CAPÍTULO 8
El departamento de Derek me llevó a pensar en mi antiguo hogar.
No a la casa de Lucian, aquel sitio no podría considerarlo hogar de no ser por las chicas. No. Más bien, me recordaba a mi antiguo apartamento, aquel donde había vivido tantos años con mi padre, lo cual era ilógico, ya que, aunque eran casi lo mismo en cuanto al tamaño, por lo demás estaban lejos de parecerse.
El departamento de Derek se veía nuevo, incluso olía a pintura recién aplicada. Todo estaba limpio y pulcro, las paredes no tenían ni una mancha de dedos ni de comida.
El de mi padre, en cambio, siempre había estado impregnado de un olor a comida rancia, caducada después de meses sin tirar; el bote de basura había llegado a su límite, con envolturas y pedazos de pollo frito a su alrededor. El lugar lo recordaba sucio, o más bien, recordaba que siempre había algo que limpiar y que ninguno de los dos se preocupaba por hacer, excepto cuando mi padre me exigía ordenarlo como si se tratara de un método de castigo, y cuando no lo hacía bien ante sus ojos, el castigo pasaba a algo físico.
Pero el departamento de Derek no sólo olía a pintura fresca, también estaba impecable. De no ser por los objetos decorativos como algunas tazas sueltas y libros apilados de forma aleatoria, hubiera creído que era imposible que alguien viviera allí.
Hacer esa comparación me recordó de dónde venía, quién era, las cosas que había hecho, y eso me hizo sentir que aquel no era mi sitio.
—La señora Norris es quien me renta este pequeño espacio —dijo Derek cuando abrió la puerta y me invitó a pasar—. Ella vive en el primer piso junto a las escaleras. En cuanto la vea le avisaré que ya estás aquí.
Me giré hacia él. No me había movido del arco de la puerta, y Derek, por su parte, no esperó a que aceptara su invitación para entrar, sino que fue directo al pequeño espacio de la cocina para depositar mi bolsa de ropa e ir por un vaso de agua.
—¿Sabía que vendría? —me escuché decir, aunque la verdadera pregunta era: ¿sabe quién soy?
Derek se volvió hacia mí, y tal vez comprendió lo que quería decir en realidad, porque respondió:
—Te presentaré como una compañera de trabajo —sonrió amigable—. Tú escoge el nombre.
Después de eso retomó su búsqueda de un vaso de agua.
Por increíble que fuera, aquella idea me reconfortó un poco. Pensar que podía ser otra persona tal vez pudo haber sido un tema delicado en el pasado, considerando que por mucho tiempo debí fingir ser alguien por órdenes de Lucian, pero en ese momento no lo sentí así. Lo veía como una tentadora oportunidad para empezar de cero, ¿y por qué no?, de utilizar un arma de Lucian en su contra, eso le haría más difícil dar conmigo en caso de que lo intentara.
Me animé a adentrarme al apartamento.
Poco después de la cocina y dividida por una barra de madera y un banquillo, se encontraba una mesa sencilla acompañada de pequeñas sillas, ninguna de las cuales era lujosa. De hecho, daba la impresión de que todo había salido de tiendas de segunda mano. Desde el enorme sofá pegado a la pared, hasta el gran librero de madera vieja lleno de libros.
Me detuve breves instantes en ellos.
Alcancé a leer algunos títulos, en los que descubrí que la mayoría se trataban de poesía, y muy posiblemente, de varias novelas. A pesar de la cantidad de libros, mis ojos no se apartaron de los poemarios. Fue entonces que recordé todo lo ocurrido en casa con respecto al libro que Derek me había obsequiado.
La parte de mí que aún atesoraba aquel pequeño poemario, se hizo débil cuando a mi mente llegaron imágenes de Lucian tocando mi regalo. Rabia. Ira. Impotencia.
Apreté las manos en puños.
Sacudí la cabeza, negándome a martirizarme por eso. Mantuve mi atención en los espacios entre los volúmenes, intentando adivinar dónde habría estado el mío antes de que Derek me lo entregara; sin embargo, al observar toda su colección, no pude evitar pensar que eso le restaba valor a mi pequeño obsequio, al fin y al cabo, aunque había sido mi primer libro, para él sólo había sido uno más entre los muchos que tenía.
—¿Quieres uno?
Solté un respingo. Derek se había aproximado a mí y me extendía el vaso de agua. Sentí de pronto que estaba husmeando en algo privado, por lo que aparté la vista.
—Sólo los estaba observando —murmuré mientras aceptaba el vaso.
—Puedes tomar el que quieras cuando lo desees —su sonrisa se ensanchó y miró al librero con ilusión—. Hasta podría recomendarte algunos.
Pensé que preguntaría acerca del libro, algo de lo que no me sentía segura de estar preparada, debido a la importancia que Lucian le había conferido en el sótano horas antes de que me torturara. Pero en vez de eso, Derek levantó mi bolsa de ropa y señaló en dirección a un estrecho pasillo.
—Vamos, te mostraré la habitación.
Me guió hacia dos puertas que se hallaban allí apostadas. Una, me explicó, daba directo al cuarto del baño (lo abrió para mostrarme su interior, además de mencionar que podía usarlo las veces que quisiera sin preocuparme de la falta de agua caliente). La otra, daba a la habitación. Era un cuarto pequeño, con una ventana que tenía vista a la calle, una cama individual, un ropero armable de plástico y varias cajas meticulosamente ordenadas en un rincón.
—Las he dejado aquí porque siempre me arrepiento de botarlas. Nunca sé cuándo voy a necesitarlas —se explicó.
Mis ojos quedaron clavados en la cama.
—Sólo hay una —mencioné.
Derek siguió la dirección de mi vista.
—Ah, descuida, tú dormirás aquí —lo miré inquisitiva y él se apresuró a añadir—: Yo ocuparé el sofá.
Quise alegar de inmediato, pero él me negó la palabra:
—Lo siento, ese tema no está en discusión —se dio la vuelta sin permitirme objetar al respecto. Que terco seguía siendo—. Voy por algo de comer. Imagino que tienes hambre.
En realidad, lo que comenzaba a experimentar era una pequeña incomodidad. El haber visto la única cama hizo que me sintiera como una extraña, una intrusa que, mirase donde mirase, la palabra "prohibido" y "error" saltaban como carteles invisibles en cada esquina de la habitación.
Derek pareció tomar mi silencio como una confirmación a sus palabras, porque no tardó en dejarme sola.
Cuando la puerta del apartamento se cerró tras su salida, fue como si las paredes aprovecharan la oportunidad para examinarme con aire prejuicioso, como si supieran de antemano que tampoco debía estar allí.
Amantes, comenzaba a dudar de aquella decisión.
Derek no tardó mucho en volver.
En cuanto lo oí entrar, me precipité directamente a la barra que dividía la mesa de la cocina y me senté en el único banquillo debajo de esta, ansiosa de ver una cara amigable, porque la imagen que me había devuelto el espejo del baño parecía confirmarme que, en efecto, aquello era una terrible idea.
De hecho, estuve a punto de hablar con Derek al respecto cuando él dejó posar una caja plana sobre la barra.
—Espero que no te moleste comer aquí, normalmente la mesa la ocupo para otras cosas.
Él abrió la caja. Eran doce rebanadas de pizza.
Me las quedé mirando fijamente.
Derek sacó dos platos pequeños y en cada uno depositó una rebanada. Había sacado también una botella de salsa de tomate y la untaba en la suya mientras yo seguía sin tomar la mía. Por fin, cuando él dio un bocado, notó que seguía sin comer.
—¿No te gusta?
—No, sí. Quiero decir, me gusta. Pero... —vacilé—. Hace mucho que no como pizza.
Rio.
—Bueno, yo no suelo comprarla. Pero pensé que sería buena para...
—No me lo tienen permitido.
Silencio tenso.
Comprendí muy tarde lo que significaban en realidad aquellas palabras. Habían salido sin que lo premeditara, arraigadas de una vieja orden de Lucian.
La reciente incomodidad del ambiente me hizo removerme sobre mi asiento. El rostro de Derek se había quedado sorprendido, arrugó ligeramente el ceño y cuando la comprensión le cubrió los ojos, me observó atónito e inseguro.
Al ver que la atmósfera se volvía cada vez más tensa, opté por tomar por fin mi rebanada y llevarme una porción a la boca.
Ladeé la cabeza.
—Es más aceitosa de lo que recordaba —dije por fin.
Derek se mantuvo mudo.
De inmediato me sentí idiota. Genial, él había sido tan amable y dulce en convidarme alimento en su departamento, y yo arruinaba el ambiente con comentarios fuera de lugar. Excelente, Samanta, jodidamente excelente.
Temerosa de que la situación terminara por irse al garete, estuve a punto de preguntar sobre cualquier estupidez que se me pasara por la cabeza, pero entonces, Derek cerró los ojos con fuerza.
—¿Derek?
Posó las manos a los costados. Lo veía tenso, como si de golpe le cayera una pesada carga sobre los hombros. Sacudió la cabeza y se llevó una mano al cabello.
Comenzaba a asustarme, pero no sabía qué hacer. ¿Acaso estaba teniendo algún tipo de ataque?
—No puedo —sus palabras me tomaron desprevenida—. No puedo hacer esto —murmuró.
Por un momento creí que se refería a mi presencia en el apartamento, pero me desconcertó totalmente cuando lo vi llevarse una mano al oído y arrancarse un objeto pequeño.
Derek suspiró, me miró un segundo antes de darse la vuelta y caminar alrededor de la cocina. Se llevó las manos a la cabeza al tiempo que tomaba otra larga respiración, mientras que yo no podía apartar la vista de aquel extraño objeto.
—¿Qué... qué es eso? —pregunté.
Derek se dio su tiempo para respirar. Fue al lavabo y se llevó un chorro de agua a la cara. Cuando terminó, se dio la vuelta y me contempló con remordimiento.
—Perdóname Sam.
Parpadeé extrañada, estaba perdida, ¿a qué venía eso ahora? ¿Se había arrepentido de invitarme a vivir con él?
—Derek...
—Lo siento, no pretendía asustarte, es sólo que... —se restregó una mano por el rostro. Clavó de nuevo los ojos en el aparato y luego los cerró. Apretó con fuerza su mandíbula.
No sabía qué era lo que estaba pasando, intuía más bien que él comenzaba a comprender el error en el que nos habíamos metido al invitarme. Posiblemente también se daba cuenta que, al igual que el resto de las paredes de la habitación, yo era una extraña a la que no debió permitir ni siquiera la entrada.
—Entiendo —dije.
Me puse de pie.
Derek me observó confundido cuando comencé a dirigirme a la habitación.
—¿A dónde vas?
—Voy por mis cosas. Creo que esto ha sido un error desde que...
—Wow, espera, ¿de qué estás hablando?
Fruncí el ceño.
—No quieres que esté aquí.
Bufó, y pareció a punto de reír.
—No es eso, Sam.
Arrugué más el entrecejo.
—¿Ah no? —negó con la cabeza. Una nueva sonrisa se asomó en sus labios—. ¿Entonces qué? ¿Qué te ha puesto tan extraño?
Esta vez sí soltó una especie de risa, aunque nerviosa.
—No es por la razón que crees —se acercó a la barra y tomó de nuevo el aparato entre sus dedos—. Es por culpa de esto —no podía sentirme más confundida. Derek tomó aire nuevamente y me miró con disculpa—. Creo que lo mejor para los dos es que sea sincero contigo y te cuente lo que está pasando. Claro, si es que queremos que esto de vivir juntos funcione —me hizo un ademán para que me acercara y volver a sentarme—. Esto que tengo aquí es un pequeño auricular. Y esto... —se desabotonó el cuello de la chaqueta que traía puesta y me mostró algo parecido a un pequeño micrófono anclado en la tela—. Es exactamente lo que piensas.
Miré ambos objetos con extrañeza.
—¿Por qué los traes?
—Por la misma razón por la que el detective Jayson ha accedido a que te trajera aquí —se arrancó el micrófono y lo depositó a lado del pequeño auricular—. Quiere que consiga sacarte información acerca del caso. Específicamente sobre lo sucedido con... con lo que pasó cuando dejé de verte.
Observé ambos objetos bajo una nueva luz, y comprendí por qué Derek había mostrado señales de llevar una carga.
—Quería que me hicieras preguntas.
—Que te sonsacara información —apreté la boca en una línea—. No creo que lo haya planeado con mala intención, se ve que está muy desesperado. Pero no tolero la idea de que me utilicen para que hagas algo de lo que todavía no te sientes preparada.
Que el detective hubiera llegado al grado de espiar nuestras conversaciones no fue algo que lanzara una alarma. En realidad, concordaba con lo que Derek decía, si tomaba en cuenta lo discutido con el detective antes de que nos llevara a la casa de Lucian.
A ese paso y sin más pistas, corríamos el riesgo de que el caso quedara a la deriva, y eso le daba más oportunidades a Lucian de salirse con la suya.
Que el detective creyera que Derek podía hacerme hablar cuando nadie más lo había logrado sonaba a un excelente plan para él, aunque ignoraba que Dafne estuviera al tanto de esa artimaña. Lo más probable es que no fuera así.
—¿Sam? —Miré a Derek, y noté su inseguridad—. ¿Estás molesta? Quiero decir, ¿quieres irte ahora?
Sostuve ambos objetos. Probablemente el detective estuviera escuchando todo ahora mismo.
—Todavía no. Supongo que puedo intentar quedarme por un tiempo. Claro, si me lo permiten.
El peso que Derek había cargado hasta el momento se alejó de sus hombros.
—Créeme, el tiempo que quieras.
Conseguí comer el resto de mi rebanada de pizza, y esa noche creí que no tendría pesadillas.
No fue para nada el caso.
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