CAPÍTULO 21

HOSPITAL



La primera en despertar fue Anne.

Aún tenía fresco el recuerdo de mi primera vez abriendo los ojos en un hospital. El aroma del antiséptico, el pitido constante del cardiograma y el inesperado encuentro con las paredes blancas bien iluminadas; sin embargo, a pesar de tales evidencias, en ese entonces seguía creyendo que yacía sin fuerzas en la profundidad del bosque, envuelta por la oscuridad, bajo una lluvia helada y el barro metido entre las uñas, con el miedo, sobre todo el miedo, adherido a mis huesos. Vagamente recordaba el rostro de Helena insistente haciéndome preguntas, el detective Jayson imponiendo su presencia con el ceño fruncido y Lia aprisionada entre mis brazos.

Podía darme una imagen aproximada de cómo se estaba sintiendo Anne, con la única excepción de que las pesadillas, probablemente, eran distintas. Yo huyendo a través del bosque, y ella...

No quería siquiera imaginarlo.

Su cuerpo estaba repleto de heridas. Siempre había sido de naturaleza delgada, pero en ese momento sólo pude describirla como famélica o maltrecha. Le habían enyesado el brazo derecho de la muñeca hasta el codo, vendado el hombro izquierdo, y en su cara yacían unas profundas y grandes ojeras que competían con sus mejillas hundidas, evocando una imagen cadavérica y sin vida de lo que alguna vez fue mi antigua compañera de cuarto. Al verla me quedé aturdida por varios minutos. ¿Habría sido así cómo me habían visto?, ¿cómo un cadáver que todavía respiraba? De ser cierto, ¿cómo de mal estarían las demás?

—Anne —Lia, con cautela, fue la única que tuvo el valor de aproximarse—. Anne, ¿puedes...? —volteó en mi dirección, vacilando—. Soy Lia.

No hubo respuesta.

Esperamos por una señal, pero el único sonido que permaneció fue aquel aparato que leía su corazón. Nos habían dicho que ese día probablemente despertaría, lo que por una parte nos tenía muy emocionadas, pero al verla yacer en esa camilla con apariencia cadavérica y cubierta de cicatrices...

Al cabo de un rato en el que no obtuvimos respuesta, el médico nos instó a seguir esperando en el pasillo. "Serán las primeras en enterarse", nos aseguró.

De eso hacía cuatro horas.

—Samanta, me estás agotando.

Caminaba a lo largo del pasillo de espera, pero al oír a Lia me detuve.

—¿Y qué más puedo hacer?

Me dedicó una mirada cansina. Ella, al igual que yo, había permanecido toda una semana aguardando por una actualización, y aunque por fin nos permitieron ver a Anne, seguíamos sin saber nada de las demás. Pocas personas nos acompañaban en algunas ocasiones. Dafne llegó sólo una vez a preguntar; Helena no faltaba ni un día, pero al poco rato de hablar con un par de médicos se marchaba sin que intercambiáramos palabra. El único que nos ofrecía conversación constante era el detective Ferenz, aunque por medios telefónicos, ya sea para pedir que le diéramos algún informe o para preguntar si necesitábamos algo. De ahí en fuera, los guardias que teníamos a nuestra disposición eran nuestra única compañía.

En cuanto a Derek...

No era el momento de pensar en él.

Estaba a poco tiempo de volverme loca, y andar de un rincón a otro del pasillo me producía un efecto tranquilizante, aunque también podía entender que a ella le desesperara tanto.

Lia iba a decir algo, hasta que, de pronto, las dos puertas blancas que daban al vestíbulo principal se abrieron de golpe, como si una ráfaga de viento se colara por el edificio para romper la quietud.

Una mujer de prominente estatura y entrada a los cincuenta se paró en seco al encontrarnos allí. Arrugó el ceño y alzó la voz.

—¿Dónde está mi hija?

Sus palabras nos dejaron perplejas. Lia y yo nos miramos sin comprender, pero antes de que cualquiera le devolviera alguna pregunta, uno de los médicos apareció del otro extremo, saliendo por la puerta que daba a las habitaciones de las chicas. Tenía una tablilla en mano y la estaba observando antes de caer en cuenta de la presencia de aquella mujer. Sin que pudiéramos preguntar por Anne, ella se nos adelantó. Hizo resonar sus altos zapatos de tacón y, sin mediar tiempo, estiró la mano ofreciendo una carpeta y habló con autoridad.

—Annabella Williams. Veintiséis años con sangre A positivo. —El médico aceptó con sorpresa los papeles, mientras ella elevaba el mentón y cruzaba los brazos—. Debo verla. Soy su madre.

Casi dejé escapar una exclamación. Lia no mostró menos sorpresa. Miró a la mujer con los ojos salidos de las órbitas como si acabara de presenciar una anomalía.

El médico observó el contenido de la carpeta y asintió.

—Sí, nos informaron que vendría. ¿Me muestra su identificación? Es sólo por protoco... —ella se la ofreció como si ya la tuviera preparada en la mano—. Muy bien —el hombre se acomodó los lentes. Examinó todo con detenimiento mientras la mujer golpeteaba el suelo con uno de sus tacones—. Está en orden, y justo acaba de abrir los ojos. Puede acompañarme.

Él se dio la vuelta y ella lo siguió. Uno de los guardias no dudó en ir tras ellos. Desesperada por alguna actualización no pensé mucho en seguirlos también. Si aquello se salía del protocolo, no nos impidieron el paso. Lia tampoco se quedó atrás, y la única que hizo algún gesto al percatarse de nosotras fue la mujer, que frunció los labios en claro disgusto.

—La señorita Williams se encuentra estable por el momento —explicó el hombre—. Una fractura en el brazo derecho y el hombro dislocado, además de graves señales de inanición. No obstante, prevemos que se recuperará con el tratamiento adecuado.

Avanzamos por el pasillo con varias puertas pasando por nuestros costados, cada una con un número diferente y con las incandescentes luces que iluminaban todo hasta arder los ojos. No había mucha gente, eso lo sabíamos muy bien. Ningún sonido se distinguía al otro lado de aquellas puertas y cuando por fin nos detuvimos frente a una al doblar el pasillo, el médico enfatizó al hablar.

—Por favor, es importante no alterarla. En casos como este, si la paciente entra en estado de crisis, nos veremos en la obligación de exigirles abandonar la habitación. ¿Alguna pregunta?

—¿Ha dicho algo? —inquirió la ella.

—No hasta ahora.

Hubo una pausa.

—¿Le avisaron que... vendría? —el hombre negó con la cabeza. La mujer suspiró—. Arriesguémonos entonces.

El doctor le abrió y ambos entraron sin más. Antes de que Lia y yo los siguiéramos, el oficial nos detuvo con una seña.

—Creo que lo mejor es que esperen aquí.

Sin tiempo de protestar, él también se adentró a la habitación y cerró tras de sí.

Pegamos nuestros oídos a la puerta.

—Dudo que podamos escuchar algo —susurró Lia.

Eso me temía. El silencio reinaba por todas partes, evidencia suficiente de que ni el más mínimo ruido se alcanzaría a escuchar, pero era mejor hacer el intento. No pensaba regresar a la sala y abandonar a Anne.

—¿Oyes eso? —preguntó. Ella frunció el ceño y yo agudicé el oído. Nada—. Espera, creo que puedo captar algo, es un...

¡Lárgate!

Eso sí que lo escuché y me hizo soltar un brinco. La puerta se abrió y el rostro enrojecido de la mujer se topó con nuestras expresiones desconciertas. Tenía la mano derecha sosteniendo una pequeña cadena que llevaba en el cuello, la cual no me había percatado que traía.

—Con permiso —exigió.

Nos hicimos a un lado. La vimos irse mientras el oficial salía poco después.

—No creo que sea bueno que la vean ahora —dijo.

—¿Cómo está? —pregunté.

—Ella...

Alguien más abrió la puerta con violencia. Una andrajosa Anne nos miró con expresión colérica, pero al vernos cambió a la sorpresa. Fue como si por un momento sólo estuviéramos las tres en el mundo.

—Anne... —habló Lia.

Pero ella entreabrió los labios, y clavó su mirada en la mía.

—Samanta...

Su cuerpo se desplomó. Una enfermera la sostuvo por detrás mientras en su mano se alzaba una larga jeringa. Anne no hizo ni siquiera un gesto de sorpresa, mantuvo los ojos en mí hasta que estos se cerraron.

La segunda fue Wen.

En su caso la situación ocurrió de manera aún más extraña. Dos días después del incidente con Anne, el médico a su cargo nos dijo que ella ya se había recuperado de la inconsciencia, sin embargo, antes de tener la oportunidad de pedirlo, aclaró:

—Nadie puede verla todavía.

Lia y yo supusimos erróneamente que se trataba de una nueva medida de seguridad en vista de lo ocurrido con Anne. Comprendimos demasiado tarde que no era así. Mientras tanto, aún me tenía sorprendida la visita de esa mujer, su madre. No paraba de encontrarles parecido: ambas de cabello lacio y oscuro, tez morena, alta estatura y complexión delgada. Dicho encuentro me había tomado tan desprevenida que a cada hora miraba en dirección a las puertas blancas del vestíbulo esperando ver a una persona igual a Wen. Algo que nunca ocurrió.

Tres días después de la noticia de su despertar, sin embargo, las puertas se abrieron para un hombre. No guardaba ni el menor parecido con ella, pero saludó cortésmente en nuestra dirección y se acercó a uno de los oficiales, con una maleta muy enorme en la mano derecha.

—¿Con quién me acerco para ver a la chica?

—¿Tiene permiso?

Sacó de su atuendo un papel. Contemplé la escena con fijeza, sin perder detalle. Finalmente, el oficial asintió y le devolvió el documento.

—Espere aquí.

Se dirigió rumbo al pasillo de las habitaciones. El hombre se mantuvo estático sin intención de sentarse, permaneciendo parado con manos entrelazadas y el maletín agarrado con firmeza. Si notó que lo observaba no se mostró cohibido.

El oficial regresó en menos de un minuto acompañado del médico, quien también pidió ver aquel papel y, después de revisarlo, lo llevó sin más preguntas al pasillo.

Fue un lapso muy largo de tiempo lo que aquel hombre duró adentro, seguramente hablando con una Wen huraña y de mal humor. Cuando por fin lo vimos regresar, agradeció al oficial que lo acompañaba, nos dedicó un último saludo cortés y desapareció sin más.

Justo después de su salida nos permitieron verla.

La expectativa fue lo que me hizo moverme, además de la curiosidad. Lia no dudó en ponerse de pie para ir rumbo al encuentro de Wen, pero mientras nos encaminábamos a su habitación comenzó a invadirme la inseguridad.

¿Qué diablos iba a decirle?

Cualquier saludo sonaría demasiado falso para mí, y cualquier cosa que pudiera decir no sería suficiente para aligerar la ola de tensión que se avecinaba. Por supuesto que me aliviaba saber de ella, pero también me asustaba. Nuestra última conversación la recordaba como una muestra del poco aprecio que nos teníamos, si es que habíamos tenido uno. Sin oportunidad de reconciliarnos antes de que Lucian descubriera lo que hacía, mantuve la imagen de una Wen fría y masoquista que se desvivía para cumplir con los caprichos de su amo. Sin que le importáramos.

Eso era, al menos, antes de que Lia me explicara cómo habíamos escapado.

"Fue Wen. Todo esto ha sido idea de Wen".

Ya nos encontrábamos frente a su puerta, y la idea de retroceder y dejar a Lia a cargo comenzaba a sonar demasiado cobarde de mi parte. Entraría, la saludaría de la manera más sincera que era capaz, y le ofrecería mi profundo agradecimiento. Sí, así debía ser.

Al entrar a la habitación nos encontramos nuevamente con la presencia de una enfermera personal, el pitido del cardiograma y el suelo impoluto junto con el olor del antiséptico. Se trataba de una habitación igual al resto. Nada fuera de lo ordinario.

Excepto por Wen.

—Hola Wen —empezó Lia, e intentó sonar lo más amable que pudo—. Me... me alegro de verte.

Absorta por mis preocupaciones, no había escuchado en esta ocasión las advertencias del médico para cuando la viéramos, sin embargo, no fue difícil hallarle explicación: su nariz rota estaba cubierta por una venda, llevaba puesto un grueso collarín y el cabello, siempre perfecto, le caía a ambos lados de la cara grasoso y sin brillo, su rostro estaba surcado de hematomas, los brazos...

Reconocí de inmediato las quemaduras.

La escena de Lucian haciéndome preguntas para darle respuestas sin sentido vino rápidamente a mi cabeza. Sabía lo que ese tipo de tortura provocaba en la mente, sabía lo que esas heridas significaban. Si Wen había pasado por lo mismo o más, tal vez ni siquiera merecía la pena que intentase congraciarme con ella. Conocía las secuelas y, tal vez, se arrepentía de haberme dejado ir. De estar en su lugar ni siquiera soportaría verme.

—Liz está a lado.

Aparté la vista de sus cicatrices. Su voz había sonado bastante débil al igual que apática. No pude reconocer si su expresión era de molestia o simplemente se mantenía seria.

—¿Qué?

No respondió, apartó la vista y no volvió a decir más.

—Eh... disculpe...

Me sobresalté. Había estado dormitando mientras esperaba. A mi lado encontré a un hombre con expresión preocupada. Parpadeé para espantar el sueño mientras me reincorporaba sobre el asiento.

—Lo siento —dijo—, no quería asustarla.

—No, está bien. No quería dormirme —me acomodé y sentí que la cabeza comenzaba a dolerme. ¿Cuánto había dormido?

—¿Cuánto tiempo ha estado aquí?

Miré a mi alrededor. Sólo estábamos aquel extraño, uno de los guardias y yo. Supuse que Lia se había marchado a descansar. Desde hacía varias horas no recibíamos alguna actualización de las demás, y ante la pregunta del desconocido comencé a caer en cuenta de nuestro tiempo en ese hospital. Ya hasta tenía memorizada las llegadas y salidas de algunos miembros del personal, además de haber probado casi todo de la cafetería. Si en el exterior estuviera ocurriendo un cataclismo ni me daba por enterada.

—No lo sé —me froté los ojos. De pronto me asaltó la duda.

Enfoqué la mirada en el hombre. Vestía de manera sencilla, no llevaba nada a la mano y parecía demasiado mayor, cerca de los sesenta años. En general carecía de algo destacable, pero algo en él me intrigó. No sólo era por el hecho de que su presencia significaba que otra de las chicas estaba recuperando la consciencia, sino que me recordaba a alguien.

Él volteó en dirección al guardia, y con cierta vacilación me ofreció una taza de café.

—¿Gusta? Yo no he podido darle ni un trago, creo que usted lo necesita más.

Acepté por inercia. Seguía buscándole algún parecido.

—¿Acaba de llegar? —pregunté, llevada por la curiosidad.

Asintió.

—Hace menos de media hora. —Notó que lo examinaba mucho—. ¿Está bien? ¿Le traigo algo de comer?

Lo miré directo a los ojos.

—Es el padre de Liz.

Tenía que serlo. Sus ojos, su expresión, algunos rasgos de su cara.

La poca seguridad que pudo haber tenido hasta el momento aquel hombre se esfumó. Volteó la cara a una de las paredes del pasillo y formó sus manos en puños. Su reacción me dejó consternada, pero al mismo tiempo me sentí culpable. Había sido tan atento que no quería incomodarlo.

—Lo siento, no pretendía inmiscuir... —recordé las palabras de Tania con respecto a su historia, lo que la propia Liz me había contado.

Dejé que el silencio nos envolviera, acompañado de un gran nerviosismo. Observé la taza obsequiada, la única muestra de amabilidad que me habían dado hasta el momento cualquiera que hubiera venido a ver a las chicas. Por una parte deseé recuperar la poca confianza de ese hombre, pero por otra...

El médico salió del pasillo de las habitaciones con rostro preocupado.

En ese momento las puertas del vestíbulo contrario se azotaron, y descubrí, sin sentir sorpresa, que ese hombre ya no estaba a mi lado.

Se había ido.

—Señorita Grove, señorita Lia —el detective se paró frente a nosotras—. Acompáñenme.

No pensaba hacerlo.

—Estamos esperando noticias de Karla —respondió Lia, yendo a la misma resolución que yo.

—La señorita D no quiere verlas. Por favor, hagan lo que les pido.

¿Qué? No, tenía que ser imposible.

—No lo creo —contesté.

—Acabo de hablar con ella —era cierto, lo habíamos visto entrar primero—. Reiteró una y otra vez que no quiere ver a nadie. Eso las incluye a ustedes. Sea cual sea la razón no me corresponde a mí decírselos. Pero hay un asunto urgente que tengo que atender con las dos. Además, ya han pasado más de dos semanas aquí, cualquiera necesita descansar de un ambiente de hospital.

No me habían permitido ver a Liz, alegando que se encontraba tan mal que era indispensable no interrumpir su reposo, aunque nunca quisieron explicarnos lo que tenía; no era un familiar cercano y no querían correr riesgos en su caso, nos dijeron, y ahora estaba al borde de la desesperación por no ver tampoco a Karla, pero si lo que el detective decía era verdad nada podía hacer. Y ni qué decir de Tiana, o Layla, que aunque parecía increíble también me sentía preocupada por ella.

—¿Volveremos después? —inquirí.

—Tienen mi palabra.

—¿Al menos puede decirnos de qué se trata? —preguntó Lia.

Él vaciló.

—Creo que tenemos al asesino de Emily.



¡Hola personitas del internet y feliz Navidad!

Adivinen quién acaba de renunciar a su trabajo y obtener tiempo libre par escribir y escribir. Esta nene 7u7

Antes de seguir con la siguiente parte, quiero agradecerles por continuar leyendo la historia y darme tiempo de escribirla. Sé que continúo equivocándome, pero en serio, en serio no tienen idea de lo mucho que me alegra saber que me esperan con cada actualización. Lamento de verdad este largo tiempo de espera, pero en serio espero recompensárselos.

Quería publicarles estas partes en estas fechas como medio de agradecimiento, sé que no es mucho, pero lo hago de todo corazón.

Delices fiestas, y esperen los siguientes capítulos que se vienen más revelaciones. ¡Un saludo!

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