Capítulo 17: Precio
Eran pocas las veces que Haru podía simplemente felicitarse por una decisión.
"Pero Francia fue la decisión correcta sin dudas", pensaba mientras caminaba por la mansión donde medio mes antes, había ido con Enma la primera vez. Se había hecho muy amiga del dueño, gracias a su tío Pierre. Se sentó en medio del laberinto de rosas, y abrió su computadora portátil, mirando los dos relojes de la esquina superior izquierda.
La computadora había sido un regalo de su tío y de Enma de bienvenida. La llevaba a todos lados. La amaba profundamente. Principalmente, esa esquina que tenía dos relojes. Uno tenía el tiempo en Francia y uno con el tiempo de Japón. Miró ese insistentemente, mientras iniciaba sesión, en una de las redes sociales que usaba, y veía fotos de sus antiguas compañeras de curso. Al parecer, habían ido a ver los sakuras con sus nuevos compañeros de colegio y de trabajo respectivamente.
Era un poco solitario que sus fotos no estuviesen con las de las demás, pero...
Finalmente, la manecilla de la hora del reloj japonés marcó que allá eran las siete en punto de la tarde, y en seguida, una ventana se abrió: la invitación a una videollamada. Ella rápidamente aceptó esa llamada. Y su rostro se llenó de lágrimas involuntarias.
—¡Konbanwa!
El familiar saludo, de tantas voces diferentes, aceleró el pulso de Haru, e hizo que en su rostro floreciera una sonrisa. Respondió con su voz cortada, generando risas en sus interlocutoras. Del otro lado, su antiguo curso de secundaria, en la escuela, (posiblemente habiéndose metido de contrabando). Sólo faltaría Haru ahí. Al parecer habían puesto un teléfono, sobre el que se abalanzaron todas en un confuso abrazo general.
Todas empezaron a reír por el desorden generado, se acomodaron nuevamente. Siguió, como debía seguir, una serie desordenada de chillidos, risas, preguntas, chismes, y demás. Al parecer, a todas en el curso les había ido bien en lo poco que llevaban de universidad. Haru sorprendió a todas confesando que no había tenido vacaciones, porque le habían dicho mal las fechas de inicio, y había debido iniciar en su tercer día de estadía. Por supuesto, en seguida todas quisieron escuchar cosas de la tierra en la que no vivían. Haru contó con todos los detalles que pudo sobre su vida hasta ese momento.
Su rutina con su tío, que le había pedido que la cubriese por las mañanas en la tienda, para poder ir a reuniones con editores, almorzaban juntos sin faltas, (aunque más de una vez lo habían llamado editores furiosos porque se había ido en medio de reuniones importantes para estar con ella). Después de almorzar, ella iba a la universidad y se quedaba ahí hasta entrada a la noche. Había hecho rápida amistad con una parejita, Jean Jacques y Blanca, quienes solían acompañarla hasta cerca de su casa. Al parecer, hacía poco, Troyes era una zona de guerra y despiadado vandalismo, pero ahora lo único dañino que estaban dando vueltas, eran las abejas y los mosquitos durante los meses de calor. No se sabía del todo el motivo del cambio, pero nadie quería preguntar demasiado, pero esa época había dejado una dolorosa impresión en la mayoría de sus habitantes, así que sus amigos solían acompañarla donde podían "para asegurarse que llegase bien". También había notado que había un compañero, en una de sus clases, que solía mirarla en silencio por horas. No le hablaba, y si ella se le acercaba, se iba sin ningún tipo de explicación. Era un hombre de mediana edad de ojos grises y que tenía las paletas torcidas para adentro. Sus compañeras, igual que ella pensaban que era un potencial peligro, y que debía alejarse de él lo más posible.
Por fin, llegaron a lo que Haru quería escuchar: ¿Cómo estaba todo allá?
Una de las chicas, dudando, le confesó (porque más que un chisme, lo dijo tan preocupada como si lo confesara) que se había logrado entrar en la universidad de Tokio, y que parecía que uno de los amigos de Haru iba ahí. Una chica, Chrome Dokuro, o algo así. Haru aprovechó para tratar de tener más información de su amiga, pero sin ganancia. Decidió descartarlo y volcarse a sus compañeras. Después de todo, ninguno la había llamado, ni habían respondido a sus llamadas de ninguna manera.
Cuando dejó de hablar con sus amigas, era tarde, pero Troyes era una ciudad tranquila, a pesar de lo que decían sus amigos de facultad, así que caminó din miedo hasta el edificio donde vivía junto a su tío.
Le sorprendió mucho ver las ventanas del departamento iluminadas, así que se apuró a llegar.
Pidió el ascensor, pero como estaba en el último piso, decidió que iba a ser muy lento. Tomó las escaleras, saltándolas de tres escalones en tres. Pero cerca de la puerta que comunicaba con su piso, comenzó a caminar lenta y silenciosamente. Lo había visto hacerse tantas veces que sin darse cuenta sabía, más o menos, qué debía hacer. Cuando escuchó las voces, se quedó quieta, todavía varios metros antes de llegar cerca de la puerta. Al parecer, había una pérdida en uno de los caños de la cocina (de ahí podía ver claramente las marcas en la pared) y esta había carcomido parte de la zona que comunicaba con la cocina. Las voces se escuchaban tan claramente, que podía identificar en seguida de quiénes eran. Hablaban un francés tan claro, que entender qué decían era demasiado fácil.
— ¡Lo sé, Hiedra, pero ¿qué quieres que haga?! ¡Quería matarlos desde hace tiempo y lo sabes!
— ¡Eso no es excusa para meterse en su casa, citarlos a todos y dominarlos con rehenes! — la voz de su tío sonaba extremadamente cansada, pero las palabras que decía le parecían a Haru totalmente irreales. ¿Toma de rehenes? ¿Hablar de tomar vidas tan fácilmente? ¡Su tío era una persona tan dulce que ni siquiera escribiendo se sentía cómodo lastimando personas! — Pero está bien. Me alegra que no los hayas matado a todos, Dob. Hubieras complicado todo.
-Lo sé, Hiedra, por eso no lo hice. Por ti. Y por la princesa. Por cierto, ¿Que harás con ella? Puedo notar que la estuviste preparando para heredarte. Y esa era la idea de que venga desde el inicio, ¿no?
Haru, a pesar de todas las dudas que tenía, podía reconocer rápido que esa voz era la del dueño de la casa gigante con el jardín de rosas que le solía prestar el lugar. Aunque, contrario a cuando le hablaba a ella, su voz era ahora fría.
-Voy a preguntarle si quiere ir conmigo. Sé que es una oferta poco honesta, pero si la acepta, le explicaré todo. Quién soy, qué quiero y por qué ella. Y lo de sus amigos también- a pesar de lo mucho que todas esas palabras estaban afectando a Haru, su tío las dijo con un tono indiferente- Y si, ése era el objetivo, y el precio de que venga. Pero... es mi primavera, esa pequeña. Si ella no quiere, buscaré otro. Y trataré de que quede por fuera de todo esto.
— Sabes que ella ya no puede permitirse eso: tú, tu hermana.... ya le quitaron eso. Incluso sin ustedes, ella ya fue identificada como aliada de las almejas. ¿Realmente crees que puede ser libre de la mafia?
Un silencio pesado cayó sobre el tío y la sobrina. Eso era cierto. Como ella siempre los había visto como amigos e interés amoroso, nunca había pensado en las consecuencias de sus contactos.
De repente, la voz de su tío se escuchó con fuerza.
—Por supuesto. Yo no voy a permitir que ella se vea afectada por una decisión tan inocente a esta edad. Así deba morir, voy a dejarle el camino a una vida libre de lo que ella no quiera. Ahora vete, debe de estar por llegar. La ventana de atrás te va a servir, ¿no?
— Ya no soy tan ágil como antaño, Pierre. Pero si, todavía puedo salirme por la ventana sin más. Suerte con la princesa.
Haru se quedó unos segundos más ahí, congelada, antes de volver lentamente sus pasos, y tomar el ascensor. No sabía si quería volver al departamento. Se sentía.... extraña. Engañada. Pero, al mismo tiempo, aliviada.
Una vez que entró en el departamento, su tío la recibió con un cálido abrazo, como siempre. Haru había sabido desde siempre que su tío era el más extraño de todos. Pero no se imaginaba...
Podía ver claramente ahora, que su tío, igual que Reborn y Tsuna, era parte de la mafia. Pero, aun así, cuando él le preguntó si ella podía ir con el ese fin de semana a Suiza a una junta de editores, le dijo que sí, con el mismo entusiasmo y cariño que hubiese usado si no hubiese sabido nada.
Porque ahora quería saber. Saberlo todo.
Y una vez que dijese que sí, sólo varios días la separarían de eso.
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