Capítulo 10: Dejar todo atrás y empezar de nuevo por primera vez.
Haru temía que la despedida hubiese sido incómoda, pero al menos ella, no la sintió demasiado.
Kyoko la abrazó llorando. Ella les agradeció especialmente a ellas, (a Kyoko, a Chrome y a sus amigas de la escuela), que habían incluso sacrificado su turno con la peluquera y la maquillista para acercarse a saludarla. ¡Y en el día de su fiesta de promoción!
Los chicos la abrazaron todos en conjunto, evitando así que ella se sintiera rara por Tsuna o Gokudera. El único que hizo "trampa", fue Lambo, que saltó a Haru el primero y no se separó hasta que I-pin saltó a su lado, y luego la dejaron los dos juntos.
Haru desde que sabía que iba a irse había pensado qué decirles al irse. Mil y una vez lo había repasado en su cabeza. Pero ahí, frente a todos los amigos que tenía, frente a todas las personas que había decidido dejar atrás para empezar de nuevo... Las palabras se le mezclaron con las lágrimas, y sólo le quedaron unos balbuceos incoherentes, y un gran abrazo general.
Con esas personas había pasado toda su vida. A esas personas las había visto todos los días. Y ahora, ella se iría, dejándolos atrás. Ya no los vería, hasta que tuviese unas vacaciones largas de su universidad.
Estaba aterrada. Ni siquiera podía negarlo.
Pero un segundo abrazo grupal, iniciado por Kyoko, la llenó de fuerzas. Ella necesitaba irse, expandir sus horizontes. Ver más cosas. Y, quizás así, su amor por fin terminaría.
Emocionada por el recuerdo de su objetivo, se subió al auto, y salió con su padre y sus tíos rumbo al aeropuerto. Sus tíos le repetían incesantemente lo que debía hacer una vez se separasen. Ella asentía, enternecida por la preocupación que demostraban.
Su padre y tío le llevaron el equipaje a registrar y finalmente las despedidas finales.
Sus tíos la abrazaron y, por pedido del padre, los dejaron solos. Una vez ella se enfrentó a la francamente preocupada y emocionada cara de su padre, no pudo retener más las lágrimas de miedo y dolor que había logrado mantener a raya tan bien tanto tiempo.
Lo abrazó y ambos lloraron en el mayor silencio posible para no molestar a ninguno de los otros clientes.
—Sabes que te puedes quedar. Y puedes volver cuando quieras. Siempre te estaré esperando, princesa.
A ella la voz no le funcionaba más para negarse. Ella sabía que lo necesitaba. Y sabía que su padre lo entendía. Porque él había pasado por algo similar, y en su propio viaje había conocido a la madre de Haru. Pero se iban a extrañar. Por eso, había que abrazarse con mucho cariño. Por eso, había que retener en el corazón de ambos ese abrazo.
—Si no puedes venir en vacaciones, llámame. Iré a verte yo. Y llámame cuando llegues. Y todos los días. Te amo, mi pequeña.
Un abrazo más, que ambos dejaron que se alargara, hasta que las azafatas anunciaron que se abriría el inicio de abordaje.
Él la acompañó desde fuera de la línea, tomándole la mano siempre que fue posible. Hasta que ella, con su pasaporte y pasajes en mano, tuvo que hacer revisar su equipaje de mano, y ya no podían verse más hasta que llegasen las vacaciones.
Aislada de todos por fin, Haru miró sin mirar cómo los guardias revisaban entre sus cosas sin encontrar nada sospechoso, y marcaban en su pasaporte que todo estaba bien.
Pensaba en la tarde anterior, en Gokudera.
Yamamoto se las había arreglado para que ella bajase a la cocina a hacerles té, y que Gokudera la ayudase. Desde esa movida tan obvia, ella ya sabía lo que pasaba. "Asaltos" así habían estado pasando desde que había anunciado su mudanza. Pero si le sorprendía que Gokudera. Pero, incluso más que eso, lo que la había dejado pensando era... ¿Lo había interpretado bien?
Porque, desde que ella había puesto a calentar el agua para el té, Gokudera se había puesto cada vez más nervioso, hasta que finalmente golpeó la mesada al lado suyo. Ella ni siquiera había lanzado su "¡HAHI!" habitual de lo mucho que se lo veía venir.
Pero aun así, lo terminó lanzando de todas formas al dirigir sus ojos a los de él.
Eran muchísimo más brillantes y "salvajes" de lo que esperaba. Era una miraba franca, sin dudas, que buscaba sus ojos con intensidad. Casi con urgencia.
—Haru... no quiero que te vayas— le había dicho. Ella le había respondido... No, no había llegado a responderle. Él la interrumpió (¡Qué grosero!) y había seguido hablando— Quiero que te quedes... porque te quiero.
La situación había sido muy rara. Pero ella sabía que la quería.
Le había sonreído. Sabía que lastimaba a mucha gente con ese viaje. Ella era la primera en lamentar esa caminata en la que lentamente pasaba por la manga que conectaba el aeropuerto con su avión, y lentamente buscaba su asiento. Ella iba a ser la que más extrañara, pero al mismo tiempo... ella había necesitado eso. No había forma de que dejase de amar a Tsuna quedándose a su lado. No había forma que dejase de envidiar a Kyoko y que dejase de compararse con ella si se quedaba.
Por eso mismo, le dijo a Gokudera lo mismo que les dijo a sus amigas.
—Yo también te quiero, Gokudera-san. Eres uno de mis mejores amigos. Pero si realmente Haru te importa, debes dejar que Haru vaya a Francia. Porque hay cosas en Namimori que lastiman mucho a Haru.
Le había llamado la atención las palabras de Gokudera. Realmente, por varios segundos... había incluso parecido... una confesión...
¡Pero eso no era posible! Haru lo sabía. Porque... ¿Quién la elegiría a ella, pudiendo elegir a Kyoko? ¡No tenía sentido! ¡Oh! Pero no podía elegir a Kyoko, porque Tsuna la había elegido...
Igual no tenía sentido pensar demasiado en eso. Claramente hablaba de amistad, porque ¿quién se fijaría en ella?
Pensando que nadie podría nunca verla en ese sentido, se acomodó finalmente en su asiento, le mandó un mensaje a su tío de que ya se había acomodado y que apagaría el teléfono; y así mismo hizo.
Su asiento era uno estrecho, al lado de la ventana. Cómodo para alguien tan flaco como ella, sin dudas, así que se sintió tranquila. A su lado, un asiento todavía vacío. También estaban vacías las filas de delante y detrás de ella.
Y entonces, le llegó todo el miedo. El pánico, que no tenía desde que había descubierto que con el peso de la armadura no podía nadar.
Ella iba a estar así de sola en Francia.
Salvo por su tío, no habría nadie que la conociera. ¿Había hecho lo correcto?
Y mientras trataba de convencerse que sí, mientras más pánico le agarraba, subió el último pasajero, y la escotilla se cerró.
Ya no había vuelta atrás. Viajaría lejos, más sola y por mucho más tiempo de lo que jamás había viajado.
Con suerte, su destino sería la libertad.
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