Capítulo 25
—Un buen alfa debe ser fiel y resistir a la tentación carnal, porque su pareja destinada lo vale.
Reglamento Moon Fighter. Normativa 10.
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Abrió las puertas del armario con fuerza, tomando dos mudas de ropa las volvió a cerrar con tanto estrépito que crujieron por el golpe. De un solo movimiento deslizó el cierre del bolso negro y echó en el interior las prendas sin preocuparse para nada por el orden.
En la sala Seth estaba esperando instrucciones, aunque no se negó a quedar a cargo del clan en tanto ellos iban de viaje, el rastreador tenía sus dudas. Seth todavía era el más fuerte de la línea jerárquica de lobos Beta, y por lo tanto, estaba por debajo de Jeanine. No obstante, los recientes cambios en su vida le costaron respeto ante los demás, no es como si fuera importante la opinión ajena, Seth tenía un orgullo muy potente.
— ¿Me dirás cuál es ese asunto tan urgente que requiere que tú y Jeanine abandonen el barco?
Mirando a los ojos azules de Seth, Derek tiró el bolso sobre el sillón, descansando los brazos sobre el respaldar se inclinó ligeramente hacia adelante. Seth esperaba paciente la respuesta, pero inclinando la cabeza un poco hacia el costado. Al verlo de esa forma, recordó cuando era apenas un cachorro de once años aprendiendo a rastrear, Seth era el único que sabía por quién rechazó a Lyra. El lobo frente a él conocía su secreto más grande, y hasta intuía que otras cosas más. Podía confiar en él.
—Anissa expulsó a Caleb y Eleine de Ricker Mountain, ambos se mudarán lo más pronto posible.
El habitualmente sereno rostro de Seth se endureció. Derek conocía el instinto protector, aunque Caleb fuera un adulto en toda la regla, para Seth seguía siendo su pequeño hermano menor, daría hasta la última gota de su sangre por él sin dudarlo un solo segundo, y estaba seguro que él también lo haría si sus hermanos estaban en peligro. Derek por fin sabría ese enorme sentimiento de familiaridad y protección que Seth profesaba hacia Caleb.
—Te juro que si les han hecho algo...
—No, no —cortó Derek—. Están bien, tu hermano defendió la guarida de Eleine y recibió unos golpes menores, ella intervino rindiéndose y aceptando retirarse de las tierras.
Seth cerró los labios en una línea tensa, sus ojos se llenaron del dorado profundo, animal.
—Ellos no debieron hacerlo.
—Al contrario, fue mi error revelarle la identidad y procedencia de Caleb al antiguo alfa de Anissa... —Derek bajó la voz, al igual que la mirada—. Pero no hay tiempo para analizar la situación, debes ayudarlos a instalarse. Tú y Logan quedan al mando.
—Sí, eso ya lo has dicho. —Seth entrecerró los ojos—. Lo que no has respondido es a dónde irás y a qué.
Derek se rindió.
—La ACC me envió un citatorio de emergencia, debo testificar sobre lo que sucedió con Carl Phillips y el falso clan Black Riot. Debo viajar a Fort Woodwall.
Seth redondeó sus ojos, la sorpresa y el temor abarcando cada parte del color dorado. Ya sabía por qué, y a él tampoco le agradaba la idea de pisar territorio ajeno.
— ¿Para qué viajar al territorio de los osos si se puede hacer las cosas aquí? —Seth hizo una mueca y luego un estremecimiento movió sus hombros.
—Territorio neutral —afirmó Derek—. Honestamente, ya lo veía venir, solo que no creía que llegara tan rápido. —Se incorporó tomando aire y soltándolo con lentitud—. Pero no pasará nada malo, solo es ir, hablar con los agentes que tomarán los testimonios y regresar.
Seth esbozó una media sonrisa afilada.
—Sigue siendo una mala idea tener que realizar todo un trámite en territorio Black Heart, los osos son malhumorados.
Derek rió bajo.
—Ni me lo digas.
Tras dejarle el resto de las instrucciones a Seth, Derek tomó el bolso, su celular y el radio transmisor, no serviría de mucho a ciento treinta y cinco kilómetros de distancia, pero al menos podría seguir recibiendo señales del clan hasta pasar Lake Saint Jerome.
Varios guardianes y cazadores lo vieron atravesar el terreno inundado de nieve rumbo a la zona de aparcamiento libre a dos kilómetros de la ruta principal. Su camioneta azul, un poco vieja y desgastada le recibió con la misma frialdad del entorno, ella no estaba ahí, Jeanine llegó veinte minutos después. Otra vez con su lacia cabellera de plata suelta, tal y como siempre le gustó, libre para que el viento jugara con ella a su antojo. La gabardina negra resaltaba el rico tono de su piel, pero sus ojos..., sus ojos estaban enrojecidos y ver eso llamó al instintivo lobo al frente.
—Haz llorado —dijo en un tono muy bajo, su cuerpo siendo apresado por la tensa rabia que le invadía desde adentro cuando notó el olor salino—. ¿Qué pasó?
Ojos oscuros, como el más delicioso café, le miraron, desde la profundidad pudo sentir a la loba moverse inquieta, tanto como lo estaba su lobo por la creciente cercanía, por fin, luego de tantos días dolorosamente solos...
—Sube —ella dijo—. El viaje será largo.
Y durante el primer trayecto, lo fue. Silencioso y tenso, sus animales deseosos de contacto y el ambiente cargado de tanto anhelo, que Derek tuvo que bajar la ventanilla un poco para no ahogarse. En su interior se preguntó por qué no hizo empeño en evitar que ella le acompañara..., aunque la respuesta era obvia, ante la voluntad de Jeanine estaba completamente indefenso, ella podía pedirle que se cortara las manos y obedecería con gusto. Así de grande era su mayor tentación, y ahora estaba sola y a centímetros de distancia, más cerca de lo que jamás había estado desde que se convirtió en alfa, y para el ansioso animal no era suficiente.
Porque su límite llegaba hasta donde el olor de Elliot marcaba su piel, sutil, pero presente, y Derek se torturaba a sí mismo pensando por qué tardaban tanto en vincularse. Una parte de él se aferraba a la idea de que no fueran compatibles, otra, dueña de la desesperación más pura, susurraba que solo era cuestión de tiempo para que la viera acompañada y feliz.
Su pecho vibró, Derek se obligó a mirar al frente, la eterna recta que se desplegaba hacia el horizonte, vacía, solitaria, mientras el volante sufría bajo la inclemente fuerza de su agarre.
—Cálmate un poco Derek.
Por supuesto, Jeanine sentía las viciosas emociones fluir en remolino, era una loba con la habilidad empática activa, Derek dudaba si ella estaba al tanto de sus más intensos pensamientos que giraban en torno a ella, a ella y su hermosa cabellera plateada, como luz de luna desplegándose desde su cabeza para besar su piel.
—No puedo —masculló, tenso—. No estoy seguro sobre lo que pretende Anissa —remarcó para cambiar de tema—. No la conocemos, puede salir con cualquier cosa.
Jeanine suspiró, inclinando la cabeza para mirar por la ventana, gotas de lluvia deslizándose sin prisa por el vidrio.
—Si lo que quiere es culparte no logrará mucho, ella no tiene pruebas.
Derek humedeció sus labios cuando al cambiar la marcha de la camioneta hubo un efímero roce de dedos, ella retiró la mano de inmediato, como si le quemara y eso dolió.
—Entonces tendré que hacer algo que no quiero.
— ¿Qué?
—Decir la verdad sobre un Miller y esperar para ver el mundo arder.
Jeanine rió por lo bajo, el sonido tan rico y dulce...
—No exageres.
—No lo hago. —Derek se encogió de hombros, sintiendo el ambiente aliviarse un poco—. Mi apellido tiene reputación por las acciones que el tataratatarabuelo Abraham hizo hace doscientos años, ¿cómo verán a mi padre cuando sepan que dejó por los suelos al honorable apellido Miller con sus mentiras?
Jeanine frunció el ceño.
—El que haya ocultado la identidad de su camada nacida antes de ascender no cuenta como mentira.
—No me refiero a eso.
Ella volteó su mirada, y mantener su concentración en el camino le tomó todo su esfuerzo. Madreselva y tierra húmeda, su aroma lo llenaba todo, cada parte de él.
—Entonces..., ¿a qué?
La prudencia le sugirió guardar el secreto de Dashiell, pero el lobo volvió a susurrar que no se trataba de otro miembro más del clan, Jeanine era familia, su lugarteniente, amiga, confidente..., ambos confiaban en ella con su vida.
—Seguro ya sabes que la pareja de Dash rompió su vínculo.
—Sí.
—Y que todos en el clan se preguntan cómo hace para seguir con vida.
—Así es.
Derek hizo una pausa, sintiendo el latido de su corazón directo en sus oídos.
—Dashiell es un mestizo —soltó—. Mezcla de puma y lobo, ese es su secreto, él no atraviesa el apego.
Otro silencio, crudo, duradero, el impacto de la confesión dejó una clara huella que fue llenada por una renovada tensión.
— ¿Cómo..., cómo es eso posible? —Preguntó anonadada—. Dashiell nació...
—No nació en el clan —interfirió, cortante—. Lo encontraron abandonado en otra parte y le pidieron ayuda a Brad. Al mismo tiempo Harper estaba dando a luz pero su cachorro nació muerto, no hay que ser un brillante genio para saber a dónde fue a parar el bebé bastardo.
— ¡Derek!
—Lo siento —respondió, su rostro fue atravesada por una sonrisa irónica, incontenible y un poco cruel—. El único bastardo aquí es mi padre.
Un gruñido bajo, una advertencia.
—No le faltes el respeto.
—Oh, Jeannie —sonrió al pronunciar el diminutivo, hacía mucho tiempo que no lo utilizaba con ella, y sin embargo siempre producía esa tentadora reacción, de aliento contenido—. La máscara perfecta de Brad cayó cuando apareció Maddie, ahora solo es otro lobo más, un lobo hipócrita que crió a su hijo a base de mentiras y engaños, sumiéndolo en un estricto control de obediencia hacia las reglas mientras las rompía a su antojo.
Jeanine se relajó, evadiendo su mirada que le buscaba con desesperación. Bufó con molestia.
—Parece que la insolencia de Arejay se te ha contagiado.
Derek sonrió. Afuera las gotas comenzaron a caer, más grande, más rápidas.
—Soy un alfa Jeannie, siempre fui insolente.
Peor aún, siempre fue un detractor.
Arribaron a Fort Woodwall casi al atardecer, pasaron unos minutos en el peaje donde Derek entregó los documentos necesarios que justificaran por qué el alfa del clan Moon Fighters y su lugarteniente estaban en territorio de osos. No hubo complicaciones, el guardia les permitió continuar advirtiendo que había vigilancia, Derek evitó decirle lo que pensaba para no encontrarse en medio de una pelea innecesaria, ¿qué podían hacer un par de lobos en un extenso territorio dominado por cerca de doscientos osos?
Adentrándose en la ciudad que se expandía hasta las colinas circundantes, Derek condujo hasta la estación principal de policía.
—Bien, terminemos con esto.
Subiendo las escaleras de concreto, atravesaron las puertas de cristal granulado, avanzando por el pasillo de un cremoso tono blanco adornado por baldosas de suave granito. El pasillo se abría por la izquierda en un amplio sector de informes y recepción, mientras que al frente continuaba hasta dividirse en otros dos que llevaban a la morgue y las celdas de reclusión. El ambiente olía a sal y café, inundado por fuertes emociones, enfado, cansancio y temor. Osos.
En la recepción, que se veía recientemente modelada por la pintura y las rayas en el suelo que indicaban movimiento pesado, Derek buscó a través del enorme escritorio cubierto hasta el techo por vidrio blindado la figura de la mujer que administraba todo. Un par de ojos ambarinos, el tono más oscuro asemejándose a una mezcla con caramelo, le observaron con impaciencia detrás de unos anteojos de marco fino y con severo aumento.
— ¿En qué puedo ayudarles? —Preguntó, la mujer movió apenas la nariz tratando de identificarlos al mismo tiempo que alejaba un mechón de cabello negro de su frente.
Ella era una osa, más grande, fuerte y letal, a su lado el lobo de Derek podía ser confundido con un simple perro callejero.
—Venimos por un citatorio de la ACC, el agente de justicia determinó esta ciudad como territorio neutral para la reunión de testigos.
La mujer pasó sus dedos por el anotador digital integrado en el escritorio más abajo, detrás Derek hizo oídos sordos a los comentarios del par de jóvenes esposados en los asientos contra la pared.
—Sí, los agentes que intervienen en el caso están esperándolos. —La mujer señaló una puerta a la izquierda y más allá del final del escritorio—. Sigan el pasillo hasta la puerta final que dice interrogatorios.
Derek asintió.
—Gracias.
—Oye lobo —balbuceó una pesada voz detrás—. Más tarde nos prestas a tu cachorrita.
—Cierra la boca —ordenó el oficial que los custodiaba.
Furico, giró con brusquedad, el lobo quería hundir las garras en el fuerte cuello del hombre calvo que tuvo la mala idea de faltarle el respeto a Jeanine. Sin embargo, ella le detuvo agarrándole por el brazo con fuerza.
—No —ordenó—. Solo intenta provocarte.
Derek respiró fuerte, dejando salir las garras.
—No —repitió, Jeanine lo empujó para que caminara hacia la puerta.
A fuerzas, accedió.
—Eso es, eres un lobito faldero.
— ¡Que te calles!
El hombre recibió un bien merecido golpe de puño.
Ambos ingresaron por el pasillo, más oscuro, exacta decoración, y la sensación a frío y abandono impregnada en cada parte. Las luces en el techo titilaban denotando un mal funcionamiento, había tramos en donde la pintura comenzaba a resquebrajarse. Al final la puerta marcada y el sonido hermoso de la lluvia al caer con fuerza. Jeanine golpeó.
—Adelante.
Esa voz era de mujer.
Una sala de interrogatorios, completamente sellada y sin espejos falsos, solo cuatro paredes de un ceniciento color azul, una mesa de metal pulido, arañado quien sabe por cuantas garras..., cuatro sillas de maderas y un único bombillo colgando del techo, emitiendo una blanquecina luz que añadía un toque tétrico al lugar tan estéril.
Derek se centró en la mujer que se puso de pie para recibirlos, no parecía la agente vestida pulcramente de traje, ella era más simple, un suéter grueso de color rojo sangre y unos pantalones de mezclilla negros. Su cabello era ondulado, de un tono castaño oscuro que caía por detrás, mientras que sus ojos eran de color avellana.
—Hazel Walsh —dijo estrechándole la mano primero a él y luego a Jeanine—. Es un gusto conocerlos.
El color avellana se profundizó en un tono amarillo pálido, la mujer era cambiante, un felino si la observación del lobo no era errada, y además estaba acoplada. Un movimiento detrás y toda la atención que acaparó la mujer se desvió al imponente hombre que aguardaba de pie contra la pared.
—Oh, él es Conrad Burton, está conmigo, trabajamos juntos.
Alto, fuerte, de cabello rojo intenso y distantes ojos grises, era otro felino, ni Derek ni el lobo dudaron de eso.
—Miente —refutó, su voz un tono algo acerado.
La risa de Hazel Walsh fue suave.
—No le hagan caso al gran gato gruñón —dijo ella, Hazel rodeó la mesa para tomar asiento—. Por favor —les hizo un ademán ligero para que ocuparan sus lugares.
Compartiendo una mirada, Derek y Jeanine obedecieron. De un bolso de cuero sintético negro, Hazel sacó el expediente colocándolo con cuidado sobre la mesa. Derek fue objeto de una analítica mirada gris mientras Conrad se sentaba junto a la mujer, sus movimientos eran protectores, agresivos, y ver eso le hizo desviar la atención a Jeanine, sin embargo, volvió a repetirse que él jamás tendría eso...
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