CAPÍTULO 7
Mi desconcierto no desapareció incluso cuando vi a Derek salir de la consulta. Todavía seguía preguntándome qué lo había llevado allí. ¿Es que acaso Dafne lo había puesto al corriente de todos los horrores que me perseguían en cuanto a mi salud mental? Confiaba en ella plenamente, pero el temor de que ambos cotillearan sobre mí y mis inseguridades rugía como un pequeño monstruo aterrado. Sin embargo, por la sonrisa amigable y sincera que Derek me dedicó al salir, supe con gran alivio de que ese no era el caso, aunque la curiosidad me bullía por averiguar lo que pudieron compartir en esa pequeña oficina.
Intenté mostrarme lo más indiferente que pude cuando llegó mi turno, pero en el momento en el que Dafne me permitió entrar a su oficina, mi boca se apresuró a decir:
—¿Hablaron sobre mí?
Ese pequeño monstruo asustado tal vez sí continuaba ahí, porque había esperado que Dafne se echara a reír como si lo que dijera fuera algo ridículo y absurdo, pero en vez de eso, ella me sonrió comprensiva.
—Entre algunas cosas. Pero relájate, no compartí con él nada que sea confidencial. Tienes mi palabra.
El alivio lo cubrió todo de nuevo, hasta el pequeño monstruo, pero todavía me sentí un poco curiosa y nerviosa.
—¿Y de qué... hablaron?
—Si el señor Hard quiere compartirte el contenido de nuestra conversación, lo hará si tú se lo preguntas. Es una persona dada a la plática.
Que Derek fuera abierto conmigo si yo se lo preguntaba no era algo que me sorprendiera, siempre había sido así. Pero el hecho de que Dafne se negara a contarme de lo que habían hablado, reafirmaba mi seguridad en ella. En definitiva, aquel monstruo que era mis temores tuvo que haberse ido.
Aunque apareció poco después de que empezáramos la sesión.
Dafne quiso hablar primero de mi experiencia al entrar a la casa de Lucian. Me animé a contarle que gracias a la técnica que me ayudó a recordar, había podido entrar sin que mi cerebro colapsara. Me sugirió que siguiera repasando los pasos, para esas ocasiones en las que ella no estuviera allí, y pidió que lo tomara en cuenta para las siguientes veces en las que recurriríamos a lo que ella llamaba "terapia de exposición", que era cuando hacía que me rodeara la oscuridad con ayuda de ese maldito visor.
Después pasamos a la angustiosa parte de las preguntas, donde aquel monstruo inseguro renovó fuerzas. Al principio fueron las ingenuas e insignificantes de siempre: cómo estaba, qué cosas nuevas había hecho, incluso cómo me sentía con la visita de Derek, y a todas respondí sin inmutarme (puede que cuando respondí preguntas con respecto a Derek me cohibiera un poco, pero en vez de presionarme, Dafne habló como si no se percatara de ello). Cuando por fin llegamos a las preguntas más peligrosas, al igual que antes, no me atreví a responder nada que no fuera un "No lo sé", y al terminar con ellas, por un momento creí que ella continuaría con la maldita terapia expositiva o como sea que la llamara, pero en vez de eso, cerró su carpeta de apuntes y me miró con una sonrisa cordial.
—Tengo otra pregunta para ti, Sam. Pero descuida, no tiene nada que ver con las anteriores —su aclaración me relajó los nervios de la espalda, que la tenía tan tiesa como una pared de granito—. ¿Has pensado en lo último que te recomendé?
—¿En la técnica de los cinco pasos?
—En lo del diario.
Ah, eso. Jugueteé mis dedos contra mi ropa. Al no responderle de inmediato, Dafne no tardó en adivinar lo que pensaba.
—Recuerda que el diario es de las primeras opciones que te he recomendado, pero no lo has considerado en absoluto. ¿Es por los recuerdos que te despierta el escribir?
—No es eso. O bueno, no lo sé. Lo que pasa es que no tengo idea de cómo empezar.
—No tiene por qué ser de lo que te ocurrió estando allá, sino de tu día a día. Pensamientos que tengas sueltos, ideas y frases. Algunos incluso aprovechan para escribir poemas y canciones. Es un pasatiempo tranquilizante, y que siempre ha ayudado a otros pacientes.
Hice una mueca. La verdad es que sonaba muy bien, pero ya había estado escribiendo por obligación cada día, cuando salía de casa y por órdenes de Lucian. Sentía que era casi lo mismo.
—No soy muy buena en eso de escribir.
—No tienes por qué. Serás solo tú y tus palabras. Nadie tiene por qué leerlo y criticarte.
Me estaba quedando sin excusas.
—¿Y si me equivoco? Soy pésima en la ortografía.
—En un diario no tienes que pensar en la ortografía, solo en expresarte, —seguía sin convencerme—. No tienes por qué empezar ahora si no quieres, es solo una idea. Pero sería muy bueno que lo hicieras, y no solo para ti, sino también para el caso.
La miré sorprendida.
—¿A qué se refiere?
—Bueno, en muchas ocasiones ha habido situaciones en los que un diario ha brindado información valiosa para resolver cabos sueltos. Pareciera absurdo, pero los diarios al día de hoy son considerados como una evidencia más en casos como este, sobre todo porque se toman en cuenta como documentos oficiales de declaración de los hechos. No hay nada que no le guste más a las autoridades como documentos escritos, y no hay nada más verídico que algo escrito con tu puño y letra. Pero no quiero que escribas para intentar resolver lo que corresponde a las autoridades. Quiero que escribas porque tú quieras hacerlo.
Eso sería más complicado.
Pero tal vez podía intentarlo.
Después de una pequeña prueba con la terapia de exposición (y salir sin buenos resultados), me encontré de nuevo en la recepción. Intenté mostrar mi rostro indiferente, pero notaba en mi cuerpo las ganas que tenía de encontrarme con él.
Giré en dirección a los asientos. Y en efecto, Derek seguía allí.
En cuanto me vio, dejó mostrar una sonrisa enorme que hizo que algo dentro de mí se sacudiera de una rara manera. Tardé en darme cuenta que la recepcionista me estaba hablando.
—¿Qué?
—¿La misma cita?
—Ah, sí, la misma.
Cuando regresé mi vista a Derek, esperé que mi rostro no reflejara mi turbación. Iba a preguntarle por qué no se había marchado aún, pero él se levantó y se apresuró a decir:
—Quiero llevarte al hotel —la inesperada propuesta me hizo parpadear. Él carraspeó y aclaró—. Es decir, me gustaría hablar contigo sobre algo en específico, así que tal vez pensé hacerlo de camino de regreso, ya sabes, a tu hotel.
Eso tenía mayor sentido. La idea de estar con él en su auto me tentó, pero también hubo algo que me hizo dudar, como si mi cuerpo presintiera que era una mala idea por algún raro sentido, y, sin embargo, también aumentó mi curiosidad por lo que quería decirme. Posiblemente me hablaría de lo que había conversado con Dafne.
Optando por el interés que tenía en dicha conversación terminé por acceder. Él entonces me acompañó al exterior, donde el oficial a cargo de mí ese día contempló a Derek con ojos entornados. Él le planteó lo que tenía en mente. y aunque al principio el oficial se mostró reacio, una breve consulta por teléfono al detective Jayson fue suficiente para convencerlo de dejarnos marchar, no sin antes asegurarnos que nos seguiría por detrás para mayor seguridad.
Derek me abrió la puerta del copiloto, pero mientras él se dirigía a tomar asiento, una inesperada sensación de apesadumbre me invadió el cuerpo. De pronto mi mente se llenó de imágenes de Lucian golpeando la ventanilla, y por detrás de nosotros, el auto de atrás tomó la forma del vehículo de Barb, y vi que este salía con aura amenazante. El aire dentro del auto comenzó a sofocarme y me aferré al seguro de la puerta para evitar que alguien entrara.
Una mano se posó en mi hombro.
Volteé de forma brusca, incapaz de soltar un grito debido al cierre del aire en mi garganta, y me encontré con la mirada preocupada de Derek.
—¿Estás bien?
Preguntas. Preguntas, preguntas, preguntas.
Derek habló de nuevo, pero mis oídos no llegaron a escucharlo. Un ruido a mi derecha me hizo volver a la ventanilla, esperando encontrar a un Lucian que no iba a aguardar el momento para que bajara.
Otro sonido inesperado me llegó a las orejas, uno más real. Miré a su origen y vi la mano de Derek sobre los controles de lo que parecía ser la radio del auto. Se trataba de una música rítmica y alegre, y él no dudó en alzar todo el volumen para que fuera lo único que nos rodeara.
—Yo prefiero la música clásica —gritó—. Pero esta no está tan mal.
Mis ojos quedaron clavados en la radio, mientras él accionaba el auto y dejaba que aquella melodía fuera lo único que se interpusiera entre nosotros.
El resto del camino permanecimos sin habla, aunque no rodeados de silencio. Derek se movía al ritmo de la música sin dejar de concentrarse en el camino, excepto para echarme una mirada de vez en cuando y lanzarme una sonrisa cuando nuestros ojos se cruzaban. No interrumpí el momento ni siquiera cuando recuperé la calma, y Derek no pareció interesado en hacerlo tampoco. El ambiente me dio una oportunidad para pensar en lo que había ocurrido, y concluí que ni siquiera había estado preparada para recordar lo que era subirse a un vehículo con Derek, por muchas ganas que tuviera al principio de que me llevara a cualquier sitio. Esa conclusión me dejó muy desanimada, y la idea de que tal vez no volvería a ser normal aumentó ese sentimiento en enormes cantidades.
No fue hasta que llegamos al camino que daba al hotel que Derek comenzó a bajarle el sonido a la música, y cuando por fin estacionó, seguido del vehículo del oficial que nos había acompañado en todo el trayecto, la radio se escuchaba tan tenue que me pregunté por qué la mantenía encendida. No obstante, debido a que continuábamos sin pronunciar palabra, comprendí por qué la había dejado así.
Nos rodeó un momento incómodo.
Sabía que él estaba a punto de decir algo, pero al parecer, e igual que antes, no se veía seguro de cómo empezar, así que dije en su lugar:
—Gracias por traerme.
Noté que soltaba un pequeño respingo, tal vez debido a la sorpresa. No había esperado que hablara.
—De nada —sus manos toquetearon el volante con nerviosismo, inquietas—. Sam, quisiera preguntarte algo.
Un nuevo y pequeño monstruo se hizo presente al escucharlo decir esas palabras; no obstante, esperé a que continuara, y él me miró directo a los ojos.
—¿Te gus...?
Tocaron mi ventanilla.
El ruido me hizo soltar un chillido, devolviéndome a mi estado anterior de agitación, pero en vez de encontrarme con la imagen aterradora de Lucian, el aire regresó a mis pulmones cuando vi que se trataba del detective Jayson.
Derek bajó mi ventanilla.
—Señor Hard —el detective le extendió la mano, que Derek estrechó con aire desconcertado—. Quisiera hablar con usted unos segundos —miró en mi dirección—. Señorita Grove, sino le importa.
Formé una línea con la boca al oírlo mencionar mi apellido. Ya hablaría con él al respecto. Me bajé del auto tal como el detective pedía, sin embargo, Derek no se quedó adentro, porque cuando estaba a punto de dirigirme camino a la entrada del hotel, él gritó:
—¡Espérame en el jardín!
Lo miré insegura, pero asentí. Ardía de curiosidad por quedarme a escuchar la conversación, pero a diferencia de Helena, yo no me atrevía a escuchar a hurtadillas al detective. Y aun así, no pude evitar mirarlos una última vez antes de marcharme, viendo cómo Derek observaba al detective Jayson con extrañeza por algo que este le estaba contando.
Pasó una hora antes de que Derek se apareciera en el sitio donde me había citado. Yo estaba envuelta en mi abrigo con capucha, una de las pocas prendas que me habían cedido después de salir del hospital. El aire estaba fresco a pesar de ya ser más de medio día, incluso sentía mis dedos enfriándose como cubitos de agua en un congelador. Estaba jugueteando con ellos para entrar en calor cuando lo vi acercarse en dirección al banquillo donde estaba sentada. Había estado pensando en cómo poder hablar acerca de lo que pudieron discutir él con Dafne y el detective, ya que desde que este lo había abordado, presentía que tenía que ver no solo con el caso, sino específicamente conmigo. A lo mejor me estaba sintiendo como el centro del universo y eso me hacía descartar ciertas sospechas, pero la sensación de que todo esto era por algo que él estaba punto de preguntarme se convirtió en completa certeza cuando vi en su rostro los rastros de la preocupación.
Derek se sentó a mi lado, y a diferencia de su ánimo alegre que había mostrado hasta entonces, esta vez lo rodeaba un aire contrito. Si antes parecía inseguro de cómo empezar, ahora lo estaba mucho más.
—No te ves bien —me animé a decir.
Sonrió, aunque no pareció llegar a sus ojos.
—Es por cosas que no había previsto.
Fruncí el ceño. Él suspiró, y antes de que me volviera a animar para preguntarle a qué cosas se refería, él se recargó contra el banquillo y miró al cielo.
—Sam, ¿cómo te sientes estando en este lugar?
En esta ocasión no se mostró asustado por lanzarme la pregunta, pero sabía que no era la que quería hacerme.
—No está mal —contemplé el jardín y el hotel, que en ese momento emanaba una tranquilidad demasiado apacible, como si ese sitio supiera que no había nada de lo que sorprenderse en él—. Es lindo, muy cómodo. Por lo menos no viene mucha gente.
—Ya, eso suena bien.
No quería que hiciera tantos rodeos acerca de mi estadía en el hotel, sino de lo que quería preguntarme de verdad, así que me lancé:
—¿Qué es lo que quieres decirme?
Derek tardó unos segundos. Jugueteó con sus manos y luego se llevó una de ellas al cuello. Finalmente, pareció que el valor lo ayudó a decir:
—He pensado... que hay muchas maneras en las que me gustaría ayudarte. Y antes de que me discutas que no necesitas ayuda, esto es algo que quiero hacer. Algo que... me gustaría hacer contigo. No quiero que pienses que me estoy haciendo el héroe, o que te tengo lástima, esto es lo último que siento cuando tú me vienes a la mente.
No supe a dónde quería llegar, pero intuí que él me estaba diciendo todo aquello no solo para prepararme al momento de responder su pregunta, sino para prepararse él también, así que no lo interrumpí.
—Sé que has pasado por mucho, aunque no tenga todos los detalles y no necesito tenerlos. Y descuida, tampoco te obligaré a hacer algo que no te guste, ni aunque la vida se me fuera en ello o... —arrugó el ceño y endureció el rostro. Incluso lo vi apretar un poco la mandíbula—. Aunque otros me lo pidan. Quiero que sepas, que cualquier cosa que decidas hacer, tú siempre tendrás mi apoyo.
Me escudriñó seriamente el rostro, la intensidad con la que me miraba me impidió mirar cualquier cosa que no fueran esos ojos. Pero cuando el pelo se le alborotó a causa del viento, tuve unas irrefrenables ganas de acomodárselo.
—Sam, —inhaló aire—. ¿Te gustaría ir a vivir conmigo?
—Creo que sería una excelente idea.
Estábamos en la habitación, Lia y yo a solas en la oscuridad de la noche interrumpida por las luces de las dos lámparas que estaban a los costados de la cama. Yo estaba sentada en posición india, mirando desde mi lugar la oscuridad nocturna del cielo salpicado de estrellas, al mismo tiempo que la figura de Lia sentada en el tocador. Ella se había estado preparando para dormir, y aunque había notado su sorpresa al entrar a la habitación y encontrarme con rostro pensativo, no mencionó nada hasta que me atreví a contarle todo lo que había pasado ese día.
O más bien, lo que había hablado con Derek.
Después de que él me hubiera lanzado aquella pregunta, permanecí sin saber qué responder en lo que parecieron ser los minutos más incómodos desde que nos habíamos conocido. Jamás lo había visto a él tan nervioso, pero también seguro de lo que decía. Al ver que no le ofrecía ninguna respuesta, se había levantado para luego decirme que me lo pensara, antes de despedirse y asegurarme que volvería la siguiente semana. No mencionó que para entonces ya necesitaba que le respondiera, en su lugar, soltó que hacía un par de semanas había conseguido un departamento nuevo en la ciudad donde estábamos, dándome a entender que no se trataba de ninguna broma o chiste.
Él hablaba en serio.
Mi mente no supo qué pensar después de eso.
Días antes, incluso me había mostrado irritada con la sola idea de que Lia creyera que podía dejar de pensar en las chicas para dedicarme a salir con Derek, pero en ese momento cuando él me había lanzado la pregunta, mi postura de concentrarme solo en las chicas no se hizo evidente, lo cual me sorprendía.
Y me inquietaba.
Por eso necesitaba una opinión.
—Necesitas más que solo una rutina aburrida en este tedioso hotel —dijo Lia al ver que yo seguía sin responderle—. Conseguir un departamento propio es algo que no nos podemos permitir, además de que no creo que nos dejen hacerlo por ahora. Pero las cosas cambian si se trata de alguien conocido y, sobre todo, de alguien que se hizo pasar por tantas molestias para conseguir un permiso y que tú pudieras estar con él.
La miré desconcertada.
—No te entiendo.
—¿Crees que el detective permitiría a cualquier persona acceso directo a nosotras? ¿No has notado que los pocos inquilinos que habitan este hotel se quedan un día o dos a lo máximo? Por eso hay poca gente. No me extrañaría que el detective hubiera llegado a un acuerdo con el dueño para hospedar a un número límite de visitantes. Y marcharnos del hotel no es algo que nos atrevamos a hacer, no a menos que él o sus hombres nos acompañen —negó con la cabeza—. No. Ese tal Derek ha conseguido convencerlo de alguna forma, por no decir de varias otras cosas que debió haber hecho con tal de que te marcharas a su departamento al momento de dar el sí. Es algo que no cualquiera haría —ladeó la cabeza—. En verdad parece que le gustas. Debe estar loco por ti.
—No empieces.
—¡Lo digo en serio! Aunque, también creo que fue sincero contigo. Las veces que he hablado con él no me pareció que tuviera intenciones ocultas, sí sabes a lo que me refiero —giré los ojos y ella siguió hablando—. Si habló con Dafne, e incluso con el detective, debe ser porque hasta ellos evaluaron sus verdaderas intenciones y resultó libre de sospecha. No pretende acostarse contigo, él de verdad quiere ayudarte, —sonrió con ternura—. Eso me parece muy noble.
Lo que Lia decía guardaba muchísima razón, y la verdad es que la honestidad siempre había sido una cualidad arraigada en Derek, algo que era parte de él como una pierna o el órgano que se hacía llamar su corazón. Simplemente, cuando de Derek se trataba, sinceridad era la mejor manera de describirlo en una sola palabra.
Pero aun así, algo me hacía dudar.
—No sería justo —me oí decir.
—¿Te refieres a las chicas? —asentí, sintiéndome cada vez más pequeña—. Mira Sam, de esto ya hemos hablado tú y yo, y sé que nunca salimos bien paradas cada vez que retomamos el tema, pero... —suspiró—. Mira, me gustaría decirte lo que pienso ahora. ¿Puedo?
Al principio quise negarme, sospechando lo que estaba a punto de decir, pero la parte que se había mostrado indecisa toda la tarde me impidió mantener aquella misma postura, así que asentí.
—Sé que te asusta —dijo por fin—. Entiendo que sientas que las estés traicionando, pero créeme, yo estuve allí. Estuve cuando todas nos pusimos de acuerdo para sacarte. Vi sus rostros cuando todas reflejamos el sentimiento de culpa por haberte abandonado cuando más nos necesitabas, cuando más necesitabas que te apoyáramos frente a Lucian. Incluso Anne te dejó cargar con el peso sola. Eso, más que cualquier cosa, más que un código negro, las hizo sufrir de verdad.
"Sé que posiblemente no creas que seas digna de disfrutar el regalo que te dieron, pero créeme que ellas no lo hicieron porque lo merecieras, lo hicieron porque te querían, y porque en parte las ayudaría para librarse un poco de la culpa. Karla, Liz, Anne, Wen e incluso Layla. Y aunque a Tiana no la vi, estoy segura de que pensaría lo mismo. Todas se arriesgaron para que tú pudieras salir y ser libre. Creo que si no haces esto, no solo estás tirándole mierda a su sacrificio, estás haciendo que no valga la pena.
Sus palabras me dejaron un sabor amargo en la boca.
En efecto, era lo mismo que ella me había estado intentando decir desde hacía dos meses: que aprovechara el momento para hacer lo que ellas habían querido que hiciera. Tener la oportunidad de vivir con Derek y no hacerlo, era como si todavía me mantuviera encerrada en esa casa con la sensación de que no tenía derecho a vivir mi vida, de que no debía ni podía ser libre. Antes había sido a causa de la culpa, una consecuencia de mi trato con Lucian para entregarle la dignidad de Karla, y ahora porque no podía soportar la idea de que yo viviera y ellas no.
No creía que pudiera ser realmente libre hasta poder encontrarlas, pero las palabras de Lia, y la perspectiva de vivir con Derek, tal vez, me ayudarían a sobrevivir en mi nueva realidad.
Además, si de algo estaba segura, es que a ese paso tarde o temprano moriría de alguna forma, perseguida por las pesadillas y la rutina vacía del hotel. Me sentía poco a poco sin energía, apagada, como si fuera un ente encerrado en cuatro paredes que le impedían disfrutar del más allá.
Atraída por mi propia oscuridad.
—Necesito un teléfono —dije.
Derek acomodó lo único que tenía por equipaje: una bolsa pequeña con tres mudadas de ropa. Habría llevado mi mochila de no ser porque continuaban sin regresármela, aunque a esas alturas, el enojo y la impotencia por no tener mis cosas devuelta eran mucho más soportables. Evitaba recordarlo, de lo contrario me daban ganas de romper cosas.
Derek cerró el maletero del auto y se volvió hacia mí.
—Cuando estés lista.
Me sonrió con ánimo, miró a las personas que estaban a unos metros detrás de nosotros y luego se dirigió a tomar lugar en el asiento de conductor.
Me giré hacia atrás. A mis espaldas, a unos metros cerca de la entrada del hotel, Dafne y Lia me observaron con sonrisas tenues. La de Dafne era de complacencia. Había hablado con ella acerca de ese paso tan fuerte que estaba tomando, y al igual que Lia, se había mostrado de acuerdo con que cambiar de aires sería bueno para mí, no sin antes darme un par de recomendaciones, además de hacerme jurar que no interrumpiría nuestras sesiones de terapia pasara lo que pasara. Supuse que aquello también lo había discutido con Derek, aunque él no me lo confirmó.
Por su parte, Lia mantenía un gesto melancólico. Habíamos hablado, y en serio parecía feliz de que tomara aquella decisión, pero sentía que existía algo más entre nosotras que todavía no decíamos. De hecho, me había confiado que Derek también le había contado que ella podía participar del plan, es decir, de acompañarnos y vivir en su departamento, pero ella terminó declinando. Por otra parte, en vista de que era lo único que tenía de mis recuerdos de las chicas, no deseaba irme sin resolver lo que tuviéramos entre nosotras.
Corrí a abrazarla.
—Vendré a verte una vez por semana —le prometí contra su oído.
Me devolvió el abrazo.
—Más te vale. —Al separarnos, me seguía dedicando la misma sonrisa melancólica. Quise hablar, pero ella se mostró dudosa—. Hay algo que todavía no te he dicho.
Dafne desapareció al interior del hotel para concedernos privacidad sin mencionar palabra. Lia miró en dirección al auto y luego volvió la vista a mí.
—Esa noche, cuando te encontré huyendo... —tragó saliva.
No terminó de decirlo.
Intenté adivinar lo que quería decirme, pero el tema de nuestra huida jamás lo habíamos tocado entre las dos, a menos que fuera por motivos de algún interrogatorio, y eso si estaba el detective presente, por lo que no pude adivinar lo que guardaba en sus pensamientos. Intenté animarla dándole un apretón de manos.
Siguió sin decir ni una palabra.
La abracé de nuevo.
—Ya me lo dirás cuando lo necesites.
Asintió.
La puerta ya estaba abierta cuando quise subirme al auto. Derek estaba sintonizando algo en la radio y le subía el volumen tan alto que me dolieron los oídos; sabía que si se lo pedía él le bajaría, pero también sospechaba que lo más cómodo para los dos era que lo mantuviera tal como estaba.
—¡¿Preparada?! —preguntó en un grito, sonriente.
Miré en dirección a Lia. Ella me alzó una mano a modo de despedida.
Hice un gesto de asentimiento.
El auto arrancó.
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