CAPÍTULO 6


Su nuevo departamento era un absoluto desastre.

Derek Hard sabía muchas cosas, pero acomodar y ordenar no contaba entre ellas, especialmente cuando se trataba de mudarse. Llevaba una semana en esa ciudad, un mes si tomaba en cuenta sus viajes de visita, y todavía no era capaz de desempacar esas desdichadas cajas.

Justo en ese momento sostenía una en manos. Hacía sólo un segundo se había dispuesto a moverla de su sitio y sacar el contenido (antes de que Bombón le chillara por su merienda de atún, el muy abusivo), y de pronto se fijó en que tenía otra a medio desempaque, así que dejó la que cargaba y fue directo a la que ya estaba abierta; sin embargo, cuando la sostuvo, recordó por qué la había dejado a medias.

Se dio una palmada en la frente.

"Idiota".

La caja contenía material delicado, y no se sentía seguro de sacarlo en medio de todo ese desorden sin un mueble decente, mucho menos con Bombón al acecho.

Gruñó. Abandonó la caja y regresó por la otra. La abrió y revisó su contenido.

"¿Por qué guardo todavía estos papeles?" se recriminó a sí mismo. Levantó un fajo y se puso a revisar cada hoja.

Vaya, que interesante. Eran sus antiguos borradores. Viejas historias que tenía guardadas desde hace años, tal vez desde que comenzó a tomarse en serio la escritura.

Sonrió, recordó aquel entusiasmo de los primeros días y, no obstante, también notó errores que antes no creía tener, y sin percatarse de lo que hacía, buscó un asiento sin abandonar la lectura, junto con un lapicero que cargaba en el bolsillo.

"Santo cielo, que terrible era", soltó una pequeña risa, más cargada por la vergüenza que de gracia.

Dejó de fijarse en el avance del tiempo y, para cuando acabó de leer y corregir sus antiguos errores de novato, sus ojos se entrecerraban para enfocarse mejor en las letras. La luz del día había dado lugar a la tarde casi noche. Ni siquiera se percató de que Bombón había decidido dormir en la delicada caja media abierta.

El reloj de su despertador resonó con la llegada de las siete.

Derek parpadeó.

—¿Qué? ¿Tan tarde? —revisó su teléfono—. ¡No me...! —gruñó.

Se levantó como resorte y se apresuró a tomar las llaves de su auto, pero la oscuridad y el caos del departamento le impidieron encontrarlas. ¡Y vaya que no se acordaba dónde las había dejado, por todos los cielos!

Debido a las prisas, tropezó con un par de cajas, y soltó una maldición que no le hubiera gustado decir enfrente de su madre. Con esfuerzo llegó al interruptor, pero cuando encendió la luz sólo se evidenció aún más el gran desorden que le rodeaba. Suspiró.

Katy iba a matarlo.

Llegó al área de espera del aeropuerto y buscó con la mirada una melena morada entre la multitud. Entre más enojada, mejor.

—Vamos, vamos. No me hagas bajar del auto —aunque lo más probable es que ella lo hiciera a propósito, sólo para vengarse—. Vamos Katy, lo siento. Por favor, no traje suficiente para el pago del estacionamiento, ¿dónde demonios estás?

Alguien tocó su ventanilla.

Derek se sobresaltó. A su izquierda se encontró con unos inconfundibles ojos verdes que lo miraban irritados.

Sonrió a manera de disculpa. Abrió la puerta y se dispuso a estrecharla en un abrazo.

—¡Katy! ¡Bienveni...! —la maleta de la chica chocó contra su pecho.

Sin dirigirle la palabra, ella se encaminó a la parte del copiloto. Derek la miró y suspiró. Sí, debió haberlo previsto.

Cuando acomodó la maleta de su amiga y subió de nuevo al asiento del conductor, el silencio los envolvió como la calma antes de la tormenta. Katy era así, siempre aguardaba el mejor momento para soltar una bomba a modo de reclamo, algo de lo que ya estaba acostumbrado. Así que Derek cerró los ojos y no se amedrentó al decir:

—Lamento la demora.

Se mantuvo a la espera de una reacción explosiva. Ella solía tomar de peor humor las disculpas. "Si pretendes disculparte, debiste pensarlo antes de haberlo hecho", recalcaba siempre, o bueno, siempre que él se equivocaba. Con ella no cabía la frase "Mejor pedir perdón que pedir permiso".

Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba, Katy no reaccionó con furia o una réplica, pero sí apretó los labios y se mantuvo en silencio.

"Vaya, eso es nuevo".

Derek accionó el auto, con la frente fruncida debido a esa nueva malhumorada Katy, y se dirigió de regreso a la carretera principal.

—¿Cómo... estuvo tu viaje? —dijo con tal de romper el silencio, aunque también por cortesía.

Ella se mantuvo callada.

Derek giró los ojos. Demonios, como odiaba que hicieran eso. Mil veces prefería que le gritaran a que no le dirigieran la palabra. ¿Qué había de atractivo en mantenerse en el mutismo? Más bien, le desesperaba.

—¿Tienes hambre? Sé de un lugar muy bueno donde podemos comer algo.

—No intentes tapar tu incomodidad.

—¡Ajá! Sabía que podías hablar —Katy le dedicó una mirada exasperada—. No lo digo para hacerte enojar, sé que tardé más de lo que debía, pero en serio quiero compensarte con...

—No es por eso por lo que estoy molesta —repuso ella.

Arrugó más el ceño.

—¿Ah no?

Katy negó con la cabeza, pero en vez de explicárselo, optó por mantenerse de nuevo callada.

Ahora la confusión rondaba en su cabeza. ¿Qué otra cosa había hecho para molestarla? Lo repasó mentalmente mientras se dirigían a la ciudad, y por consiguiente, a su nuevo departamento.

Pensar en la infinidad de cajas sin abrir lo fastidiaba más, sobre todo porque iba a haber otra razón de sobra para que Katy siguiera molesta con él. Siempre le había renegado su falta de orden al mudarse, y la verdad es que comenzaba a cansarle que le recriminara tanto. Pero, ¿por qué otra cosa estaría molesta? No había hecho nada malo en las últimas semanas, ¿o no?

—Lo siento si no te llamé —tanteó.

—Ya, me mantuve entretenida.

No, no era por eso.

—¿Y tu padre?

La mirada de la chica se endureció.

—Afuera, con su nueva esposa.

Derek supuso que parte de su enojo no tenía nada que ver con él, sino con el padre de la joven. Aunque, que él recordara, Katy no era de las que se desquitaba con los demás cuando algo de su vida privada le molestaba, simplemente se encerraba en ella misma y esperaba que le brindaras su apoyo, de lo contrario más valía dejarla sola.

No parecía ser el caso.

Pensó en más cosas que podrían haberla puesto de un humor de perros, pero no se le ocurrió nada mejor que su tardanza, a menos que...

—Hablaste con Will —silencio. Cielos, era eso—. Escucha, Kat...

—No discutamos de eso ahora —interrumpió la chica—. Me siento cansada.

Derek tamborileó los dedos sobre el volante.

—Bien. Como quieras.

Acercó su mano a uno de los controles de la radio. Si ese viaje permanecería en silencio, lo mejor sería reemplazarlo con algo bueno, ¿y qué era mejor que con un poco de música?


—Creo que te sorprenderá lo mucho que he avanzado en cuanto a mudanzas —dijo mientras introducía la llave a su departamento—. Créeme, jamás había sido tan ordenado.

Pero cuando abrió la puerta, el escenario le contrarió sus palabras.

La oscuridad de la noche en contraste con la tenue luz del pasillo hacía que el efecto fuera mucho más desastroso. Varias cajas seguían apiladas unas sobre otras, tanto abiertas como sin abrir, pero el peor hecho fue encontrar a Bombón durmiendo con objetos esparcidos a su alrededor. En ese momento, el gato jugueteaba con un par de almohadas que Derek juraba que habían estado en una caja cerrada. ¡Ese felino iba a dejarlo sin cosas!

Katy pasó con su maleta de ruedas y contempló el caos con una ceja arqueada.

—Al menos no está todo en el suelo —murmuró él, dedicándole una fugaz mirada de resentimiento al malicioso gato.

La chica llevó su maleta al pequeño sillón y se dejó caer contra el respaldo.

—Es mejor de lo que esperaba.

Derek cerró detrás de él y se dirigió a la pequeña área de cocina para servirle un vaso de agua.

—Es mucho más caro que mi antiguo departamento, pero gracias a mi nuevo trabajo me lo puedo permitir. ¿Qué piensas?

—Pequeño, bastante accesible, tal vez acogedor.

Derek sonrió.

—Es tal como pensaba yo.

Le llevó a Kat el vaso de agua y se dejó caer a su lado. Ella no se lo dijo, pero al leer su rostro supo que estaba agradecida por el gesto. La chica bebió de un solo golpe y dejó posar el vaso vacío sobre una caja.

—A decir verdad, pensaba que sería mucho peor.

—¿En serio? Oye, tampoco es que lo he dejado tan desastroso.

—No solo por las cajas de mudanza —ella contempló el techo, el área de la cocina y el pasillo que daba a la única habitación y cuarto de baño—. El lugar es agradable a la vista. Mucho mejor que tu antiguo departamento. Un poco caro, sí, pero si dices que puedes pagarlo... —se encogió de hombros—. Es un sitio muy bueno.

—La dueña incluso se ofreció a prepararme las comidas, ya sabes, para esas veces que no tenga tiempo de hacerlo. Y el servicio de plomería y luz viene incluido. Está todo equipado.

—¿Por qué no me dijiste que ella estaba aquí?

Derek se detuvo. Por la mirada inquisitiva de Kat, y por lo dicho en el auto, sabía a quién se refería.

—¿Debí hacerlo?

—Si me consideras tu amiga, pues sí —él se llevó una mano al cuello—. Por favor Derek, todos estos años que hemos convivido juntos deben valer algo. ¿No podías simplemente confiar en mí?

—Confiar en ti sí que puedo, pero no en tu forma de reaccionar. Supuse que no quería despertar más rencillas.

—¿Temías que me molestara?

—Temía que intentaras convencerme de no hacerlo.

—¡Y lo hubiera hecho! —Katy se cruzó de brazos—. Sabía que te había aconsejado dejar Dollsville, hacerle caso a tu madre parecía la mejor opción, ¡pero eso no significaba que hicieras la locura de ir a donde ella estaba! ¿Es que has perdido el juicio?

—A veces creo que sí.

Ella bufó.

—Es increíble que lo consideres un chiste.

—No lo estoy tomando a la ligera, Kat. También lo pensé. Sabía que había muchas razones por las que tal vez no debí haber venido a este lugar, pero... —Kat lo observó retadora. Ella no quería escuchar lo que estaba a punto de decir—. Sentí que debía hacerlo.

—¿Ah sí? ¿Y por qué?

—¿Por si necesitaba ayuda?

Ella bufó de nuevo.

—Derek, eso es lo más ilógico...

—No podía estar quieto de brazos cruzados. ¿Will te contó lo demás? ¿Te llegó a decir lo que a nosotros nos dijeron?

Kat refunfuñó.

—Puede que se hubiera guardado algo.

—Pues yo sí lo sé. Estuve ahí. Me quedé parado mientras veía cómo se la llevaban sin que ella quisiera hacerlo. ¿Tienes idea de lo que sentí? ¿Acaso sabes lo difícil que fue para mí no tomar cualquier vehículo y buscar en cada metro de esa maldita ciudad hasta encontrarla? ¡Casi robé un auto, Kat! ¡Estaba loco! Y cuando nos explicaron lo que de verdad estaba sucediendo, tuve que hacer mucho esfuerzo por quedarme donde estaba, esperando a que ellos tomaran cartas en el asunto —se alborotó el pelo—. Por un demonio, estaba perdiendo la cabeza.

Katy se mantuvo callada, parecía que de verdad hacía el intento por entenderlo.

—Vale, puede que sí fuera muy difícil para ti —Derek no le respondió, de pronto estaba alterado, como si regresara a ese momento en el que casi perdía la cordura—. Pero eso no significa que debas seguir los problemas. ¿Sabes siquiera si es digna de fiar? Puede que a estas alturas esté completamente loca.

—No lo parecía.

Kat lo miró fijo. Demonios, lo había dicho sin pensar

—¿Qué? ¿Cómo que no lo parecía? —Derek apretó la boca. En fin, eso también debió contárselo—. ¿Acaso fuiste a verla? —no se atrevió a responder—. Increíble.

Dejaron correr una pausa. Él sabía que aquello la sacaría de quicio, pero no lo haría retractarse. Había hecho lo que creyó que era lo correcto.

Kat se frotó la frente con una mano, soltando más bufidos de vez en cuando. Al menos hacía algo de ruido, porque él no iba a soportar otro silencio por más tiempo.

—¿Y qué piensas hacer?

Derek vaciló.

—¿Sobre qué?

—Has venido hasta aquí no sólo para verla. Has cambiado de trabajo y te has mudado, ni siquiera conoces del todo esta ciudad como para creer que vale la pena vivir aquí. No es muy diferente a Dollsville, es decir, sigue siendo una ciudad pequeña y en paisaje son muy parecidos, ¿qué piensas hacer ahora que ya hiciste lo que tenías que hacer?

Derek tardó un rato en contestar, o más bien, en ordenar sus ideas.

—Quiero... intentar algo.

—¿Cómo qué?

—No lo sé. Ayudarla, supongo. De algún modo.

—De algún modo —se acomodó para mirarlo fijamente—. ¿De algún modo como qué? —Él se removió en su asiento, incapaz de soltar las palabras—. Oh no —Kat abrió grande los ojos—. No lo harás. No serías capaz.

—Tal vez sea una buena idea —ella abrió en grande la boca—. O... tal vez no.

—¿Tal vez no? ¿Tal vez no? Derek, eso puede terminar mal en diferentes maneras distintas. ¡Pero por supuesto que terminará mal!

—Eso no lo sabes.

—¿Y tú sí? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste aquella locura? Espera, déjame pensar. ¡Nunca! Incluso a mí me lo negaste antes, no es posible que ahora lo estés considerando.

—He pensado mucho en ello y tiene más ventajas que desventajas. ¿Qué tiene de malo intentarlo?

Ella sacudió negativamente la cabeza.

—Estás loco. Creí que te mantenías un poco cuerdo, pero esto es una locura. Si Amy estuviera aquí...

—No termines esa oración.

Pasaron otros largos minutos en silencio, pero esta vez él no se percató de ello. Derek se moría de ganas por convencerla, de decirle que no estaba tan mal a pesar de lo estúpido que sonaba, hacerla ver lo que él veía, pero algo le decía que ella no atendería a razones.

Aunque, una parte de él también intuía que se había vuelto un desquiciado, solo que no quería admitirlo.

Kat habló por fin.

—Creo que me voy.

Derek checó su reloj.

—Pero todavía falta dos horas para que salga tu autobús.

—Me iré y esperaré antes —tomó su maleta de ruedas y se levantó—. Necesito alejarme o perderé la cabeza.

Él la contempló detenidamente. Sabía que Katy simplemente estaba preocupada, pero ambos también sabían reconocer a una persona terca cuando la veían, y habían convivido lo suficiente como para saber que ninguno haría cambiar la opinión del otro, por más ilógica que fuera.

La decisión de Derek era una completa locura, sí, pero la haría de todas formas.

—De acuerdo.


Al día siguiente, cuando se aseguró de tener todo bien organizado (no había podido dormir el resto de la noche aunque lo hubiera querido, por lo que aprovechó el tiempo para acomodar lo que faltaba de sus cosas), salió de su departamento, tomó el auto y se dirigió a la clínica de la doctora Dafne.

Durante el camino permaneció pensativo. Las palabras de Katy habían tomado mucho peso, lo quisiera o no. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si al final hacía más mal que bien? Derek no dejaba de pensar que tal vez sí estaba tomando una decisión demasiado precipitada, posiblemente no había considerado todas las opciones, pero es que simplemente, cada vez que lo pensaba, no soportaba la idea de mantenerse de brazos cruzados sin intentar algo para ayudar. Esperar para ver a Sam una vez a la semana no le bastaría, tenía que haber una manera de ayudarla, y no se le había ocurrido nada mejor que lo que tenía en mente.

Claro, si es que Sam accedía en primer lugar.

"Pues claro que sí", se convenció a sí mismo. "Estar encerrada en esas cuatro paredes, tener la misma rutina de todos los días a esperar respuestas volvería lunático a cualquiera. Yo al menos no podría soportarlo".

Esos pensamientos lo hacían sentir más seguro de lo que hacía.

Llegó veinte minutos después a la clínica. Las puertas, aunque de cristal, estaban poralizadas para impedir que se observara el interior, posiblemente para mantener la privacidad de los pacientes. Por fuera se observaban las letras: Dra. Dafne. Psicoterapia; además de información como la dirección y números de teléfono.

Derek dudó antes de entrar.

En el interior lo recibió un ambiente cálido y bien iluminado. Una mujer se encontraba detrás de un enorme escritorio con diversos papeles distribuidos, un enorme teléfono y muchas carpetas acomodadas en una pila. La mujer, que sería la recepcionista, lo contempló y le sonrió.

—Buenos días. ¿Tiene cita?

Derek volvió a dudar.

—Creo. La doctora me pidió venir —y agregó de forma apresurada—: No soy un paciente.

La mujer parpadeó. Hurgó entre los papeles hasta encontrar lo que buscaba.

—Ah, es usted el señor Hard.

Él respiró aliviado.

—Sí, lo soy.

—Puede esperar en uno de los asientos de atrás. Llamaré a la doctora para que venga por usted.

—Gracias.

Se dio la vuelta, creyendo que esperaría mucho para...

Sam estaba allí.

Derek se quedó petrificado. Fue como si una corriente eléctrica le recorriera cada uno de los nervios, la misma que había experimentado al verla esa noche, por primera vez desde hacía dos largos meses.

Sonrió como un baboso.

—Hola.

Samanta se le quedó mirando. Parecía de verdad muy sorprendida de verlo, casi como si no supiera que se trataba del mismo tipo. Pero cuando él le mostró esa sonrisa babosa, toda duda desapareció de su rostro.

Sonrió también, aunque insegura.

—Hola.

A paso casi saltarín, Derek buscó asiento a su lado. Se sentía feliz de verla, ni siquiera importó que se encontraran en un lugar que la gente consideraba para locos. Ellos dos lo estaban, o comenzaba a creer que él sí, sino, ¿por qué entonces no dejaba de sonreír como un idiota?

—¿Esperando?

Algo en Samanta se tensó. Derek rápidamente comenzó a asustarse. Mierda, mierda, mierda. Las preguntas, ¿por qué no se había acordado de las malditas preguntas?

—Quiero decir, te tocó esperar. Porque digo, si tú llegaste antes que yo y te tocó esperar, significa que yo también tendré que esperar mi turno. Ya sabes, tener paciencia no se le da bien a todo el mundo, no sé si sea mi caso o el tuyo, digo, tal vez el tuyo no lo sea porque estás...

Samanta hizo un gesto muy cercano a la risa, aunque no llegó a serlo del todo.

—De hecho, acabo de llegar.

Derek suspiró. Sonrió más en grande a causa del alivio.

—Claro, debí suponerlo.

Permanecieron segundos en silencio. Derek moría de ganas por hacerla reír otra vez, o como mínimo, conseguir otro intento de risa. Pensó en más cosas qué decirle, pero antes de que tuviera oportunidad de hacerlo, alguien lo llamó.

—¿Señor Hard? —él clavó la vista en una mujer que acababa de llegar. No era un cliente más, sino la doctora—. Pase por favor.

Notó la mirada desconcertada de Samanta, y le dirigió una sonrisa con la que pretendió transmitirle confianza. No quería despertar sus recelos, no después de todo lo que habían pasado ya. Así que con paso seguro, siguió a la doctora Dafne.

Ella lo guió hasta una pequeña oficina. Dos sillones, uno de estos reclinable, y un reloj en la pared que no parecía funcionar, un librero lleno de carpetas y varios certificados en la pared.

—Siéntese, por favor —él hizo caso, sin dejar de contemplar alrededor con aire curioso—. ¿Se le hizo complicado dar con el lugar?

Se había quedado abstraído leyendo los diplomas, así que tardó en entender la pregunta.

—¿Eh, qué?

La doctora Dafne sonrió.

—El lugar. ¿Se le hizo difícil dar con él?

—Oh, eso. La verdad es que no, más o menos he logrado ubicarme a pesar de mi llegada reciente.

—Vaya, eso sí que es un talento.

—Gracias —sonrió.

Ella le devolvió el gesto.

Derek había tenido sus temores con respecto a estar frente a frente a una terapeuta, pero la mujer que tenía delante de él estaba lejos de ser la persona que creyó que sería. Menuda, pero con porte. Amigable, pero formal. Parecía una profesional de verdad y no solo alguien que le encantaba analizar los cerebros de la gente.

—Me ha mandado a llamar —se animó a decirle—. Supongo que es para asegurarse si estoy lo suficientemente cuerdo después de lo que pasó. Aunque creo que se tardaron mucho en analizarme.

La mujer rio un poco. Vaya, ella sí que interpretaba bien su sentido del humor.

—Los comentarios de los oficiales dicen que era usted alguien con gran habilidad del habla. Ya veo que no estaban erróneos en su descripción —Derek hizo una mueca—. ¿No le ha gustado lo que he dicho?

—No me gusta recordar a los oficiales.

—¿Y eso por qué? —lo pensó detenidamente. No estaba seguro de querer decirlo—. Entiendo que le haya parecido que todo ocurriera tan rápido. Es más, me atrevo a decir que la impotencia fue el único sentimiento que le acompañó en todo el proceso, razón por la cual ha concedido el tiempo para esta consulta y... se ha mudado.

La repentina timidez se adueñó de su cara. Se sintió como un niño al que habían atrapado en una travesura.

—No estoy criticando sus acciones, señor Hard —siguió la doctora al tiempo que tomaba una tablilla y escribía algo—. Creo que son totalmente justificables, dado su relación con Samanta.

Eso le abochornó un poco.

—¿Mi relación?

—Ustedes dos entablaron una buena amistad mientras ella trabajaba en el café, ¿me equivoco? —Ah. Menos mal. Así que más cómodo con esa idea, Derek asintió—. Y me atrevo a decir que hubo otros sentimientos de por medio.

Ahí sí que no supo qué contestar.

La doctora lo observó con perspicacia, lo que lo hizo sentirse mucho más abochornado.

—Bueno, es que nosotros...

—No es algo de lo que avergonzarse, señor Hard. Es más, me atrevo a decir que a diferencia de lo que se cree, tener a una persona por la cual vale la pena arriesgarse es digno de aplaudir. No cualquiera se animaría a hacer lo que usted hizo después de enterarse de lo que estaba ocurriendo, no sin dejarse llevar por los prejuicios.

Derek recordó la reacción de Katy que Will le había relatado hace tiempo, la manera en la que había intentado dejar en evidencia a Samanta con tal de librarse de ella. El recuerdo le removió el resentimiento, pero consiguió serenarse.

A pesar de su reciente incomodidad, le dio la razón a aquella mujer.

La doctora siguió anotando en su tablilla.

—Bien, quisiera hacerle unas preguntas, serán bastante inofensivas, solo para conocerlo mejor. ¿Está de acuerdo? Por consiguiente, terminaré con una serie de recomendaciones que, espero, pueda tomar en cuenta, sobre todo si el plan que usted nos ha sugerido sigue en marcha.

—Me parece bien.

Las preguntas que lanzó la doctora no eran muy personales, aunque tampoco nimias. Tuvo que hablar de su relación con sus padres y el resto de su familia, amigos, su vida de niño. Y claro, también habló de Amy, pero a diferencia de Katy, la doctora Dafne no lo acusó ni señaló alguna relación entre su hermana y su deseo de ayudar a Samanta, más bien, pareció muy comprensiva cuando él se rehusó a hurgar en su sentimiento de culpa por su hermana.

En resumidas cuentas, fue más una conversación que un interrogatorio, y eso lo hizo sentirse mucho más ligero y seguro.

—Bien —dijo la doctora al terminar de anotar una vez más—. Sí que es usted una persona interesante, señor Hard.

—Gracias.

—Me parece que esto hablará muy bien de usted a las autoridades correspondientes.

Eso lo hizo vacilar.

—¿A qué se refiere?

La doctora cerró por fin su carpeta y lo miró fijamente.

—Sus intenciones, señor Hard. El querer ayudar a Samanta. No son producto de un prejuicio, mucho menos es algo fingido. Está usted en verdad muy interesado en apoyarla. Esto que he anotado, junto con las observaciones de algunos oficiales, le facilitará obtener el permiso de lo que usted nos ha solicitado, sobre todo si se trata de apoyar en la recuperación de mi paciente.

—Bueno, no lo había visto así. Creí que ella era libre de irse si quería.

—Y lo es, pero es importante que nos aseguremos de que nada vaya a interferir con el caso.

Derek asintió.

—Entiendo —la doctora siguió mirándolo fijamente, con una sonrisa—. ¿Algo más?

—Bueno, por ahora hemos terminado.

—¿En serio? —vaya, eso había sido rápido.

—Aunque... todavía tengo un par de recomendaciones, pero se las haré llegar por escrito para que pueda recordarlas cada que lo necesite.

Sin embargo, en vez de que ambos se levantaran, Derek intuyó que la doctora todavía tenía algo que decirle, pues ella lo observó de una manera diferente a como lo había hecho hasta entonces. Parecía preocupada. Así que permaneció en su asiento.

—Hay una cosa, señor Hard, que espero que pueda tomarlo como un favor, no solo para mí o para Samanta, sino también para usted.

Derek se mostró muy sorprendido.

—Seguro, la escucho.

—Las personas como Samanta no siempre consiguen progresar el tiempo que uno desearía. Para llegar a buenos resultados, es indispensable continuar con la terapia, y claro, contar con ayuda de personas como usted aporta bastante, y créame, aunque ella piense lo contrario, hay gente que está dispuesta a brindarle la compañía que ella necesita en caso de que... —suspiró—. Lo que quiero decir, señor Hard, es que no quiero que se sienta atado por una responsabilidad que no tiene por qué llevar.

Derek comprendió adónde quería llegar la doctora. Era lo que Katy, sin decírselo directamente, había dejado en claro antes de irse.

—No lo siento como una carga —respondió seguro—. Estoy aquí porque de verdad quiero ayudar a Sam. No pretendo otra cosa.

—Y admiro sus intenciones, señor Hard. Pero recuerde que, aunque está bien ayudar a quien lo necesita, no olvide que usted también es importante. No olvide, que usted es su propia prioridad, y si llegase el momento en el que cree que lo mejor es alejarse, le ruego que no se aferre. Piense muy bien en lo que está haciendo, porque de no ser así, podría ser muy perjudicial no solo para Samanta, sino también para usted. Es algo que muchas personas que acompañan a mis pacientes suelen olvidar con mucha facilidad.

Derek lo pensó detenidamente mientras, por fin, se encaminaron de regreso a la sala de espera.

Cuando se encontró frente a Samanta, y esa misma ráfaga de emoción que experimentó al verla volvió con la misma energía, estaba seguro de que ella jamás sería una carga.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top