Capítulo 21: Recuerdos blancos.

Esos ojos marrones, de brillos adorables e interminables... no podía apartar sus ojos de ella.

Ella, era su hermana. Y la luz de sus ojos. El motivo y el resultado de todos los esfuerzos de su vida.

Ella, y nadie más que ella. Rose. Su bebé.

Y su bebé lo miraba con reproche.

—La pistola no hacía falta, Pierre...

Él se rio sin poder evitarlo.

— Quizás... pero trató de hacerte ojitos.

Ella bufó y revoleó los ojos, y después le sonrió. Y le agradeció. Atrás de ella apareció Ricquert.

— Ya me ocupé de eso. No deberían volver en un tiempo...— tras eso, miró a Rose y frunció el ceño— ¿Y puedo saber por qué te perseguían unos prestamistas? Sabes que si necesitas dinero...

Ella volvió a revolear los ojos, y dio unas pataditas al suelo antes de admitir.

— No quería que supieran para qué quería el dinero...

— Pero ahora es muy tarde para eso. Debes decirnos.

— No, si no quieres.

Pierre abogaría por ella, aunque ella le escondiera secretos. Pero se podía ver que le dolía el misticismo. Así que ella habló.

— Hay una persona que me está molestando. Que dice que se quiere casar conmigo, y me quiere hacer muy feliz y que me conoce mejor que nadie... Pero es un maldito enfermo. Al principio, pensé que sólo estaba caliente conmigo. Así que le presenté algunas de mis amigas, que son más sexys que yo... Pero insistió. E insistió. E insistió... Y no es que no se los dije. Es el del bar, ¿recuerdan? Yo pensé que, con eso, no volvería a aparecer, pero volvió.

La cara de sus amigos indicaba que ellos pensaban igual. De hecho, Ricquert había estado bastante seguro con la muerte del sujeto.

— Quería desaparecer por un tiempo. Conocí a un tipo muy amable. Un japonés. Quería irme a Japón por un tiempo para ver si es cierto lo que él me cuenta de su ciudad, y otros lados.

Cierto. A pesar de no escuchar su nombre, ésa fue la primera vez que Pierre había escuchado hablar del futuro marido de su pequeña bebé. Su hermana había sido un gran pilar en su vida. Ricquert incluso bromeaba con que no le sorprendería encontrarse un día con ellos dos besándose.

Ricquert....

Si hablaba de pilares de su vida, ese sinvergüenza era el número uno.

Sabía que la vida iba a ser loca a su lado, cuando lo conoció.

Cuando lo vio, era igual que él y su hermana, huérfanos de una de las peores zonas de Francia. La pelea de poderes, entre políticos, narcotraficantes, y corruptos de ciudades vecinas que veían la oportunidad, y descargaban por ahí todas las basuras (reales y humanas) de las que querían deshacerse; había dejado el lugar... pintoresco, por decirlo de alguna forma.

Él había encontrado a su hermana siendo bebé en una bolsa de basura días antes. No estaba seguro de por qué la había recogido y llevado a una mujer, que tampoco estaba seguro por qué la había decidido amamantar como si fuese propia. Esos eran los tiempos simples. De cuando él no pensaba en (y no conocía) el concepto de beneficio personal.

A Ricquert lo encontró no en una bolsa de basura, pero en una caja grande. Él estaba absolutamente perdido. Lo miraba enojado, y se había indignado terriblemente al ver que alguien "tan sucio" y "de tan baja cuna" lo tocaba, aunque fuese para sacarlo de esa caja de madera en la que estaba.

Cuando por fin lo sacó (a pesar de Ricquert mismo), y él vio dónde lo habían encontrado, se quedó pálido y manso, y se dejó llevar adonde Pierre quiso. Estuvo varios días así, siguiéndolo, en desconfiada obediencia, haciendo y diciendo nada más de lo que Pierre hacía y decía, hasta que, por fin, usó su boca para despejar las nubes negras de sus ojos, y le preguntó quién era, y por qué lo había salvado.

Ésa fue la primera vez que Pierre había escuchado de los nombres. Y prefirió que su hermana tuviese uno primero, por supuesto, para ponerse uno a juego (su apellido no vendría sino hasta su adolescencia). En el momento en el que Ricquert vio el estado en el que él y su "familia", (la otra gente que no podían pagarse ser parte del juego de poder, ni siquiera de quedarse al margen), se había indignado muchísimo. Pierre no lo entendió hasta mucho más tarde. Pero Ricquert le dijo, una y otra vez, que él lo iba a sacar de ahí. Y que iban a vivir bien. Y si, que podría llevarse a su hermana.

Y por supuesto, cumplió con su promesa. Pero esa promesa, fue lo que (para Pierre) inició la amistad sincera entre ambos.

Recordaba la cara de entre odio y disgusto, con la que miraba el basurero que había sido todo el mundo de Pierre hasta ese momento. Entendía que Ricquert detestase ese lugar, pero mucho más adelante entendió, que esa promesa había sido también un juramento de venganza contra de las personas que lo habían metido en un ataúd y lo habían tirado a los diez años en un basurero, a que se muriese ahí.

Pero la imagen, cada vez más inestable y ambigua se deformó hasta que otra cara estuvo frente a la de él. Una cara masculina, de un hombre de ojos grises y redondos que sonreía cuando no debería hacerlo. Y no sólo eso, sonreía buscándole pelea.

—¿Qué, no vas a terminar el trabajo, perro salvaje?

Pierre miró sus manos. Estaban llenas de un líquido espeso y rojo. Todavía eran lisas y tersas. Si, también recordaba esto, aunque muy vagamente. Estaba en ira, después de todo.

Volvió a golpear al hombre que sonreía.

Miró a su derecha. Ricquert seguía ahí, mirándolo a él, para asegurarse que estaría bien. La posición tensa, los ojos afilados. Y como él, la piel tersa, apenas si surcada por una fina línea que parecía una arruga, pero era originalmente una cicatriz.

Hubo un minuto de duda entre los dos. Realmente no habían pensado en matarlo, pero llegados a ese punto...

— Es lo más humano, ¿verdad?

Después de escuchar esa pregunta, la cara del hombre se transformó. Pasó a ser pálida, difícil descifrar en su mirada si era por ira o por miedo. Seguramente, era una mezcla, y Pierre lo entendía: él tampoco querría que el motivo por el que lo matasen fuese por que tu enemigo decidió ser humanitario con él. ¿Orgullo, quizás?

Pero no tenía sentido seguir con ese. Había hecho llorar a su hermana, y más de una vez. Merecía algo peor que la muerte, pero no estaba dispuesto a dárselo.

Ricquert asintió, y cargó la pistola que siempre llevaba con él. El disparo fue certero, repentino y frío: un disparo entre los ojos. Y uno en el cuello, y otros tres o cuatro en el pecho. Cargó de nuevo, y esta vez apuntó a zonas blandas: primero los ojos, después los genitales, y por último dentro de su boca, vació el cargador nuevamente.

Mientras lo veía, el leve reconocimiento de la frialdad, casi de costumbre que tenía su amigo, y el leve asombro volvió a la cabeza de Pierre por breves instantes, mientras salían del bar, recogía su hermana y se iban.

Pero debía haber cerrado los ojos porque rápidamente esa imagen se desvaneció de su vista, y empezó a escuchar, lejos, una voz joven. ¿Quién sería? Estaba seguro de no haberla escuchado nunca, pero esa voz lo llamaba con ansiedad, como si lo conociera de toda la vida. Pero... ¿Quizás si la habría escuchado? De repente, esa voz se le hacía muy nostálgica.

Hacía unos segundos sentía frío, pero esa sensación iba lentamente desapareciendo.

Ahora se sentía cómodo y tranquilo.

No recordaba qué había estado haciendo, o por qué se ponía a recordar cosas. Pero... ¿Quizás recordando obtendría esa información? Pierre decidió que sí, y se abandonó completamente a eso. Después de todo, hacía mucho que no se sentía tan... liviano.

Esa voz... Si, el pequeño ese. Cuando el pequeño ese le llamó la atención. Esa había sido una época oscura en su vida: cuando su hermana se había ido, prohibiéndole ir tras ella, porque "estaba muerta". Era una época donde hasta el llanto de un niño lo irritaba. Así que dirigió furioso a la zona. Y lo que vio lo dejó helado en su lugar. Una belleza, de brillantes cabellos cobrizos, y una mirada marrón llena de poder, estaba desesperada, mirando a todos lados porque un niño estaba llorando, y señalándola. Al parecer, ella estaría buscando a sus padres.

Se le acercó sigilosamente, y le apoyó una mano al pequeño en la cabeza. Instantáneamente el niño se calmó. Él miraba a la mujer que evidentemente lo había hecho llorar sin esa intención. Le gustaba. Su cuerpo era atlético. Y ella lo sabía. Su forma de vestir resaltaba muy bien sus puntos fuertes de cintura y piernas, mientras lo que usaba en el torso ofrecía demasiado para ocultar que no tapaba nada.

Era la primera vez que esa mujer pisaba su pueblito natal. La habría visto, y la reconocería de cualquier otra forma.

— ¿Puedo saber quién es usted? También me gustaría ofrecerme a mostrarle los alrededores, viendo que es usted recién llegada.

Ella lo miró con duda. Iba a decir algo, cuando el niño en su mano comenzó a tironear de sus dedos para exigirle atención.

—¡Pierre, no lo hagas! ¡Esa es una mala mujer, que quiere arrestarte!

Ambos observaron estáticos al pequeño primero, y luego entre ellos.

La mirada de él sobre ella se afiló. Bueno, bien podía ser una oficial de algún servicio de inteligencia. Ciertamente, esas piernas no se conseguían en la caminadora.

Estaba esperando algún tipo de excusa, pero la mujer se identificó en seguida, mostrándole una placa.

— Bueno, te encontré. No me voy a molestar por el descubrimiento. Agente del MI6; Violet Greenland. Vine a analizar si eres tan peligroso como tuvimos registros, Pierre Blanche.

Él en seguida supo que, si la hacía desaparecer, iba a ser automáticamente catalogado de peligroso. Quiso evitarlo, pero empezó a reírse tan de repente, que hizo sentir a la pobre Violet Greenland que se estaba riendo de ella. Ella iba a saltar, pero de repente él le tomó las manos, y se las besó, en coqueta disculpa.

—Pido por favor que no lo tome personal, mi lady. Yo no me considero peligroso, pero ¿por qué no lo discutimos con una taza de café? Hay una cafetería muy buena bajando esta calle, creo que sirven un delicioso té también...

Le dijo en un fluido inglés, que Ricquert le había enseñado. Una cachetada le anunció que ella no era una mujer de las que aceptaban el repentino contacto físico sin aviso previo. El dolor penetrante de la cachetada lo marcó más que la marca roja que le dejó el golpe, y su propio corazón latiendo fuertemente lo aturdió incluso más que el niño que lloraba a sus pies.

Sabía que tardaría años, pero que se casaría con esa mujer.

Aunque lo primero que le dijo Ricquert al verlo era que ni lo intentase, que cualquier otra mujer lo dejaría hacerle lo que él quisiera, y que no tenía sentido irse por una "marimacho" que sabía pelear.

Violet era algo con lo que nunca habían estado de acuerdo: para Pierre era el epítome de la belleza y gracia, sólo segunda a su hermana y su sobrina. Para Ricquert, estaba a pasos de ser un travesti. Y definitivamente, era una mala idea combinarla con Pierre.

Pero una vez casados; ella obtuvo un título de abogacía, y juntos se dedicaron a mudarse a Troyes y limpiarla de todos los criminales, ya en la corte, ya en las calles. Ese había sido su segundo aire. Había encontrado lo que había venido a hacer a esa tierra.

Por eso, ni le había preguntado en el momento en el que había encontrado a los pequeños Simone. Por supuesto, habían tenido una gran pelea, la noche que él había llegado con siete niños que "había recogido", y le había explicado qué había visto suceder. Ella nunca se había retirado del MI6, ni siquiera por él y su matrimonio. Por eso, explicarle a ella que debían ayudar a esa nueva generación de pequeños futuros delincuentes, era algo que a ella no le entraba en la cabeza. Si querían ser delincuentes, los encarcelaría: eso era lo que se hacía con los delincuentes, ¡Su edad no importaba!

Por suerte, esa pelea la ganó él, y ella aceptó que eran niños aún. Y que todavía no habían hecho nada malo. A las pocas semanas, ella quedó embarazada, y de su trabajo la obligaron a tomarse todo el embarazo de vacaciones. La convivencia con los pequeños terminó de reforzar esa idea: ellos eran igual de pequeños y de inocentes que Haru.

Haru... Aún le parecía escucharla la primera vez que hizo uno de sus viajes de medio año a Japón. Había aprendido a leer y escribir únicamente para hacerse escritor, y poder disimular esos viajes. Y cada vez que veía a su sobrina, le parecía que había valido la pena. Pero nunca tanto como esa vez. La primera.

El primer viaje, que de verdad había hecho por motivos laborales, y decidió llegar a casa de su hermana sin avisar previamente.

Tocó el timbre sin saber muy bien a qué atenerse, (al fin y al cabo, sólo había recibido un mensaje de su hermana desde que se había ido a Japón: La invitación a su boda).

Escuchó desde dentro, la voz masculina del hombre que se había llevado lejos a su hermana, pero que de alguna forma no había podido odiar por eso. Y de repente la puerta se abrió, cuando él dudaba si irse o no, y un pequeño pero ruidoso bulto, rodeado de mantas rosas, apareció en su vista.

Antes de que su cuñado pudiese hacer nada, él tomó el pequeño bebé, rosado y regordete que se parecía tanto al que, décadas antes, había sacado de una bolsa de basura, que le entró pánico. Pero rápidamente notó que había una diferencia crucial entre los dos bebés. Éste estaba sano, rodeada de una familia de verdad, y vivía en una casa calentita.

La bebé al sentir el pase de manos en seguida dejó de llorar, y después de verlo por varios segundos, se empezó a reír.

Y él supo que esa criatura iba a conseguir todo lo que quisiera, porque él se encargaría de eso.

Un dolor en el pecho le advirtió, que sea lo que fuera que tenía que recordar, debía hacerlo rápido... ¿Qué había estado haciendo? ¿Peleando...? Su cuerpo estaba tan cansado, y su mente estaba nublada, así que suponía que sí. ¿Por qué?

Hizo un esfuerzo. Recordó un enfrentamiento.

Él y Ricquert peleaban preocupados contra algo. Lo cual era raro. No muchas peleas lo habían hecho sudar. ¿Contra qué se enfrentaban?

Ah, cierto, los Vindice.

Ellos estaban rodeando a esa adolescente que terminaría convirtiéndose en Jacqueline. Ella, una niña por aquellos días sólo podía quedarse temblando ahí. Ricquert le había jurado a él, por el nombre de Violet, que la rescataría. Y él no había podido no apoyarlo contra eso.

Se habían enfrentado a una sombra, a una sola. Entre los dos estaban haciendo un trabajo decente. Pero, lo más importante de todo, habían logrado sonsacarle por qué perseguía a esa pobre chica.

La mayoría de la charla la había hecho Ricquert, pero al parecer, esa niña estaba al borde de la muerte, y se la llevarían para hacerla un Vindice. "Tenía el potencial", les había dicho. Pero les mentía. Él podía saberlo, no de forma racional, pero sí que lo sabía.

Ricquert nunca se enteró que la sombra mentía hasta mucho después, así que no le perdonó que hubiese atacado sin su permiso esa vez, sino muy tarde.

Pero fue ese ataque, que le devolvieron con una llamarada negra que él no entendió muy bien, lo que convenció a los Vindice de las intenciones de ellos dos. Como si fuese un niño que intenta golpear a un adulto, los Vindice tomaron posesión de Pierre, y enfrentaron a Ricquert. Le dieron a elegir a quién salvar. Él, (enojado y todo, con todo el dolor del mundo), eligió a su jefe. Así que el monstruo dejó a ambos, y se fue.

Nunca estuvieron de acuerdo en quién la había rescatado. Para él, era obvio que Ricquert. Pero al parecer, Jacqueline y Ricquert opinaban diferente.

Sonrió.

La leve, distante voz de Enma lo llamó. Enojado levemente, porque quería dormirse una siesta, trató de ignorarlo. Pero el grito de Haru lo convenció de abrir los ojos, y girarse. Pero lo que encontró no fue a Enma, ni a Haru.

Ella le sonreía, como no lo había hecho en años. Había estado tan ocupado desde que se habían separado, que no recordaba lo mucho que le había dolido despedirse de ella. Y a su lado, otra mujer. Se levantó de un salto, y fue a abrazar a su mujer y su hermana.

Ellas lo recibieron con los brazos abiertos, y lo llenaron de besos, una en cada mejilla.

—¿Vamos, hermano?

La pregunta de Rose hizo que entendiese todo.

—¿No me puedo despedir de Haru?

—Lo siento, amor... Ya no hay más tiempo.

Él suspiró, y se colgó en ellas, haciéndoles cosquillas en los costados del cuerpo. Ellas salieron, corriendo y riendo. Y él supo que, por fin, era total y cruelmente libre: ya no tendría que cuidar a nada ni nadie. Se podría dedicar a disfrutarse a sí mismo todo lo que quisiera.

Cerró los ojos, y elevó una plegaria, sincera y agradecida, para que los que habían quedado en la tierra, pudiesen vivir plenamente, y se dedicó a jugar con las mujeres que lo habían ido a buscar. 

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