Capítulo 12.
«Lo único que conseguimos enfadándonos es aumentar el daño que hemos recibido y perder la claridad para hallar la solución».
-Lama Zopa Rinpoché.
~*~
SIV AUBRIOT.
El sexo por despecho nunca me habría parecido buena idea si hubiera sido con otro hombre.
Pero es que Jeremiah Rodrigues siempre había sido una buena opción para repetir esporádicamente.
Lo consideraba casi un amigo y me rehusaba a usar la palabra porque sino me quedaría sin polvo asegurado.
No le utilizaba, no había sentimientos de por medio y ambos habíamos dejado claras las intenciones desde el primer momento.
Jeremiah nunca hacía preguntas innecesarias y normalmente me cocinaba después de follar.
Las veces que no lo había hecho, se había quedado acurrucado conmigo un ratito y luego me había invitado a su restaurante a cenar. Un restaurante reconocido por ser de los mejores de la ciudad.
Físicamente me parecía una delicia. Llevaba el pelo casi rapado y sus ojos oscuros me resultaban encantadores frente a su musculoso cuerpo achocolatado.
Tenía ese toque latino que al resto del mundo maravillaba y a mí me volvía loca cuando me hacía chillar.
Era un poco torpe para usar las manos, pero es que era mágica la destreza con la que sabía follar.
—¿Cuándo te viene bien ir a cenar? —Acaricia mi cabello, desenredándolo y dejando un tierno beso en mi cabeza—. Tenemos varias reservas importantes esta noche.
Doy la vuelta a mi móvil y pulso el botón de desbloqueo para ver la hora.
¿Me apetecía cocinar? No.
¿Iba a intentar aprovecharme aun sabiendo que igual tenía el local completo? Por supuesto.
—¿Me puedes hacer un hueco hoy?
Ríe y se levanta dejándome ver su culo bastante respingón y prieto.
—¿Para ti sola? —pregunta.
—Dame un momento.
Me tapo de manera superficial con la sábana cuando abre un poco la ventana y marco el número de Audrey.
—¡Hola!
—Hola, Siv, ¿todo bien?
—Todo perfecto, ¿cómo vas con los mellizos?
—Pues hoy los dejo con mi hermana Mandy, ¿es mi día de suerte?
—Efectivamente.
—¿Adónde me llevas?
—Nos vemos en dos horas en el restaurante de Jeremiah si quieres.
—¿Te lo has vuelto a tirar?
—Era necesario.
—Me parece maravilloso, amiga.
Por supuesto que le parecería buena idea. A ella le encantaba Jeremiah y no sólo porque nos hiciera hueco siempre que podía en su restaurante. También le gustaba su sonrisa genuina y sus frases sentenciosas cuando conversábamos de algo serio.
A mí me resultaba curiosa su manera de ver la vida, consideraba que podía llegar a pecar de filosofía barata incluso cuando tenía reflexiones que valían la pena escuchar, pero no era quien para decirle con qué ojos debía ver al mundo.
—¿Cuento contigo? —Trato de asegurarme de que tendré acompañante esta noche.
—Termino de transcribir un vídeo, me preparo y voy para allá.
Me levanto de la cama y me quedo mirando cómo Jeremiah fumaba de su cigarrillo y tiraba el vaho por la boca.
No era fumador según me había confesado una vez, simplemente le gustaba la sensación del tabaco después de un orgasmo.
Se había subido los calzoncillos y me observaba con atención.
—¿Qué idioma es?, ¿el tuyo?
Se refería al tatuaje que recorría mi columna vertebral de arriba hacia abajo.
—Oui, es francés —Me abrocho el sujetador y giro mi cabeza hacia él—. ¿Puedo darme una ducha y me dejas en casa?
—Sí —Apaga la colilla y se acerca—. ¿Reserva para dos?
—Por favor —Sonrío tratando de ser coqueta—. Tardo lo menos posible.
—Siv —Me llama cuando me levanto de la cama y cojo mi ropa del suelo—, ¿qué pone?
—L'espirit de l'escalier.
Se queda analizándome por un instante.
—¿No vas a decirme lo que significa, mami?
Su acento cubano en contraste a su perfecto inglés estadounidense me maravillaba, me parecía bastante sexy y un punto a favor si me ponía objetiva.
—No tiene traducción específica —Me encojo de hombros—. Es algo demasiado francés para poder explicarlo.
Además, no es que tuviera un sentido en sí. La traducción literal —y sin interpretación— era «El espíritu de la escalera», pero si le dabas chance al filósofo Diderot entenderías que iba más allá, que había acuñado esa expresión para nombrar esa sensación cuando encontrabas una respuesta ingeniosa y perfecta en una discusión cuando ya era demasiado tarde, cuando la disputa ya había terminado.
A todos nos había ocurrido alguna vez quedarnos bajo la ducha y pensar "¿por qué no le dije x en vez de y?"
—Siempre tan enigmática, Siv... siempre tan interesante, tú y yo seríamos grandes amigos.
Sonríe con calidez y yo le devuelvo el gesto con educación.
—Y eso significaría que le diríamos adiós a tener sexo.
Jeremiah era un hombre maravilloso y adoraba que me abrazara después de follar porque me hacía sentir algo más que un agujero con el que desfogarse.
Pero una vez había pasado el momento de placer, no me interesaban ni los besos ni los abrazos.
No los pedía porque no los quería y eso es algo que él no llegaba a entender.
—Ouch —Se lleva la mano al corazón fingiendo que le ha dolido mi respuesta—. Yo te considero mi amiga.
—A mí me gustaría considerarte el mío, ¿estás dispuesto a perder un polvo asegurado?
Pone los ojos en blanco. Ignoro si me toma en serio o no y tampoco le insisto, no me preocupaba.
O bien mantenía un orgasmo semanal o ganaba un nuevo amigo en el que apoyarme, en ningún caso perdía.
—A veces eres demasiado distante, Siv, pero tienes una mirada demasiado expresiva.
—Tú intenta no mirar demasiado a través de mis ojos que igual tengo que acabar contigo o silenciarte de algún modo. —bromeo.
—Qué agresiva eres, mami.
—¡Gracias! —Le mando un beso de lejos—. ¡Eso intento!
—Todo un encanto.
—Es parte de mi esencia europea: altiva y divina. —reímos.
—Y de tu aplastante ego —Se fija en mis pechos y yo me los recoloco a su vista. Me gustaba provocar—. ¿Te ofende si te digo que soy adicto a tus tetas?
—No —respondo con sinceridad—, pagué a un buen cirujano para que causaran ese impacto. —bromeo.
Obviamente era una coña lo de causar esa impresión. Lo de que estaban operadas, era cierto.
Un pequeño aumento del que quedé maravillada, pero por el que no volvería a pasar hoy en día.
¿Había algún problema por darse un capricho y quitar inseguridades? A mi modo de ver la vida: no.
Mi cuerpo, mi decisión.
Mis complejos, mi forma de afrontarlos.
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No iba a confesar en voz alta que me sentía apenada por decir adiós a Lauren Reed porque realmente le había agarrado cariño y me gustaba trabajar con ella.
Y odiaba no poder mantenerla conmigo y permitirme pagarle un sueldo.
Además, estaba de muy mal humor.
Había tenido una llamada telefónica de improviso que me había cohibido de hablar con mis padres y, escuchar la aburrida voz de Isaac Fitz de buena mañana, no me había hecho demasiada ilusión.
Reconocía que me había pillado por sorpresa y sus órdenes diciéndome que cómo se me ocurría haber firmado la sentencia de su propia empresa le había jodido.
Por supuesto que, me había defendido a mí misma sin confesar el delito por llamada.
Era impulsiva, pero no idiota.
A nadie se le ocurriría admitir en voz alta que, aunque ahora mismo su misión principal fuera destruir al mismísimo Gian McMahon desde dentro, debía cubrirme las espaldas antes. Y yo ya no estaba tan segura del lado de quien estaba.
Y, si tenía que tomar posiciones, me declaraba partidaria de Gian.
Cayera quien cayera yo tenía que seguir levantada. Y si caían dos grandes del capitalismo, tampoco iba a ponerme a llorar.
Y, el no poder expresarme y tener la estridente voz de Fitz molestando e interrumpiendo junto con comentarios del tipo "mujer tenías que ser" me habían cabreado demasiado.
—Hola, Lauren —Se levanta del bordillo y se baja la capucha que cubría parte de su cabeza. Su pelo iba creciendo poco a poco y me resultaba extraño no ver su rapado al que me había acostumbrado—. Perdona el retraso, me hubiera encantado avisarte, pero un sinvergüenza me tenía al teléfono.
Abro la puerta y ella me ayuda a quitar la verja de seguridad.
—No te preocupes, jefa —A veces me hablaba de tú y otras de usted, no tenía ningún inconveniente con la forma que usara—. Si yo sé que cuándo usted tarda es porque algo ha ocurrido, nunca se retrasa por gusto propio.
Me causaba gracia que me hablara con distancia y cercanía al mismo tiempo. No iba a quejarme, de hecho, me parecía incluso tierno ese desconocimiento de no saber cómo hablar a tu jefa.
Si me hablaba de «usted» no iba a quejarme y si me trataba de «tú» me seguiría pareciendo maravilloso.
Como más cómoda se sintiera ella estaba bien.
Incluso si mezclaba ambas me sentía conforme.
—¿Conseguiste las entradas de ese grupo que tanto te gusta y querías ir al concierto?
—¡Sí! —Aplaude entusiasmada—. ¿Puedo darle un abrazo? —pregunta con emoción al entrar detrás de mí.
—Eeeeh... —vacilo durante un par de segundos—. Sí, claro.
Recibir una muestra de cariño era lo último que me apetecía, sin embargo, no se sentía correcto rechazárselo siempre y cuando no me pidieran que me disculpase por ser una mujer algo malhumorada.
Además, esa obligación por parte de la sociedad a aceptar el lema de no pagarla con los demás cuando te habían tocado las narices, no iba conmigo. No porque fuera partidaria de tratar mal a la gente, ni mucho menos.
Pero que no me pidieran ser Miss Simpatía cuando ya se habían encargado de impedir que estuviera de buen humor.
Y yo qué culpa tenía y qué podía hacer si es que de buena mañana me habían jodido el día y seguía siendo una persona que no podía ocultar su descontento con el resto del mundo.
Por supuesto que, iba evitar en la medida de lo posible ser desagradable, pero Mon dieu, que no me pidieran que sonriera y fuera regalando cariñitos a cualquiera.
—A todo esto, ¡mil gracias por la cesta de bienvenida, jefa!
¿Cómo que de bienvenida?
Eso debía ser un error y pensaba poner una reclamación ahora mismito a la empresa responsable.
—Ah..., sí, eh... —Acababa de quedarme sin palabras y estaba balbuceando como una tonta— ¿cuándo la recibiste? —Yo necesitaba indagar sobre este percance.
—Mientras me estaba preparando para venir mi madre me ha metido más prisa de la habitual y claro no le he hecho ni caso porque estaba un poquito triste de tener que decir adiós a Liberté y...
—¿Y qué piensa tu madre?, ¿está contenta con el rumbo que está tomando tu carrera?
Mon Dieu..., y cómo le decía yo ahora que se trataba de un error.
La carta de huir del país ya la había usado, tenía que buscar otra forma.
—Está encantada y también sorprendida, aunque yo también lo estoy... ¡No sabía que se había asociado con el jefe de Luana Creative y gracias a eso me ha ofrecido un contrato en nombre de Liberté junto a la cesta para que me haga cargo de la librería cuando usted esté en su oficina o con algún encargo!
—Pardon?
Ahora me acababan de entrar unas ganas increíbles de despedirla sólo para darle una bofetada mental a McMahon.
El sonido de la campanita me indica que alguien ha entrado y sonrío con toda la rabia interna que siento al ver a Gian con su traje bien puesto.
Hablando del rey de Roma.
—Siempre tan oportuno, McMahon.
Me cruzo de brazos y me obligo a sostener su mirada independientemente de que Lauren Reed pueda sospechar algo. Esto ya no era cuestión de orgullo o de jerarquías, iba sobre el respeto.
—Pues muchas gracias, me encanta ser tu alegría del día —Sonríe mostrando su perfecta dentadura y siendo plenamente consciente del retintín cargado de ironía con el que le hablo—, buenos días a ti también, Siv —Se lleva una mano a la corbata haciéndome romper el contacto visual y percatándome de su habitual nudo clásico—. Buenos días, Lauren.
—¡Buenos días, Señor McMahon!
No le corrige ni nada, no le pide que le hable informalmente o que le tutee. A Gian le gustaba sentirse poderoso y ser él quien se expresase con familiaridades.
—¿Contenta con tu nuevo contrato?
—¡Sí! —responde entusiasmada—. De verdad que mil gracias por la oportunidad, estoy en una nube de la que no quiero despertar... este ha sido mi sueño desde bien pequeña y... y...
—Lauren —Corto su discurso hablándole con afecto para que no se sienta intimidada—. Tengo que revisar unas cositas con el Señor McMahon detrás en el almacén, ¿puedes hacerte cargo de Liberté?
Era la primera vez que iba a dejarla al mando sin supervisión directa. Normalmente mi amigo Marc Handler se pasaba por aquí para hacerme un favor personal y se quedaba con Lauren para que no se quedara sola.
Claro estaba que tanto Gian como yo estaríamos en la librería, pero resolviendo unos asuntos que ahora mismo me estaban cabreando demasiado.
Era la guinda del pastel.
Hoy los empresarios de Wilshire se habían puesto de acuerdo para acabar con mi paciencia y lo que podría haber sido un buen día, logrando única y exclusivamente que me pillara un cabreo de mil demonios y hacerme sentir mediocre, algo que no iba a permitir.
—¡Sí!
Aplaude exaltada y me tranquiliza saber que al menos puedo contar con ella.
De momento.
—Sígame, McMahon.
Me adelanto, pisando con fuerza y haciendo repiquetear mis tacones con el suelo.
—¿Te recuerdo que el jefe soy yo?
Estaba de buen humor o esa era la sensación que transmitía.
Yo me estaba conteniendo las ganas de poner en práctica mi fuerza física con su bonita cara.
—Ahora mismo, la que manda soy yo.
Entro al almacén y espero a que él se una antes de cerrar la puerta y encerrarnos a solas. Empezaba a creer que había sido mala idea porque el lugar era pequeño y estaba lleno de cajas con libros.
Tal vez si limpiara y ordenara esta habitación podría respirar sin tener el cuerpo de Gian pegado a mí.
Igual debía pensarlo para la próxima vez, porque ahora era demasiado tarde.
Un momento.
No habría próxima vez.
—¿Te apetece que nos enrollemos aquí? —Su ronca risa me afecta tanto para bien como para mal y me siento obligada a entrelazar mis manos detrás de la espalda para no soltarle un guantazo o quizás un beso—. No sabía que te iban esos fetiches, pero yo me adapto a casi todo —Me guiña un ojo y apoya la espalda en la estantería metálica que tiene detrás de él—. Ya sabes, francesita, todos tenemos nuestros límites, ¿me has traído aquí para hablar de los tuyos?
—Usar el sexo para intimidar a una persona no es la maniobra más inteligente —No, no me sentía ni un poquito amedrentada, pero estaba tan enfadada que, si me tragaba las palabras, me envenenaba—. ¿Por qué ha contratado a alguien sin mi permiso?
Sus ojos se posan por un momento en mis pechos antes de volver a fijar la mirada en mi cara rápidamente, como si quisiera evitar que me sintiera incómoda o coaccionada a su lado al estar en un lugar tan reducido.
—Es el primer convenio que hemos firmado Isaac Fitz y yo como accionistas de Liberté —La rabia al pronunciar el nombre de su contrincante es palpable y me recuerda a la que yo siento ahora mismo—. Los dos estamos de acuerdo en liberarte de algunas responsabilidades, algo curioso teniendo en cuenta que trabajas para mí y él sólo es accionista tercero. No conozco sus intenciones y empiezo a dudar de las tuyas —Apoya las manos en la balda que me llega por los hombros, inclinándose hacia delante y atrapándome en una especie de jaula—. ¿Qué opinas?
Gian McMahon estaba intentando probarme.
Me parecía justo y lícito.
Si era sincera debía decir que, de no haberlo hecho, me hubiera decepcionado.
—No vivo dentro de la cabeza del Señor Fitz para saber qué está tramando —Mis manos vuelan sin poder evitarlo a su corbata y le cambio el nudo. Nunca me había considerado una persona maniática en el arte de los complementos de ropa, pero si ahora me consideraban como tal, no podría negarme—. La próxima vez, avíseme antes de tomar una decisión.
No es que estuviera dándonos una tregua, es que el día había empezado de la peor manera posible y, por si fuera poco, era un hombre espabilado que no se fiaba de cualquiera y menos a la primera de cambio.
Y la solución era bien sencilla: o guardaba las formas o acababa pegándome con cualquiera y ahora mismo, McMahon tenía todas las papeletas para conocer lo que era la furia francesa y yo corría peligro de hablar más de la cuenta.
Intento quitar las manos sin éxito alguno cuando Gian decide retenerlas con las suyas.
—No dejes de tocarme, francesita —Lleva una de mis manos hacia arriba, manteniéndola en el sitio con una de las suyas—. Estoy bastante cabreado contigo.
—Entonces ya somos dos los que estamos enfadados, ¿jugamos a piedra, papel, tijera para desempatar o cómo quiere hacerlo?
Su mano izquierda pasa por mi espalda y abarca mi trasero por completo.
—Dándote la vuelta y haciéndote chillar, así quiero hacerlo.
—Es mi jefe, no junto trabajo con placer.
Aunque quiera hacerlo.
Deja de inmovilizar mi mano, dándome libertad de movimiento y aprovecha para acariciar mi mejilla sin dejar de tocar cada vez más bajo, acercándose a la cara interna de mis muslos y consiguiendo provocarme una excitación mañanera.
—Y yo te dije que te iba a follar cuando firmaras el contrato y me diste tu permiso.
Quería que lo hiciera, ansiaba contentar mi cuerpo para poder seguir viviendo mi vida y pasar esa página.
Pero es que también deseaba que me hiciera una y otra vez lo que quisiera, mi cuerpo quería ser suyo porque así es cómo me gustaba sentirme dentro de los límites que estableciéramos los dos.
Siempre que hubiera un consenso y estuviéramos sumergidos en un momento de éxtasis y placer, por supuesto.
—¿Se me permite cambiar de opinión? —Trato de provocarle con una sonrisa juguetona—. ¿Me da ese permiso?
Me pongo de puntillas, rozando mi nariz con la suya y acariciando con mi aliento su boca antes de dejarle un pequeño beso en la mejilla y tomar sus antebrazos para evitar perder el equilibrio.
—Evidentemente —Deja escapar un suspiro y aprovecho para echar un vistazo al bulto creciente en sus pantalones—. Tú decides, tú tienes la última palabra, Siv: ¿quieres que te folle?, ¿que te toque?, ¿que no vuelva a acariciarte? —Le cuesta pronunciar la pregunta final—. Háblame, Siv: ¿qué hago contigo?
No me sentía capaz de responder porque no quería darle ese gusto, así que opto por asentir y hacer lo que mejor se me daba cuando él estaba cerca: ser una imprudente.
Tiro de su cabeza hacia la mía, obligándole a agacharse un poco y besándolo con tanta desesperación que los besos de películas en las despedidas de los aeropuertos parecían besos de novatos.
Me encantaba sentir todo lo que le provocaba porque me hacía sentir poderosa y sexy. Gian McMahon tenía ese tipo de magnetismo que una ansiaba. Sabía cómo hacerte sentir la mujer más atractiva del mundo con una sola mirada.
¡Y qué mirada!
Si es que tenía los ojos más bonitos que había visto en la vida y eso que los de mi madre tenían luz propia.
Y yo quería ver cómo se dilataban cuando estaba a punto de correrse y decía mi nombre mientras estallaba sin dejar de mirarme.
—Siv...
—¿No quería follarme? —Trato de tentarle—, hágalo y terminemos con esto de una vez.
Sonríe y me toma las caderas, manteniéndome en el sitio y buscando recuperar el poder.
Quería cederle la potestad y la toma de decisiones, pero también iba a retarle que lo consiguiera.
Ansiaba que deseara castigarme por desobedecerle y que con su voz de empresario me pusiera en mi sitio; pero iba a jugar y si quería tener ese privilegio, antes debería ganárselo.
—No, te dije que te follaría nada más firmar el contrato en mi despacho y eso es lo que pienso hacer —Lleva su pulgar a mis labios y retira el labial que puede para darme una imagen más sencilla—. ¿Has dicho terminar? —Asiento con lentitud y sin apartar mis ojos de los suyos—, francesita, el día que empiece contigo, dudo que tenga un final.
—¿No me cree suficientemente hábil para que le dé un orgasmo? —Llevo mi mano hasta su polla y la toco por fuera del pantalón, ganándome un siseo por su parte—. Además, Señor McMahon —Intento liberar mi cuerpo de su toque sin dejar de manosearle porque estaba ardiendo por él y temía quedar a su merced—, el contrato ya está firmado. Le toca seguir mis reglas.
Acerca su boca a mi oído, dejando un par de besos en mi cuello antes de aprisionarlo con cuidado con sus dedos.
Mon dieu... este hombre realmente sabía cómo tocar y dónde hacerlo...
—Tienes que firmar el contrato de Lauren, sigues siendo la máxima accionista, recuerdo que pediste un contrato de confidencialidad para proteger tus datos personales y tu primer encargo de marketing digital. Y no lo olvides, también tenemos que buscarte un seudónimo...
Trago saliva.
Esto empezaba a cobrar vida y mi mayor temor era ser descubierta. No quería destruir emocionalmente a nadie, sólo ganar el dinero necesario.
Respiro y le agarro de la muñeca, buscando aflojar su agarre en mi cuello porque necesitaba pensar con tranquilidad y su presencia no era algo que ayudara demasiado y, aún menos el tenerlo en esta posición.
—¿No será que busca meterme mano de nuevo en su oficina sea como sea?
—Eso siempre, Siv, eso siempre.
Y me encantaba, saber que tenía ese poder sobre Gian, era algo que me fascinaba.
¡Hola! ¿Qué os ha parecido?
¡No te olvides de votar y comentar si te ha gustado o si quieres que tu personaje literario favorito sea real! jsjsjs
¿Habéis vivido algún tipo de relación así? De esas en las que hay mucha tensión, os retáis, deseáis, pero que no os termináis de lanzar. Soy cotilla y me apetece saber jsjsjsj
¿Qué personaje secundario es vuestro favorito?
Fanart realizado por Libertad Delgado (liberlibelula en RRSS) espero que os guste muchísimo<3. En su canal de twitch podéis ver el proceso de la ilustración.
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