CAPÍTULO 20

NAVIDAD

—Te dejaré sola —oí decir a Lia antes de que desapareciera.

Observé el teléfono. Un objeto radiactivo unido a mis dedos. Había esperado esa llamada durante días, dos semanas enteras, y de pronto sentía que era imposible llevármelo a la cara. Estaba en shock. ¿Por qué estaba en shock? ¿Tal vez porque no se me ocurría nada bueno que decir? Imposible, había imaginado miles de veces esa conversación en mi cabeza. Puede que estuviera aterrada de echar a perder esa única oportunidad para reconciliarme con él, porque tenía que serlo, ¿cierto?, al menos para mí sí que lo era. En cuanto a Derek, ¿qué me diría? ¿Me insultaría? ¿O tal vez había llamado para decirme que ya no quería saber nada de mí?

Tomé una bocanada de aire. Tenía que serenarme, nada de eso pasaría si ni siquiera le atendía la llamada.

Vamos, Samanta. Inténtalo.

—¿Hola?

Pasó un silencio.

—Hola, Sam.

Por un segundo dejé de respirar. Por los amantes, era su voz. Y no sonaba enojado, o al menos no me lo parecía, y aunque tampoco transmitía felicidad, confirmar que Derek era quien estaba al otro lado de la línea hizo que algo dentro de mí se retorciera. No quería admitirlo, me sentía aliviada.

Era él.

—Derek —carraspeé. De acuerdo, tenía que sonar sorprendida, pero no tan sorprendida—. Vaya, esto… estás… ¿estás bien?

Que pregunta de lo más tonta.

—Sí, bien —y agregó, al cabo de un segundo—: Podría decirse que sí.

Guardamos otro lapso de silencio.

—Ah, ¿vale?

—Lamento no haber llamado antes —continuó—. Estuve un poco ocupado y… pensativo.

—Sí, puedo imaginarlo —tragué saliva. Bien, era mi turno de hablar, de algo que no fuera incoherente o estúpido, sobre todo estúpido, aunque no se me ocurría nada, y dije lo que de verdad había querido decirle desde que lo escuché hablar—. No te preocupes, te comprendo. Y me alegra que hayas podido llamarme. —Un tercer silencio, más prolongado que los anteriores—. Derek, quisiera…

—Sam, quería…

Habíamos hablado al mismo tiempo. Lo escuché remover algo al otro lado, o tal vez murmuraba un conjuro para maldecirme. Lo que haya sido, fue desesperante. Había ansiado esa llamada y no quería que esta se limitara a silencios extensos y conversaciones incómodas. Necesitaba oír lo que quería decirme.

—Tú primero —cedí.

Exhaló con fuerza.

—Muy bien. Sam, sé que la última vez que nos vimos quedamos en malos términos, y no sólo por lo de Kat. Lo que ocurrió con la ventana, los disparos, la pérdida del apartamento en general, me imagino que, al igual que yo, te dan nulos deseos de salir. Es demasiado peligroso.

—Sí —coincidí—. Lo sé. Me quedé encerrada en el cuarto del hotel toda la semana, a excepción de un par de veces. Ya ni siquiera pude asistir a mis consultas con Dafne hasta hoy.

Si es que podía llamarse consulta a lo que había ocurrido ese día.

—Eso escuché —continuó—. En fin, soy consciente de que este debe ser el peor momento, y lo que quiero preguntarte debe ser la peor de mis ideas, pero… —se detuvo. Mis manos se removieron nerviosas—. Sam, ¿te gustaría salir conmigo mañana?

Tardé en reaccionar. ¿Qué?

—¿Salir? ¿Te refieres a salir de verdad? —su mutismo fue confirmación suficiente—. ¿A dónde?

—Me hablaron de una feria cercana, y pensé que, ya que no puedo pasar las fiestas con mi familia, y que por ahora no cuento con un apartamento fijo para preparar una cena, bien podríamos pasar la Navidad allí. —Me quedé sin habla. ¿Derek quería salir? ¿Tan pronto? ¿Conmigo?—. ¿Sam? ¿Sigues ahí?

—Sí. Es sólo que, bueno, no acostumbro a celebrar ninguna de esas fiestas, ¿sabes? Tu propuesta me toma desprevenida.

—Comprendo. Puedes negarte. En realidad, suena más arriesgado de lo que parece, incluso suicida dado los hechos recientes, pero ya está todo cubierto. No estaremos solos, varios de los hombres del detective Ferenz, incluyendo al mismo Ferenz, estarán allí. Vigilarán que el área sea segura. Y es un lugar que estará lo suficientemente aglomerado como para que pasemos inadvertidos. Eso sí, sólo será durante un par de horas. Estarás de regreso en el hotel antes de que caiga la noche. —Derek quería verme, él en serio quería verme—. ¿Qué dices? ¿Aceptas?

Salir de la habitación había sido una cosa, algo que me había provocado desazón, e ignoraba cómo reaccionaría si me aventuraba a salir más allá del hotel. También tenía el miedo de que algo nos pasara, lo mejor para él era alejarse de mí y mis problemas, eso seguro, y estaba el asunto del plan del detective, el cual incluso Dafne tenía prohibido contarme, así que algo en todo eso me hizo sospechar.

Pero por el amor de todos los amantes, Derek buscaba arreglar las cosas.

—¿Tú de verdad quieres hacerlo? —pregunté—. Salir y arriesgarte. ¿No te aterra?

—Me atemoriza.

—Entonces, ¿por qué quieres hacer esto?

Conté los segundos que tardó en responderme.

—Odio la idea de pasar la Navidad encerrado. Solo. Y aunque detesto más la idea de ponerte en peligro, justo ahora necesito la compañía de un amigo, de alguien que entienda perfectamente lo que estoy pasando. Estoy cansado de dar explicaciones y responder interrogatorios, harto de siempre mirar detrás de mi espalda y cuidarme de cualquier desconocido. Necesito pasar página. Disfrutar de esta fecha como una persona normal. —Dudó—. Contigo. Si me dejas.

Era de lejos alguien normal, pero sus palabras habían dado en el clavo, en un punto que me formó un nudo en la garganta.

Deseaba recuperar a mi amigo.

—Bueno… —hablé—. Supongo que suena bien, pero, ¿sería demasiado si te confieso que tampoco he estado en una feria?

🌹🌹🌹

Pasé toda la noche dando vueltas en la cama. Pensando. Analizando. Ni siquiera las pesadillas me habían molestado tanto como el hecho de contar las horas y esperar a que la luz diera paso al día, y con ello la espera del mediodía. No tomé bocado ni salí de la habitación cuando por fin amaneció. Me encontraba demasiado ansiosa como para pensar siquiera en beber un poco de agua.

Más adelante, Lia, al encontrarme despierta tan temprano y notar que en realidad no había pegado ojo en toda la noche, no ocultó la diversión que guardó detrás de su sonrisa desvergonzada, ni siquiera cuando se despidió de mí para desaparecer el resto del día como era su costumbre. Era así de obvio la razón de mi creciente ansia.

Media hora antes de que se diera el encuentro ya estaba lista, sentada en uno de los sillones de la recepción desde donde podía ver la llegada de Derek. No había nadie más que yo y algunos guardias, a excepción de Madame y su asistente, ambas hojeando un periódico con gesto por lo demás aburrido, y a las que procuré ignorar.

Una tarea que resultó difícil.

Los ojos penetrantes de Madame me taladraban la espalda, y cada sonido de su papel de periódico era una descarga en mi columna. No olvidaba las preguntas que todavía pretendía hacerle, pero no podía imaginar ningún momento oportuno.  Madame podía ser una mujer muy intimidante para cualquiera que se atreviera a cuestionarla, o ese era el efecto que tenía sobre mí.

Justo al mediodía Derek fue fiel a su palabra. Su auto, conforme fue acercándose, hizo que una parte de mí quisiera salir disparada a su encuentro sin importar los riesgos, mientras que la otra me mantuvo a la espera, como si con su llegada augurara un peligro inminente.

—Si alguien de mi círculo supiera que te escondes aquí, ya estarías muerta, con un anuncio de tu cuerpo desmembrado encontrado en una bolsa dentro de un contenedor. —Madame pasó página. El sonido me tensó todos los músculos de la espalda. Apartó la vista de su lectura para mirarme—. Lo que sea que vayas a hacer, hazlo ya. Tus nervios ponen de mal humor a cualquiera, niña.

Intenté hacer caso omiso de su comentario. ¿Acaso era esa una forma muy despectiva para infundirme algún tipo de aliento?

Sin embargo, todavía sin estar preparada del todo, salí a recibirlo como si de verdad lo estuviera.

Derek aparcó el vehículo mientras me frotaba los brazos a causa del frío que comenzaba entumecer mis dedos. El clima era el mismo que el de la nevera de un refrigerador, y mis orejas junto con la nariz se sentían de piedra, lo que era igual a no sentirlas en absoluto, y me pregunté cómo demonios podía existir una feria con semejante clima.

En ese momento vi llegar a otros dos vehículos, en uno de los cuales reconocí al detective Ferenz, y fue como si su conversación con Dafne la tarde anterior me despertara el mismo presentimiento, sin embargo, no me detuve a pensarlo mucho. Mis manos siguieron frotándose contra mi ropa, ahora debido a la expectativa. Derek estaba a unos metros, ¿qué sería lo primero que nos diríamos?

Él bajó del vehículo, al mismo tiempo que los demás, casi como si lo hubieran ensayado.

Y no me dedicó ni una sonrisa.

—¿Lista?

Aunque tampoco parecía molesto. Lo escudriñé unos segundos. No, no lo estaba. Recorrí a los demás con la mirada. Aparte del detective, habían llegado seis hombres y una mujer, todos con ropa de civil y semblante serio.

—Detective Ferenz —saludé. Él me ofreció un gesto de cabeza—. ¿De verdad está de acuerdo con esto?

—Descuide, señorita Grove, hemos trazado un plan que estamos seguros que dará buenos resultados. No habrá nada que no hayamos tomado en cuenta.

Analicé su expresión, franca y sin signos de trucos bajo la manga. Cuál sea que haya sido la idea que le había planteado a Dafne, era claro que no me la revelaría ahora.

—Confío en mis hombres, señorita Grove —añadió, creyendo que dudaba al verme tan callada—. Pasaremos inadvertidos. Se lo prometo.

Realmente sonaba sincero, tal vez todo el asunto de Dafne no era tan alarmante como creía, sobre todo si el detective estaba dispuesto a servimos como guardaespaldas junto con sus hombres.

Aún así me sentí dudar, y de alguna forma supe que todos aceptarían si decidía echar marcha atrás, incluso en ese momento. Eché un vistazo al hotel, y descubrí que Madame no apartaba la vista de la escena, esta vez con el periódico doblado sobre sus rodillas, desde el mismo asiento que yo había ocupado momentos antes. Fui incapaz de leer su expresión.

—Todavía quieres arriesgarte —dije. Derek sabría que no era una pregunta.

—¿Y tú?

Aunque siguió sin mostrar sonrisa, sus ojos eran tal como los recordaba: honestos y transparentes. En contraste con su mirada indiferente cuando se enteró de la verdad acerca de Kat y mis engaños, en esta ocasión me observaba a la espera.

—Quiero —respondí.

No obstante, al subir a su auto casi me arrepiento. El ambiente adentro se sintió tan cargado como una copa delgada de vidrio a punto de estallar. El camino fue de lo más agotador, sobre todo con la necesidad latente de decir algo, cualquier cosa, para aliviar la tensión acumulada. Eché de menos la música en su radio, pero ni Derek ni yo hicimos ademán de tocar el aparato.

Durante el trayecto no dejé de mover mis manos, y noté que las suyas también se removían, además de tener la espalda rígida, aunque puede que se debiera al esfuerzo que hacía para manejar con extrema cautela.

Cuando me percaté de esto último, dirigí mi atención a la herida de su frente, apenas visible a esas alturas, en forma de una delgada línea cicatrizada.

Sumidos en nuestros pensamientos, pasamos por varias calles y avenidas, pero no tardamos mucho en llegar a lo que era el centro de la ciudad. La feria se encontraba justo al lado del lago, uno que podía avistarse desde la carretera y que daban la ilusión de que la ciudad casi flotaba. Había mucha gente, puestos de comida, luces y música. Un hervidero de actividad que prometía diversión. Fue difícil encontrar un sitio donde dejar el coche debido a los transeúntes y el tráfico, hasta que encontramos uno lo suficientemente espacioso donde pudieran estar los tres vehículos.

—A esta hora estaría con mis padres, —habló de pronto, mientras el motor del coche se apagaba. Su voz me hizo soltar un brinco—. Escuchando a Mariah Carey y jugando una partida de ajedrez con mi padre mientras mamá termina de preparar la cena. —Dejó escapar un profundo suspiro—. Pero dada las circunstancias, esta es mi mejor opción.

Supe que lo correcto era guardarme cualquier comentario al respecto, aunque no por eso me abandonó el remordimiento. Estuvimos sentados en el auto cerca de un minuto, contemplando a las personas que pasaban frente a nosotros entre grupos de amigos y algunas familias.

—Hay mucha gente —advertí—. ¿No se supone que en Navidad todo el mundo prefiere estar en casa?

—Así es. Pero me enteré que este sitio es la atracción turística de la ciudad. La feria siempre está abierta, todos los días del año, excepto cuando es temporada de lluvia. Supongo que todos los que se organizaron a última hora deciden venir.

El detective y sus hombres ya habían bajado, sin mostrarse apurados por nuestra repentina inmovilidad. Me mordí las uñas.

—Derek, necesito decirte…

Me dio un ligero apretón en el brazo. El gesto fue muy inesperado, pero, a pesar de la tela de mi ropa, percibí el calor de su mano como algo reconfortante.

—Lo resolveremos más tarde. —Me dedicó una sonrisa, pequeña y vacilante—. Ahora mismo quiero disfrutar del momento. ¿De acuerdo?

Su mano permaneció sobre mi brazo hasta que respondí:

—De acuerdo.

Al bajar, los hombres del detective Ferenz continuaban esperándonos sin emitir ruido. Todos compartían la misma expresión seria y de máxima concentración en los detalles que abarcaban nuestro alrededor. No perdí el tiempo en hacerlos hablar. En cuanto al detective, fue el único que nos dirigió la palabra:

—La dinámica será la siguiente: Señorita Grove, el señor Hard la guiará por una ruta que hemos trazado previamente para evitar contratiempos. Dos de mis hombres los acompañarán manteniendo una distancia de dos metros, ambos procurarán pasar desapercibidos. Mientras tanto, los demás permaneceremos repartidos en lugares estratégicos para vigilar cualquier movimiento sospechoso. En caso de correr peligro abortaremos y los llevaremos directamente al auto. Habremos terminado antes de que caiga la noche, a eso de las seis de la tarde. ¿Alguna pregunta?

Eché un vistazo en dirección a la feria. No encontré ningún peligro inmediato, pero había algo que no me dejaba tranquila. ¿De verdad el detective estaba de acuerdo con esto? ¿Tan pronto? Aún podía retractarme, pero, cuando volví a mirar a Derek, supe que tampoco deseaba echar marcha atrás.

—No. Lo he entendido bien.

—En marcha.

Al principio me noté nerviosa, incluso Derek mantuvo una expresión de alerta. Inconsciente de ello, me volví a llevar las uñas a la boca. Me pregunté cómo íbamos a disfrutar de la feria sin que nuestros nervios se disparasen, porque sin duda el ruido sería un problema.

—Tomaré tu mano —y acto seguido sus dedos se entrelazaron con los míos.

No tuve tiempo de pensar en lo que acababa de hacer. Derek zigzagueó entre la gente, guiándome cerca de los puestos de comida. Las personas pasaban a nuestro lado como si también fuésemos una más de las instalaciones, pero también tropezaban con nosotros de manera inevitable.

De pronto el ruido se hizo excesivo, casi atronador. ¿Cómo iban a distinguir el detective y sus hombres el sonido de una bala antes de que esta llegara? Recordé el estruendo del cristal al romperse, el impacto de los tres proyectiles contra la pared. Iba a preguntarles al respecto, pero al voltear en su dirección sólo vi al resto de la muchedumbre.

—Sam.

Alguien me empujó por atrás. Alarmada, me giré para comprobar que no se trataba de ningún asesino, pero a mi alrededor volví a encontrarme con gente normal. ¿Habría sido mi imaginación?

—Sam, escúchame.

Disparos, a mi derecha. Otros a mi izquierda

—Sólo son juegos. Sam, mírame. —Había mucha gente, mucho ruido. Desde lo alto, en la rueda de la fortuna atisbé un destello del sol, ¿o sería el reflejo de un arma de francotirador?—. Mírame, Sam.

Unas manos me sujetaron la cara, y de pronto estaba mirando a Derek directo a los ojos. Fue entonces que caí en cuenta de mi respiración desbordada, jadeaba, mi aliento salía a modo de vaho.

—Derek…

—Cierra los ojos. —Lo hice, sin dejar de oír más disparos, aumentó más el ruido—. Lo lograremos. Concéntrate, sé que puedes hacerlo —su voz sonó cerca, su propio aliento me calentó la cara—. Date una pausa.

Date una pausa. Era una regla de los cuatro pasos.

Respira.

Lo intenté. A nuestro alrededor continuaba la muchedumbre, pero en esta ocasión me vi a mí misma como una roca en el río, a la que la corriente bordeaba como si fuésemos simples piedras.

Las manos de Derek se mantuvieron en mi cara, mientras inhalaba y exhalaba para detener el golpe de ansiedad.

Número tres: Piensa.

Me helaba, mis miembros se hacían hielo, tal vez por eso en contraste con sus dedos, estos se sentían calientes.

—Eso es. Tú puedes hacerlo —lo oí decir—. Sólo respira.

En contra de lo que hubiera pensado, fue reconfortante tenerlo así a mi lado, porque a pesar de todo lo que ahora sabía de mí, él todavía actuaba como un buen amigo.

—Escucha mi voz —insistió—. No pasará nada malo. Iremos por algo de comer y después subiremos a unos juegos. Vamos a divertirnos.

Número cuatro: resuelve.

Posé la cabeza sobre su pecho, sintiendo cómo me embargaba el alivio. Estábamos afuera, en medio de varias personas, expuestos al aire libre. Y seguíamos vivos.

Derek me rodeó entre sus brazos, aunque había titubeado antes de hacerlo. No le di importancia. Murmuré algo.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Qué dices?

—Me está dando hambre —murmuré más alto.

Eso lo sorprendió. Se separó de mí para observarme incrédulo.

—¿Tú? ¿Hambrienta?

Abochornada, estuve a punto de soltarle un comentario mordaz, pero luego volvió a abrazarme y su pecho tembló por una ligera risa.

—Ya —dijo—. Yo también.

Permanecimos sin movernos por un breve rato, hasta que finalmente mi respiración se regularizó y me sentí más segura.

—¿Quieres ir por comida basura? —preguntó entonces.

Resoplé.

—Tu mamá nos mataría.

Eso lo hizo reír aún más. Me relajó aún más.

🌹🌹🌹

Mi primera impresión de una feria una vez pasado mi ataque de pánico era que, a pesar de ser un sitio donde la mayoría del tiempo se está más de pie que sentado, la gente le da poca importancia a las incomodidades. ¿La comida en la que gastaste tus ahorros tenía un sabor horrible? La disfrutabas de todas formas. ¿El juego al que te haz subido te hizo perder una hora de tu vida por culpa de una larga fila? Igual querías subirte a muchos más. Era curioso ver a la gente darle tan poca importancia a cosas que, de ser situaciones de día a día, serían motivo de queja.

Ni siquiera trabajando para Lucian me había salvado de comentarios negativos, pero eso en una feria no parecía ser el caso.

Basura, filas interminables, comida insalubre, costos elevados. Nada de eso tenía importancia. Tampoco el hecho de que hace apenas unos días había estado a punto de perder la cabeza por culpa de una bala.
Derek me guio primero por los escaparates de comida, donde el aroma del aceite quemado con el azúcar aumentaron mi apetito, aunque tal vez era debido a que no había probado bocado en toda la mañana.

Lo siguiente que hicimos después de merendar fue ir en busca del primero de los juegos. No tardamos mucho en dar con él ni con los que le siguieron. Derek, por lo visto, había memorizado una ruta invisible para dar con cada sitio exacto sin perder el mínimo tiempo.

Y en ningún momento me soltó la mano.

En general podía decirse que nos la estábamos pasando bastante bien. Por primera vez en todos esos meses no pensaba en quien era ni lo que estaba haciendo. Me permití olvidar durante esas horas la realidad en la estaba envuelta mi vida, dejándome llevar por esa despreocupación que se respiraba en el aire.

—¿Qué haces? —le pregunté a Derek cuando nos subimos al quinto juego, una montaña rusa de gran altura.

Él mantenía los ojos apretados, pero dijo:

—Le ruego a Dios.

Mi carcajada fue lo último que escuché antes de que el juego nos lanzara al firmamento.

🌹🌹🌹

El cielo mantuvo una apariencia plomiza gran parte del día, y conforme caía la tarde, fue bajando más la temperatura. De pronto todo el mundo comenzaba a cubrirse con densos abrigos, gorros y guantes de lana. En lo personal había decidido llevarme una sencilla cazadora, con dos mudadas de ropa por debajo como única protección contra el clima. No me cubría lo suficiente, pero al menos impediría que la hipotermia me matara.

Intenté divertirme para olvidar mi escasa vestimenta, y la mayor parte del tiempo funcionó. Derek siguió invitándome a comer, hasta el punto de no poder tragar ni un bocado más. Subimos a otros juegos y disfrutamos de pequeños espectáculos que nos ofrecieron algunos artistas visitantes. La gente que nos rodeaba seguía siendo demasiada, así que todavía sufría de empujones y codazos ajenos, pero eso había dejado de importarme.

Sin embargo, todavía quedaba una atracción a la que Derek se negó a llevarme hasta casi finalizar la velada, una enorme rueda de la fortuna con la que estaba empecinado a concluir antes de que diera la hora de marcharnos

—Una vez que bajemos el detective Ferenz nos estará esperando para escoltarnos de regreso, —anunció después de acomodarnos entre los asientos—. Seis en punto, tal como dijo. —Calló un momento—. Ahora no sé si esa idea me agrade.

—¿Por qué lo dices?

Nuestro asiento cedió su lugar al siguiente, donde una pareja de adolescentes buscó acomodarse. Ignoraba cuánto se tardaba en recorrer la vuelta completa. Miré hacia arriba, y por la altura calculé que sería menos de quince minutos, tal vez unos diez.

Me llegó un sentimiento similar a la pena. El tiempo ese día se había ido igual de rápido.

Derek también miró hacia arriba, y no tuve que adivinar sus pensamientos pasa saber lo que diría:

—Porque no quiero que esto se termine.

En silencio, sentimos cómo nuestro compartimento cedía terreno hasta alcanzar más altura, y aún no llegábamos a lo más alto cuando ya pude apreciar algunos detalles, sobre todo los de la ciudad.

El lago en el que estaba asentada la feria creaba un fenómeno hipnótico. Las luces de los edificios cercanos empezaron a encenderse, muy parecido a como lo harían las luciérnagas en el verano. Conforme el sol se ocultaba, el lago reflejaba los mismos colores del atardecer: rosa, naranja, un morado combinado con un profundo azul que cada vez se oscurecía. Gracias al reflejo de las luces, el lago adquiría más la apariencia de un hermoso espejo que imitaba una bonita obra de arte.

Para alguien que asumía su libertad como algo natural, y que ya había visitado tantos lugares que ya nada le impresionaba, aquella vista de la ciudad apenas si era digno de mención. Pero para alguien como yo, sólo podía asociarla con un recuerdo, uno pacífico y por el que sentí una profunda añoranza: el lago de Dollsville.

Estuve a punto de pensar en Lucian, específicamente el instante en el que señaló mi escapada a dicho lago, pero no quería manchar ese momento molestándome con su fantasma. En lugar de eso, rememoré lo que había hecho ese día, la emoción de éxtasis por haber salido más allá de mi jaula, la sensación de libertad absoluta.

—Ese día en el lago —dijo de pronto Derek, sacándome de mi ensoñamiento—. ¿Lo recuerdas?

—Estaba pensando justo en eso.

—¿Sabes que desde entonces, no he dejado de pensar en llevarte a todos lados? Un concierto, al cine, una playa. —Me miró intensamente—. Ojalá puedas hacerlo algún día.

—¿Qué cosa?

—Salir más.

Por la manera en que lo había dicho, tuve el repentino impulso de decirle que sí, de que fuera él el que me llevara. Al fin y a cabo había escapado de Lucian, ya nada podía frenarme en mis deseos de ir y rehacer mi vida. Quería hacer todo eso que él me contaba y más.

Pero…

No podía ser. No todavía.

—Gracias —respondí en cambio—. Por invitarme a venir. Esta ha sido… una bonita Navidad. —Él asintió, pero su atención había vuelto al paisaje y era como si ya no lo tuviera conmigo—. ¿Derek?

—Quiero hacerte una pregunta.

Me llegó un retortijón. Los ojos de Derek se clavaron en mí con una preocupación que me descolocó. Intentó mostrarse sereno, pero todo rastro de su jovialidad se había esfumado por completo.

—Yo sé que muchas de las cosas que hiciste fueron porque estabas obligada a hacerlo. Y lo entiendo. Entiendo que hayas hecho todo lo que has hecho para sobrevivir a algo tan horrible. Pero... —tragó saliva—, necesito conocer la respuesta a esto. Tengo miles de dudas, pero sólo quiero que me respondas una. ¿Crees que puedas hacerlo? ¿Responderme una vez más?

Suspiré. Tendría que haber vaticinado que no íbamos a posponer tanto tiempo aquella conversación. Cerré los ojos y aguardé un golpe de dolor. Tal vez, si me preparaba, el ardor en mi espalda y mis ganas de orinar no se evidenciarían hasta que reuniera las fuerzas después de responderle. Sentí la mirada angustiosa de Derek como quien acaba de darse cuenta que está torturando a un ser querido, pero que no está dispuesto a retroceder.

Es mi amigo. Quiero recuperarlo.

—Adelante.

Vaciló. Se removió en su asiento, temeroso de hacer lo que estaba a punto de hacer.

—Sam, ¿qué de todo, fue real?

Abrí de golpe los ojos. Lo miré sin entender.

—¿Real?

—Lo de Kat, ahora sé que esa no fuiste tú. Fingiste tirarle una taza de té encima para hablar con ella. —Su mandíbula se endureció, pero tragó en seco y continuó—. Fingiste muchas cosas, tal vez la mayoría del tiempo, ¿pero qué parte no lo fue? ¿Qué parte…?

“…conmigo no fue una mentira?”

Había creído que el dolor sería la respuesta inmediata, una tan común como el ver a Lucian en mis pesadillas. Pero era una pregunta que ni siquiera Dafne me había hecho todavía.

Por alguna razón eso casi me hizo reír, pero al comprender la seriedad con la que él esperaba, me frené.

La respuesta que le di, fue tan sincera como espontánea. Ni siquiera la pensé dos veces.

—Tú.

En la rueda de la fortuna nuestro compartimiento por fin alcanzó la cima. Más luces de la ciudad se habían encendido como una ola lenta e intermitente. El mundo afuera continuaba su curso, pero adentro, en ese pequeño espacio, junté la valentía necesaria para dejarme llevar.

—Cuando él me ordenó atraer a Kat, me sugirió que te utilizara. Y lo intenté, o al menos sólo esa vez. Todas las demás ocasiones en las que conversé contigo, le hice creer que lo hacía porque de verdad pretendía cumplir sus órdenes. No imaginaba que en realidad…

—En realidad, ¿qué?

Aferré mis dedos sobre la orilla del asiento. Traté de no pensar en lo que le estaba diciendo, porque si me detenía aunque sea un segundo, me acobardaría. Era ahora o nunca.

—Que en realidad quería hacerlo. Disfrutaba hablar contigo, y aunque me sentía culpable, una parte de mí sabía que no era por seguir las órdenes de Lucian, sino porque no deseaba detenerme. Siempre había algo que me hacía acercarme a ti, cualquier excusa con tal de hablar y no sentirme como la mayoría del tiempo me sentía, un objeto que estaba obligado a hacer lo que le pedían. Me odiaba por eso, me odiaba porque no podía negarme a lo que yo misma quería. Y me odiaba porque, si Lucian conseguía lo que deseaba, era porque era demasiado débil como para decirte que no.

Por fin le había contado lo demás.

La sensación no fue tan liberadora como se pensaría, de hecho, estaba a la expectativa de su reacción. En ese momento había visto varias versiones del Derek que conocía, pero ese momento no sabía cuál de todas ellas estaba a punto de ver.

Y por supuesto que no había esperado su mutismo.

Lo miré insistente. Derek tenía el ceño fruncido, con la expresión concentrada en el paisaje.

—¿No dices nada?

Demoró en responder.

—Creo que no sé qué decir —notó mi incredulidad.—. Me pasa muy seguido contigo.

Apreté los labios. De pronto fue como si nada de lo ocurrido ese día hubiera surtido efecto. Parecíamos estar como antes, distanciados, igual que un par de extraños. ¿Qué esperaba que él dijera? ¿Qué lo sentía? ¿Que olvidáramos todo y empezáramos de cero? Claro que no.

—Háblame de ellas.

Parpadeé. Derek continuaba serio, y creí que lo había imaginado, pero fue su voz la que terminó por añadir una palabra:

—Por favor.

No me hizo falta preguntar a quienes se refería.

Pude haberle preguntado el para qué, al fin de cuentas, lo único que lo ataba a mi pasado eran nuestras conversaciones en el café, añadiendo el reciente peligro de muerte por gente que ninguno de los dos conocía. Imaginaba que Derek estaría al tanto de la mayoría de las cosas que había hecho en casa de Lucian, aunque nunca lo discutiríamos de manera abierta, sin embargo, jamás pensé que se interesaría por el resto de las chicas.

Titubeé. Ellas me habían exigido en su momento que les hablara de él, y sus reacciones al enterarse no habían sido del todo buenas. ¿Qué sucedería ahora que la situación estaba a la inversa?

Sin embargo, supe de inmediato que con Derek no sería el caso. La petición la había hecho de improviso, sí, pero también confiaba lo suficientemente en él para decírselo.

—La mejor de todas era Tiana. Cabello rizado, negro, piel oscura y preciosa. Cuando cantaba, lo hacía como si se tratara de un ángel. Era la única que hablaba de su familia.

Eran recuerdos valiosos, y se los estaba entregando sin pensarlo siquiera. La única persona con quién los compartía era Lia, y eso porque ella los había vivido en carne propia. Pero por la forma en la que él me prestó su atención, tuve la certeza de que también los atesoraría.

Hablé de Miriam y su talento en la fotografía, además de su risa fácil. También hablé de Emily, aunque no me atreví a hacerlo mucho, sólo que había pretendido seguir mis pasos como plan para salir de allí. Por su parte, cuando quise hablar de Wen, vacilé, y no se me ocurrió otra cosa que mencionar que fue ella quien ideó el plan para que escapara.

De Anne, en cambio, hablé de su talento con la música, su boca mordaz y su estilo rebelde sin miedo a las consecuencias. De Liz hablé hasta de cómo se le iluminaban los ojos cuando se trataba de sus plantas, el brillo de su cabello al estar bajo el sol y su ayuda con mi escritura, especialmente con la ortografía.

Omití hablar de Layla, por obvias razones.

Finalmente, me animé a hablar de Karla. Karla, la primera en llegar al harem. Karla, que tenía miles de secretos y que, hasta hoy en día, todavía salían a la luz. Karla, a la que traicioné una vez y aun así me perdonó.

Excluí varios detalles, pero compartí otros que Derek escuchó sin emitir palabra. Y conforme dejaba de hablar, fue más evidente lo mucho que las extrañaba.

Cuando terminé, nuestro compartimento ya estaba a mitad del camino de regreso al suelo. Desde nuestro ángulo, las luces de la ciudad y el reflejo del lago hacían que se viera un efecto demasiado raro. Dos cielos al mismo tiempo, uno, que era el verdadero arriba de nosotros, y el otro, que se reflejaba en las ondulaciones del lago a modo de espejo.

De nuevo, sin razón aparente, preguntó:

—A ellas… ¿alguna vez… les hablaste sobre mí?

Me paralicé.

El código negro, el miedo de Anne, el asombro de Lucian al ver mi cara por mencionar a Derek. “Dime su nombre sin que sientas que te lata el corazón”. Todo eso pasó por mi cerebro a cámara rápida, y sin duda debí haber sentido un aguijonazo de dolor, pero si sucedió, este fue eclipsado por los latidos de mi corazón.

Tudum, tudum, tudum.

Tardé en contestar, tanto como para que él se percatara de lo mucho que me afectaba su pregunta.

—Algunas veces —conseguí decir. Él esperó, invitándome a que me explicara—. Les conté que eras... Mmmm. Muy amable.

—¿Amable?

—Y honesto. Muy, pero muy honesto —aunque eso sólo se lo había dicho a Lia, pero me aferré a la idea de que daba lo mismo. Él siguió esperando, pero me encogí de hombros mientras decidía mirar a otro lado—. Saben que eres buena persona.

Eso no era del todo mentira.

Pasaron largos segundos, en los cuales intenté tranquilizarme.

—Ah. Ya... veo.

Derek volteó la cara en otra dirección. Sentí que debía añadir algo más, o tal vez cambiar de tema, sobre todo ahora que nos habíamos más o menos reconciliado. Fue entonces que dijo:

—Bueno, supongo que no debería sorprenderme.

—¿Cómo dices?

Mostró una postura despreocupada.

—Sólo digo que es curioso. Es decir, hasta ahora me has contado sus atributos. Hermosas, divertidas, con talentos innatos. Y no lo dudo. Por como hablas de ellas creo que son geniales. Pero... vaya, supongo que al resto de nosotros, los mortales sin gracia, sólo podrán describirnos como buenas personas, ¿me explico?

¿Acaso se había vuelto loco?

—Derek, te estás equivocando.

—¿Ah sí? —un brillo repentino y sospechoso asomó en sus ojos cuando volvió a mirarme, pero tenía que estar imaginándolo. Dudaba que el Derek que estaba acostumbrado a bromear conmigo hubiera vuelto tan de deprisa—. ¿En qué parte? ¿Cuando digo “el resto de nosotros” o solo la de “mortales sin gracia”?

—Ser mortal sin gracia es decir que eres feo —fruncí el ceño—. Y tú no lo eres.

Mis palabras casi lo hicieron reír, aunque al final soltó un resoplido, divertido.

—Sam, despreocúpate, puedo aceptar la realidad. A mí en lo personal no me afecta saber que no tengo nada que destaque, ¿sabes? Cabello sin forma, barba que me crece igual que le crecería al pasto seco, ojos normales, un poco de panza —se encogió hombros—. No tengo gracia.

Lo escaneé de arriba a abajo. Por algún motivo, el que se describiera así me molestaba.

—Hablas de ti como si fueras un bicho raro —sacudí la cabeza—. Y no es así.

Pero nada de lo que le decía le convenció de lo contrario, y aunque no insistió en lo mismo, añadió:

—Alguna vez leí que nosotros tenemos una gran ventaja.

Exasperada, decidí seguirle la corriente.

—¿Ah sí? ¿Como cuál?

—Ya sabes. Cuando uno se enamora de alguien como yo, es por quien de verdad soy y no sólo por mi apariencia física —lo miré hastiada—. Eso, y que a los ojos de la persona adecuada, mi nula belleza puede resultar extrañamente atractiva.

Bufé.

—Derek, esto es ridículo. ¡Tú no eres feo!

—Entonces, eso significa que estás enamorada de mí.

Silencio en la cabina.

Por un interminable momento mi cuerpo se petrificó, y no debido al frío. Derek tenía esa sonrisa que denotaba cosas que él sabía y que yo claramente ignoraba. Deseé quitársela con un comentario mordaz, insultarlo por hacerme pasar por una broma, decirle algo lo suficientemente fuerte como para distraerlo y olvidar toda la conversación anterior.

Pero no pude.

Él, lentamente, dejó de sonreír. De pronto volvía a estar demasiado serio, y esta vez sabía que su repentino silencio no era una mala señal.

Pero seguía siendo una señal.

Sus ojos me contemplaron toda la cara, como si de pronto se diera cuenta de con quien estaba, y no parecía que eso le molestara en absoluto, mucho menos cuando se detuvo en mis labios.

Creí que se apartaría, pero está vez, a diferencia de lo ocurrido en el café Mininos, sus ojos se clavaron allí.

De entre todos los recuerdos que había rememorando ese día, fue uno el que se apropió de mis pensamientos: nosotros en la despensa, con las cajas a mi espalda y él frente a mí, asustado de lo que sea que estaba a punto de pasar.

Y yo besándolo.

Quise hablar, pero no me salió ni una sílaba. Por su parte, Derek permaneció sin moverse, contemplándome en silencio, sin apartar su mirada de mi boca.

Poco a poco comenzó a acercarse.

Su teléfono sonó.

De inmediato giré la cabeza en otra dirección. Pegué mi frente al metal del compartimiento, sintiendo cómo mi cara se encendía. Mi corazón quería salirse de mi caja torácica.

—Deberías responder —murmuré, mi voz demasiado afectada como para que sonara normal.

Él no dijo nada, pero tampoco contestó el teléfono al instante, momento en el que lo escuché mascullar algo.

—¿Diga? Sí, seguimos aquí. ¿Qué?

Me atreví a mirarlo. La cara de Derek se giró a la mía. Era la cruda imagen de la perplejidad.

Abrió exageradamente los ojos.

—Las encontraron.

🌹🌹🌹

Nota:

Hola hola :)
Lamento la demora, pero esta vez tengo una excelente explicación. ¿Se acuerdan que les había dicho de un capítulo especial que "pronto" les subiría.

Pues ese capítulo es este, y no saben las veces que pasó por mi cabeza al igual que las veces que lo corregí para que quedara bien y me gustara.

Me gustaría que, si les gustó también, me ayudaran señalándome los errores, porque a veces por más que busco uno que otro se me escapa.

Por lo demás, les agradezco la paciencia, y de verdad espero que el siguiente cap se los traiga pronto.

PD: ¡Todavía mi teléfono me impide subir imágenes a Wattpad! 😭 Así que los edits para los capítulos sigo sin tenerlos.

PD2: Adivinen a quién se le echo a perder la computadora 🥺 (intentaré escribir en el teléfono, pero con este el proceso es un poquitín más lento, sin embargo les prometo hacer lo que pueda)

Gracias por seguir leyendo❤️

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