CAPÍTULO 3
—Tendremos que seguir por lo menos una vez a la semana —dijo Dafne al concluir la sesión—. Te prometo que será menos doloroso la próxima vez —no dudaba que dijera la verdad, pero sí que ignoraba mis niveles de dolor—. Recuerda también tus tareas, y ya sabes, cualquier situación o duda que tengas, puedes contactarme con confianza. Estaré disponible para ti —comencé a alejarme hacia la recepción—. Samanta —la miré cansada—. ¿Pensaste en hacer lo que te recomendé? —esquivé la mirada—. Sé que puede ser un mal recuerdo, pero estoy segura de que te ayudará. Inténtalo, ¿sí?
Asentí abstraída. Al igual que la sesión del día anterior, me sentí débil, como si hubiera hecho una larga carrera, con la diferencia de que no sentía que hubiera abarcado tantos metros del terreno de juego como creía.
En el camino al hotel me sentí decaída, mucho más de lo habitual. Me pregunté si Lia quisiera hacer una nueva partida de cartas, aunque con las veces que llevábamos jugando y su nueva relación con el detective Jayson, dudaba que ganarme una vez más le sonara apetecible.
Observé la pequeña ciudad desde donde estaba. A diferencia de mis antiguos viajes en autobús, las idas al hotel me proporcionaban un momento de apreciación del panorama. Largas y enormes cadenas montañosas rodeaban la pequeña urbe, junto con frondosos bosques y dos lagos que, desde mi posición, creaban el efecto de que la ciudad flotaba sobre el agua.
Pasamos por un túnel y la ciudad desapareció.
A atravesarlo nos encontramos con el resto de los árboles y pinos, y al cabo de unos pocos minutos, un caminillo casi escondido, con el único letrero de "Hotel Casa de Campo" apareció como promesa de un largo descanso.
Regresaba a mi letargo. Sin avances.
Otra vez.
Cuando bajé identifiqué el sonido de algunas aves y un riachuelo que se encontraba a unos metros fuera del hotel. Lia y yo ya lo habíamos visitado un par de veces, siempre acompañadas de un guardia o el detective, aunque este último se la pasaba ocupado la mayoría del tiempo como para que ignorara su presencia.
Una vez en el hotel, busqué mi llave para subir a mi habitación y no despertar hasta la noche. Si algo conseguían mis sesiones con Dafne eran ponerme cansada. No hacía ningún trabajo físico, no como en las pasadas horas activas, pero de todas formas terminaba agotaba, aunque ignoraba cómo.
En la recepción no encontré señales de Helena o Lia, sólo a algunos guardias que descansaban un poco en el área de la cafetería. En su momento había intentado convencer al encargado para que me permitiera trabajar un par de horas al día, pero al parecer, la fama que nos antecedía a Lia y a mí le convencieron más que mi historial como mesera. Al menos le agradecí que me hubiera rechazado con pena y cortesía.
Subí con parsimonia los escalones, y cuando me encontré frente a nuestra habitación...
—¿De verdad? ¿Y qué escribes?
Fruncí el ceño. ¿Acaso Lia estaba hablando sola? La puerta se veía entreabierta, no creía que ella fuera capaz de permitir la entrada a la habitación a nadie, ni siquiera al detective, a menos de que fueran por asuntos de seguridad y noticias de las chicas, y si ese fuera el caso, no la hubiera escuchado hablar de forma tan casual.
Curiosa, estiré un brazo para abrir más la puerta.
—De todo un poco.
Me detuve.
—¿Ah sí? ¿Sobre qué?
—Ahora mismo dejé en pausa un intento de novela, no he podido avanzar con ella.
Retrocedí. Mejor era que me alejara. Rápidamente pensé en qué hacer a continuación, pero antes de que se me ocurriera algo, los oí decir:
—¡Oye, mira! Ya volvieron.
—¿Estás segura?
Corrí directo a la planta baja.
Volví a encontrarme con los guardias de la cafetería, concentrados en unas revistas propias de la recepción. Cuando me les acerqué, me reconocieron y se pusieron de pie, en alerta.
—¿Sucede algo, señorita? —preguntó uno de ellos.
Los miré insegura. ¿Pero qué estaba haciendo?
—Yo... eh... quería saber si podía sentarme con ustedes.
Parpadearon contrariados.
—¿Disculpe? —preguntó el hombre.
Sin darles tiempo de detenerme, y sin que yo misma pensara en lo que estaba haciendo, tomé una silla y me senté a la mesa.
—Casi no hay gente en este hotel con la cual hablar —dije, tan nerviosa que no creí que aquello hubiera salido de mi boca.
Los dos guardias compartieron una mirada.
—Sí, señorita. Esa siempre fue la intención.
Sentí que se me calentaban las orejas. Ellos continuaron observándome indecisos.
—Entonces, ¿cómo se llaman? —aventuré a decir para romper el silencio incómodo.
—No es por ser descortés, señorita Grove —al mencionar mi apellido sentí que me encogía—. Pero tenemos entendido que ha venido alguien a verla.
—¿Ah sí? ¿Quién?
Ambos hombres miraron detrás de mí.
Oh mierda.
Me di la vuelta lentamente.
Derek me contemplaba divertido.
—Hola, Sam.
Tardé en pensar con palabras.
—Hola, Derek.
—Sinceramente, no creí que después de todo lo que vivimos en el café "Mininos" volverías a esconderte de mí.
Después de la vergonzosa escena en la cafetería, Derek había tenido la gentileza de no hacer ningún comentario, excepto cuando por fin nos encontramos en el pequeño jardín del hotel, y ocupando uno de los banquillos con la sombra de los árboles cubriéndonos de la luz del sol.
Mantuve la vista clavada en mis manos.
—No era mi intención hacerlo.
De alguna manera, su silencio fue incluso más ruidoso que él, así que tuve que echarle un vistazo.
Tenía una ceja arqueada.
—Vale —admití—. Puede que un poco sí. Pero no porque realmente lo pretendiera.
Formó una sonrisa cerrada y negó con la cabeza.
—Mujeres. Ustedes nunca cambian.
Fruncí el ceño. Abrí la boca para replicar.
—Es una broma —sonrió—. Me refería solo a ti.
—Eso sigue sonando insultante.
—No más que haberme vomitado encima.
Abrí los ojos de par en par.
Oh amantes, ¿no lo había hecho verdad? Pero al observar su rostro, supe que no era ningún chiste.
—Samanta, no es para tanto —lo escuché decir, porque yo había optado por cubrirme la cara.
—Por los amantes, cuanto lo siento.
—Estabas un poco fuera de tu control, ni siquiera eras consciente de ti misma.
Pensarlo de nuevo volvió a darme deseos irrefrenables de enterrar mi cabeza allí mismo como un avestruz. Me cubrí más la cabeza con la capucha de mi abrigo.
—Si te sirve de algo —continuó—. Empezaba a odiar esa camiseta. Me diste un excelente pretexto para deshacerme de ella. Mi madre me habría odiado de no ser gracias a ti.
No quería volver a verlo, pero la mención de su madre me distrajo un poco.
—¿Tu madre?
—Ella me la obsequió. Siempre ha tenido un dudoso gusto para los atuendos masculinos.
Me destapé un poco de la capucha y lo miré preocupada.
—¿Y tu madre no me odia?
—Bueno, digamos que puedes causarle una mejor impresión en el futuro.
Volví a cubrirme la cara.
—¡Es broma! —rio él.
Deseé que me tragara la tierra.
Por un rato mantuvimos aquel y otros temas de conversación a flote. Derek mencionó el clima y lo aburrido que era el hecho de no ver ni un copo de nieve a esas alturas del invierno. También habló de Bombón, el estúpido gato que, últimamente, se había estado escabullendo de su departamento. Él teorizaba que se había encontrado una nueva familia, pero Will le gritaba que en realidad sólo estaba buscando compañía, dado que Derek se ausentaba mucho últimamente.
—Mi nuevo trabajo a penas si me permite descansar para trabajar en alguna historia —dijo antes de que le preguntara al respecto—. De un tiempo a esta parte no he podido hacer más que informes, planeación de clase y revisar proyectos escolares. Es un poco molesto.
Dejé que mi silencio lo alentara a hablar. Al menos eso no había cambiado en él.
Habló por otros largos minutos, sin que yo le interrumpiera, pero haciendo uno que otro asentimiento para darle a entender que lo escuchaba. Habló de otros temas, incluso mencionó la idea de un concurso literario en el que estaba planeando meterse, pero del que no estaba muy seguro. Dejé que la noción del tiempo desapareciera de su mente, y pronto no tardé en hacer lo mismo. Presentí que él también lo había notado, al fin y al cabo, Derek seguía siendo el mismo tipo que no dudaba en hablar largo y tendido sobre cualquier tema que le llamara la atención.
Era casi como si no hubieran transcurrido esos dos meses fuera del café "Mininos", como si fuéramos sólo dos viejos conocidos que se ponían al corriente de la vida del otro.
Pensar en eso me llenó un poco de alivio, aunque también estaba preocupada. Si Derek estaba allí, no sólo era para mantenerme al tanto de lo que hacía. ¿Era posible que supiera más de lo que yo creía? ¿Qué tanto le habrían dicho?
Al parecer también notó mi cambio de humor, porque de pronto dejó de hablar, aunque su silencio duró menos que el mío.
—Me lo han contado —dijo por fin.
Sí, esa era la conversación que me temía. No pude evitar ponerme tensa y quise disimularlo.
—¿Qué cosa? —pregunté a su vez.
Él no respondió, pero su mutismo sí lo hizo.
Dejamos correr unos minutos. Algunos pájaros trinaron a lo lejos, junto con el sonido de las hojas de los árboles a causa del viento. Era un día fresco y precioso, perfecto para echarlo a perder con una conversación desagradable. Me pregunté qué le rondaría a Derek en la cabeza, aparte de dudas y suposiciones. Recordaba que, a diferencia de mí, él siempre había actuado con total franqueza, transparente y abierto como un cristal recién pulido y sin imperfecciones. No dudaba de que, si le echaba un vistazo a sus ojos café, estos me dirían todo lo que pensaba.
No quise correr ese riesgo.
—Creo que muchas cosas han cambiado drásticamente —siguió diciendo—. Yo, Bombón, el café Mininos, tal vez Will un poco. Y... tú.
Una soga invisible me rodeó el cuello.
De pronto sentí como si estuviera ante Dafne, especialmente cuando se limitaba a observar mis reacciones. El recuerdo de nuestra última sesión me amargó más el día. Pensar que debía volver a intentarlo era tan horrible y desesperante como se escuchaba. Mi malhumor debió reflejarse mucho con mi silencio, porque sentí que Derek se removía incómodo. Apreté la boca. De pronto recordé lo mucho que le molestaba que no dijera nada, ¿por qué entonces no lanzaba todas las preguntas que tenía en mente, dijera lo que tuviera que decir y después marcharse, dejándome tranquila? ¿Qué necesidad tenía de...?
Entonces me di cuenta.
Derek no me había hecho ni una pregunta.
Él no sólo parecía estar al tanto de lo ocurrido en Dollsville, sino también de las preguntas, o más bien, de mi problema con ellas.
Darme cuenta de ello debió haberme molestado, pero en realidad, sentí una especie de cariño. Él había tenido cuidado de no preguntarme nada, sabiendo lo mucho que me afectaba.
—Se vuelve cada día más fácil —me permití decir.
Se mantuvo callado un momento. Esta vez no supe qué podía significar, así que volví a mirarlo.
Se veía indeciso.
—¿Cuáles...? —carraspeó—. Digo, puedes contestar algunas preguntas, quieres decir.
Asentí.
—El estado del clima, algunas cosas sobre mí como lo me gusta y lo que no, también preguntas de interés general y más temas significantes —de forma inconsciente comencé a raspar la base del banquillo—. Las hay que son pequeñas y algunas grandes, pero siempre y cuando no tengan relación con lo ocurrido, puedo responderlas sin problema.
Dejé que lo que había dicho lo procesara. Incluso para mí, todavía me costaba creer lo que me pasaba. En algún momento despertaría y pensaría que todo era un sueño.
Derek se mantuvo en sus pensamientos, reflexionando.
—Cielos.
Había otra cosa que comenzaba a darme cuenta. Con Dafne, los silencios entre preguntas se trataban de una tregua, un modo de prepararme para lo peor de la sesión, que era cuando se aventuraba a preguntarme acerca de lo sucedido con Lucian. Pero en este caso, en el silencio que Derek y yo compartimos, fue más bien como el de un amigo empatizando con el otro.
—Bueno —habló poco después—, siempre he querido poner en práctica mis habilidades de lenguaje —elevó un intento de sonrisa—. Bien dicen que un buen escritor es aquel que usa las palabras a su favor.
Me le quedé mirando atentamente.
Aunque su sonrisa era insegura, sus ojos fueron sinceros, y durante el tiempo que duró ese momento, sentí que volvíamos a estar verdaderamente en el café. Pero no me refería simplemente a cuando intercambiábamos comentarios en una conversación. Sino a lo otro. A la parte emocional.
Antes de que él pudiera advertir lo que su respuesta me despertaba desvié los ojos.
Algunas cosas continuaban sin cambiar.
Derek suspiró.
—Y pensar que antes el haberte hecho tantas preguntas era sólo molesto para ti —dijo—. Debe ser demasiado frustrante ahora. Casi irónico.
—Ni que lo digas.
Sacó de su bolsillo un teléfono, tecleó algo, revisó la pantalla y después lo guardó de nuevo. Carraspeó.
—Bien... eh... supongo que debo dejarte descansar por hoy, ¿no? Es decir, no quisiera presionarte, no es por eso que vine —se puso de pie—. Pero vendré la siguiente semana para ver cómo... —vaciló. Le dediqué un asentimiento—. Para verte.
Nos alejamos del jardín, y cuando llegamos al estacionamiento donde había dejado su nuevo vehículo, abrió la puerta sin subirse de inmediato. Parecía querer decirme algo, o puede que estaba pensando demasiado en qué decirme que no se decidía por cómo empezar. Yo tampoco tenía idea de qué hacer. ¿Comentarle que me alegraba verlo? ¿Asegurarle que las cosas entre nosotros podían ser igual que antes? ¿Pedirle que pasara por alto todo lo que se hablaba de mí?
Comencé a asustarme. El hecho de que Derek no me hubiera hecho preguntas, no significaba que me viera igual que antes. Nuestra supuesta amistad había estado fundamentada en mis mentiras y engaños. ¿Habría sido su visita una forma de averiguar si era digna de fiar ahora que sabía lo que había estado haciendo fuera del café? ¿Me trataría diferente ahora que sabía la clase de persona que era?
—Me ha alegrado verte otra vez, Sam.
Dios, cómo necesitaba escuchárselo decir.
Me sentí demasiado emocionada. No tuve necesidad de mirarlo directo a los ojos para saber que decía la verdad, pero lo hice de todos modos.
Y me alegró más saber que no solo le alegraba verme.
Me había echado de menos.
—También a mí.
—Una cosa más —su sonrisa volvió a aparecer, esta vez con más confianza—. Quiero ofrecerte una propuesta.
Lo miré extrañada.
—¿De qué se trata?
—Es una sorpresa —alcé ambas cejas—, te gustará —aseguró.
—Mira, si tiene algo que ver con Bombón...
—¿Él qué tiene de malo? —pareció darse cuenta de que había soltado una pregunta, la primera a decir verdad. Me miró asustado.
Sonreí de lado.
—Es un gato.
Derek suspiró de alivio. Recuperó la sonrisa.
—Un buen gato. Pero no, no tiene que ver con Bombón —dudó—. O bueno, puede ser que un poco sí.
Lo mire interrogativa, pero él no me lo aclaró.
Cuando se acomodó en su asiento de conductor, estuve a punto de preguntarle sobre su antiguo auto, pero el recuerdo de la última vez que estuvimos en él me intimidó más que la curiosidad; sin embargo, supuse que era bueno para Derek. Cambiar de auto quería decir. El nuevo se veía más moderno y cómodo, mucho más práctico y no parecía que estuvieran por caérsele las piezas. Me pregunté si alguna vez, al igual que antes, podría llevarme a alguna parte. Dudaba que fuera el lago, ese se encontraba a una hora de Dollsville, porque cualquier cosa relacionada con este lo tenía estrictamente prohibido, no a menos que tuviera que ver con nuestro caso y acompañada de dos guardias asignados por el detective.
De modo que, sin importar donde fuera, sólo deseaba que me llevara.
—Derek.
—¿Mmmm?
—Gracias.
Me observó confundido. Yo volví a desviar la mirada, de pronto cohibida por lo que estaba a punto de decir.
—Sé que sabes más de lo que me has dado a entender, y en serio agradezco que no me hayas preguntado al respecto. Quiero decir, no sólo por mi problema con las preguntas, sino... Sobre todo... —él esperó paciente—. Gracias por tratarme como siempre.
Mis ojos ardieron. Parpadeé para evitar que me salieran más lágrimas estúpidas. Llorar frente a Dafne era una cosa, pero frente a Derek...
—De nada —cuando lo miré de nuevo, su sonrisa ya no era la misma. Era conciliadora—. ¿Te veo después?
Asentí.
Eso fue lo último que nos dijimos antes de que semarchara.
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