abandona su hogar por gusto propio.

Muestro una especie de sonrisa satisfecha al imaginarme la emoción que sentiría mi padre al escucharme hablar y pronunciar estas últimas palabras.

Los europeos formábamos parte de un continente marcado por las guerras y por la sangre. Todos nuestros países llevaban muertos a las espaldas por la excusa de una idea o una ideología y era algo en lo que tanto Pierre Doucet como Juliette Chevrier me habían inculcado desde bien pequeñita.

Me sentía tremendamente orgullosa de ser francesa, pero esa no era ni razón ni excusa para olvidar las atrocidades que se habían hecho en nombre de la libertad.

Al contrario, me hacía soñar con ser parte de ese cambio generacional en el que el día de mañana, los que en el futuro tendrían la edad que ahora tenía yo, pudieran tener ese sentimiento de patriotismo sano y no envenenado.

—Me consta —Exhala dejando la mano extendida y desafiándome a que la entrelazara con la mía y lo consigue—, mi madre se crio en una favela de São Paulo y mis abuelos se niegan a salir de ahí por mucho que intente convencerlos con la premisa de mejorar sus condiciones, sé lo que es tener que escapar de tu casa en busca de un lugar mejor, me consta porque escucho a mi madre hablar y conozco su vida, no consideres que soy un ignorante sólo por desconocer mi historia.

Cualquier persona se hubiera conmovido por lo que me contaba.

De hecho, a mí me había gustado escuchar esas palabras algo envenenadas en las que me demostraba que no era una persona vacía, que tenía algunos valores y que se sentía a gusto y satisfecho de poder mostrarlos.

Pero seguía siendo norteamericano y un hombre (de negocios, además), y a mí no había que me gustara más que retar a alguien con esas características.

—Le considero ignorante por ser estadounidense, pero me alegra saber que en algunos aspectos puedo retractarme.

—Suena a una especie de tregua —Dibuja círculos imaginarios en mi piel antes de preguntar—. ¿Qué me recomiendas para comer?

—Usted conoce el lugar, ¿por qué no intenta sorprenderme y así puedo evaluar su gusto?

—Mi gusto es delicioso, creo que estás de acuerdo con ello.

—Si está intentando conseguir que me sonroje o descubrir si tengo una autoestima alta, déjeme decirle que para lo primero sólo tiene que darme una buena copa de vino o de champagne y que, para lo segundo, le contaré un secreto: la autoestima no es sólo el valor que nos damos físicamente, sino el cómo nos sentimos cuando nos miramos en un espejo y calificamos la parte humana que no se puede ver, la que es invisible, la que, de manera errónea, tendemos a olvidar.

Nos quedamos en silencio y decido tomar de nuevo la palabra:

—¿Qué me vas a ofrecer para comer?

—Pues voy a sorprenderte o al menos a intentarlo, francesita —habla con tanta determinación que me pone la piel de gallina—, voy a empezar ofreciéndote una copa de vino de un Domaine Leroy Musigny Grand Cru, ¿sabes cuál es?

—Uno de los mejores vinos no sólo de Francia, sino del mundo —Trago saliva y noto cómo mi respiración se agita. ¿Sorprenderme? Gian McMahon lograría que mis expectativas por los hombres volverían a existir—. Ese vino es pecado.

—Me alegra que hayas captado la primera de mis intenciones.

—¿Y cuáles le siguen?

Alza la mano y le pide al camarero que traiga dos copas de vino del mencionado.

—Me gusta jugar con el frío y el calor, por eso creo que lo más adecuado es que comencemos probando la crema vichyssoise.

Me relamo los labios cuando el camarero nos sirve y mirándonos a los ojos hacemos un brindis silencioso.

Normalmente me gustaba cerrar los ojos y saborear la delicia de un buen vino, en esta ocasión había preferido ver el bajo sonido que había emitido Gian sin saberlo cuando había catado el exquisito sabor.

Y había sido el sonido más erótico que había escuchado nunca: un hombre sin miedo a gemir.

—¿Y qué te gusta después?

—Soy un hombre que disfruta cuando una mujer se deshace en mi boca —Se reclina hacia delante y apoya los codos en la mesa para darnos un momento más íntimo—, ¿a qué te sugiere?

Confit de Carnard.

Cruzo las piernas e imagino una escena que me encantaría vivir ahora mismo y que sé que va a perseguirme durante bastante tiempo: Gian McMahon poniéndome de espaldas a él y presionándome en esta misma mesa sin reparo de que nos oigan.

—Eres inteligente y te gusta el lujo —Da un par de toquecitos a su copa y llama de nuevo al que nos atiende, dándome opción a ser yo la que pida—, creo que te acabarás convirtiendo en mi mayor vicio.

—Darme ese poder cuando nos conocemos desde hace un mes, no es su movimiento más... astuto y prudente, McMahon.

Sonríe sin quitarme la vista de encima y sólo se echa hacia atrás cuando nos traen unos panecillos y un platillo con las llamadas salsas madre para acompañar.

—Tienes razón —Moja un panecillo en la salsa espagnole y espera a que yo termine de probar la hollandaise—. ¿Quieres arriesgarte?

—Depende —Entrecierro los ojos y lo tomo como un desafío—, ¿qué puedo perder?

—No lo sé, ¿por qué no lo descubrimos juntos?

—¿Y usted qué tiene para ganar?

—Si pretendes que te cuente todas las cartas del juego, olvídate, rubia —El apodo suena con cierto retintín como si quisiera mostrarse algo misterioso y distante en ciertos aspectos de su vida—. No se conquista el mundo mostrando las estrategias de uno, Siv.

—¿Y cómo se conquista?

Dobla el dedo índice pidiéndome que me acerque y le obedezco totalmente interesada en lo que va a decir.

—Fijando objetivos y preparando un buen ataque sin olvidarnos de planificar una gran defensa.

—¿No cree en el factor suerte?

—Sí, pero la suerte no sirve de nada sin un propósito.

—¿Y cuál es su propósito?

—Tú.


¡Hola!, ¿qué os ha parecido?

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Como les gusta la provocación a estos dosssssss😂

¿Qué personaje es el que menos os gusta de momento?

¿Os gusta que mantengan conversaciones sobre todo? Por ejemplo, sobre política, inmigración, que se vayan conociendo y provocando...

Yo creo que es bonito que muestren sus posturas y respeten lo que el otro va a decir💞

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