El rojo cielo me mira con sus grandes ojos, 

pupilas que arden con el brillo de la muerte. 

Mi alma se siente en el fuego y la desolación, 

mientras las tinieblas cubren mi pasado de culpa. 

Me abraza el abismo y me arrulla el gusano. 

Me destruye la furia de una vida en la desidia. 

Estoy cómodo en la trampa de un demonio cruel. 

La inmundicia me mira y se ríe a carcajadas, 

mientras el cielo dorado llora por mí. 

Mi alma vuela loca entre los lagos de azufre, 

jugando a las escondidas con el diablo. 

Iluso corro sobre el agua y me creo hábil, 

me creo libre siendo prisionero de la parca. 

Es muy tarde para salir de este suplicio, 

ya se derrite el sol sobre mi mente. 

Mi pasado es un cementerio de excusas. 

La tierra se abona con mis sueños perdidos. 

Huyo de mí mismo supervisado por Lucifer. 

Me quedo solo con las miradas de mis víctimas. 

Al final, estoy condenado para el infierno, 

perdido en el hedor podrido de la muerte, 

seguro de la desesperanza de la vida. 

No sé cómo escapar de mi destino. 

 Cuando me creo perdido el cielo se desploma, 

la sangre de Dios me cubre de amor. 

Un camino se abre directo al árbol de la vida, 

me siento abrazado por el viento de su espíritu. 

Miro atrás y mis pecados me seducen a quedarme, 

las víctimas regresan exigiendo mi condena. 

El diablo me reclama como suyo, 

entonces me abrazo del pez que me socorre, 

partiendo su carne como un pan. 

Lo como y muero estando vivo. 

El cielo se vuelve luminoso y arde, 

un fuego mejor que el infierno que me espera. 

Invoca a mi alma atrapada por las manos del pasado. 

Huyo desnudo de la maldad y la inmundicia, 

son oscuras las pasiones que me persiguen. 

 Me levanto y no sé si lograré entre todo este mal vivir,

 siendo yo mismo tan sucio como el mal en que me hundo,

 pero mi piel se llena de sonrisas. 

Crece en mí la esperanza de ser parte del Edén, 

rescatado por el amor del abismo de la angustia, 

soñando desde el basurero con un viaje eterno al paraíso.

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