Capítulo 23

Ya sé lo que hiciste... Y quería agradecerte, otro en tu lugar se habría negado.

— ¿De qué hablas?

—El cachorro que...

—Lo siento, creíste mal. La sangre mestiza no puede proliferar en este clan.

Conversación entre Bradford Miller y Abbie Meyer.

゜・。。・🐺🌙🐺・。。・゜

Derek experimentó un humor excelente, los consiguientes días posteriores a la incursión pasaron sin problemas, a excepción de la renuencia de sus hermanos por salir al aire libre. Derek había sido tajante, exponiendo sus identidades a su cuerpo de líderes para que ellos les hicieran saber a los demás quienes eran Arejay y Chandler Miller.

Hijos de Bradford Miller, sangre de su sangre. No volverían a ser negados, nunca más.

Sin embargo, los demás miembros del clan tomaron con mayor reticencia la palabra, hasta el punto de dudar de si Derek decía la verdad. La única forma de sofocar los murmullos y la desconfianza era con una prueba de ADN, Madeleine aceptó con disposición, no obstante, algo le decía que los dos hermanos no le facilitarían las cosas. Los resultados tardarían otros cinco días más, así que tendría que mantener las cosas bajo este perfecto control hasta que llegaran. Todo iba bien.

Pero, fue un error confiarse.

El cuarto día por la mañana tuvo un fuerte dolor de cabeza, no quiso levantarse de la cama. A tientas desactivó la alarma mirando que faltaba media hora para las nueve. Luego recordó la fecha, maldiciendo por lo bajo rebuscó en el cajón de la mesa de noche algún medicamento que resultara efectivo, su metabolismo no era muy resistente a las drogas, pero algunas servían. Lamentablemente, sus provisiones estaban agotadas. Suspirando, Derek rodó sobre su espalda y quedó mirando el techo.

El dolor era consistente, como algo pequeño latiendo bajo, molesto pero no era suficiente para detenerlo, y aunque quería un poco más de descanso, se obligó a levantarse. Una reunión con el Consejo de Ancianos no era apetecible, pero formaba parte del puesto, estaba viendo como disolverlo sin causar una revuelta. Algo improbable que no sucedería pronto. Ese día debía entregar el informe como cada semana y recibir consejos si la situación lo requería, Derek lo veía como un trabajo tedioso, ya no tenía diecinueve años, a sus treinta y cuatro entendía la perfecta forma de liderar el clan, no necesitaba niñeras vigilando tras sus pasos.

Levantándose, Derek tomó una remera gris, una franela azul oscuro, pantalones negros y las botas de montaña grises. Una vez vestido, arregló el desaliñado cabello castaño claro y al mirarse en el espejo del baño, se repitió una y otra vez que era fuerte.

Debía serlo.

Tras un rápido desayuno de pastelillos de chocolate y leche, salió al exterior. Ahí fue donde el dolor se hizo más agudo, diferente al que se le presentó en ocasiones anteriores. Caminando sobre la delgada capa de nieve que se había acumulado por la noche, Derek revisó el estado de los vínculos de sangre, cerca de trescientos pulsos emitían vibraciones apenas perceptibles pero que le permitían saber que todos estaban bien. Bajó el bloqueo que impedía que consumieran su energía de forma involuntaria y al comprobar que nadie estaba enfermo ni herido abrió los ojos, y volvió a armar el bloqueo.

Confundido, hizo memoria para saber qué debía hacer primero. Recordó que antes de la reunión debía hablar con el equipo de comunicaciones en la base subterránea, eso le animó, sus investigadores rara vez le decepcionaban, eran expertos que dominaban la Infranet de principio a fin, obtener información sobre Gardner era un juego de niños para ellos.

La base era un entramado de túneles, cámaras y pasillos bajo tierra, servía como una guarida de emergencia, puesto de reunión, lugar de reclusión de infractores que se atrevían a ingresar a su territorio sin permiso, y por sobre todo, era el sitio de evacuación en caso de emergencia.

A paso de lobo se tomaba entre treinta y cincuenta minutos dependiendo del sitio de partida, miró su reloj confiado en que no le tomaría más de dos horas en realizar la tarea.

—Derek —Madeleine le llamó a lo lejos.

Girando, le sonrió abriéndole los brazos, pero al ver la preocupación en el rostro de su hermana los bajó de inmediato, Derek acortó la distancia, tomándole de las manos que temblaban como hojas.

— ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¿Ellos...?

—Estamos bien —afirmó, su voz igual de temblorosa, sumida entre nervios y miedo—. Es... Es... Dashiell.

Derek frunció el ceño.

— ¿Dashiell?

Madeleine asintió, los rizos ondulados rebotaron.

—Lo fui a ver a su casa y..., s-su hijo lloraba..., y..., y...

—Respira Maddie. —Derek le tomó por el rostro al ver que estaba entrando en pánico, su propio lobo reaccionó alzándose para buscar el vínculo de sangre que lo unía a Dashiell—. Tranquila, dime lo que pasa y yo lo arreglaré.

—L-lo encontré en su c-cuarto, no reacciona.

El pulso subió.

— ¿A qué te refieres? ¿Él...?

Madeleine negó anticipándose, tomó su mano y jaló, instándole a avanzar.

El pulso de Derek ascendió mientras recorrían el bosque de pinares en dirección suroeste hacia la enfermería, la ansiedad del lobo colmó cada parte de su mente mientras arañaba las paredes en un intento por saber lo que estaba pasando, Madeleine no habló más en el camino, estaba desesperada por llegar.

La casa de amplios ventanales apareció, detrás estaba el anexo que conectaba con la enfermería, un complejo de salas y habitaciones donde Dash se ocupaba de curar todo lo que estuviera en sus capacidades. Apenas ingresaron Derek fue golpeado por un crudo miedo que le erizó el vello de la piel, la sala de esos extraños y mullidos cojines negros se hallaba sumida en sombras, no había fuego en la chimenea ni olor a comida, como era habitual.

—Está por aquí —Madeleine le jaló.

Un estrecho pasillo se dividía en otros dos y finalizaba en la puerta que daba ingreso al anexo. Madeleine giró sin soltarle la mano en ningún momento, el pasillo que conducía a las tres habitaciones y el baño estaba casi oscuro. El miedo se hizo más intenso, y al expandir sus sentidos comprobó que provenía del hijo de Dash, Devon.

Madeleine empujó la puerta y el cachorro de lobo les gruñó desde su posición, pegado a la cama de su padre. Dashiell estaba en posición fetal sobre la misma, todo su cuerpo tenso y respirando con dificultad, los ojos abiertos oscilando entre el verde y el dorado, el rubio cabello humedecido por pesadas gotas de sudor que se escurrían a lo largo del rostro. Derek no percibió otros olores diferentes, ni notó heridas que pudieran afectarle.

—Llévate a Devon —ordenó en voz baja, su lobo se arrastró para comunicarse con el cachorro, intentando calmar su mente aterrorizada—. Hazlo.

Madeleine tragó saliva bajando la cabeza, avanzó para agacharse al lado del cachorro, acarició el pelaje gris claro del cuello de Devon. Ella no lo sabía, pero tenía un don nato para calmar los ánimos, era parte de los genes lobunos en su ADN, o tal vez Derek confundía las cosas, tal vez los Coyotes también tenían la diferenciación de naturalezas.

—Vamos, pequeño —ella le susurró—. Tu padre estará bien.

Hubo en su mirada una pregunta silenciosa, a la que Derek no pudo responder. Tras quedar solo, se centró en Dash, sabiendo que esta imagen ya la había visto antes, que mucho no podía hacer y eso era demoledor. Anticipaba cuál era el problema, pero no quería que fuera real.

— ¿Qué ocurre Dash? —Preguntó sentándose en el borde de la cama.

Dashiell cerraba con fuerza los brazos alrededor del pecho, tensando la mandíbula al punto de oír los dientes chocar, cada parte de él temblaba, como resistiéndose a algo que no quería liberar. El lobo. Ahí fue que las conclusiones de Derek se validaron, Dashiell estaba atravesando un rompimiento vincular, el lazo que unía a dos cambiantes como pareja. En ese momento comprendió el dolor de cabeza al despertar, no era suyo, era la agonía del lobo que perdió su vínculo.

No entendía cómo o por qué, Derek no había advertido nada en ellos dos, Ivonne se había enfadado con él cuando hablaron sobre lo que se podía o no decir respecto a lo que ocurría en el clan, Derek sabía que era difícil mantener la línea entre la lealtad y el amor, por eso tenía paciencia con las pocas parejas mixtas que tenía. Sin embargo, saber que Dash estaba atravesando un rompimiento de nuevo era confuso, y aterrador, porque sabía con exactitud lo que ocurría.

Por lo general, cuando un cambiante lobo se vinculaba, tras un tiempo de días, semanas o meses, se producía el apego, un estado emocional del animal que lo hacía aceptar a su contraparte como su pareja estable, si ella o él moría, el lobo lo haría también.

Curioso era que, Dashiell ya había pasado por un rompimiento vincular antes.

Y contra todo pronóstico, asombrando a más de uno, sobrevivió.

—Dash...

—V-va a p-pasar —dijo entre labios apretados.

Derek podía sentir al lobo luchando. En su mente fue a la red de vínculos, desesperado halló el de Dash, maldijo por lo bajo al encontrarlo bloqueado, el médico lo estaba apartando.

— ¡Dash! —Gruñó, Derek lo tomó del hombro y recibió una furiosa mirada—. ¡Déjame ayudarte o morirás! —Exigió—. Tu lobo...

Dashiell resopló, girando el cuello le enfrentó. El color de sus ojos seguía alternándose sin detenerse, la visión era horrible, y Derek sentía que lo estaba perdiendo. Que hubiera sobrevivido a la muerte de Francis no garantizaba que lo hiciera de nuevo.

—Estará bien... —balbuceó.

Un espasmo le hizo contraerse, y luego el grito desgarrador contenido a fuerzas resonó en la habitación. En su mente el vínculo palpitaba acompañado por el dolor latente que irritaba a su cerebro sin descanso, impotente y confundido, Derek respiró a través del dolor, no tenía muchas opciones, Dash estaba condenado.

—No puedes morir —le dijo—. No debes, no sigas a Elijah.

Las garras salieron, rasgando la fina camiseta de mezclilla azul claro, la sangre brotó a través de las heridas, tiñendo la tela, colmando el aire con su espesor metálico, salado, repulsivo e irritante. No había peor golpe para un lobo alfa consumado que oler la sangre de sus protegidos derramándose.

Intentó ayudarle, ofrecer su energía para sanarlo, sin embargo, Dashiell continuó resistiéndose, y Derek solo pudo quedarse ahí junto a él, hasta que luego de un tiempo sumido en el agobiante silencio, dejó de sanar y tan solo se quedó con la mirada fija en el edredón rojo que cubría la cama. Seguía vivo, de lo contrario habría sentido el dolor del vínculo de sangre al destruirse.

Derek se aplastó el rostro con una mano, cansado, miró su reloj, ya había pasado la hora de la reunión con el Consejo. De reojo vio a Dash normalizar su respiración, retraer las garras y colmillos, el verde volvió a rodear las pupilas negras.

—Tienes más vidas que un maldito gato.

Dashiell cerró los ojos.

—Creí..., que lo..., sabías... —murmuró con voz rasposa.

— ¿Saber qué?

Lentamente, la mirada del lobo rubio se dirigió hacia él.

—Que..., sobrevivo a los..., rompimientos por..., por ser mestizo...

Abriendo los ojos al máximo, Derek negó. Eso sonaba loco, Dashiell era el hijo menor de Jason y Harper, hermano del difunto Ashiell, un lobo hecho y derecho.

—No, no, no —Derek meneó la cabeza, casi frenética—. Te vi crecer, de cachorro a adulto, y no...

Una risa baja, la burla de Dash le irritó, provocando al lobo que sin hallar respuestas se sentía acorralado.

—No lo sabes.

— ¿Qué demonios no sé Dash?

Un temblor movió al lobo rubio por completo, Dash flexionó los dedos e intentó quedar de espaldas. Se aclaró la voz.

—Ivonne rompió el vínculo, no lo vi venir, después de un año creí que era seguro... —Dash volvió a reír, casi histérico—. Un año es suficiente para que el apego se consolide, ¿no?

Derek ladeó la cabeza.

—Cuando Francis murió yo debería haber muerto con ella, pero no lo hice. —Un par de ojos dorados le buscaron—. Soy igual que Madeleine, soy un mestizo.

Derek se apretó un poco los párpados, tratando de asimilar algo que sonaba absurdo.

—Pero Jason y Harper...

—Soy adoptado.

Bien, esto iba de loco a alucinante.

—Un mestizo jamás habría sido aceptado en esos tiempos.

Dashiell esbozó una sonrisa rota.

—Suerte que me transformé en un lobo y no en un puma.

Derek guardó silencio, mirando hacia la puerta, la luz apenas atravesando la ventana, había comenzado a nevar de nuevo.

—Tu lobo jamás termina el apego —concluyó tratando de atar cabos.

Aunque eso fuera cierto, no había forma de que un secreto de tal magnitud se guardara por tanto tiempo, en algún momento alguien habría notado... Entonces recordó que Harper fue internada de urgencias en el hospital de Paradise City, estaba a punto de dar a luz, Derek recordaba a su padre ir y venir desesperado mientras hablaba por teléfono, discutía sobre algo que había encontrado y que necesitaba cuidar...

—El segundo cachorro de Harper... ¿Falleció?

Dashiell le miró, sus ojos levemente hundidos.

—Sí, una amiga de Bradford me encontró y le pidió ayuda, el resto se resuelve por lógica.

Negando, Derek chasqueó la lengua.

— ¿Y por qué nunca abriste la boca?

—No sé... ¿Quizás porque si lo hacía, todos estos defensores de la sangre pura iban a lincharme?

Poniéndose de pie, Derek le dio la espalda, entrelazando los dedos por detrás de la nuca comenzó a caminar con la cabeza gacha.

—Derek...

—Silencio..., no digas nada. —Tomó aire y lo dejó salir reiteradas veces, desconocía por completo al hombre que lo había criado, con cada cosa que descubría parecía que se convertía en otra cosa diferente—. ¿Por qué te dejó Ivonne? —Preguntó, necesitando cambiar de tema.

Dash se arrastró sobre la cama para poder sentarse, desvió la mirada hacia las manchas de sangre en la camisa, era increíble que minutos antes estuviera en una agonizante lucha contra su lobo, no parecía. Aunque era bueno escondiendo cosas, como su origen y sangre, y el hecho de que era uno de los cambiantes que los viejos lobos detestaban, un bastardo mestizo. No era secreto que Abraham Miller sentó las bases del clan bajo una ideología, el puritanismo los mantuvo unidos durante todos esos años difíciles, sin embargo esas bases comenzaron a debilitarse antes de que su padre ascendiera.

Volvió a recordarlo nervioso y preocupado, repitiendo una y otra vez por el teléfono que no podía ayudar, Derek tenía cuatro años en ese entonces y jugaba con carros de madera.

Treinta años después las cosas cambiaron, la mentalidad del clan estaba abriéndose lentamente, pero costaba, todo, y la figura de Bradford Miller que antes fue adorada con honores ahora temblaba por los secretos que se llevó a la tumba.

«Maldito hipócrita»

Se fue anoche —respondió—. No pienso averiguar de qué forma lo rompió... —Suspiró, otro espasmo le recorrió el cuerpo de forma violenta—. ¡Maldición!

—Déjame ayudarte.

—No, pasé por esto con Francis, ya sé lo que viene, y lo enfrentaré solo.

—Es una orden, lobo.

Dash sonrió de lado, burlándose.

—Elijah me enseñó cómo desobedecer sin sufrir consecuencias.

Molesto, Derek se acercó cruzándose de brazos frente a él.

— ¿Quieres que tu hijo te vea de esta forma?

El rostro del médico se contrajo, pero lejos de incentivarlo a permitirle llegar a él, Dashiell negó, en su mirada pidió espacio y entonces, Derek tuvo que retroceder a pesar del disgusto del lobo que se negaba a permitir que uno de sus amigos sufriera.

—Eres diferente Derek —murmuró Dash—. Un alfa educado bajo la firme mano de un Miller ya habría rechazado a un mestizo.

—No me importan esas estupideces —replicó—. No importa de dónde vienes ni hacia dónde vas, lo único que me importa es que sigas vivo.

«Y saber quién rayos es Bradford Miller»

Agitado, Derek salió de la habitación, sin entender exactamente lo que había sucedido. Deteniéndose, usó la pared del pasillo para sostener su cuerpo y se quedó mirando a las sombras, a lo lejos podía oír a Madeleine hablando con Devon de lo que iban a tomar de merienda. Olía débil estela que dejó Ivonne Breckman en la casa, compadeció al pobre desgraciado, sufrir la pérdida de la madre de su cachorro y luego... Un engaño, Dash no se lo merecía.

— ¿Derek?

Giró la mirada hacia la izquierda, al final del pasillo la ensombrecida silueta de Madeleine lo miraba, como esperando algo, quizá una reacción, quizá Derek se encontraba sin palabras ni movimientos, estático. Un par de ojos ambarinos se encendieron, y el pelaje del lobo se erizó al percibir la enorme similitud con los ojos de su padre, pero en donde Brad tuvo autoritario poder, Madeleine tenía calma.

— ¿Está todo bien? ¿Cómo está Dash?

Se obligó a despegarse de la pared, a tragarse la amarga verdad descubierta.

—Va a vivir.

Se maldijo por sonar tan brusco, pero no podía creer que Brad lo haya obligado a una vida de rectitud y obediencia mientras que él hacía todo lo contrario.

—Pasa algo —dijo, Madeleine se acercó—. Estás tenso.

—Nada importante —aseguró, evadió sus brazos y caminó por el pasillo hacia la sala—. Cuida de Dash y Devon hasta Jeanine coordine a los ayudantes de la enfermería.

—Espera...

Afuera, la fría nieve se volvió más intensa.

—No me ocultes cosas —pidió—. No te hará bien.

Derek sonrió escondiendo las temblorosas manos dentro de los bolsillos del pantalón.

—Creo que Arejay tiene razón —contestó, su vozcasi un gruñido que se esforzó por controlar—. Nuestro padre sí era un bastardomentiroso. 

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