Auto azul viejoso



En cuanto Min YoonGi terminó de desanudar su corbata, la puerta copiloto se abrió como resorte. El frescor del exterior entró campante junto al perfume que YoonGi extrañaba de lunes a viernes; seguido, JiMin.

—¿Has visto eso? —rezongó irritado su acompañante y YoonGi, aunque no tenía ojos para nada más que el castaño, supo a qué se refería.

—Son niños ¿qué esperas que hagan? —Sonrió en grande cuando vio al otro rodar los ojos—. Yah, ¿no será que te averguenza mi coche?

Las mejillas de JiMin lo delataron, sus labios formaron un pucherito infantil y YoonGi lo supo: a su novio le daba vergüenza su nuevo viejo auto azul. Y lo entendía. Este coche, rescatado del desarmadero que pronto iba a cerrar, estaba en terribles condiciones. La pintura azul salpicada de óxido y ni hablar de los vidrios tan mugrientos que aunque los hizo limpiar todavía seguían opacos. Por dentro, resultaba igual de desastroso, los asientos de cuero descosidos y los resortes que se les clavaban en el trasero en ocasiones particulares como...

Sí, cuando lo hacían.

JiMin no respondió sino que se lanzó sobre YoonGi para besarlo con urgencia. Probando los delgados labios como si no pudiera creer que sigue allí, que está con él y no se desvanecerá si lo suelta. YoonGi pasó los brazos por la espalda de JiMin para atraerlo hacia él y robarle el calor incluso si él no tenía frío puesto que había estacionado al sol y este lo abrigaba cariñosamente.

—¿No te molesta que se burlen de auto azul? —murmuró JiMin mientras procedía, con esmero de hacerlo derretir de encanto, a besarle el rostro, el cuello y vuelta los labios. Park JiMin no se cansaba de besar a Min YoonGi. Podría jurarse que compensa hasta el tiempo en que no se conocían aún.

Min YoonGi no se arrepentía de rescatar el auto azul de su abuelo, coche que había heredado y por el que tuvo que ahorrar para adquirirlo ya que no hallaron el testamento original donde figuraba que era suyo. Oh, y tampoco se cansaba de besar a Park JiMin, quien, aunque no lo dijera, adoraba esta faceta salvadora de YoonGi. Siendo que, a veces, se percibía como otro de los rescates de Min.

—¿Quieres conducirlo? —preguntó YoonGi, murmurando su contento cuando las manos pequeñas de JiMin comenzaron a darle un masaje en los hombros—, estoy algo cansado, no dormí bien.

JiMin lo golpeó en el pecho, no tan rudamente, enfadado por el poco cuidado del otro.

—Te dije que no recibas proyectos en fin de semana —El brillo en los ojos chocolate de JiMin desmentían verdadero enojo— ¡Es domingo y madrugaste! Seguro que ayer tampoco descansaste como debes.

Lo que había tras el reclamo era tan solo deseos de no compartir los únicos días en que sus trabajos les permitían pasarla juntos. Algo que podría resolverse si tan solo YoonGi se animara a...

—Debía hacerlo —explicó YoonGi, abriendo la puerta del coche y descendiendo para que JiMin ocupe su puesto; volvió a entrar ahora del lado pasajero—. TaeTae me encargó como favor un primer boceto del plano que su anterior jefe quiere. Tuve poco tiempo para armar una maqueta y mostrarle el terreno a los interesados. Supongo que quedaron conformes porque prometieron llamar mañana temprano.

JiMin se ajustó el cinturón —cosa increíble que el auto azul con manchas de óxido en el capó tenga— y procedió a encender el motor. El estruendoso sonido del coche en marcha hizo que los perros del vecindario que paseaban por ahí ladraran a todo pulmón. Los niños que estaban divirtiéndose a costa del mismo volvieron a dejar sus juegos para observar el espectáculo azul viejoso —como suele describirlo JiMin.

YoonGi chasqueó la lengua y los ignoró —a los perros, a los niños traviesos y al poco discreto reír de su novio— encendiendo la radio. Esta sintoniza la misma frecuencia de cada vez, ya que no es posible cambiarse de estación, tan solo subir y bajar el volúmen. Sonaba la última colaboración de 94z, los raperos RM y J Hope, que estaba encabezando las listas de charts. YoonGi podía declararse fan de ellos, y los iba a ver cada vez que se presentaban en la ciudad.

—¿Quiere decir que tenemos todo el día para nosotros? —JiMin no buscó disimular su entusiasmo.

YoonGi se encogió de hombros en tanto se quitaba el saco. Envidiaba el atuendo informal de JiMin, y lo deseaba. ¿Para qué iba a mentir? Ver a JiMin con ese pantalón negro ajustado, una remera sin mangas color vino que dejaba ver todos sus tatuajes... sí, era una imagen de la que YoonGi no tendría jamás ganas de huir. Ni aunque el diablo lo persiga, ni aunque lo amenacen con al fin el fin del fin; frase que, si se la piensa, tiene sentido y te da una perspectiva triste de la realidad universal —o de la muerte.

Él, en cambio, traía un traje elegante aunque sencillo de color gris. No usaba tonos más oscuros porque resaltaban la palidez fantasmal de su piel. Algo que solía acomplejarlo hasta que JiMin admitió que le encendía ver su blanquecina piel ruborizada cuando...

—Dobla aquí —mandó YoonGi con la voz ronca; JiMin no entendió por qué tal pedido, mas no se quejó.

Entraron a un terreno baldío rodeado de muros que establecían límites donde pronto se construiría una casa. Si es que supo hacer bien su trabajo y convenció de que adquieran el espacio y lo contraten como arquitecto. YoonGi, por lo que se enteró mientras estudiaba los planos del sitio, creía que era una ubicación idónea si la intención de los compradores era mantenerse lejos del bullicio de la ciudad. Allí, casi saliendo de Daegu, el barrio era tranquilo. Más ahora siendo mediodía, no transitaba mucha gente.

—¿Qué hacemos aquí? —JiMin miró alrededor, viendo que estaban a resguardo de la vista de la calle y cuando volteó a ver a su novio entendió por qué—. Oh...

—Sí, sí, oh —terció impaciente YoonGi en tanto se desprendía la camisa para aventarla al asiento trasero—. ¿Vas a quedarte viendo o piensas colaborar conmigo?

Y no hubo tiempo que perder, a decir verdad, JiMin no tenía inconveniente alguno cuando de tener sexo se trataba. Si ahora YoonGi estaba excitado y dispuesto a tener sexo en ese auto azul viejo, en un sitio perdido de la ciudad, pues... ¡Al diablo cualquier resistencia!

Desprendiéndose el cinturón se encimó a YoonGi para besarlo y con destreza, a su vez, desprenderle los últimos botones. Puso las manos en el pecho tibio de YoonGi para descubrir el latido acelerado de este y procedió así a acariciarlo, con masajes sensuales que incluyeron pellizquitos en los tiernos pezones. El jadeo de YoonGi fue ideal para asaltar su boca, metiendo la lengua y probando el café que este había bebido de desayuno. JiMin acarició con su lengua los labios trémulos del mayor que había colado sus manos bajo su remera y procedió a levantarla para quitársela. Se alejó lo suficiente para que YoonGi retirara la prenda, acto seguido, se fundieron en un abrazo, piel a piel, que hizo crepitar la pasión dentro suyo.

—Vamos al asiento trasero —propuso JiMin y se dirigió allí casi golpeando a YoonGi con sus nalgas.

YoonGi no se aguantó y lo nalgueó, provocando una risita de JiMin. El mayor también se cambió de lugar. Sentándose sobre los muslos de JiMin, inició otra ronda de besos, aunque estos algo más impetuosos y cargados de intención. JiMin se permitió sonreír entre beso y beso, sobre todo al sentir cómo YoonGi movía su cuerpo encima de su miembro que despertaba rápidamente Lo sujetó de las caderas, afirmandolo ahí hasta que YoonGi gimió porque sus erecciones se rozaron deliciosamente.

Con JiMin todo adquiere un carácter avasallante; la pasión con la que lo hace suyo es abrumadora, mas YoonGi compite, lo desafía, a vencerlo. El orgasmo es de esa forma casi un triunfo, y lo mejor, es que ambos saldrán vencedores. Por lo que, cuando YoonGi fue despojado de su pantalón —con dificultad debido al poco espacio en el auto azul—, las manos de JiMin acariciaron toda porción de piel que pudieron alcanzar.

—Creo recordar que me pediste venir pa... —La gran mano de YoonGi capturó su erección y JiMin cortó la frase; la retomó con gran voluntad—: conversar... me dijiste que debíamos hablar...

YoonGi no tenía mente para otra cosa que no sea ellos dos por fin, tras toda una semana sin verse, juntos. Sin embargo, darse cuenta cuánta falta le había hecho el chico hizo cesar la bruma sexy de su cerebro para precisar unos detalles.

—Recibí una oferta laboral —sonrió cuando JiMin alejó las manos de su culo para apresar sus muñecas y alzarlas hasta que se las enredó tras el cuello—. En Seúl.

La emoción de YoonGi ante lo importante que era para él por fin recibir una propuesta de empleo decente, y no ser el faldero del estudio donde actualmente está trabajando, lo vuelve radiante. Se le nota, como si en su piel se expresara la dicha de saberse valioso por fin, que todos sus esfuerzos tengan frutos.

Solo que, cuando planeó irse de Daegu rumbo a Seúl —donde creía tener mejores oportunidades—, no estaba considerando una relación a distancia.

¿Podría él realmente alejarse de JiMin?

Llevan saliendo alrededor de dos años, desde que JiMin llegó a la ciudad —un nómade por supervivencia— y que estableció domicilio fijo cuando encontró trabajo y lo encontró a él.

Decir que fue su amor lo que hizo que JiMin por fin enfrente la realidad, y escape de su situación crítica, era pretencioso. Mas sí que YoonGi influyó a que JiMin dé cuenta de que el maltrato que sufría por parte de quienes debían amarlo más, no era su precio por nacer.

Ahora, tras haber compartido momentos difíciles y otros tantos, tantísimos preciosos, resultaba complicado hablar sobre separarse. Pero YoonGi tenía claro que allí no podía quedarse. No, él sentía una necesidad casi visceral de marcharse, de alejarse de allí o sería su fin. O no podría salir nunca. Como quedarse preso, y peor, preso dentro de un auto azul deteriorado.

—Te felicito, amor —JiMin dijo sincero, captando también el dilema detrás de sus palabras—. Supongo que quieres hablar de lo nuestro.

Por su lado, JiMin tenía en claro que no podía quedarse como estaba, simplemente aguantando la vida como si esta fuese algo que soportar y no disfrutar. Era inmensamente feliz con YoonGi, y todavía más con haber hallado qué era aquello que le hacía vibrar el alma: el dibujo, las artes plásticas. Solo que se mantuvo apenas diseñando para tatuajes y no se está instruyendo, como quiere, en pedagogía. Le interesaría dar clases, pero no está disponible en la facultad local tal carrera.

Decir que es oportunismo aprovechar que YoonGi viaja a Seúl, lugar donde sabe JiMin que tendrá accesible la orientación que desea estudiar, es hipócrita, puesto que, tarde o temprano, él iba a plantear la misma conversación.

—Yo te amo, JiMin —Contrario a lo que solían suponer, de los dos, siempre YoonGi era el mejor en sincerar sus emociones—. No tienes idea de la magnitud de sentimientos que despiertas en mí, incluso cuando peleamos, alborotas cada fibra en mí que no creo que pudiera vivir sin que estés junto a mí sosteniéndome la mano. Cuando me besas, cuando me abrazas, me siento flotar y eres tú quien me mantiene en pie y me hace ver que esto es tan real que duele, que quema y que libera. Amarte no es una jaula, es un un cielo abierto donde puedo volar por donde se me antoje sabiendo que si me pierdo volveremos a encontrarnos. Yo te amo, JiMin, y me amo también en la medida en que puedo. Por eso, no puedo obviar que esta oportunidad de viajar con algo seguro como lo es este trabajo me hace inmensamente feliz. Y triste porque no quiero dejarte.

JiMin se conmovió con lo buen orador que era YoonGi cuando quería. Aunque lo veía avergonzado por ser un tanto cursi, todavía así era valiente y fuerte. Y era este coraje manso, si es que valía la expresión, lo que hizo que JiMin entienda que está irremediablemente enamorado también. Y entiende lo que le ha dicho, de no sentirse amado y apresado en mismas cantidades: el amor no es restrictivo.

—¿Cuánto hace que sabes de esto? —preguntó, acariciando las mejillas sonrojadas de YoonGi, parte del bochorno de ser tierno y parte de la excitación pendiente.

—Lo supe el viernes, pero no quise decírtelo por llamada o mensaje. Me pareció correcto decírtelo cara a cara, ¿montandote? —se encogió de hombros.

La risa de JiMin inundó y volvió refugio el interior del auto azul. YoonGi no se arrepiente de rescatarlo, menos cuando encuentra hogar dentro suyo y compañía con JiMin.

—¿TaeHyung ofreció que vivas con él? —El asentimiento de YoonGi hizo que su cabello cubra sus ojitos y JiMin quiso besarlo, pero se controló—. ¿Y qué le respondiste?

Los labios de YoonGi se volvieron finos en una línea. Y JiMin había aprendido —incluso sin que YoonGi se propusiera enseñarle— que cuando escondía sus labios es porque estaba dudando en decir algo. Solo que estaba confiado en su novio, en que este dijera lo que él tanto quería oírle decir. Podía ahorrarle la incomodidad a YoonGi, solo que resultaba adorable torturarlo y por eso es que se mantuvo expectante a que continúe hablando.

Pasaron minutos, la radio sonaba fallando y anunciando que pronto llovería. El vecindario puesto en un segundo plano, pues allí, dentro de ese auto azul y dentro de los muros de un terreno que pronto sería residencia de algún empresario, ellos tenían su mundo. Y este mundo era tan joven, tan inexperto, pero los contenía a los dos; soportando los conflictos y las peleas, resistiendo; aguantando la dulzura extrema en la que suelen caer cuando se permiten el romance por sobre el drama. Este mundo es suyo, y es amarillo, porque así lo pinta JiMin, pero es azul también, porque se pliega y cabe dentro del auto viejo que YoonGi rescató del desarmadero. Rescate que parecía inevitable, y que a veces parecía que no tenía que ver con ellos, que fue casualidad que lo encontraran perdido entre los restos olvidados de un desarmadero.

Auto azul era suyo, era ellos salvando distancias cuando la pasión les incendia cada célula y no tienen paciencia de llegar a un departamento o al otro. Y sin uno de ellos, azul era pendiente, era espera y era soledad. Por esta razón, es que YoonGi lo citó allí y no en su hogar. Si todo marchaba como esperanzado deseaba, pues bienvenido sea auto azul como motor de cambio; si, por el contrario, lo que resultase de la charla no era lo pensado, todo tendría contexto y contención y se quedaría atrapado allí en tanto YoonGi volvía a dejarlo en su sitio de abandono.

—Le dije que si vas conmigo —inició YoonGi, pero se detuvo para pensar mejor reformulación—. Que si ahora acordamos términos y condiciones, agradecía el espacio extra que me hiciese en su hogar, mas hogar es auto azul y eres tú, JiMinie ¿quieres vivir conmigo?

El sol esperó ese instante para invadir el interior del coche viejo y azul, y les recordó que estaban vivos. Y que esa vida suya era incierta, era improbable, que era hasta un milagro retorcido y absurdo, que se hallan encontrado en mitad del camino y no quisieran seguir andando sin el otro.

Por eso es que no había fin posible, incluso si esto era un adiós. Porque el inicio no tiene afán de acabar nunca, aunque las circunstancias dispongan que sí. Ya decía una frase preciosa y simple, aunque YoonGi no recordara en qué película la escuchó, «algunas cosas una vez las amaste te pertenecen para siempre. Y si intentas dejarlas ir, simplemente vuelven a regresar a ti; se convierten en una parte de quien eres o te destruyen».

Y suyo era el auto azul del desarmadero, y suyo era el amor inconmensurable por Park JiMin. Pero Park JiMin no era suyo, no era objeto al que poseer, puesto que si así lo considerara no sería amante suyo: sería propietario.

Y el amor es libertad.

Y libertad es preguntar y aguardar, con paciencia y miedo, a que el otro te elija.

JiMin arrugó la naricita y compuso una expresión de pensamiento. Mintió con descaro el tener que reflexionar qué quería realmente cuando cada parte suya le gritaba que sí, que esto esperó —sin esperar realmente— toda la vida. Alguien con quien los domingos no son domingos sino horas enteras de compañía y libertad dentro de un auto azul que tiene la pintura salpicada de óxido y una radio que solo emite una frecuencia. Min YoonGi no era suyo, porque no era un retrato que nació de su pulso sobre lienzo blanco. Propiedad suya era la elección de permanecer juntos.

Y el amor es libertad.

Y libertad es escuchar y aguardar, con paciencia y miedo, a que el otro te elija.

—Si prometes que no tendremos que dormir en este cacharro —Le enternecieron las pupilas cafés brillantes de alegría y lágrimas del chico—: Acepto, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte quiera separarnos y no se lo permitamos.

—¿No?

Pero era una pregunta que no esperaba respuesta; un discurso interrumpido, puesto que esta vez JiMin arremetió contra él y no se detuvieron sino hasta que los dos alcanzaron summum placer.

Fin.

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