Capítulo 6: Decisión
Haru, desde el día fatídico en el que le dijo al último de sus conocidos que iría a Francia, se había pasado todo su tiempo libre rodeada de gente: las personas que la querían, querían pasar todo su tiempo libre con ella, sabiendo que ese tiempo se terminaba. Todos los días, todo el tiempo, salvo el veintitrés de diciembre, el día en el que le había mentido a todo el mundo.
El diecisiete de diciembre,su tío Pierre había ido a pasar navidades con ellos. Algo bastante extraño: Ni bien lo había anunciado, los Miura supieron que escondía algo. ¡Y claro que lo hacía! Lo primero que hizo al llegar, sin siquiera saludar, fue mirar muy seriamente a su sobrina y exigirle que lo saludase en francés, y que se mantuviese así durante dos días completos.
Haru, por supuesto, lo saludó, pero como no entendía a qué se refería, tan repentinamente, le habló en japonés. El día quedó marcado por el inicio de un profundo silencio por parte de Pierre, que el padre de Haru en broma sostenía que era el mejor regalo de navidad que había recibido en años, aunque no hacía reír a nadie.
Pierre, como enojado, decidió ignorarla, hasta que ella le hablase en francés. Y así se mantuvo, decidido a hacerlo por la semana que llevó en Japón. No le hablaba a Haru en japonés, sino en un francés nativo, fluido y despiadadamente rápido, que no se parecía a sus lecciones en francés casi para nada. Por supuesto, el tutor de Haru, (un hombre de mediana edad, japonés, compañero de trabajo de su padre en la universidad de Tokio), le tenía muchísima paciencia a Haru, y aunque avanzaban rápido, y Haru podía tener conversaciones desde su primera semana, nunca le habían hablado con la velocidad y la solvencia de un nativo. Un desafío que Haru, una vez que lo notó, lo aceptó con dudas y miedos.
¿Y si no podía comunicarse con su tío? ¿O con nadie en Francia? Los idiomas eran completamente diferentes, incluso en su escritura, y eso le dificultaba el aprendizaje muchísimo. Pero al segundo día, y con ayuda de su tutor, logró hablar con su tío, forzosamente, y decirle que la cena estaba lista, y qué había para cenar. No sólo decirlo, hacerlo fluidamente, sin palabras en japonés, ni pronunciaciones híbridas.
Eso emocionó a Pierre visiblemente. El rubio estaba leyendo un libro en la sala de estar de la casa Miura, simulando ignorar al resto de la familia. Al escucharla, tiró el libro (Haciendo gritar al padre de Haru), saltó de su asiento, y la abrazó, agradeciéndole alternativamente en francés y japonés. Y eso le dejó muy en claro a Haru el motivo por el cual su tío hacía eso: en Francia no hablarían lento para ella. Si en la universidad ella no hablaba la lengua e iba a estudia ahí, ¿qué podía esperar? No era responsabilidad de los profesores ni de los alumnos que ella hubiese querido ir de un país a otro sin ser buena en el idioma. Nadie debía traducir para ella, ni era justo que la tomasen en consideración.
Esa semana, fue una semana confusa para todos. Porque ella no entraba en vacaciones hasta el veintitrés, y su tío había llegado el diecisiete. Desde el dieciocho a veces le pasaba que contestaba en francés a su profesora, o a sus amigas... ¡e incluso cuando iba a pedir un postre! (Por suerte, en sus paticeries favoritas, la mayoría de las tortas estaban en japonés y francés, para darle un aire distinguido).
Contrariamente, también solía hablarle a su tío en japones, hasta que veía que él le daba vuelta la cara, y ella volvía a hablar en francés.
Fue una semana muy confusa, pero extremadamente divertida.
Hasta que, el veintidós, Pierre anunció, que el día siguiente, sábado, monopolizaría a su sobrina.
Intrigada pero feliz, a las chicas de su clase de estudio, (que iban a celebrar el año nuevo juntas de antemano, para que cada quien lo festejase luego por separado), les dijo que debía ir con sus amigos de fuera de la escuela. Y viceversa, a los Vongola (cuando la invitaron) les dijo que debía pasar ese día con su grupo de estudio.
Pierre le había pedido que no le dijese a nadie que él estaba ahí, por eso no podía decirles la verdad. No le gustaba mentirles, pero sí se sentía bien pasando el día con su tío, en lugar de con ellos. Aunque posiblemente no los viese hasta el año siguiente.
Temprano el veintitrés, bajó, y en un francés que había mejorado significativamente, le anunció a su tío que estaba lista. Él le sornó, y le dijo, también en francés, que saldrían a desayunar. Y que invitaba él. La llevó a la cafetería favorita de Haru, sonriendo.
Él podía ver lo bien que la estaba pasando su sobrina. Él era el único al que su sobrina jamás había engañado, (motivo principal por el que enterarse de la existencia de Vongola en Namimori lo había alterado tanto), así que él podía realmente ver lo mucho o poco que ella disfrutaba todo eso. También podía ver que había algo más. Él sabía que su sobrina estaba asustada de algo: algo que no quería ver. Y que cada vez que entraban y salían de un lugar, entraba y salía de guardia por pocos segundos. La entendía. Él mismo era igual. Así que sólo quedaba ver qué era, y cómo podía ayudarla.
Aunque él no había ido a ayudarla, había ido a esa salida. Y al tema que abordó cuando ella terminó su desayuno.
—Bueno, hablemos seriamente por unos minutos—le dijo, poniendo los platos en la mesa desocupada de al lado, ganándose varias miradas de odio por parte de los que estaban trabajando ahí— ¿Estás lista para viajar?
Ella asintió, confiada. Se esperaba, pero no se esperaba, el interrogatorio que le siguió a esa pregunta. Cada pregunta más intensa que la interior, y su tío parecía ponerle más y más presión cuanto más preguntaba.
— ¿Pasaporte?
—Al día.
— ¿Notas?
—Mi promedio es de nueve y medio.
—¿Tus amigos saben de tu mudanza?
—Si, ya les avisé a todos.
Ahí... Eso era. Haru ligeramente bajó su sonrisa menos de un segundo. Así que por eso. De eso huía. Y si no se engañaba, suponía que tenía que ver con el castaño del que había huido cuando la vio ese año.
Entonces, todo le encajó en la cabeza. Sonrió, pero ver a Haru aclararse la garganta lo distrajo.
—¿No me vas a preguntar cómo me va en el francés?
Él Empezó a reír. Ella claramente no entendía. Para explicarse, él señaló alrededor.
—¿Cómo te voy a preguntar eso? Si estuvimos hablando en francés todo el rato.
—¡HAHIIII!! ¡ES CIERTO-DESU!
Él siguió riendo por un rato, mientras su sobrina dejaba el rubor, se relaja y comenzaba a reír con él. Feliz. Sabía que su tío la quería a ella. A ella, y quizás a lo que se había convertido también, pero principalmente a ella. Era el único en todo el mundo, salvo por su padre, que sabía que la querían por lo que ella era, y por todo lo que se podía convertir.
Tras unos segundos, se levantaron, dejaron un pago generoso para el café, y salieron. Ella iba a volver a la casa, cuando él negó y le mostró un local cercano. Ella quedó sorprendida: era uno de los locales de lujo.
—Quiero que elijas tu regalo de navidad. Lamento decirte que será una valija. ¡Pero puedes elegir cuál!
Dijo él, festejando cómicamente, y presentando la opción como los presentadores de los programas de concursos en la tele presentaban los premios. Ella rio por las tonterías que hacía su tío, imitando un famoso actor y simulando tirar papel picado.
Entraron juntos a la tienda, que tenía forma de U, con mostradores en todas las paredes, dos pisos y repleto de gente, porque había oferta.
Rápidamente fueron separados uno de otra, y Haru, arrastrada por el mar de gente, quedó finalmente frente a las valijas. Como por arte de magia, una de las vendedoras prácticamente se apareció al lado y con una sonrisa amable le preguntó qué quería.
Ella le señaló las valijas, y le comentó que trataba de elegir una. Había dos que le gustaron más que el resto: una era de color rosa pastel. Era discreta, y sencilla y, aunque pequeña, tenía una capacidad bastante importante.
La otra, era naranja llamativo, tenía un sol grabado, y tenía un bolso de mano a juego, que se podía usar como capucha, ni siquiera la vendedora sabía por qué.
La adolescente lo dudó, mirando una y otra, hasta que vio que el bolso de mano de la naranja servía para costurero portátil.
Decidida, iba a señalarla, hasta una intervención de la misma mujer.
—Por supuesto elegirá la rosa, ¿Verdad? Es para señoritas distinguidas.
Los impulsos de Haru para querer volverse la mujer del décimo atacaron de nuevo fuertemente.
La decisión fue hecha. Pierre llegó justo a tiempo para escucharla y pagar. Por respeto al proceso de su sobrina no dijo nada ante la elección.
Solamente, mientras la guardaban en el auto, le preguntó.
—¿Segura que es la que querías? Podemos volver si es lo que quieres.
Ella negó, y argumentó con voz débil que era la decisión que ella había tomado.
Subieron al auto sin discutir más el tema, y se fueron, dejando atrás a unos sorprendidos Gokudera, Tsuna y Chrome, que no entendían qué acababan de ver.
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