Capítulo 18: Hotel Suiza

Fue un proceso lento.

Para matar un poco de tiempo, Haru decidió probar suerte, y mandarle un mensaje a Chrome. Se preguntaba si su amiga aún conservaba su número. Y, como era costumbre, llenándose de actividades de la facultad, de llamadas con sus amigas de secundaria, y con Enma y buscando trabajo. Lo peor de la espera, eran las noches en las que no había mucho para leer. Una vez que se acostaba, a pesar de haber estado tan activa durante todo el día, no podía dormir. Se había acostumbrado demasiado a quedarse en cama, simulando dormir, estando realmente en guardia por si alguien atacaba, por si los niños necesitaban algo, por si escuchaba...

Si, las noches eran la peor parte, pero también pasaban. Una vez que empezaba a pensar en las posibilidades de que su tío fuera parte de la mafia, comenzaba a llorar amargamente hasta quedarse dormida.

Por suerte, era poco tiempo. Sólo un par de noches la separaban.

Y, por supuesto, había estado recopilando información durante esos dos días: sabía que Enma iría. Y sabía que todos a los que se encontraría serían miembros de la mafia. Había sospechado que Enma era uno, pero esto venía a confirmarlo también...

O, bueno, todavía no.

Al fin, que sólo había supuesto que su tío era parte de la mafia por la forma en la que había hablado con Ricquert. En la conversación no habían "confesado" nada. Sólo algunos crímenes, que siempre podían ser referidos a otras cosas, (como... interpretaciones de los libros de su tío. Él solía pedirle a ayuda a Enma y a ella con esos). Y hablando de eso... ¿a quiénes había secuestrado? La intriga era mucha, pero supuso que ese fin de semana también le dirían eso.

Finalmente, llegó esa mañana, en la que su tío tocó suavemente la puerta, y le dijo que el desayuno estaba listo. Cuando ella abrió, lo vio con un ramo de rosas blancas, y una sonrisa de oraje a oreja. Escondía algo en su brazo izquierdo, y ante su mirada de duda, no le dio ninguna respuesta, sólo que ella se merecía esas flores por querer ir con él al viaje.

Inmediatamente, Haru supuso que era un acto de inicio en la mafia, así que, aunque le agradeció las flores, sintió un peso en el estómago. Y más aún, al tomarlas y sentir un pinchazo en la mano. Como su tío le indicó, salió primera, mientras el mayor iba al baño y tomaba el botiquín. Con el rabillo del ojo, pudo ver que su tío se metía en su pieza primero y luego se dirigía, raudo y veloz, al baño. Al salir de su habitación ya no tenía nada escondido en la espalda, así que posiblemente, lo hubiese dejado en su habitación.

Era una lástima que su valija estuviese en el local, y ella ya estuviese cambiada, así que no tenía excusas para ir a su pieza y ver qué era el misterioso objeto.

Pero eso no cambió la forma de actuar de su tío, así que tampoco la forma de ella debía afectarse. Eso lo había aprendido muy pero muy bien en sus años engañando a todos a su alrededor. Se dirigió como si nada adonde debía ir, meditando posibilidades en lo que llenaba un vaso con agua para dejar las flores dentro. ¿Anillos? Tsuna y los demás habían peleado por algunos (lo recordaba patente por el tiempo que había fantaseado que esos fuesen los anillos de boda). Sacudió su cabeza para sacar al castaño de sus pensamientos. No pudo apreciar lo extrañamente sencillo que eso fue, debido a que una nueva posibilidad estalló en su mente rápidamente: ¿Un arma? Si, como había dicho el señor Índigo, ella no podía escapar de toda esa locura, regalarle un arma sería hasta lógico... Fue por eso por lo que (aun dudando) descartó la idea de su cabeza.

Y ya no tuvo tiempo para preguntárselo más, porque su tío llegó a la cocina, y (como si pudiese escuchar sus pensamientos) ella se obligó a sí misma a dejar de pensar en todo lo referente al tema.

Desayunaron en un silencio a medias: intercambiaron unas cuantas palabras, pero eran palabras que tenían poco y nada de sentidas, que podrían no haber sido dichas y que sólo tenían función de ruido previo a subirse al auto. A pesar de que la duda la consumía, Haru estaba muy decidida a no preguntar nada, porque sabía que no tenía sentido. Conocía demasiado bien a los hombres como para siquiera abrigar dudas sobre lo que le diría su tío.

Pero también sabía que no decir nada se vería sospechoso, así que mientras viajaba aprovechó para tratar de sacarle toda la información a su tío con sus "preguntas inocentes". Sabía que, incluso si Pierre sospechaba que ella empezase a preguntar, si sumaba unos cuantos "¡Hahi!" Y "¡DESU!" y su nueva variante "Garì" Todos pesarían que sólo era siendo curiosa, y ya. Como siempre. Como si no sospechase nada. La tonta Haru.

No lo decía despectivamente. Realmente, se había esforzado mucho para crear "la tonta Haru". Gracias a no prestar atención a esos detalles que notaba, la gente no sabía que ella los notaba. Por ejemplo. Ella desde siempre había notado que había viajes por la editorial y "viajes por la editorial". Sólo que siempre había pensado que su tío estaba viendo a una mujer. Los "viajes", como ese, eran anunciados con mimos sorpresa más recurrentes que antes, como las rosas en su habitación, o acceder a comprarle todo un closet de ropa nueva, cosas así. Ahora entendía que era porque posiblemente su tío no sabía si...

No, no quería pensar en eso. Era la tonta Haru, no la Haru llorona. Debía mantenerse alegre esas horas de viaje.

Pierre, por su parte, estaba más o menos igual. Estaba pensando en cómo codificar la información de tal manera que no fuese mentira, pero que no fuese cierto tampoco. Y al mismo tiempo, estaba repasando los planes en caso de que Haru no quisiese saber nada. Y estaba tratando de disimular lo mucho que lo asustaba la idea de que los Vongola dijesen que sí, pero que todo esto fuese una trampa, y en realidad estaba llevando a Haru a su muerte. Porque era una posibilidad.

Los dos charlaban, tan metidos en sus pensamientos que no se daban cuenta de lo que decían, ni de lo que decía el otro, a tal punto, que, si hubiese un micrófono en ese auto, los escuchas pensarían que o se habían vuelto locos, o habían sido descubiertos y ambos, tío y sobrina habían empezado a hablar en un código que sólo la familia manejaba, porque las palabras llevaban tiempo sin tener significado.

Pero finalmente, y para alivio de ambos, llegaron al lugar de destino: el hotel Suiza, en Ginebra. Una hermosa estructura de vidrio y edificio antiguo restaurado, que reflejaba el cielo y los edificios alrededor, destacando por su propia belleza. A ambos les quitó el aliento en seguida, y ambos se sintieron inmediatamente pequeños.

Casi con duda, Pierre dirigió su auto de evidente clase media, de un gris aburrido, y con golpes de uso continuo, a la majestuosa y lujosa entrada.

Varios miembros de servicio se acercaron de inmediato a ellos, y lo atendieron. Claramente, ellos estaban igual de sorprendidos que los recién llegados. Pierre miraba a todos lados, y le dijo a uno de los que se acercaron, como si se estuviese disculpando.

—S-si... tenemos una reserva a nombre de Matthew Indic...?

Terminó con duda, como disculpándose de antemano. Claramente se sentía fuera de lugar. Y Haru estaba igual. Los jóvenes de chaqueta roja se miraron, y en pocos segundos, había otros tres alrededor de ellos, les habían abierto las puertas, y les habían alcanzado dos de esas cosas que servían para transportar valijas, (y que Haru no sabía su nombre). Parecía que estaban por postrarse y adorarlos.

—¡P-por supuesto, señor! — recién cuando el chico, con todo el esfuerzo del mundo, pudo articular toda esta frase en un francés muy esforzado, se dieron cuenta de que Pierre había pedido indicaciones en francés— ¡Ya llamamos un traductor también, señor! ¡Y puede dejarnos su auto a nosotros, señor!

Con una mirada cargada de vergüenza, de sentirse claramente fuera de lugar, ambos, tío y sobrina se bajaron del auto. Pierre se trató de no quejar que quería dejarlo él, porque los chicos que habían salido a recibirlos realmente parecía que se estaban esforzando mucho por cumplir con alguna regla del hotel o pedido, y ambos trataron de no molestar.

Pierre le pidió a Haru que fuera a hacer el check-in, que él a los acompañaría y vería qué valijas podía llevar él. Ella asintió y fue a la enorme y muy lujosa recepción, donde los vieron entrar con duda y hasta recelo, una vez más, hasta que escuchó el nombre al que estaba la reserva. Ese nombre parecía un conjuro mágico. Haru en seguida tuvo no sólo las llaves de ambas habitaciones, aparte tuvo una pulsera verde lima que decía "all access granted", un mapa de las instalaciones en inglés, uno en francés y uno en japonés y una de las despedidas más amables que había tenido nunca.

Algo dudosa, fue hacia el ascensor, mirando al mapa tan concentrada que no notó que ya había alguien ahí. Pero en seguida notó cómo esa persona la miraba desde su rincón del ascensor. Le devolvió la mirada, así como él lo hacía, de reojo. Era morocho, de piel casi como nieve. Una forma de pararse "muy japonesa" diría su tío. Sus penetrantes ojos, entre azul y grises, parecían increparla por algo.

—¿No va a apretar ningún botón?

Recién entonces, ella notó que sólo había ingresado. Soltó su característico "¡Hahi!", y procedió a presionar el de su piso. Pocos segundos después, se abrieron las puertas, y él dejó el pequeño recinto en silencio. Tenía un aire cool a su alrededor. Era difícil olvidar a Kyoya Hibari, si bien Haru sólo lo había visto pocas veces.

Por su parte, parecía que era seguro, porque no había hecho ninguna señal de haberla reconocido. Así que contaba con que estaba bien. Se bajó él primero, sin saludarla ni siquiera mirarla, y se dirigió a una habitación, como si se estuviese alejando de una completa desconocida, mientras en sus pensamientos y atrás de su cara de póker, analizaba todo lo que acababa de ver en ella. Podía ver, por la forma de caminar y reaccionar, lo activa que ella era. Tampoco se le había escapado aquellos las miraditas que le daba en el ascensor, ella estaba consciente de quién era él, y de que podía ser vigilada. Debía estar acostumbrada a ser ignorada, por la forma en la que realmente no intentó iniciar conversación. Debía de tener una gran cantidad de empatía, porque en seguida entendió que él no quería iniciar conversación. Era, en definitiva, una persona interesante.

Al entrar en la habitación, sonreía de tal manera, que Kusakabe sintió un escalofrío en su espalda.

Haru hacía más o menos lo mismo, pero su análisis había terminado con muchos menos datos. Sabía que era Hibari, y sólo se había concentrado en saber si él la había reconocido o no. Pero además de eso, cuando las puertas se abrieron dándole una idea de cómo se debía ver el Paraíso, no pudo pensar en nada más.

Contrario a su tío, que miraba absolutamente todo, ya en el subsuelo correspondiente a su auto. Se aseguraba de cada pequeño detalle: cada golpe, y sobre todo, cada arma escondida estaba donde debía. Y que, aunque estaba muy centrado en esa tarea, no lo estaba tanto que no notase que lentamente se acercaban a él, de todas las esquinas, su jauría. Por eso, no se inmutó cuando las risas sarcásticas de Índigo resonaron por todo el lugar.

—¿Listo, hiedra?

Una silenciosa y lacónica sonrisa fue toda la respuesta. Parecía que Pierre estaba por llorar al mirar para arriba.

—Siento que me voy a casar otra vez. No se rían—Pidió, como si fuera posible que se rieran de esa cara que él estaba haciendo—Temo perder mi libertad con esto. Y la de mi sobrina.

Posiblemente nunca lo supiese, pero esa fue la frase que más marcó a Índigo en toda su vida. Fue esa frase la que decidió al hombre a hacer de la pequeña la sucesora de ese gran hombre. Pero como si lo fuese a decir en esa situación. Sabía que dependía de él cortar el aire de la forma adecuada, porque él era el que mejor conocía a ese hombre, sabía dónde dirigirlo.

—Entonces, dinos bien qué quieres que logremos arriba. ¡No es por eso por lo que nos estás esperando acá?

Pierre le agradeció con una sonrisa y asintió.

—Conozco desde hace muchos años a Tim. Muchos, muchos años. Ambos lo hacemos. No voy a decir algo como que siempre me cayó bien, pero hubo algo, por lo que nunca le pude terminar de perder el respeto: él sabe hacer negocios, y respeta a su familia. Esto no debe ser una trampa, y este es territorio seguro para nosotros, por lo que necesito que su principal esfuerzo sea dedicarse a comprar a la familia de Tim. A hacer amigos con ellos. Porque eso es lo que nos va a asegurar que tanto el noveno como el décimo líder nos apoyen aún si no quieren. Pero para eso me refiero a verdaderos amigos. ¿Entienden?

—¿Y los amigos se hacen así, tan fácil?

—La mayoría no va a querer ser nuestros amigos, y mucho menos nuestros enemigos por el mismo motivo: las matanzas. ¿Piensas en eso, no Jacqueline?

La mujer le asintió al joven. Pero Pierre rio con ganas.

—No necesito que se vuelvan mejores amigos en ese fin de semana. Sólo que busquen si hay potencial en la familia aliada para que lo logren. Con las negociaciones, trataré de hacer todo el tiempo posible, pero hasta ahí puedo prometer. ¿Se comprometen? —hubo un asentimiento al unísono por parte de los otros tres, y entonces, Pierre decidió soltar la bomba—Y también quiero que se vayan presentando ante Haru como miembros de la mafia después de la primera reunión que tengamos. 

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