Capítulo 11.
«Esperamos que pueda suceder cualquier cosa, y nunca estamos prevenidos para nada».
-Madame Anne Sophie Swetchine.
~*~
GIAN MCMAHON.
—Dayton te necesito en mi despacho ya.
Camino de un lado a otro, sintiéndome descolocado.
Un puto abogado.
Había traído a su puto abogado.
Y a mí me había jodido todos los planes.
Quería follarla delante de todo el distrito financiero de Los Ángeles sin que nadie se diera cuenta.
Y luego invitarla a comer y negociar.
Quería dejarla al límite porque ayer no había sido capaz al ver su cara deseosa de correrse. Joder, yo quería ver esa cara durante mucho tiempo.
Dayton Hyland nunca llamaba a la puerta de mi oficina a no ser que le diera órdenes estrictas de que no me interrumpiera.
—Endereza la espalda, te saldrá chepa. —dice nada más entrar.
Giro el cuello sin dejar de apoyar los dedos de mis manos en la mesa de mi escritorio.
—Cierra la boca, Hyland.
—¿No ha firmado? —Frunce el ceño y cierra la puerta para darnos un poco de privacidad—. ¿Se ha retractado?
Había pocas razones por las que me frustrase con facilidad y una de ellas era no tener el control absoluto de todo. Y Dayton lo sabía como letrado y como mejor amigo.
No me sorprendía que acertase a la primera el porqué de mi cabreo.
—Ha traído a su abogado.
Intenta contenerse, pero se le hace imposible y acaba riéndose en mi cara, contagiándome su buen humor y consiguiendo que mi postura se relaje.
Si lo pensaba, tenía su gracia.
Y eso sólo me hacía tener más ganas de follármela en presencia de cualquiera.
—No hombre, te acaban de derrotar —concluye mi amigo—. ¿Quieres que le diga a Rachelle que cancele la reserva en el restaurante?
Y yo como un idiota había hecho una reserva en un restaurante para los dos con la intención de brindar por ella y para darle la bienvenida en Luana Creative.
—No —Me apoyo en mi escritorio, pensando—. Que le pregunte a Chiara si está libre.
—¿Tan bajo vas a caer? Pensaba que habías pasado página con todo lo que tuviera que ver esa zorra...
Me encojo de hombros y reconozco con un gesto de cabeza que tiene razón; me había costado demasiado superar el dolor y la culpabilidad de haber tenido a Chiara en mi vida y me negaba a que la oscuridad regresara.
Maldita bastarda francesa, qué estás haciendo conmigo.
—Pues que llame a Janelle, pero la reserva se mantiene.
—Hermano, estás desesperado por culpa de una europea, pareces un pajero de 15 años.
—Soy un hombre con ganas de follar —Me justifico—, déjame disfrutar un rato si quieres que siga haciéndote rico con mis problemas de empresario.
—Bien —Ríe antes de ponerse bien la chaqueta del traje—. ¿Seguimos alguna estrategia o vamos a lo loco?
Dayton hablaba como un veinteañero cuando hacía una semana había cumplido los treinta, siempre había sido así.
El rollo surfero con el que vivía no se aplicaba únicamente a su aspecto, su modo de vida era fiel a ese tópico. Y eso que, en mi opinión, era de los abogados más eficientes de todo el continente.
—La tengo atada de pies y manos —Me encojo de hombros—. O firma o está condenada.
—¿Conoces a su abogado?
—Sé quién es, imagino que tú también —Busco una carpeta amarilla con el nombre de la francesa escrito a mano con un rotulador permanente y se la entrego a Dayton—. Caiden Walters, es experto en derecho mercantil.
No tenía información comprometedora sobre ella ni tampoco quería tenerla si no era Siv la que me la ofrecía por muy tentado que estuviera a invadir su pasado.
Los medios y recursos para hacerlo los tenía, pero no era juego limpio.
Eso sí, todo lo que tuviera que ver con sus finanzas, los pagos de alquiler o lo referido a su empresa y economía estaba en mi poder.
Podía reprimir las ganas de invadir su espacio personal, pero el juego del capitalismo funcionaba así: todo dato en su vida de empresaria, lo quería y lo iba a tener.
—¿Cres que está de nuestra parte?
—Pues espero que no —digo cruzándome de brazos—, debería estar a favor de quien le paga y esa es Siv.
—Confías en que se muestren favorables con el contrato que hemos redactado, ¿estoy en lo cierto?
—Es lo mejor para ella.
Sonrío sintiéndome satisfecho conmigo mismo.
Siv Aubriot había sido una descuidada al firmar con Isaac Fitz un contrato tan perjudicial para ella y su negocio.
Sospechaba que había sido fruto de la desesperación en cuanto a la enfermedad de su padre y por eso quería tener controlados sus movimientos.
Una persona que no estaba acostumbrada al mundo empresarial firmaría cualquier contrato que se le pusiera por delante si el corazón se lo dictaba.
Eran personas que no sabían mantener la mente fría.
Y yo, por alguna razón, quería arreglar sus tonterías.
En parte porque no podía quitarme de la cabeza la cara tan bonita que ponía al correrse y por otro lado, porque sabía que ocultaba algo que me llamaba la atención y, la razón que me había hecho poner el ojo en ella, era su cerebro.
Era una mujer experta en su materia y pasional como sólo una francesa lo sería: con la intensidad de vivir como si fuera el último día de su vida todo a lo que le prestaba su atención.
—¿Qué tienes con ella?
—Nada —confieso—, pero me interesa y mucho.
—¿Seguimos hablando de lo laboral?
—No —Me quedo mirando fijamente a mi mejor amigo—, Siv realmente tiene algo que me engancha, que me hace querer conocerla incluso más allá de los límites físicos.
—¿Y has descubierto el qué?
—Estoy en ello.
—Lo has convertido en algo personal —Se toca la corbata y capto la indirecta—. Es agradable, aunque parece un poco estirada.
—Es una hortera —reconozco rascándome la barba recién arreglada de esta mañana—, pero es que incluso así, a mí me recuerda a una Diosa.
—Ten cuidado con rezarle demasiado —advierte—, no la idealices, tienes tendencia a hacerlo con las mujeres que te llaman para algo más que un polvo.
—Intento ser prudente.
—Gian, hermano, tú nunca has sido prudente, eres de los que se lanzan al vacío sin asegurarse de que el paracaídas va a abrirse.
—¿Qué me quieres decir con eso, Hyland?
No iba a negar que tenía razón, pero no me gustaba que estuviera en lo cierto respecto a mis debilidades.
—Controlas el mundo de los negocios a la perfección, es tu juego, es tu zona de confort... —Cierra la carpeta y me la devuelve—, pero en cuanto a tu vida personal..., eres un maldito desastre, McMahon, das demasiado a la primera de cambio y luego esperas que te den lo mismo.
—Es lo mínimo, ¿no? —Guardo la carpeta en el archivo—. Nunca esperes menos de lo que tú estás dispuesto a ofrecer.
—Pero es que a veces se te olvida que por mucho que tú quieras algo, el resto no está en la misma página —Apoya su mano en mi hombro e indica con un movimiento de cabeza que es hora de que nos vayamos a la sala de reuniones—. Asegúrate de que existe un interés recíproco, no te estampes contra la pared ni la obligues a ella a estar en sintonía con lo que tú quieres.
—Bien —Es todo lo que se me ocurre decir—, ahora deja la faceta de amigo, te toca convertirte en mi abogado.
—Se me da bien ser las dos cosas al mismo tiempo.
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Cuando entro en la sala de juntas acompañado de Dayton escucho el sonido de las sillas moviéndose hacia atrás.
Tanto Caiden Walters como Siv se levantan para estrecharme la mano y también a mi colega y abogado.
Este paripé me resultaba estúpido e innecesario y así se lo hago saber a ella con una mirada que intuyo que capta al vuelo por cómo se remueve.
Joder, se había corrido en mi puta mano y había metido su tanga en el bolsillo de mi pantalón, ¿qué coño hacía saludándome con un apretón de manos?
—Tomad asiento —indico llevándome la mano a la corbata y señalando con disimulo el nudo clásico que llevaba—. No esperaba esta reunión de improviso y debo entonar una disculpa por saltarnos las presentaciones, tengo bastantes reuniones y se nos ha hecho imposible reorganizar la agenda.
La miro con algo de disimulo y creo notar un poco de disconformidad en mi discurso. Seguramente cabreada porque tanto ella como yo dábamos por hecho que hoy tenía el día libre, al menos por la tarde.
Pero igual que Siv había decidido jugar sus cartas, yo había decidido hacer lo mismo.
Asiente y le dice algo a su abogado, riéndose y con cercanía.
¿Todas las europeas eran así de coquetas sin darse cuenta, sólo las francesas o es que era algo que venía impregnado en su ADN Aubriot?
Porque fuera como fuese, me encantaba la naturalidad con la que su cuerpo seducía y conquistaba el mundo entero.
Permito que Dayton hable con su representante mientras me quedo observándola.
Llevaba una blusa azul marino estilo retro que parecía ser de seda, además tenía un cuello que le envolvía por completo al igual que las mangas y unos pantalones de corte recto negros que envolvían su cintura de un estilo tan elegante como potente, dando una sensación de tener todo bajo control que me parecía adorable.
Incluso Dulcie, mi hermana, aprobaría el outfit de Siv.
—En lo que no estamos del todo conformes —Pongo atención a la voz de Caiden— es en la implicación de Liberté con posibles actos no relacionados a los libros.
Le hago una señal a Dayton Hyland para que me deje hablar un momento a mí.
—¿Por qué?
—¿Y si los libros se dañan? —interrumpe Siv—. Yo comprendo que usted necesite una moneda de cambio, Señor McMahon, pero para mí es importante que los libros puedan seguir a la venta.
—No es algo que vayas a necesitar, de hecho, ya estoy pensando en cómo vamos a remodelar el establecimiento para quitar algunos estantes y poder habilitar la tienda para actos como firmas de libros, presentaciones o charlas.
—Ni lo sueñe...
—Siv..., no te cierres en banda, soy tu salvación, pero quiero asegurarme de que tienes algo que perder, estoy apostando por ti y además, así dejaría de ser una aburrida librería y pasaría a ser el sitio donde los amantes de la lectura pueden pasar el rato —Junto mis manos y apodo los codos en la gran mesa—. Déjame que yo sé de esto.
No era una mentira.
Tal vez era un método de manipulación, pero no era una mentira.
—¿Me acaba de hacer mansplaining, Señor McMahon?
Su boca se abre con indignación.
Y yo no sabía de qué estaba hablando.
—¿Es una palabra francesa? —pregunto realmente intrigado—, porque suena a inglés, pero con tu acento nunca se sabe...
—¿Está insinuando que no sé hablar correctamente inglés?
—No, Siv —contesto con tranquilidad—. Simplemente estoy señalando un término que desconozco y que juraría que es inglés, pero no descarto que pueda ser en tu idioma.
—Deje su tono paternalista, sobre todo cuando se trata en el uso de Liberté —Empieza a habar y la escucho con atención—. Y en caso de que por algún casual llegue a plantearme lo que dice, permítame decirle que en mi establecimiento...
—Nuestro —corrijo queriendo sacarla un poquito más de sus casillas.
—...No quiero ni una gota de alcohol dentro. Si quieren beber que se esperen a que las galas terminen.
Decide no hacer alusión a mi provocación y eso me hace sonreír internamente.
Estados Unidos 1 – 0 Francia.
—¿Segura?
Aún recordaba haberla encontrado tomando una copa de vino mientras hacía números y escuchaba esa música francesa de la que yo no tenía ni idea de su significado, pero que me resultaba musical y lingüísticamente preciosa.
—Segurísima —Repiquetea con sus uñas la mesa y apoya la cabeza en su mano libre—. Y quiero que invierta en cada acto una suma importante de dinero.
—Por supuesto —Acepto con un tono algo condescendiente—, ¿algo más?
«Hazme una señal, rubia y pídeme que mande a Hyland a tomarse un café con tu abogado. Tú y yo tenemos un asunto pendiente».
—Ahora somos tres socios, está condenado a entenderse con Isaac Fitz, haga lo que esté en su mano, pero no me perjudique.
—Vale.
No era nada que no pudiera manejar por mucha pereza y dolores de cabeza que me diera el sólo hecho de pensarlo.
—Ah —dice girando un folio y colocándolo bien mientras espera la aprobación de Walters—. Una cosa más —Se rasca la punta de la nariz y por un momento la veo titubear—, mi abogado y yo queremos añadir una doble cláusula de protección.
Eso había tenido que ser idea de Caiden Walters, ella no tenía ni idea de lo que eran las cláusulas de protección, ¿no?
—¿Una doble cláusula de protección?
Miro a Dayton buscando su ayuda para comprender si había escuchado del todo bien.
Conocía lo que era una cláusula de protección, pero no el significado o lo que quería decir con lo de una doble cláusula de protección.
—Sí, vemos oportuno pedirle que no asocie mi nombre a ningún evento realizado en Liberté al igual que, en las correcciones o cualquier trabajo no se ponga mi nombre.
—No puedo hacer eso, estoy obligado por ley a darte créditos —lamento explicarle—. Créeme que me encantaría tenerte toda para mí, Siv.
Respira con fuerza y creo que entiende el doble sentido de mis palabras y se prepara para contestar.
En las pocas semanas en las que había entablado cierta relación más allá de lo profesional con ella me había percatado de que se enderezaba aún más cuando iba a responder algo para salir del paso o dar un giro en la conversación.
Era una mujer segura de sí misma, pero tenía momentos de debilidad que la hacían ser humana.
Sólo tenías que prestar atención a lo que sus grandes ojos decían.
Aunque reconocía que no era difícil caer en observarla superficialmente. Era demasiado bonita y tenía una belleza tan elegante que cualquiera pecaría de sólo ver su exterior.
—Pues búsqueme un seudónimo y sea creativo porque no quiero ver ni mi nombre ni mi apellido ni mi cara en pantallas, panfletos o anuncios de radio.
Privacidad.
Esta mujer quería ser invisible sin darse cuenta de que llamaba la atención de cualquiera que la viera.
Era demasiado guapa, elegante y esotérica como para pasar desapercibida y eso, si no teníamos en cuenta lo hortera que vestía y que, casualmente, le sentaba de maravilla, consiguiendo que cualquier mujer envidiara su figura y estilo.
—¿Podemos hacer algo con eso, Hyland?
—Por supuesto —contesta con su seria voz de trabajo mi mejor amigo. Lo tenía a mi lado desde la infancia y aun así no me acostumbraba a sus cambios de timbre del Dayton profesional del Dayton personal—. Prepararé un contrato de confidencialidad que podremos trabajar mano a mano.
Su cuerpo se relaja y me asombra la necesidad que sentía de mantenerse alejada de los focos.
—La otra cláusula de protección...
Caiden Walters carraspea cuando Siv se queda callada y toma la palabra.
Bien, era el momento de negociar.
—Mi clienta busca la protección de su negocio frente a la abusiva cláusula que el Señor Fitz profirió y solicita que, pasado el año trabajando con usted, pague su carta de liberación económica y así darle la tranquilidad de no ser endeudada y perder su negocio.
«Y yo me quiero follar a tu clienta, qué le hacemos Señor Walters».
—Si no me equivoco me estaría pidiendo que dé seis millones de dólares en doce meses.
O Siv era una idealista o realmente pensaba que por tenerme casi arrodillado iba a aceptar esa locura.
—No se equivoca. —ratifica ella algo esperanzada, creo.
—Puedo pensarlo —Accedo y me conmueve ver el brillo en sus ojos—, siempre y cuando me cedas el 20% de las acciones de tu librería.
—¡¿Qué?! —Se altera y con la mano le indico que vuelva a sentarse—. Entonces el Señor Fitz tendría un 20%, usted un 50% y yo me quedaría con un 30%.
—Pues habrá que conseguir que Isaac nos venda el 20% suyo.
—Pero usted dijo que me daría el 10%...
—Siempre y cuando Fitz venda —Le recuerdo—. Si Isaac Fitz vende, tú recuperarás hasta tener el 40%.
—Eso no es justo —habla con enfado y lo comprendo, pero en el juego del capitalismo o se ganaba o se perdía y yo no iba a ceder beneficios sólo porque me sintiera atraído por ella—. ¡Usted me dijo que me ayudaría a recuperar el porcentaje y me daría la ventaja sobre cualquier accionista y eso le incluye a usted, McMahon!
—Sí, ¿quieres que seamos un 60% – 40%? —Mueve la cabeza de arriba hacia abajo varias veces—. Pues consigamos que Isaac Fitz venda sus acciones y esperemos dos años a que su cláusula con él finalice.
—¿La alternativa es invertir los porcentajes?
—No —explico—, la alternativa es que tú te conviertas en la segunda accionista y yo te libere del lío económico en el que tú solita te has metido y en el que pretendes que yo dé la cara por ti.
—¿No hay una tercera vía de escape?
—Siempre podríamos quedarnos sentados y esperar a que venga una crisis económica en la que sólo algunos nos salvemos mientras el resto de la economía cae en picado y volvernos religiosos rezando porque sea Fitz el que se declare en banca rota.
—Sans blague?
«¿Hablas en serio?».
Si no fuera porque mi dinero estaba en juego, le pediría ahora mismo que repitiera una y mil veces frases en su idioma materno.
No tenía ni puta idea de lo que significaban, pero me parecía lo más sexy que había oído nunca.
Miro el reloj y decido mover ficha.
—Tengo una comida y debo ir dando por finalizada la reunión. Si necesitáis más tiempo para pensarlo, podemos volver a vernos el... viernes, sí, el viernes tendré un hueco.
—¿Podremos hablar de otras cláusulas?
—No —Me levanto y recojo algunos papeles—. Hyland, ¿puedes quedarte un rato con el Señor Walters y con Siv? Así podréis esclarecer los puntos en los que no estéis conformes.
—Yo quiero negociar con usted.
Siv Aubriot no iba a ceder y me parecía perfecto.
Cuanto más tardase en darse cuenta, más tiempo pasaría a su lado.
—Te quedan cinco minutos.
—Cambia la cláusula, pon 6 meses y libérame de Isaac Fitz.
Me tutea y eso me hace entender un poco mejor la magnitud de la situación.
Siv Aubriot estaba atemorizada de tener que irse de su casa y tener que poner en venta todas sus posesiones.
Era increíble cómo podía seguir costeándose un alquiler en Wilshire. No sabía cuántos ahorros tenía, pero si tan desesperada estaba para haber firmado un contrato sin haberlo leído y queriendo mantener sus lujos mientras ayudaba a su padre, es que mucho no le quedaría.
—¿6 meses?, ¿crees que puedes demostrarme fidelidad en 6 meses?
—Creo que no es consciente de cómo puedo ser cuando estoy interesada en algo... o alguien.
Ahí estaba ese pequeño despiste que tanto había ansiado que sucediera.
—9 meses.
Camino hasta quedar frente a ella y extiendo mi mano.
Si la estrechaba, pondría ahora mismo a Dayton a trabajar el nuevo contrato con los cambios hablados y no dejaría que se fuera de aquí hasta que lo hubiera firmado.
Si reculaba, haría el contrato aún peor para ella a sabiendas de que no había manera de escaquearse.
Siv Aubriot se había decantado por alguna razón que no lograba a entender por Isaac Fitz y ahora estaba arrepentida.
Y, en cambio, confiaba lo suficiente en mí como para ceder y perder ese orgullo francés que tanto la caracterizaba.
Duda.
Pierdo por un momento la esperanza y cuando tengo la intención de bajar la mano, me sorprende la suavidad y cautela con la que responde.
—Haga los cambios pertinentes, deme un bolígrafo y firmemos.
—Me tengo que ir —Hago círculos con mi dedo pulgar en su piel y me estremezco al sentir sus ojos sobre los míos. Su cuerpo podría indicar cierto escepticismo, pero es que su mirada sólo desprendía determinación—. Pero te enviaré el contrato firmado esta misma tarde.
—No —Araña con cuidado mi piel y muestra esa sonrisa tan despiadada y salvaje que ya empezaba a conocer—. Yo ya estoy bien jodida por insensata, ¿quiere ser mi salvador, señor McMahon?
—Puedo planteármelo.
—Siéntese y asegúrese de que firmo todo, estoy segura de que su «depende» puede esperar si es por el bien de su empresa.
Era perspicaz y me había evaluado tanto como yo a ella.
Sabía jugar sus cartas y me había puesto un reto que no pensaba rechazar.
—Dayton, ¿puedes ir a redactar el nuevo contrato?
—Caiden —llama a su abogado—, acompáñale, por favor, quiero asegurarme de que no hace trampa.
Ambos se van y nos dejan solos.
No íbamos a tener mucho tiempo.
—Es placer —aclaro para hacerla partícipe de con qué tipo de persona me reuniría hoy para comer—. El único «depende» que manejo eres tú.
—Que sea la última vez que diga que me maneja, no soy una muñeca a la que llevar como si fuera un simple objeto, ¿le ha quedado claro, jefe?
Enfatiza la última palabra y me tengo que contener para no reír ante sus ocurrencias.
Era francesa y como tal estaba acostumbrada a luchar por sus derechos ya fuera mediante huelgas o pequeñas revoluciones y no se iba a aminorar porque yo estuviese peldaños por encima suyo.
—Entendido.
Acabo sonriendo, no podía evitarlo.
Siv sabía cómo ponerme de buen humor incluso cuando intentaba conseguir el efecto contrario.
—¿Qué le hace tanta gracia? —recrimina con desfachatez.
—Pues es que estoy temiendo y eso que aún no has firmado por si me montas un sindicato para mejorar tus condiciones como trabajadora y eso que, como podrás ver, ofrezco grandes recursos, un sueldo muy bueno y me gusta llevarme bien con mis empleados.
—Soy francesa, pero estoy un poco anticuada —Se pasa la lengua por el labio inferior y no puedo evitar suspirar—. Si le soy sincera, soy más partidaria de la décapitation.
—¿Acabas de insinuar que voy a acabar como Luis XVI?
Sus labios forman una expresión de sorpresa, grata creo percibir.
—No sabía que los estadounidenses tenían nociones de historia.
—Tengo conocimientos de todo, Siv —Me recuesto en la silla.
—¿No se está dando demasiada importancia a sí mismo?
—Francesita... —Enderezo mi espalda al ver lo recta que siempre está ella—, llevo años siendo uno de los hombres más importantes y ricos a nivel mundial, no subestimes mi capacidad para conocer todo lo que quiero.
¡Hola!, ¿qué os ha parecido?
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¿Cuál ha sido vuestro momento favorito del capítulo?
¿Qué os parece la amistad entre Dayton y Gian?
¿Os gusta Dayton Hyland?, ¿y el abogado de Siv qué os parece?
Quiero dejar claro que no estoy a favor de que a una mujer se le llame "zorra", pero que yo no esté de acuerdo no significa que la gente no lo use y menos entre hombres que son amigos. Así que si alguna se ha sentido ofendida, lo comprendo y estoy de acuerdo pero hay que entender el contexto (nunca justificarlo eh)
¡Espero que os esté gustando mucho!
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