CAPÍTULO 9


Aquello no iba a funcionar.

Esa primera mañana al despertar lo había hecho con el corazón retumbante, la piel sudorosa y la respiración agitada. Que las pesadillas continuaran no fue algo que me sorprendiera, pero, por un breve instante me había permitido creer que tendría un tiempo de paz, que alejarme del ambiente del hotel me ayudaría con ellas.

Idiota.

Permanecí con la vista clavada en el techo, y, por desgracia, lo primero que recibí a modo de "buenos días" fueron esas juiciosas paredes de la habitación de Derek.

Amantes, ¿por qué no podía conformarme con que los malos sueños me persiguieran donde fuera que vaya? Qué estupidez era pensar lo contrario. Afortunadamente no había gritado esta vez, lo cual era un avance, supuse. No habría sabido cómo explicárselo a Derek sin sufrir un momento bochornoso.

Al cabo de lo que pareció una hora me levanté para ir al cuarto del baño, y pasé cerca del área de la sala donde vi por el rabillo del ojo que Derek continuaba durmiendo plácidamente en el sofá, envuelto en térmicas sábanas y en una posición que para mí me sonó bastante incómoda.

Titubeé.

Tendría que decirle que volvería al hotel.


Después del baño regresé resignada a la cama, aunque sabía que no podría volver a conciliar el sueño. Pasé el resto de las horas contemplando el cielo por la ventana, y cuando este adquirió cierto grado de claridad, escuché los pasos de Derek y el sonido de la puerta del baño abrir y cerrarse. A los pocos minutos volví a identificar sus pasos recorriendo el apartamento, y por un breve instante, estos se detuvieron justo detrás de la puerta de la habitación, sin embargo, no llamó para confirmar si seguía dormida. Finalmente, cuando el cielo estaba completamente claro, identifiqué el ruido de platos junto con un creciente aroma a café. Sólo hasta ese momento me animé a levantarme.

Cuando salí, el olor del desayuno (café amargo y huevos) cobró mucha más fuerza. Antes de dirigirme a la cocina me detuve a pensar en las palabras que le diría para darle la noticia de que no me quedaría. Estaba decidida, ¿no? De nada servía si continuaba teniendo pesadillas, además, odiaba la idea de ser una carga. Derek regresaría a su cama, yo retornaría a mi rutina con Lia y de nuevo me enfocaría en esperar noticias de las chicas.

Estaba ideando el diálogo en mi cabeza cuando otro sonido me paró en seco.

Se trataba de un tarareo.

La curiosidad hizo que me asomara por detrás de la pared. Él me daba la espalda y revolvía algo de una sartén mientras balanceaba la cabeza al ritmo de una melodía que no identifiqué. Dudé entre si entrar e interrumpirlo o quedarme hasta que terminara, fue entonces que él se dio la vuelta y su mirada chocó con la mía.

Retrocedió un paso y se llevó una mano al pecho.

—Cielos, sí que eres silenciosa —elevó una pequeña sonrisa y regresó su vista al sartén—. Espero puedas comer un poco de huevo. Es lo más rápido que he podido hacer antes de que salgamos.

Apreté la boca. Era hora de decírselo, debía...

—Espera, ¿salgamos?

Derek asintió, sin apartar su atención del guiso.

—El detective llamó. Dice que requieren tu presencia en el hotel —erguí por completo la espalda—. No quiere decir que regreses, sino que necesita verte allí. Al parecer, hay algo que han de hacer.

¿Era acaso una señal? No creía mucho en que alguien como, no sé, Dios u otro ser supremo tuviera el interés de dirigir mi vida, pero aquello fue demasiada coincidencia, por no decir que el detective no había mencionado nada al respecto la última vez que nos vimos.

—Derek, sobre el hotel...

Él continuó tarareando, y cuando volvió a mirarme con gesto interrogativo, con dos platos llenos de huevos revueltos y un poco de fruta, lo noté tan alegre, tan contento de verme, que todas las palabras que había ensayado en el pasillo se disolvieron en la nada.

Agaché la cabeza.

—Supongo... que será mejor que lleguemos temprano.


Derek esperó a que termináramos de comer (apenas si pellizqué lo mío, y aunque noté su mirada preocupada, no hizo comentarios al respecto). Mientras subíamos al auto y él ponía en marcha el motor, quise reintentar el decirle lo que pensaba acerca de no volver del hotel, sin embargo, al igual que en las ocasiones anteriores, Derek no dudó en elevar el volumen de la radio en lo más alto, y cualquier cosa que estuve a punto de decirle se quedó plantado sólo en mi cabeza.

Tenía que irme, no obstante, ¿cómo decírselo sin que él se sintiera decepcionado por marcharme tan pronto? Tal vez lo entendiera, pero, ¿hacerlo después de todas las molestias que se habría tomado para que pudiera vivir con él? ¿Qué clase de amiga sería en ese caso?

Una vez que estuvimos frente al hotel, este se veía igual que siempre, con el mismo tipo de clientela y el mismo aire acogedor y sencillo. Aunque aburrido, al menos con este no tenía la sensación de que me dirigía miradas despectivas, muy diferente a las paredes del apartamento.

Nada más llegar encontramos al detective Jayson preparando su propio vehículo, junto con Lia, otro oficial y, ¿por qué no?, a nada más y nada menos que a Holly. O más bien, a Halery.

—Estaré atento al teléfono —dijo Derek cuando bajé del auto—. Vendré por ti en cuanto me llames.

Abrí la boca para contestar, por fin tenía la oportunidad para decirle que no necesitaba regresar, pero las palabras continuaron sin salir.

Respiré frustrada. Por lo visto aquello no sería tan fácil. Antes debía pensar muy bien el cómo decírselo.

Cuando Derek se marchó, el detective no esperó a que me acercara. Se aproximó e hizo una inclinación de cabeza. Si mi conversación de la tarde anterior con Derek le contrarió los planes o lo terminó frustrando, no mostró signos de ello.

—Señorita Grove —saludó. Solté una mueca—. Si me lo permite, debo pedirle que tome total discreción al lugar donde vamos.

Fruncí el entrecejo. El detective le echó un vistazo a Lia, y antes de que tuviera que preguntar, él se apresuró a añadir:

—La señorita Lia le explicará la situación durante el camino. Por lo pronto, démonos prisa.

Los cinco nos dirigimos al auto, el oficial al volante y el detective como copiloto. Yo me ubiqué en los asientos traseros, entre Lia y Halery. Aquello no me hubiera abrumado, de no ser porque noté que al momento de subir, Lia clavó su atención en el paisaje fuera de la ventana sin parecer dispuesta a pronunciar ni una palabra.

—Hey —la llamé. Ella se giró hacia mí—. ¿Estás bien?

Dio una pausa, luego retornó su vista a la ventana.

—Sí.

Claramente no lo estaba, pero lo que sea que le inquietaba no iba a explicármelo por ahora, aunque conociéndola, tal vez nunca lo hiciera. Así que en vez de insistir con el tema, opté por preguntarle a dónde nos dirigíamos.

—Se trata de un prostíbulo. Lo sé, es extraño, pero creo que el detective ha encontrado una pista.

—¿Cómo está tan seguro?

Lia abrió la boca, pero se mostró inesperadamente indecisa y como respuesta se encogió de hombros, fingiendo indiferencia. Su actitud me dejó muy desconcertada, por lo que pregunté con un pequeño atisbo de esperanza:

—¿Crees que estén allí las chicas?

—No —respondió cortante.

Transcurrió cerca de una hora, durante la cual nos llevaron más allá de la ciudad. De no ser por la presencia del detective Jayson, tal vez hubiera recelado, ya que no nos dirigíamos a Dollsville, de hecho, al poco rato comprobé que no nos llevaban a ninguna otra ciudad como tal, sino algo parecido a un pueblo.

Las calles estaban descuidadas a excepción de la carretera principal, pocos negocios abiertos que pudieron haberse quedado congelados en el tiempo. Paredes descarapeladas, autos varados, pálidos anuncios a los que se les había desgastado la pintura debido a la exposición del sol, entre otras cosas que me dijeron que aquel era un pueblo olvidado de la mano de Dios.

El oficial nos hizo variar de una calle a otra, mientras notaba a Lia cada vez más inquieta. Movía sus dedos sin parar, incluso llegó a arrancarse una cutícula y ni siquiera pareció percatarse de ello.

Minutos después nos detuvimos frente a un edificio enorme. Al igual que el resto de las estructuras del pueblo, este tenía la apariencia de haber vivido tiempos mejores, con la excepción de que se veía mucho más conservado por alguna extraña razón. Lo más curioso fue ver los alrededores, porque a diferencia de las otras calles, en ese lado se observaba un poco más de gente, la mayoría mujeres jóvenes apostadas a la entrada de callejuelas o bajo postes de luz en busca de un poco de sombra. Algunas de ellas conversaban entre sí, incluso noté a varias con niños en brazos.

Cuando el oficial aparcó y el detective salió del vehículo, no se me pasó desapercibido las miradas que las mujeres le dirigieron a él y al oficial, desde recelosas hasta con interés. El detective, como era de esperarse, actuó como si no cayera cuenta de ello.

—Creí que veríamos otra casa como la de Lucian —le mencioné a Lia. Ella también bajó del auto y dejó la puerta abierta para mí.

—La mayoría de las veces a esto lo llamarían prostíbulo. La casa de Lucian era excesivamente lujosa. De hecho, nunca entendí cómo conseguía a sus clientes. En estos lugares es más fácil hacerse notar y obtener clientela.

—¿Cómo lo sabes? —dije al encontrar un poco de basura derramada en el suelo. No me imaginaba a ninguno de los invitados de Lucian disfrutando la velada en un ambiente como ese. Se me hacía muy poco llamativo e... inseguro.

Lia vaciló antes de responder.

—Porque yo trabajé aquí.

La miré estupefacta. Era la primera vez que me hablaba de su pasado.

Ella ni siquiera notó que sus palabras me habían dejado pasmada, estaba contemplando el edificio con una expresión indescifrable. Parecía luchar por qué emoción y qué recuerdo tener en la mente.

De manera inconsciente la comparé con el resto de las chicas del lugar, varias de las cuales se habían asomado por las ventanas y nos observaban con curiosidad. Por alguna razón, no me imaginaba a Lia trabajando en un sitio como ese. Muchas de las mujeres tenían el gesto impertérrito como si esperaran a que el tiempo avanzara, mientras que Lia, en casa de Lucian, se había concentrado en sus trabajos de pintura, hablar con las chicas o pasar casi siempre desapercibida.

El detective hizo una llamada, después se dirigió a nosotras.

—En cuanto discuta con el encargado las mandaré a llamar —hubo algo semejante a una expresión compasiva, o puede que fuera de lástima, reflejado en su rostro mientras decía estas últimas palabras, todas dirigidas a Lia. Pero tal vez debió haber sido un efecto óptico, porque luego agregó con neutralidad—: Esperen aquí.

Cuando se alejó, Lia y yo permanecimos pegadas al auto sin más conversación. Halery todavía ni se dignaba a bajar.

Pasaron varios minutos antes de que una chica nos buscara y nos hiciera un ademán para seguirla. Con renuencia, escuché a Halery cerrar de un portazo, observando el lugar con notable desprecio. Su presencia sobresalía como lo haría una rosa en medio de un terreno baldío.

—Ni siquiera tienen idea del cuidado personal —masculló en voz baja cuando nos adentramos a la sala principal.

Muy a mi pesar, le concedí la razón.

El sitio estaba atestado de mujeres, agrupadas al inicio de unas escaleras y encaramadas a los pocos sillones de aquella sala. También había una serie de puertas apostadas a ambos lados de un largo pasillo junto con una cocina que más se asemejaba a un pequeño bar.

Eran demasiadas, tantas que me costó calcular el tamaño de aquella sala con exactitud. De hecho, mientras nos guiaban hacia el estrecho pasillo, intenté contar, sin éxito, cuántas mujeres nos rodeaban con ese aire de curiosidad impregnado en sus rostros.

La mayoría eran jóvenes que no parecían pasar de los veinte, el resto apenas si podían tener dieciséis años, y sólo a unas pocas comenzaban a notársele los signos de la edad. En nuestro caso Karla había sido la mayor entre nosotras, pero incluso ella habría procurado cuidar mejor su aspecto, algo de lo que la mayoría de las presentes no parecía tener.

Al pasar a través del pasillo de las puertas, una de estas se abrió de improviso y al otro lado se asomó la cara de una chiquilla.

—Lia, ¿cuántos años estuviste aquí? —le susurré.

Ella contestó con un hilo de voz.

—Bastante tiempo.

Incluso la chica que nos guiaba poseía un rostro más joven de lo que intentaba aparentar con el maquillaje.

¿De dónde habrían salido todas esas mujeres?

Nos dirigimos al fondo del pasillo, donde en vez de una puerta, nos hicieron pasar por debajo de un grueso cortinaje, revelando al otro lado el interior de una amplia habitación.

Con altos ventanales, y a diferencia del resto del edificio, aquel lugar se veía mucho más presentable. Seguían apareciendo varias chicas a nuestro alrededor, recargadas en las paredes con los ojos fijos en nosotras. El detective estaba en medio de aquella habitación con postura recta y rostro de piedra. No parecía ni siquiera dirigirle un vistazo por el rabillo del ojo a ninguna de las presentes.

Excepto a una.

—Vaya, vaya. Pero si es mi pequeña mariposa.

En un gran sillón central, justo delante del detective, estaba sentada una mujer enjuta, que vestía con la tela tan pegada a su piel que prácticamente dejaba todo a la vista, incluyendo las marcas de las tetillas.

Por el estado de su aspecto, era la persona más anciana que hubiera visto; de hecho, en lo que a mi respectaba, todas las mujeres mayores del lugar no habrían alcanzado a sumar la edad suficiente para alcanzarla. Tenía una peluca negra que se le notaba demasiado falsa y labios rojos intensos al igual que el resto del maquillaje. La piel le colgaba de los brazos como flácidos cortinajes y las bolsas de los ojos parecían querer desprenderse de su pequeña cabeza, al igual que la piel arrugada del cuello.

A pesar de su imagen lamentable, la mujer actuaba como si se creyera un trofeo. Sus piernas las tenía cruzadas, revelando un abundante nido de várices, y por la manera que contemplaba al detective, no le importaba lo mucho que se hubiera degradado su físico con el pasar de los años.

—Y dime, pequeña —la anciana mostró una sonrisa que reveló una hilera de dientes de oro, mientras repasaba a Lia de los pies a la cabeza—. ¿Te ha tratado bien tu nuevo dueño? Por lo exquisita que te ves, yo diría que sí. Aunque, si estás aquí, es porque te has escapado de tu jaula.

Lia estaba roja, ¿vergüenza o cólera? Posiblemente de ambas.

—¿Responderá ahora a mis preguntas? —interrogó serio el detective.

La anciana levantó una ceja. ¿Aún era capaz de hacerlo con tantas arrugas?

—Ansioso. Es como me gustan —hizo una seña que abarcó a todas las presentes—. Señoritas, ¿nos darían un momento? He de platicar con nuestros queridos invitados.

Todas las mujeres se marcharon. Mis ojos las siguieron hasta que la última de ellas desapareció tras el denso cortinaje a modo de puerta. Fue entonces que me di cuenta de algo: no todas eran cien por ciento mujeres.

—He de decir que es un placer verte de nuevo, querida —la anciana se levantó. Sus escuálidos brazos, que me hacían creer que se romperían en cualquier momento, tomaron una tetera que descansaba en un banquillo cercano. La mujer se sirvió con extrema lentitud un líquido oscuro que me recordó al té—. No creí que viviría lo suficiente para verte convertida en toda una mujer.

Lia permaneció en silencio. Observaba a la anciana como si no le inmutara, pero por la manera en que aferraba sus manos en puños frente a ella, era claro que prefería estar en otro lugar menos ese.

La anciana regresó a su asiento, llevándose una tacita con mano temblorosa a los labios acartonados. Parpadeó y contempló al detective.

—Oh, ¿dónde están mis modales? —le acercó la taza—. ¿Gusta un poco?

El detective Jayson, haciendo gala de una alta serenidad, declinó con un gesto de la mano.

—No, gracias.

La mujer se encogió de hombros, y depositó nuevamente la taza en el banquillo.

—Bueno, mi estimado hombre, un trato es un trato —volvió a cruzar las piernas, deteniéndose un breve instante para exponer su ropa interior—. Usted me mostraba a la pequeña Lia, y yo a cambio respondería sus preguntas. Así que dígame, ¿qué desea decirme?

Yo sí tenía muchísimas preguntas, pero era consciente de que no estábamos allí por mí.

—Hace años conoció al señor Jones. Lucian Jones, ¿correcto?

La mujer fingió pensárselo.

—Algo recuerdo. Sí, un hombre con fuerte presencia. Cara preciosa como una estatua de mármol, fría como la piedra, pero con sonrisa encantadora. Aunque he de decir que hombres apuestos han caminado por aquí miles de veces que ni me preocupo por recordarlos. Sin embargo... —la anciana hizo una mueca, muy parecido a fruncir el ceño, aunque por su rostro arrugado no podía decirlo con certeza—, el señor Jones tenía algo diferente. No recuerdo bien cómo dio conmigo. Mencionó algo acerca de... ¿qué era? ¿Un trabajo? —hizo un gesto con la mano—. Ha pasado tiempo. Mi memoria ya no es como la de antes.

Y esa era. La pista. La razón por la cual estábamos allí.

La anciana recuperó su taza, pero sólo removió el contenido con una cucharilla y observó con aire pensativo.

—A él no le interesaba ninguno de los servicios de los que disponía, sólo quería preguntar por una chica.

—¿Qué chica? —preguntó el detective.

—La misma que le sigue los zapatos, mi estimado hombre.

Él no se volvió hacia Lia, sino que mantuvo la mirada estoica en la mujer. Ella le dedicó una sonrisa que volvió a evidenciar su dorada dentadura.

—¿Qué fue lo que preguntó?

La anciana se encogió de hombros.

—No pidió a ninguna de mis niñas en particular, si es lo que cree. Dudo que él haya sido consciente de la existencia de mi amada mariposa en ese entonces. Aunque, pensándolo bien, enlistó una serie de características que se acercaban demasiado a ella, lo que me dio a entender que posiblemente la hubiera visto antes. ¿No es cierto, mi mariposilla?

Lia apretó la mandíbula. La anciana rio.

—Dice que el señor Jones enlistó algunas características —siguió imperturbable el detective—. ¿Cuáles eran?

—No lo sé exactamente. Una chica bella, sin duda, de origen desconocido, delgada, con cierta idea de la higiene, sumisa y educada. Y como máxima exigencia... —la anciana clavó su vista en las manos apretadas de Lia—. Artística.

Esa era Lia. Así fue como Lucian la había conseguido. Aquella casa había sido su hogar antes de que la llevara con las chicas. Por eso Lia había actuado normal ante varias situaciones, jamás la escuché quejarse de lo que la obligaban a hacer hasta lo ocurrido con la muerte de Emily.

No pude evitar mirarla de reojo. El rostro de Lia hacía un esfuerzo por ignorar la conversación, pero el enrojecimiento de su cara evidenciaba lo mucho que las palabras de la anciana le afectaban.

—¿Dice de origen desconocido? —preguntó el detective. La mujer asintió—. ¿Dónde la encontró?

—Ella puede responderle ahora mismo —le sonrió divertida—. Dile, mi niña. ¿De dónde saliste? ¿Acaso te da vergüenza?

—No está hablando con ella —habló él tajante—. Está hablando conmigo.

La habitación quedó en silencio. De pronto, fui consciente de alguien que me sostenía fuertemente la muñeca.

Lia había aferrado su mano a mí.

La anciana observó con otros ojos al hombre que tenía frente a sí. Todo rastro de coquetería e insinuación desapareció de su arrugada cara. En ese momento se mostró de una manera que me dejó helada. Sus ojos destilaron amenaza, comparable con la próxima mordedura de una víbora.

—Sabe muy bien que puedo sacarlos de aquí. No tiene permiso para obligarme a recibirlos.

—Y usted sabe —dijo el detective—. Que puedo mandar a cerrar este sitio con sólo una llamada.

—Muchos otros lo han intentado —ronroneó ella.

—Ninguno de los cuales era yo.

Hubo otro lapso de silencio. Jayson ni siquiera parecía parpadear, al igual que la mujer. Finalmente, cuando creí que ella saltaría sobre su yugular, le dio un sorbo a su taza y habló sin levantar la mirada.

—Un viejo orfanato, no recuerdo el nombre.

—Recuérdelo —presionó él.

—Necesitaré un poco de tiempo. He de hacer un par de llamadas.

El detective se mantuvo inerte, parecía a punto de estrangular a la anciana mujer, pero se contuvo.

—Hágalo —sacó su teléfono—. Mientras tanto, este sitio quedará bajo vigilancia.

—No puede hacer eso.

—No procederé a una investigación. Aún. —Él tecleó algo—. Pero mientras siga teniendo información relevante para el caso, la mantendremos observada. No correré ningún riesgo.

Con un gesto de cabeza, el detective Jayson dio terminada la visita. Él mismo nos condujo a través del cortinaje, dándonos acceso para que pasáramos primero.

—Cuídate mucho, mariposita.

Lia se detuvo. Tensa. Yo era la última y como tal, logré mirar atrás, notando que la mujer había regresado a su posición inicial. Tenía elevada las comisuras de su boca.

La misma cantidad de mujeres, sino es que más, nos vieron marchar con el mismo gesto curioso. Esta vez, ninguna de las puertas del pasillo se abrió de golpe.

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