Capítulo 23: Ayudar... por Pierre.
Fue como si la noticia misma terminase el ataque. A los pocos segundos, los pocos disparos que quedaron se terminaron.
Haru lo sentía. Estaba al borde, al absoluto borde de una negrura que ella nunca podría controlar. Era parecida a uno de sus ataques de ira, pero más opresivo y oscuro. Si su ceguera de enojo era roja, ésta era negra.
Los subordinados de las familias que habían salido al ataque, primero fueron a la sala de conferencias, para asegurarse que sus jefes estuviesen bien.
Cuando la mayoría de los jefes y los subordinados se reuniesen, con un peso en el estómago, y el presentimiento de lo que vería, tanto Timotteo como Tsuna salieron de la sala, y corrieron a las escaleras, donde resonaba un grito desgarrador, que Ricquert dejó salir.
Cuando llegaron a la escena, el corazón de muchos se paralizó.
Pierre era una existencia que había aterrorizado a la mayoría. ¿Un hombre que podía, él solo, destruir organizaciones enteras? Era algo que todos querían tener a su favor, y cuya libertad de decisión los aterraba. Así que la muerte de Pierre Blanche no era una noticia que sólo afectase a su familia.
El dolor y la paz se mezclaban en los corazones de los extrañados líderes de famiglias, que no sabían por cuál decantarse, hasta que Timotteo dio unos pasos hacia adelante, y cayó poco ceremoniosamente de rodillas frente a la joven adolescente que sostenía el cuerpo y lo miraba con clara desconfianza y hasta odio en sus ojos marrones.
Lloraba en silencio, mirando al hombre. Se cubrió la cabeza con las manos, y dijo en voz alta (aunque posiblemente no era esa su intención)
—Le fallé a la persona que me salvó la vida...
Esas palabras les dolieron a todos los presentes. El alivio vendría luego, seguro, pero en ese momento se llenó de solemnidad. Se había ido un gran hombre. No era momento de festejarlo. Fue Ricquert el que decidió tomar la iniciativa.
—Nos lo llevaremos. Hay que velarlo.
La voz de Timotteo di Vongola fueron una legítima súplica cuando le tomó el borde del saco a Ricquert y le soltó.
—Por favor, deja que yo los lleve. Es lo mínimo que puedo hacer.
Ricquert no tenía fuerzas para protestar, y mucho menos para manejar, así que accedió. Hubo que mover a Pierre con su sobrina, porque Haru no pensaba dejarlo ir. En la base de las escaleras, Jean Jacques, y Blanca se sumaron al cortejo fúnebre. Hubo varios que se sintieron tentados a ir, pero cuando casi todos los Simone (a excepción de Enma) cerraron la comitiva, los demás se abstuvieron de intentarlo. Timotteo se quedó detrás, no los acompañó. Haciéndoles una seña a los jefes de las demás famiglias se dirigió con paso firme a la sala de conferencias. Tsuna y los demás decidieron ir tras él en seguida.
La mayoría de los hombres de confianza directa (los hombres mano derecha del jefe) se dirigieron a la sala de conferencias, mientras el resto se iba a los autos, y se acomodaban para escoltar al auto del Noveno, en el que viajarían los Chienz, seguidos de cerca por los Simone.
Gokudera dudó. Realmente le dolía ver a Haru como la había visto, pero apretó los dientes, y se dirigió a la sala de conferencias. Quería respuestas. Y sabía que su deber era estar ahí. Le dedicó una mirada a Yamamoto que le dio a entender que le dejaba todo en sus manos, obteniendo un leve asentimiento como respuesta.
Los autos salieron ni bien se terminaron de acomodar los del auto del noveno Jean Jacques, quien habló con un tono frío y monótono, indicó cómo todos debían proceder. Ricquert lo miró, reconociendo esa mirada de cuando Pierre lo había juntado de la base de alguna familia que traficaba esclavos. Suspiró, y le preguntó quedamente.
—¿Te puedo dejar todo muchacho?
Ante el movimiento afirmativo de cabeza del joven, el anciano rompió en lágrimas amargas, olvidándose de la compostura que se había obligado a recuperar a base de testarudez en las escaleras. Blanca le dedicó una pequeña y muy forzada sonrisa al conductor que claramente había forzado al verdadero conductor a cederle el puesto.
—¿Preocupado por tu novia, pequeño?
Hibari la ignoró, como si no la conociera, ni la hubiese escuchado. Hibird en su hombro, repetía el nombre de su dueño, y pequeñas palabras inconexas, que fue lo único que se escuchó durante el viaje, a excepción de los sollozos y resoplidos de los dos mayores.
A Hibari le llamaba la atención que la pareja a su lado no sólo no llorase, sino que nadie les dijese nada sobre eso. No que le importara, pero un tema tan delicado.... Estaba seguro de que Tsuna le diría algo al respecto, sin dudas.
Fueron unas largas, dolorosas y silenciosas cuatro horas.
Que los jefes de las familias de la Alianza Vongola usaron para ponerse de acuerdo en el interrogante que había iniciado la reunión.
—¡Yo estoy en desacuerdo-kora! — Colonello dio un golpe en la mesa para enfatizar su punto, y que los demás lo mirasen. Varias personas lanzaron murmullos de asentimiento—Este hotel es territorio de los perros, y fuimos atacados en él. ¡¿Realmente podemos pensar que fue sin querer?! Ni siquiera sabemos si Pierre realmente...
—En eso te equivocas, Colonello—la voz de Reborn fue fría, sin pasión. Su expresión tapada parcialmente por la sombra de su sombrero—éste es territorio de los Strasso. Este hotel fue heredado a Ricquert por ser el esposo de la dueña. Él se movía solo en eso. Y Pierre está muerto, de eso no tengo dudas.
Las palabras de Reborn eran un sólido testimonio a favor de la veracidad del ataque. Timotteo habló.
—Quiero que se unan a la Alianza. Pierre y su hermana me salvaron la vida en el pasado. Y tuvieron más de una oportunidad de matarme hoy. Pero en lugar de eso, me protegieron a mí, y a mis guardianes. Si ustedes votan en contra y no se pueden unir a la Alianza, yo los consideraré un aliado de mis guardianes y míos.
Hubo silencio. Nadie sabía que ese sujeto, ese loco sediento de sangre había, en su momento, salvado la vida de Timotteo. Y él tenía la razón: los dos que se habían quedado, habían hecho todo lo posible para protegerlo. A él, a sus guardianes, y al décimo.
Tsuna asintió.
—Yo también los considero aliados de mi familia y míos. Se comportaron realmente buscando nuestro favor, y lo que dijo Pierre.... Es que él está haciendo esto por el futuro, por un futuro de paz. Y eso es algo con lo que yo voy a estar siempre de acuerdo.
Con eso, parecía sellada la alianza Vongola-Chienz. Con la suma a ese pacto de los Simone, (que por el comportamiento durante el ataque y antes de la reunión, era algo que estarían de acuerdo, aunque no se hubiese quedado ninguno a hablar por ellos), los CEDEF, y un grupo más, se creó un rápido "momentum" de aceptación.
Pero todavía había organizaciones con dudas.
Tres horas habían pasado ya. Podía ver las primeras casas familiares.
Haru no quería llegar. Se abrazó a sí misma, por primera vez desde que había visto a su tío. Y se dio cuenta de lo realmente sola que estaba: sus amigos de toda la vida estaban a más de un continente de distancia. Su padre también. Sus demás tíos también. Y, aunque se llevaba bien con ellos, no podía terminar de confiar en Ricquert, Jacqueline, y mucho menos en Bianca y Jean Jacques.
Con peso en el alma, tomó su teléfono, y le mandó un mensaje a su padre.
"Papá... el tío está muerto. ¿Qué hago?"
No pensó para nada en qué pensaría su padre al leerlo. No podía pensar en los demás en ese momento. Su interior estaba vacío. Vacío, frío y áspero. Necesitaba algo. Una luz, un poco de calor. Una ayuda. De donde viniese...
Ni siquiera sabía si era normal que su padre tardase en responderle. ¿Qué día era? ¿Estaría dando clases? ¿Dónde...?
Algo estaba roto en su interior, podía notarlo. Siempre lo había supuesto, con los ataques y todo, pero... algo debía estar realmente mal con ella. Sabía qué tenía que hacer. De alguna forma, lo sabía. Mandó un par de mensajes con un contenido diferente al de su padre, pero el mismo mensaje. "Pierre Blanche falleció el día de hoy. Lamento informárselos. En unas horas, me comunicaré nuevamente para informar sobre el velatorio.". Eran números que su tío le había dado, de gente que él confiaba. Uno de esos mensajes, fue a hacer sonar el bolsillo de Ricquert.
Miró por primera vez dónde estaban. Descubrió que no faltaba demasiado para llegar a la librería donde ella vivía. Vio que Bianca y Jean estaban guiando al conductor, que ella no llegaba a ver, y le tocó el hombro a Jean.
-No vayamos a casa.... Ve a la Cafetería de la Rue, por favor...
Ella podía escuchar claramente lo horrible que sonaba. Su voz era apenas un hilo, cargado de dolor, que sonaba acuosa, como si aún llorase. Se tocó las mejillas, y descubrió que aún lloraba, para su sorpresa. No identificó con igual facilidad el idioma que había usado al hablar. Su forma rápida de hablar japonés y lo símiles que le hacían los fonemas del francés se habían combinado, pero como doblaron en la dirección correcta, supuso que habían entendido.
Miró de nuevo la situación. Ricquert estaba en un pozo profundo, en el último asiento de la limosina en la que, en algún momento, todos se habían subido. Buscó su miraba, pero él estaba fuera de alcance. Tenía tomadas una de las manos de su tío, y no parecía siquiera notarlo. No miraba nada en particular. Ella supuso que no mucho antes, ella debía haber estado similar.
Jacqueline, por su parte, estaba incluso peor. Estaba llorando, abrazada a sus rodillas, y apoyando su cara en la ventana, sin parecer registrar nada de lo que pasaba a su alrededor. Estaba absolutamente ausente. El maquillaje en su cara estaba en cualquier lugar menos el que debería, y Haru no pudo evitar preguntarse hacía cuánto que estaba tomándose las piernas con esa fuerza, que podía ver cómo las uñas se le metían en la carne, sin siquiera inmutarse.
No llegaba a ver qué estaban haciendo Jean y Bianca, pero parecían ser los que mejor estaban.
Pudo notar que había muchos autos negros alrededor siguiendo en detalle lo que hacía el que la transportaba a ella. Iba a preguntar, pero vio que en el más cercano tenía a los amigos de Enma, así que supuso que era un cortejo fúnebre.
Vio la plaza, y escuchó cómo el auto reducía su velocidad, para encontrar un lugar para estacionar. Realmente no quería, pero buscó el local que necesitaba con la vista. Por suerte, estaba abierto. No estaba segura de qué haría si no lo estaba.
Mientras Hibari estacionaba, ella juntó aire varias veces. Por último, miró por primera vez el cuerpo sin vida de su tío. Las lágrimas le impidieron de nuevo la visión.
Las familias que dudaban habían hecho todas las preguntas que tenían. Había un par que todavía no sonaban convencidas.
Ahora que Pierre no estaba, una gran carta de negocios de los Chienz se había ido. Muchos los querían debido a los rumores que se habían esparcido sobre Pierre, que habían aterrorizado a la mayoría de la mafia. Y tenerlo de aliado, evitando que fuese un enemigo, era algo que sonaba muy tentador. Pero ahora... ¿un anciano, una viuda, y dos niños? ¿Qué de terrorífico tenía eso? ¿En qué beneficiaría a la Alianza tenerlos?
El sonido del teléfono de Timotteo interrumpió el fuego cruzado de preguntas y respuestas. Al hombre le sorprendió un poco el número, y con cara de intriga, atendió, ordenando silencio con un gesto.
— ¿Quién habla? ¿Y cómo consiguió este número?
— Este número me lo dio mi esposa. Habla el cuñado de Pierre Blanche. Usted es Timotteo, ¿verdad? – ante el asentimiento, la voz masculina del otro lado siguió hablando – Me enteré de la muerte de mi cuñado. Necesito que me consiga vacaciones en mi trabajo y un avión privado para poder ir donde está el velatorio DE MANERA LEGAL. Y pases de avión para volver.
Por el tono, no era sencillamente un pedido. Timotteo lo pensó unos segundos. No le gustaba para nada el tono que ese hombre estaba usando, pero respetaba mucho el valor. Y si había algo que el hombre del otro lado de la línea necesitaba para hablarle así, era valor. Evidentemente, el hombre estaba asustado, se delataba en los detalles de pedirle que el procedimiento fuese legal. Era evidente que no era del mundillo, pero sabía a quién le estaba hablando.
— ¿Me está escuchando?
— Si, por supuesto. Y no se preocupe. Le voy a dar un número de teléfono. Llame a ese, lo atenderá una mujer. Dígale que el noveno Vongola autoriza este viaje. Ella le pedirá todos los datos. Tendrá que esperar una o dos horas, pero tendrá un jet estacionado donde usted indique.
Por supuesto que él hablaba en serio. No podría jamás reírse de un hombre como el que lo estaba llamando. Ni bien terminó la conversación, envió fuera a uno de sus guardianes para que le anunciase a los que manejaban su hangar privado que le haría enviar un jet a un japonés, y volvió a las negociaciones. Sin embargo, sus palabras todavía resonaban en la mayoría de los aliados.
Haru se mantuvo todo lo impasible que pudo ante el absoluto colapso de la pareja frente a ella. Sabía que no era fácil. En su estadía en Troyes, había podido presenciar con sus propios ojos cómo todos amaban a su tío. Miró con dolor a la pareja.
— Realmente lamento traerles estas noticias...
—¡Oh, querida...! – la señora no le advirtió que la abrazaría fuertemente contra sí. Se movía rápida, o Haru estaba aún enlentecida por el shock — ¡Para ti debe ser incluso peor, no te disculpes! ¡Por favor, cariño!
Las lágrimas asomaron a los ojos de la castaña que se teñía de negro, pero logró mantenerlas a raya. Años de experiencia no se iban en unos maravillosos meses. Respiró hondo una vez más, y le sonrió a la mujer.
—Si, no... no podré superarlo nunca. Pero – se separó de ella, y le tomó las manos, mirándolas fijamente – este no es el tiempo para llorar y lamentarme. Mi tío debe recibir los últimos honores. ¿Podría encargarles eso?
No buscaba escaparse de la tierna tenacidad con la que la mujer la estaba apretujando contra sí, para nada. Pero ella sabía que debía permanecer fuerte en esos momentos. Por lo amigos de su tío. Por ella misma. Por Enma y sus amigos. Y por todos los ciudadanos de Troyes. El peso podría aplastarla, pero debía soportarlo.
La anciana pareja frente a ella asintió, y le señalaron el lugar. Era una casa velatoria, con una capilla a su lado, que poseía tres salas, y una crematoria. Le señalaron la sala más grande.
Haru entendió entonces lo distinto que iba a ser todo. No había almohadón para el monje, ni lugar para el incienso, las sillas no eran plegables, sino que estaban atornilladas a las paredes, y sólo había preparativos para flores como adornos. Haru tuvo miedo. Porque sentía que estaba en eso, y se daba cuenta de lo sola que estaba. En un mundo desconocido, de costumbres que no eran suyas.
El hombre se paró a su lado, y le apoyó una mano en el hombro.
— En el fondo tenemos cajones. Voy a necesitar el último atuendo de Pierre, déjalo por aquí, yo sé lo que hago.
Su voz era ronca y lenta. Era lo esperarías para un sepulturero; contraria a la de su esposa, que hablaba rápido y con un tono ligeramente chillón. Haru se giró a mirarlos. Se inclinó en una pequeña reverencia, y los miró con disculpa.
— Les pido perdón, pero... yo sólo conozco, y apenas, la costumbre japonesa...
Él se la quedó mirando, pero ella asintió.
— Si, la mujer del súper algo me había comentado. Eres de Japón, ¿no es así? La costumbre aquí es hacer una velada para despedir al muerto. Juntarnos, recordar tiempos con él, y esperar el alba para poder ir a enterrarlo. Si la familia es creyente, suelen tener algún tipo de acompañamiento religioso, plegarias principalmente, pero dirigidas por un sacerdote. Eso es lo que esperará la parte de Troyes que conoció a tu tío.
Haru asintió. Le hizo una seña al hombre, y ambos se dirigieron al auto. Él suspiró, Haru pudo ver cómo miraba el cuerpo de reojo, y se acomodaba el pelo, en incredulidad. Ricquert y Jaqueline lo miraron, con ojos vacíos. Haru se mordió el labio. Podía ver que ellos habían caído por el borde. Debía hacer algo.
—Ricquert... em... señor Índigo, ¿me escucha? – él dirigió sus ojos sin brillos a ella, así que supuso que estaba bien hablarle — Le voy a pedir que usted y Jean lleven a Pierre adentro. ¿Está bien? Ayuden al hombre.
Ambos asintieron mecánicamente. El chofer del auto también se inclinó para ayudar, logrando ocultar su rostro una vez más bajo el sombrero de chofer. Cuando vio que les podía encargar eso, Haru entró en el auto, y le tomó las manos a Jacqueline.
— Mi tío se va a despedir de todos hoy. Y necesito que lo hagas ver mejor que nunca. Puedo pedirte eso, ¿verdad? — Hubo una pequeña chispa, apenas momentánea, en los ojos de Jacqueline mientras ella asentía, dando por primera vez signos de vida – Entonces, ve al departamento y tráele sus mejores ropas.
La mujer se levantó de manera tan mecánica, (posiblemente olvidando que estaba en un auto, si no notándolo por primera vez), que se levantó como si hubiese estado sentada en un banco, y golpeó su cabeza con el techo del auto. Al verla en ese estado, Haru dirigió sus ojos de cachorro a su amiga Blanca, que suspiró.
— Sólo debo seguirla, ¿no es así?
Haru la despidió con una sonrisa. Miró alrededor, y rápidamente s ele acercaron los amigos de Enma.
— ¿Y nosotros?
— Ustedes... Ustedes por favor, traigan flores. A mi tío siempre le gustaron las rosas blancas. Por favor.
Ellos asintieron, y se separaron entre ellos. Haru respiró profundo, y miró al cortejo. Se subió a uno de los canteros que contenían árboles en las veredas, y habló, proyectando su voz.
— Muchas gracias a todos por acompañarnos a todos. Necesito pedirles un favor más. Mis disculpas a todos por pedirles tantas cosas. Pero necesito que hagan espacio para que pase la gente. Y aquellos que así lo desean, me gustaría su pueden hacer correr la voz.
Tras eso, fue dentro del lugar, tomó su teléfono, y comenzó a llamar gente que ella sabía que conocían a Pierre. El dueño del edificio, el bibliotecario de su universidad, y un par de personas más. Abrazó a la anciana de la casa velatoria, y le prometió que todo estaría bien, porque su tío se había ido con una sonrisa. Había luchado por lo que él había creído, y se había ido sin arrepentimientos.
La gente que Haru había llamado no tardó en aparecer. El dueño del edificio donde tenían la librería y el departamento, llevando con él en su auto a Jacqueline y Blanca. Llevaban con ellas una muda de ropa, y varias de las personas que ella había llamado llevaron fotos. Fotos de Pierre joven, maduro, y ya anciano. Fotos de él en su boda, y en la de mucha otra gente. Haciendo poses graciosas, en su vida diaria, incluso un par muy impresionantes en las que estaba salvando a alguien. Al verlos llegar, Haru abrazó a Jacqueline, y le dijo lo mismo que le había dicho a la anciana, pero más concentrada. Con la voz más suave y dulce que pudo usar, le dijo que ella sabía qué tanto le dolía a Jacqueline, pero que supiese que él estaba bien, en un lugar donde ya nada le dolía.
Hibari, desde la otra habitación, pudo ver las llamas de lluvia. Haru seguramente no lo notaba, pero él podía verlas. Eran tan débiles que apenas si podían llamarse llamas. Pero estaba seguro. Haru le dejó Jacqueline al hombre que dirigía el lugar. Juraría que le dejaba una Jacqueline que por lo menos, percibía dónde estaba. Después de eso, se giró a Ricquert, su mayor miedo. El hombre miraba la nada. Mientras movían el cajón (al parecer, Jean y el conductor se ocuparon de eso), lo tocaron levemente, y él perdió su equilibrio, cayendo sentado para un costado, pero su expresión no se turbó ni un poco, como si no lo sintiese en lo más mínimo.
Haru fue a su lado, y lo abrazó. No le dijo nada, estaba segura de que él o la escucharía. Pero lo abrazó de todas formas. No supo si el abrazo la ayudó más a ella o a él, pero después de varios largos minutos en esa posición, el hombre a cargo de la institución se acercó a ellos, y le anunció a Haru que dejaría el cajón en la sala principal, y que comenzaría oficialmente el velatorio... Haru asintió, y lo siguió. Ricquert, por su parte, se levantó y se fue corriendo en la dirección opuesta. La pequeña mujer suspiró, y decidió que lo mejor sería dejarlo estar, pero por las dudas, preguntó si alguien quería ir a asegurarse que estuviese bien. Una vez más, fue el conductor quien se hizo cargo, acompañado de un joven que usaba una katana, y cuyo rostro tampoco vio demasiado claro, pero le hizo recordar a Yamamoto.
Ella estaba un poco ansiosa, iba empezar a llamarlos, pero entonces vio volver a los amigos de Enma. Todos se habían llenado de ramos de flores. Todas blancas, la mayoría rosas. Les agradeció, teniendo que contener las lágrimas de nuevo, y les dijo cómo prefería que se viese el arreglo.
Entre todos, pudieron acomodar la sala en pocos minutos.
Después, ellos se miraron entre ellos, y salieron a algún lado.
La mayoría de la gente llegó llorando. Pero los pocos que no, no pudieron contenerse tras ver el cajón. Haru había decidido a hacerlo a cajón abierto, ya que no tenía el arreglo japonés de las flores y la foto. Haru escuchó más historias de su tío esas horas que en todo el resto de su vida. La gente sencillamente debía hablarle de lo maravilloso que había sido su tío. Por ejemplo, uno de los Kozato, el grandote, se había quedado con ella, y le comentó que, mucho tiempo antes, (cuando su tía todavía vivía), Pierre los había llevado a su casa, porque habían tenido un... accidente. Y les había enseñado a sobrevivir por su cuenta, de una manera legal. Él y la tía de Haru les habían enseñado a defenderse, y Pierre les había dicho todo lo que ellos necesitaban saber para conocer las llamas... y, más importante, para entender que no había sido culpa de que ellos eran demasiado débiles.
A las horas, (tres o cuatro habrían pasado), volvió Ricquert. Parecía otra persona. Tenía otra muda de ropa, se había bañado, y estaba mucho más... "despierto". Había venido con un ramo enorme de rosas, y un maletín.
Cruzó la sala en tres zancadas, dejó el maletín a un lado, y miró la pacífica e inmóvil cara de su salvador y mejor amigo. Lágrimas inundaron sus ojos, mientras le dejaba el ramo de rosas en la zona de las manos.
— Sabes que siempre consideré que dar flores como una declaración de amor. Así que siempre me negué darle flores a nadie. Es muy cruel de tu parte obligarme a hacerlo por ti... — dejó que su vista se detuviese en algún punto inexacto de la cara del finado – Dime. Sin ti... ¿qué hacemos? ¿Para dónde vamos?... ¿Por qué nos salvaste si no nos ibas a acompañar durante todo el viaje, maldita sea? – A pesar de las lágrimas corriendo por sus mejillas, sonreía—Y lo peor, es que esta es una vida que te debo todavía. Así que voy a trabajar para disfrutarla. Sé que preferirías eso...
Si iba a seguir hablando, las lágrimas lo golpearon de tal forma que no lo pudo lograr. Cayó de rodillas, y se quedó así por varios minutos. Llorando, solo.
Algunas personas, (principalmente aquellos que llegaban, e iban a ver a Pierre), cuando pasaban a su lado le apretaban un hombro y le murmuraban algo sobre condolencias, pero nadie que él registrara.
Haru lo veía, mientras su corazón se estrujaba de dolor. Dudaba si ir a decirle algo o no, cuando una mano le apretó su propio hombro.
Al girarse, no podía creer lo que veía.
— ¿P... Papá? ¿Estás acá? ¿De verdad?
Él sólo sonrió como respuesta, y asintiendo, extendió los brazos. Ella lo abrazó. No entendía qué pasaba, pero realmente le hacía mucho bien sentir ese abrazo.
— Tuve que llamar a un... conocido que le debía un favor a tu mamá. Pero pude venir. Traté de estar acá lo más rápido que pude corazón. ¿Qué pasó? ¿Me puedes hablar de eso?
Ella lo intentó, pero prefirió negar, Habría demasiado qué explicarle. No podría nunca decirle todo lo que nunca le había dicho en ese momento.
Pero pronto... pronto, debería por fin sincerarse con él. Por ahora, sólo iba a abrazarlo. Abrazarlo, e ignorar todo lo demás. Incluso a las personas que llamaban a los gritos a Enma, evidentemente buscándolo.
Desde fuera, toda la escena se sentía increíblemente lenta. Era como si tanto Ricquert como Haru se hubiesen congelado, haciendo lo mismo por más de media hora. Pero no era como que Yamamoto desde fuera hubiese ido a entretenerse. Le dolía verla así, pero... ¿qué podía hacer? Más que sorprenderse que la mayoría de la ayuda la había hecho HIBARI, de entre todas las personas, y mirarla de lejos, no sentía que pudiera hacer mucho más.
Pero después de media hora, los vieron llegar. Los autos más lujosos de los de alta gama estacionados alrededor de la zona. Los jefes habían terminado la reunión.
Todos los subordinados que habían estado en la zona se juntaron alrededor para recibirlos. Por supuesto, Nono y Tsuna iban al frente, y atrás de ellos, en forma de V, los demás. Desde su posición detrás de Tsuna, Gokudera pudo apreciar la cara de decepción en la cara de los Simone. ¿Y a esos qué les pasaba? Pensaba que estarían felices, debido a que en las negociaciones a las que había ido con Hibari, siempre habían insistido en que la alianza debía ser hecha. ¿Por qué la decepción entonces?
Pero no tenía tiempo para pensar en esas cosas. Debía ocuparse de otras. Apretó los puños y los dientes, veía para dónde estaban yendo. Vería a Haru. Por fin, volvería a ver a Haru frente a frente. Quizás, incluso conversaría con ella.
Al escuchar los motores, Ricquert se levantó como un resorte que por fin liberaba presión, caminó en dos zancadas apuradas donde estaba Haru, la tomó de la mano, y miró a su padre. El brillo de reconocimiento entre ambos alertó a la ahora morocha. No sabía que Ricquert y su padre se conocían. ¿Qué estaba pasando? ¿Quizás su padre sabía...?
Pero lo más importante, ¿qué significaba lo que Ricquert le dijo a su padre, en un perfecto japonés?
— Sólo el nueve. Ningún otro hombre. Sígueme, Haru. Ya me agradecerás esto.
Tras eso, la arrastró a una puerta a un costado. De repente, ellos dos solos estaban en la pequeña cocina familiar de la casa de la pareja que dirigía ese lugar. Ellos los miraron algo asustados. Ricquert no tenía cara de buenos amigos.
— Les voy a pedir prestada esta cocina. Por su propio bien, y en el nombre de Pierre, no vuelvan a esta habitación, ni se le acerquen tampoco hasta que yo personalmente les diga. Involucrarse con esto podría llevarles consecuencias. Por favor, sepan entender.
La pareja, asustada, asintió, y sumisamente desaparecieron por la puerta que habían usado ellos para entrar. Al verlos irse, Ricquert cerró todas las demás puertas, y trabó la que conectaba la sala velatoria con un pasador que estaba instalado. Cuando se giró a Haru, ella tenía las manos en su cintura y lo miraba indignada.
— No necesitaba ir tan lejos, señor Índigo.
Un flashback de Pierre y su hermana, mirándolo mientras él echaba con cuentos horrorosos a unos niños de una zona peligrosa del basurero, le sacudió la realidad a Ricquert, que empezó a reírse sin poder evitarlo.
— Es necesario, pequeña. Si lo es. Verás. Pierre es el héroe, pero yo soy el que hace ese héroe necesario cuando el verdadero peligro se acerca. Yo soy el dóberman malo que aleja a los curiosos, y ataca a los ladrones. Ése es mi trabajo. Escucha, sé que Pierre no fue el primer mafioso que conociste. Esto va a ser rápido, pero necesito explicártelo antes que ellos lleguen.
A Haru no se le escapó para nada el énfasis.
— ¿Ellos?
Ricquert asintió.
— No son enemigos, pero aparentar fuerza nunca está de más. Necesito decirte algo. Ya sabes que Pierre se consideraba a sí mismo un mafioso, ¿cierto? – algo en Haru le decía que negase. Era cierto, su tío nunca se lo había dicho, y era cierto que, atando cabos, casi todo cuadraba, pero... lentamente, aunque no quería, asintió – Eso tomó algo de tiempo. El concepto es algo equivocado. Pierre lo que hacía era ser un vigilante. Es decir, aplicaba justicia aunque esa justicia no siempre fuese legal. Muchos negocios oscuros se hacían en esta zona, y ni él ni yo pudimos evita quedar envueltos en ellos – Sonrió—Aunque yo los busqué, y él los esquivó como la peste. Fue por eso por lo que terminamos con ese molesto título. Porque ellos hicieron el primer movimiento. Y principalmente, la persona que va a venir a verte. Timotteo es el líder de una verdadera mafia. Su organización se llama Vongola. Ellos quieren que hagamos un acuerdo con ellos. Unirnos a su... "Alianza" – la cabeza de Haru empezó a girar. Tenía demasiadas cosas pasándole en ese par de horas. ¿No podía sencillamente irse? ¿Quién le cambiaba de vida? De repente, tenía una mano en cada hombro, y era girada con fuerza a enfrentar a Ricquert – Te voy a pedir que lo enfrentes. Necesito que no aceptes el trato. Que le especifiques que es por el momento, y que cuando nosotros, los perros, nos organicemos les daremos la respuesta definitiva. No accedas a nada más que su protección. Eso es todo lo que debes recordar por ahora: aceptar la protección de Timoteo, sin otra condición. ¿Está bien?
Ella, lentamente, asintió, mientras su padre era enfrentado a un par de caras conocidas, y una desconocida. Respiró profundamente, e hizo una reverencia muy japonesa.
— Muchas gracias por venir hasta aquí – dijo en japonés primero, para repetirlo en francés y en inglés después. Tsuna estaba sorprendido. Pero intrigado. ¿De dónde le sonaba? Sentía que había visto a ese hombre antes. Timotteo, sin embargo, estaba profundamente impactado, porque reconocía esa voz del teléfono; y no podía creer que había sido enfrentado por ese hombre. De mediana edad tirando a mayor, petiso y del lado grueso, nervioso, y vestido como todo un nerd. ¿ÉL? ¿Fue rechazado por Rose.... Por él? Tuvo que respirar hondo mientras él seguía con la planilla de formalidades – Gracias por su ayuda para permitirme llegar a tiempo. Estaré siempre en deuda.
— De eso nada, ya que me permitiste pagar la mía. Así que tú eres el esposo de Rose.... Je... esa Rose tenía gustos definidos – se le escapó a Timotteo. Varios metros más allá, viendo el cuerpo de Pierre aún sin poder creerlo, Viscontti dirigió al hombre sus ojos. ¿De ESA rose? ¿La que había salvado a Timotteo de un tiroteo y luego rechazado un matrimonio arreglado para que él la protegiese? Diablos. Eso dolía. Sonrió sin poder evitarlo – Tu mujer me salvó la vida varios años antes. Es lo mínimo que puedo hacer. Y parece que debo reservar una audiencia con tu hija, señor...
Él hizo un gesto que se detuviese. Su mirada estaba afilada, daba miedo. Incluso Reborn, a un lado de Tsuna. Pensaba que el hombre tenía demasiado filo en la mirada para ser un simple profesor de universidad.
— Puede verla, pero le voy a aclarar que sólo usted. Lamentablemente, ella aún es joven. Y prefiero que tenga el menor contacto con su... gente. Aceptaré que usted vaya a verla, como un regalo por todo lo que ha ayudado a mi cuñado, pero... el niño y los guardaespaldas quedarán afuera.
-¡¡¡!!!
Los guardianes, tanto de la novena como de la décima generación, se tensaron en unísono. Sin duda, ese hombre tenía huevos. Nadie discutiría con eso. En frente de toda la familia, ponerle condiciones a Nono. Y LO PEOR FUE...
— Está bien. Iré yo sólo. Todos, espérenme acá.
Él guió a Nono a la puerta por donde se habían ido Haru y Ricquert, y golpeó la puerta.
—Está aquí.
Anunció, esperando que del otro lado entendiese. Por suerte, al parecer lo habían hecho, porque Ricquert abrió un poco la puerta. Al verlo solo, la abrió de par en par.
— Pase. Y que sea rápido, por favor.
Sorprendido por las actitudes para con su persona, Timoteo entró en la pequeña cocina cuadrada. En el centro de la habitación, una mesa para dos personas, donde una chica de la misma edad que Tsuna estaba leyendo unos papeles que parecían unos documentos legales. Lo miró con ojos redondos y marrones, llenos de dolor y de decisión. Él debió parpadear por lo similares que eran a los de Rose, mientras, la joven le ofreció la silla frente a ella.
—Me disculpo por las vueltas. En estos tiempos, es importante mantener las reuniones pequeñas. ¿Quiere té?
Le hizo una seña a Ricquert, que inmediatamente se dirigió a la cocina, obediente como un perro faldero. Timotteo negó, sorprendido.
— Quería avisarle que la Alianza Vongola estuvo de acuerdo en unir a los Chienz du Chaze. Va a haber condiciones, por supuesto...
Ella bajó los documentos que había estado revisando, y lo miró.
—Agradecería poder postergar esta charla para más adelante. Una vez que los Chienz du Chaze nos organicemos nuevamente. Hasta ese momento, ¿podremos contar con su protección? Es por un período corto de tiempo, y nos mantendremos al tanto de las decisiones. ¿Es posible? Sé que es pedir mucho, pero... entenderá que es una situación irregular...
Timotteo lo pensó. No sabía cuánto podría convencer a las demás familias... pero por otro lado... estaba segundo que, si él muriera antes de la ceremonia, Vongola se hubiese convulsionado, hasta reunirse con una figura carismática y fuerte. Eso seguramente tomaría semanas o meses. Podía Entender.
—Les doy tres días. ¿Está bien eso?
Ella asintió, sabiendo que era todo el tiempo que podía darles el hombre sentado frente a ella. Él suspiró y sonrió.
—Si hubiese sabido desde el principio quién eras...
Negó y dejó inconclusa la frase, al ver la reacción asesina de Ricquert. Al parecer, él había entendido. Ella no, pero así era mejor, según Ricquert. Nono se levantó, y le tendió la mano a Haru.
— Espero volver a verte más adelante, jovencita. Puedo ver que tienes mucho valor. Y yo respeto el valor.
Tras decir eso en un japonés que a Haru le costó descifrar, se inclinó, y dejó la habitación, anunciándole a Tsuna que él y toda la décima generación debían ir primeros a la mansión. Pudo ver cómo las caras de los que conocían a Haru ensombrecían sus expresiones. Por Dios, ¿Qué diablos había pasado en Namimori?
Una vez que el anciano dejó la habitación, Haru dejó salir un suspiro agudo de agónico dolor. Miró a Ricquert, que le levantó ambos pulgares en aprobación.
— Gracias, pequeña. Lo hubiese hecho yo mismo, pero esos idiotas no entienden otra forma de herencia que no sea por sangre... ¡¡!! – quedó helado mientras miraba a Haru. Ella había aparentado sólo leer los documentos, pero en seguida los había llenado, con información verídica — ¿En qué momento...?
— Oh, ¿esto? Los llené porque estaba nerviosa. Y también... te dolería mucho hacerlo a ti, ¿no? Son los documentos de defunción del tío... Los trajiste para pedirme ayuda, ¿o me equivoqué?
Él casi podía ver a Pierre en los ojos fríos, cansados, y desinteresados de Haru en ese momento. Él pensaba que ella era una niña cabeza hueca, pero... como Pierre le había dicho, ella sabía tomar indirectas. Sólo que no quería que los demás lo notaran.
Revisó los documentos, y pudo ver que estaban correctos.
Se sentó frente a ella, y la miró a los ojos.
—Por favor, lidera a los Chienz du Chaze a partir de ahora. Me encargaré de mantenerte, y heredarás mis empresas y fortuna. Nunca más te preocupará nada económicamente. ¡POR FAVOR, HARU...! ¡ERES LA MEJOR... NO... LA ÚNICA QUE PUEDE HACERLO!
—Ha... ¡¿¿HAHIIII??!
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