Capítulo 11: Declaración de una nueva Primavera.

Todo seguía el plan, hasta que se bajó del primer vuelo, y se quedó en la puerta del aeropuerto de Ámsterdam sola, y rodeada de palabras en irlandés e inglés.

Se quedó helada ahí. Miró alrededor, buscando a quién preguntarle, pero sabiendo que tenía muy poco tiempo. Un hombre de repente, la tomó de la mano, y comenzó a llevarla para algún lugar.

Ella entró en pánico, pero su tío le había dicho qué hacer: tomó aire, y su bolso naranja que también le servía costurero, y gritó:

— ¡Help! ¡Help me!

Mientras procedía a golpear a esa persona con su bolso. Lo escuchó insultar, y no fue hasta mucho tiempo después que notó que había insultado en japonés.

Pero lo importante, era que ese tipo comenzó a arrastrarla incluso con más fuerzas a lo que parecía un local cerrado, de esos de free duty. Y ella supo que, una vez que entrase ahí, ya no había vuelta atrás.

Hizo lo posible por detenerse, mientras gritaba cada vez más fuerte, y trataba con más fuerzas de detenerse. Pero ese hombre... ese hombre tenía un agarre de hierro. Parecía que no había nada que ella pudiese hacer para zafarse. No ella, no por sí misma.

Dudó una milésima de segundo, dudando si todo eso valía la pena. Si valía seguir con el viaje, si valía seguir con su vida. Si valía la pena volver a empezar.

Apretó su bolso-costurero de mano naranja chillón y tomó aire.

¡Si no valía la pena lo haría valer! ¡Había ido a ser libre y nadie la iba a frenar ahora, ahora que por primera vez luchaba por ella misma!

Tomó aire otra vez y gritó; de tal forma que incluso quien la arrastraba se giró a verla.

—¡¡Este tipo está tratando de secuestrarme!!

Por supuesto, nadie entendió su espontáneo japonés. O muy pocas personas. Pero sí que entendieron el mensaje, y más de uno dejó lo que estaba haciendo, y corrieron: algunos en contra, por escapar. Algunos a ayudarla, y otros más a llamar ayudas: policía, ¿bomberos?, ¿seguridad?

Nunca lo supo, porque el hombre la tomó, y le apoyó una pistola en la cabeza, gritándoles a los demás en un idioma que ella no entendía, pero que supuso eran amenazas.

Cerró los ojos, y una imagen se formó en su mente.

"...Tsuna-san..."

Pero no sería posible. Tsuna no la ayudaría. Ella había elegido eso. Estaba sola. Y si se movía, posiblemente, se moriría.

Pero aun así... quería defenderse.

Miró a un costado. La mano de la pistola estaba aún apoyada en su sien. Un movimiento en falso y dispararía. Estaba perdida.

O quizás... ¿Qué era eso que hacían Tsuna y los demás? Lo había visto una o dos veces... ese color que surgía de ellos...

Cerró los ojos, aún sin decidirse en qué haría a continuación, pero segura que sobreviviría, porque ¡por supuesto que no se iba a morir así!

De repente, una voz masculina, profunda, surgió frente a ella.

— ¡Ciao! - Seguido por una palabrería que ella no entendía, pero que, por el parecido con el francés, supuso que era español o italiano. Abrió los ojos al escuchar- ¿Signorina?

Pudo notar lo borrosa de su vista, las lágrimas corriendo de sus ojos al piso. Y frente a ella, primero una mancha negra, y después un hombre de traje y sombrero, una corbata amarilla ligeramente desacomodada y su almohadilla de cuello aún ahí. Tenía las manos levantadas, en señal de rendición a cada lado de la cara, evitando que ella lograse ver las tan particulares patillas rizadas. Se le notaba en los ojos brillantes que estaba tratando algo, a pesar de que su cuerpo estaba en posición de rendición.

Una luz de esperanza brillaba para Haru. No le molestaba ser salvada, siempre y cuando tuviese una oportunidad para devolver el favor luego.

-¡¡hör auf!!

Ella seguía sin entender qué decía, pero entendía que se lo decía a quién la intentaba salvar.

Supuso que el hombre se distraería, y que eso la dejaría escapar, así que forcejeó para zafarse, pero el hombre no había perdido el agarre. Ni estaba cerca de hacerlo.

Reaccionó por nervios al verla moverse, y el disparo hirió profundamente los oídos de todos los aterrorizados espectadores que la habían visto debatirse débilmente.

La escena llegaba a su final, con la ensangrentada caída. El sonido alteró a la seguridad del aeropuerto, que, tarde, llegaron a ver a Haru en el piso.

La sangre sobre ambos cuerpos, el estado de alteración evidente y el arma no dejaron mucho lugar a dudas tampoco. En seguida las disculpas fueron hechas, y un médico fue despachado para ayudar a la joven japonesa que estaba en traspaso, y retrasaron su vuelo para que ella llegase.

Mientras tanto, el último de los actores en acercarse a la chica fue el hombre, que escondió sus delatadoras patillas con cuidado en su sombrero mientras miraba a un hombre de edad avanzada perderse en la multitud escondiendo un revolver en un bolsillo interior de su saco.

Sus ojos, acostumbrados a movimientos tan rápidos, pudo ver el logo de un perro de tres cabezas y cuerpo blanco y una planta roja en el centro.

El escalofrío que sintió fue indescriptible. Y aún más, al perderlo completamente de vista, cuando lo estaba siguiendo concienzudamente.

Instintivamente, se acercó a la multitud, y fue donde a Haru le quitaban al atacante de encima, y le hacían un chequeo.

Pero no estaba herida. Eso era otra cosa que el joven debía pensar ahora: podía ver la bala que el traficante había disparado al sentirse herido en el piso.

¿Haru había desarrollado llamas de lluvia?

Él hubiese jurado que Haru tendría llamas de sol o de cielo, pero sin dudas lo que había pasado recién habían sido llamas de lluvia.

Pero cuando Haru se levantó, esos dos ojos, enormes y puros, lo distrajeron. Ella sonreía valientemente, aún manchada con la sangre de otra persona. Las lágrimas que aún corrían por sus mejillas la delataban, pero, aun así, ella estaba sonriendo.

No porque quisiera esconder su miedo. Sino porque estaba feliz de estar viva.

—¡Muchísimas gracias!

Le dijo en francés, esperando que lo similar de los idiomas trasmitiese la idea, mientras hacía una formal reverencia japonesa. Su interlocutor sonrió, y Haru estuvo segura de que jamás había visto una sonrisa tan perfecta. Ni siquiera en Tsuna.

—Que estés bien fue el objetivo, así que estoy bien así. No es necesario agradecerme...

Las sonrisas de ambos, endulzado con el francés que usaban, hacían una situación muy romántica. Y aunque la interrupción de los guardias del aeropuerto podría haberlo arruinado, sólo pareció unir sus destinos al ambos declarar que irían al mismo vuelo, y que, de hecho, se sentarían uno al lado del otro.

La sonrisa que compartieron abrió las puertas de la confianza, y comenzaron a hablar de las vidas de ambos. Haru rápidamente se enteró que ese joven era un tutor a domicilio que trabajaba para una gran compañía en el sector de capacitación de recursos humanos. Y él, que Haru viajaba por estudios, para aprender a ser una famosa diseñadora de moda.

La charla duró hasta abordar el siguiente avión, pero fueron callados rápidamente por la mirada enojada de los pasajeros que retrasaban su vuelo debido a ellos.

Se sonrieron con disculpa, se acomodaron en sus asientos, y miraron el video de seguridad, aprovechando su momentáneo silencio para pensar en sus cosas.

Haru en si debía contarle lo que acababa de pasar a su tío o no, porque lo preocuparía; y Reborn en que qué rayos hacía la famiglia francesa Chienz du Chase en ese aeropuerto. ¿El secuestro había sido parte de un enfrentamiento mayor?

Una o dos horas después de despegar, Haru y él volvieron a hablar, finalmente diciéndose sus nombres.

—Por cierto, me llamo Miura Haru. ¿Y usted?

—Puedes llamarme tú. Soy Rebo...— Lo dudó. ¿Qué alias no había usado ya cerca de ella? No podía decirle "Reborn". Era Haru, no Tsuna—ron. Reboooron.

Se sintió avergonzado de que eso fuese lo mejor que le salía, pero ya lo había dicho Y sonaría incluso más raro corregirse en su propio nombre. Añadió que se llamaba Vizantino.

Haru no sospechó ni de casualidad.

Le comentó que era un nombre muy italiano, y él le dijo que sí, que de Italia venía. Aprovechó para mencionar que, aunque las mujeres italianas eran hermosas, nunca había visto ninguna como Haru. Ella se ruborizó, y declaró que sabía que le estaban tomando el pelo. Ella sabía que no era tan bonita como para compararse a una nación entera, mientras su mirada se oscurecía un poco. Reborn, en seguida, supo que lo que la oscurecía era la imagen de Kyoko. Quería traerle un espejo de cuerpo completo, y obligar a Haru a mirarse en él. La evaluó. Sin duda, el cuerpo joven, esbelto de Haru no era "perfecto", (aunque ahí entraban los gustos de cada quién), ya que le faltaban según él, dos o tres copas de busto y cintura. Y sin duda, la cara de muñeca, la sonrisa valiente, los chispeantes ojos... "No era su tipo" no era la expresión correcta. Haru no servía para llevársela a la cama y nunca más verla. Haru... Haru era para amarla de verdad. Si no fuese por la diferencia de edades, él lo hubiese hecho.

Lo había hecho replantearse su idea de nunca sentar cabeza. Quería pensar en amarla, pero... ¿Podrían amarse, a pesar de todo?

El agradable parloteo, en el que él no estaba interesado, pero que la hacía reír, lo hizo darse cuenta de que si, él realmente podría llegar a amarla. Esa risa que contagiaba, y esos gestos inocentes... si, podría llegar a amarla.

A mitad del vuelo fue al baño, decidido que, al llegar a tierra, hablaría con el noveno y pediría los permisos. Ese caminar por el pasillo se le hacía cada vez más bonitos. Hasta que la puerta del baño se abrió con un sonido fuerte a descompresión, y por ella salió el hombre mayor que tenía el arma. Lo miró, y en los dos pares de ojos, brilló el reconocimiento mutuo. Una sonrisa maligna se formó en los labios del que salía del baño, que saludó a Reborn con una inclinación de cabeza, y se fue a sentar sin intentar iniciar nada en un principio.

Pero cuando él entró e iba a cerrar la puerta, pudo ver la mirada que ese hombre le dedicaba a Haru, y cómo se acomodaba en un lugar donde la pudiese ver. Eso cambió por completo el viaje del hitman, que se quedó meditando las dudas que tenía. Siguió hablando con Haru, y siguió logrando hacerla reír, pero su mente estaba en el hombre que miraba tranquilamente una película de drama histórico en un asiento detrás de él. No veía el signo del perro y la hiedra desde que el jefe de Varia anterior a Xanxus había sido absolutamente derrotado por su líder, la hiedra roja. La misma derrota que empujó al niño a asesinar a los sobrevivientes y reemplazarlo como jefe de Varia. ¿Había mirado a Haru? ¿Era él el objetivo? ¿Habría corrido la voz de las guerras internas de Vongola por el nombramiento de un décimo?

Cundo el avión aterrizó, Haru estaba dormida, y él sin respuestas.

Observó con cuidado cómo el hombre, ignorándolos, tomaba su maleta de mano y se iba, sin mirarlos ni una vez. ¿Acaso se estaba empezando a poner paranoico? Bien podía ser, los años entrenando a Tsuna habían sido mucho más estresantes de lo que había podido decirles a sus alumnos.

Más relajado, tomó el equipaje de mano de Haru, y se ofreció a llevarlo con gallarda coquetería. Si no había problemas, entonces su plan seguiría en marcha. Ella estaba emocionadísima, y le costaba mantenerla a su lado para no separarse en la multitud. Ella quería bajar, y volver a ver el país de su tío. Le dijo una y mil veces, mientras hacían los papeles de entrar al país, que extrañaba muchísimo las pattiserie y caminar por los boulevard, en compañía de su tío y de sus historias extrañas. Que ya quería terminar todo eso para volver a ver a su tío. Él le dijo que lo quería conocer, después de todo lo que la había escuchado hablar de su tío. Y su respuesta lo dejó feliz.

—¡Te estaba por invitar a hacerlo!

La siguió, cediéndole su equipaje como ella se lo pidió. Y ya en la puerta de llegadas, lo vio: un hombre alto, bastante mayor, de rasgos europeos muy claros, y ojos iguales a los de Haru. Como si pudiese no reconocer a Pierre Blanche en el sitio, el nudo de su corbata tenía un perro blanco de tres cabezas, con una planta roja en el centro de su cuerpo.

Para cuando Haru se giró a presentarlo, él ya no estaba.

No podía dejar que lo viese. No Pierre.

Había visto la cara que ponía cerca de Haru. Esa chica acababa de convertirse en algo que él nunca hubiese supuesto.

¿Podía llegar a ser el nuevo enemigo?

¿Haru?

Era interesante.... así como era interesante el terror que eso le generaba.

Como volver a cruzarse al hombre en la salida. Como la mirada que recibió de ese mismo hombre.

A Pierre lo asustó un poco que Haru llegase charlando con un Hitman de Vongola, y que lo primero que su sobrina le dijese fuera:

—Tío.... quiero cambiar. No puedo seguir, así como estoy. Quiero mejorar.

Pierre compartió mirada con Ricquert, que asintió.

—Claro, mi amor— le dijo, mientras la abrazaba— Dime si puedo hacer algo por eso.

"Como hacer arder Vongola otra vez. Esta vez hasta los cimientos".

Eso último no lo dijo, porque no quería preocupar a su sobrina, pero que fuese o no dependía del informe de Ricquert, porque pensaba hacer arder hasta la última piedra de la organización si alguno de ellos había lastimado a su sobrina. 

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