CAPÍTULO 18


—No me lo creo.

Estaba de regreso en el hotel, en la antigua habitación, con el mismo aire monótono de siempre.

Otra vez.

—¿Una advertencia? ¿De quién? —siguió inquiriendo Lia.

—Cualquiera de los nombres que les di en la lista, no lo sé —tenía la mirada centrada en el techo, sumida en mis conclusiones—. A estas alturas supongo que todos ellos querrán verme muerta.

—¿Entre ellos Madame? Lo dudo.

—¿Qué te hace pensar que ella no está detrás de esto? En la fiesta fue la única que me dirigió la palabra, y como pago la agregué a una lista de sospechosos, eso molestaría a cualquiera. —Lia negó con la cabeza—. Además, ustedes mismas me dijeron que era muy reconocida dentro de ese círculo. Incluso Lucian le mostró respeto.

—Pero Madame jamás haría algo así.

—¿Llegaste a hablar con ella?

—No, pero... Mira, Samy, Karla nos habló de ella. Prácticamente era la única decente de todo ese nido de víboras. Tú misma viste cómo trataba a su acompañante. Considerando lo que vimos en la fiesta, ¿en serio la crees capaz de eso? Sí, Madame tendrá sus recursos, incluso sus razones, pero dudo que pretenda asesinarte. Al menos no ella. Debe ser alguno de los peces gordos.

No estaba tan segura.

—Como sea, de todas formas encontrarán mi cadáver en una cloaca y con una bala en la cabeza. ¿Qué importancia tendrá quién haya sido?

Lia titubeó.

—A Derek seguro que terminará importándole.

Dejé ir una pausa.

—Él ni siquiera ha vuelto a dirigirme la palabra —musité.

Además de contarle lo ocurrido con el departamento, también la había puesto al corriente de lo de Kat, y mi situación actual con Derek. Una espina de vergüenza se reinstaló en mi pecho, seguida del desánimo. Ya no tenía sentido que le diera vueltas. Lia, sin embargo, insistió.

—¿De verdad piensas que te odia ahora?

—Debe hacerlo. No ha intentado llamarme.

—Sí, como si estar a punto de morir de un disparo sea el menor de sus problemas.

Le dediqué una mala mirada.

—No estás ayudando.

—Es que creo que exageras.

—¿Exagerar? Lia, ¡sabe que lo utilicé!

—Por órdenes de Lucian, y tampoco es que lo hayas disfrutado, ¿me equivoco? —sacudí la cabeza. Ella no lo entendía—. El pobre se ha llevado una terrible experiencia, por poco muere de un disparo y, a diferencia de ti, no creo que cuente con el apoyo de la policía. ¿No crees que tiene todo el derecho de darse un respiro? ¿De organizarse? Querrá arreglar las cosas antes de buscarte.

Estuve a punto de creerle. Tal vez en cualquier momento Derek terminaría llamándome para darme la buena noticia de que había encontrado un nuevo lugar, y preguntarme si deseaba irme con él. Empezar desde cero.

Pero aquello sonaba demasiado fácil.

—¿Sabes qué creo? —insistió Lia al ver que no respondía—. Creo que una parte de ti no quiere que te llame.

La herida en la frente se asomó de entre mis recuerdos, y en vez de revelárselo, decidí cambiar de tema.

Lo que no llegué a decir, era que deseaba volver a verlo. Las noches de películas ahora me parecían un tesoro que en su momento no había llegado a apreciar. Anhelaba, ante todo, recuperar la confianza perdida y velar para que no se rompiera de nuevo.

Sin embargo, ahora que había vivido en carne propia los riesgos que conllevaba nuestro caso, mi miedo de que Derek saliera lastimado era mayor que mi deseo de estar con él.

Prefería mil veces su odio a saber que podía perderlo en cualquier momento.

Mi vida estaba envuelta en una burbuja. Una muy, muy aburrida.

Un punto positivo era haberme librado de paredes que juzgaban mi presencia, y había dejado de recibir visitas inesperadas que pudieran promulgarme un rencor profundo.

Pero estar todo el día sin hacer nada era tedioso.

Claro que vivir con Derek tampoco es que hubiera sido una aventura, pero al menos él había buscado entretenerme en lo posible. En el hotel, por otro lado, únicamente Lia era consciente de mi presencia, y eso sólo cuando ambas nos encontrábamos en la habitación, porque la mayoría del tiempo me la pasaba encerrada, sola, mientras que ella salía constantemente (más veces de las que recordaba). En una ocasión llegó a insistirme a que la acompañara, aunque no tardé en darme cuenta que lo hacía por ser educada. Dudé mucho en contarle el cambio del detective Jayson por el detective Ferenz, especialmente porque temía que el motivo de ese cambio fuera mi penosa incursión al sótano (esto último opté por ocultárselo), pero sorpresivamente lo asumió sin prestarle gran interés, lo que fue raro. Tal vez su relación no había sido tan seria como había creído.

En general, en aquella habitación me limité a existir. Lia me llevaba el almuerzo y aprovechaba el momento para pasarme noticias recientes, aunque muchas de estas me causaron el mismo impacto que el estado del clima, tales como: "Hoy vino menos gente que antes". o, "¿Sabías que teníamos un ático?".

Aburrido.

Además, podía decirse que la razón por la que no salía era por seguridad, al fin y al cabo, me acababan de amenazar de muerte, sin embargo, la verdad era que no quería toparme con el señor Elliot, y aunque ahora sabía que él no era como su hermano, imaginar que lo vería en cualquier momento me perturbaba.

—Deberías animarte a salir —dijo Lia en mi quinto día de encierro—. El señor Elliot ha cambiado mucho este sitio desde que te marchaste. Supongo que odia estar sin hacer nada como el resto de nosotros. ¿Sabías que ahora está planeando construir un gimnasio como cuarto piso? ¿Y ya miraste el jardín? ¡Lo ha transformado por completo! Incluso le agregó decoraciones navideñas debido a las fiestas, de noche da una vista preciosa. —Soltó un suspiro cuando vio que nada de eso me atraía—. Oye, yo también sufro escalofríos cuando lo veo, pero créeme, después de un tiempo te acostumbrarás. Él ni siquiera me dirige la palabra, lo que no es sorprendente, pero es casi como si ninguno de los dos existiera para el otro. Te lo garantizo, no notarás que está presente hasta que ya has salido de la habitación.

A pesar de sus argumentos, estos siguieron sin convencerme, y terminó por desesperarse:

—Mira Sam, si tanto deseas morirte dentro de estas cuatro paredes, por mí perfecto, pero no esperes que te mantenga viva para siempre.

Después de eso no regresó hasta después de la medianoche, que era su hora acostumbrada.

Aunque deseé ignorar las palabras de Lia, estas destacaron de entre mis pensamientos generando una pequeña curiosidad. Me importaba más bien poco la transformación del hotel, pero que el señor Elliot pasara desapercibido, lo que no sucedía con Lucian, aumentaba ligeramente mi confianza.

Además, era odioso estar todo el día contemplando el techo; y siendo así, me atreví a abrir la puerta de la habitación.

No tardé en experimentar una sensación de aprensión. Revisé a lo largo del pasillo, con la espalda tensa, temiendo que otra de esas balas me llegara por sorpresa y consiguiera impactar directo a mi cabeza. Por la esquina del ojo creí ver figuras al acecho, pero sólo encontré a la mucama cumpliendo con la limpieza matutina.

Solté aire para ahuyentar el miedo. ¿De verdad quería vivir así? ¿A la expectativa de la muerte?

Con lentitud bajé las escaleras, y descubrí que Lia no había sido del todo exacta en su descripción, pues a mi alrededor encontré una enorme cantidad de decoraciones navideñas, una más voluptuosa que la otra, y una vez que pisé el jardín, tuve que admitir que fue como haberme transportado a un sitio completamente diferente.

Todos los árboles estaban decorados por diminutas luces blancas que titilaban a pesar de ser mediodía. Estatuillas de intensos colores, figuras de aire y más variedad de nuevas flores. Un universo fantasioso y brillante. Y tal vez era que había permanecido encerrada, pero me pareció notar que el jardín había aumentado en tamaño. Reconocí el caminillo que daba al centro, junto con el banco y el farolillo, pero también vi más caminos yendo a direcciones opuestas, ocultándose detrás de frondosos arbustos pulcramente podados, y que no había visto con anterioridad. También creí ver una delgada corriente de agua que caía a modo de una pequeña cascada.

Contemplé el panorama y disfruté del cambio. También busqué alguna señal de la presencia del señor Elliot, pero afortunadamente no lo encontré allí.

Aunque sí vi a Halery.

Ella estaba abstraída en un pequeño teléfono, y no reparó en mí. Tenía la frente ceñuda y parecía estar meditando en un dilema muy serio, una expresión que jamás le había visto.

Vacilé. Mi tiempo en el exterior había sido más que suficiente, y tampoco es que hubiera otros cambios por ver, pero al recordar la presencia de Halery, me surgieron una serie de dudas, y ella era la única que podía responderlas, o al menos darme una respuesta lo suficientemente convincente para que no le diera más vueltas.

Sin saber muy bien lo que iba a decirle, caminé en su dirección. No fue hasta que me puse frente a ella que Halery levantó la mirada. Alzó una delineada ceja y elevó la esquina de su boca.

—¿Vienes a cortejarme?

—¿Cómo lo lograste?

—¿El qué? ¿Ganar tu corazón?

—Escapar.

Su gesto altanero se desvaneció y me escudriñó con seriedad. La pregunta, más que tomarla por sorpresa, no pareció darle ninguna gracia. No obstante, me cedió un espacio en el banquillo, cruzando ambas piernas como si se tratara del favor de una reina.

—Supongo que esto se debe al intento de homicidio. —Al ver mi expresión de sorpresa puso los ojos en blanco—. ¿En serio? Sabes que tengo mis maneras de estar al tanto de todo lo que va ocurriendo en este caso, ¿cierto? Es algo que te recomiendo hacer si quieres sobrevivir a esto.

—Lucian conocía su casa —respondí en cambio—, sabía perfectamente lo que pasaba dentro de sus muros las veinticuatro horas del día. Jamás pudimos hacer algo sin que él lo supiera, ¿cómo conseguiste librarte de él... tan fácil?

—Oh, créeme, fue todo menos fácil.

Los dedos que sostenían su pequeño teléfono se removieron, aunque no supe reconocer si era debido a la incomodidad o porque estaba intentando recordar. Impaciente, estuve a punto de insistirle a que me respondiera, pero intuí que presionarla iba a conseguir el resultado opuesto. Un ruido a mi espalda me sobresaltó, pero resultó ser nada más que un pajarillo. A ese ritmo terminaría por asustarme de mi propia respiración.

—Luc era muy detallista hasta en lo mínimo —contó al cabo de un rato—, eso lo sabes bien. No hacía nada premeditado, pero tampoco era lento a la hora de tomar decisiones. Digamos que simplemente era cuidadoso. Muy cuidadoso. Cuando él empezó a construir su casa, fue celoso con la información que compartía, aunque en ese entonces pensaba que se trataba de su huella como artista, ya sabes, que quería que todo el mundo se sorprendiera con el resultado final. —Rio con ironía—. Fui una ingenua. Todos. Pero comencé a sospechar de lo peligroso que era cuando ambos la contratamos.

—¿A quién?

Dejó ir una pausa.

—A Karla.

Escucharla mencionar ese nombre me provocó un estremecimiento. Por primera vez no sólo sentí que las piezas del pasado de Lucian encajaban, sino también mi historia con las chicas. Karla había sido la primera, y recordarla fue como chocar contra una pared de agua. De inmediato temí por lo que Halery estaba a punto de decirme.

—Hermosa, experimentada, con un carisma que provoca sonrojarte, —habló con voz suave, dulce, como si describiera a una vieja amiga—. Una mujer encantadora, en términos generales.

Permití que el recuerdo se filtrara entre las dos. ¿Sería esa Karla de la que hablaba la misma que yo guardaba en mi memoria?

—Al principio creí ingenuamente que tanto él como yo pensábamos en lo mismo —continuó—. Que era la candidata perfecta para que diera comienzo a su proyecto. A esas alturas ya me había ganado más su confianza y me permitió echarle un ojo a los planos con la excusa de que le diera una crítica al respecto. La idea de concederle un espacio privado a cada chica que trabajara para él, además de ofrecerle ciertas comodidades, fue para mí una falsa señal de que ambos seguíamos en sintonía, ¿sabes? Creí que lo que pretendía era marcar la diferencia entre un prostíbulo y lo que él tenía en mente. Pero, no fue hasta que...

—Hasta que... ¿qué?

Un graznido nos pilló por sorpresa. Se trataba del mismo pajarillo, el cual había alzado el vuelo.

—Él y Karla comenzaron a planear a mis espaldas —siguió, tranquila e inexpresiva—. O tal vez él ya comenzaba a darle órdenes directas, sinceramente, lo desconozco. Pero incluso en ese tiempo todavía creía que se trataban de mis estúpidos celos. Alguien más se estaba llevando la atención de mi alumno estrella y no era yo. Pero cuando Anne apareció y vi realmente lo que les estaba haciendo decidí... decidí que era momento de irme.

Su explicación me dejó un poco perdida, y estuve a punto de pedirle que se aclarara, pero algo más captó su atención.

En la entrada del jardín, acompañado de un hombre y con tableta a la mano, vimos al señor Elliot.

De la misma manera en la que actúa una parálisis de sueño, mis circuitos se negaron a espabilar mi creciente pánico. Mi cuerpo y mi mente se bloquearon, y cuando creí que estaba a punto de echarme a correr, conseguí percatarme de una cosa.

Él no parecía haberme visto.

Junto al hombre que le servía de acompañante, se acercaron al extremo más lejano del jardín. Ambos, con las tabletas en mano, se limitaron a mirar algo que se hallaba en la parte superior del edificio. El hombre a su lado hablaba y el señor Elliot asentía en respuesta. De vez en cuando lo vi revisar su tableta para luego mostrársela a su acompañante. Estaban tan distraídos en su conversación que Halery y yo éramos menos interesantes que los árboles.

—Es un buen hombre.

Miré a Halery. Ella ahora me observaba de una forma que me resultó repulsiva. Una que se acercaba a la lástima. Formé una mueca. Ya que lo recordaba, ella había estado esa vez en el sótano con el detective Jayson, había sido testigo de las reacciones de mi cuerpo ante el miedo.

—¿Por qué Anne? —pregunté, en un esfuerzo por impedir aquel recuerdo, además de olvidarme del señor Elliot.

Halery siguió observándome, como si tuviera algún consejo en mente, pero rápidamente lo descartó y su rostro volvió a ser neutral.

—Ella era como tú. —Me quedé quieta. Eso sí que me dejaba perpleja—. Y cambió. Algo las hizo cambiar a las dos. Descubrí demasiado tarde que él las manipulaba. Nos manipuló a las tres.

Ante su declaración me quedé absorta unos minutos. Si bien, eso cuadraba con algunas cosas, seguía sin responder a la pregunta que le había planteado, de la cual en serio necesitaba respuesta.

—¿Y cómo huiste?

Ella mantuvo la vista en los dos hombres, quienes, al parecer, seguían ignorantes a nuestra presencia. Ambos discutían acerca de una nueva construcción, o eso me parecía.

—Huir —resopló—. Me hice con uno de los planos, lo edité de tal forma que incluyera una salida que no resultara sospechosa, y luego lo mandé a hacer sin que nadie le avisara, haciéndole creer que quería corregir un error de la estructura.

—¿Incluyendo la flor invertida?

Su gesto se volvió arrogante.

—Tenía que poner mi propia firma. En resumen, supongo que fue cuestión de suerte.

—¿Suerte?

—Jamás dejé de pensar qué él siempre supo lo que hacía. —Aferró su teléfono—. Si me confió sus planos, no fue porque necesitara mi criterio. Él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Cada esquina, cada ladrillo, cada habitación. Todo estaba fríamente calculado. Así que si logré huir fue porque él lo permitió. Nadie, ni siquiera las personas de su círculo interno que llegaron a conocerme, me siguieron. Y cada día me convenzo de que él quería hacerme creer que escapé, al fin y al cabo, buscaba la manera de retenerme, encerrarme como a las demás, meterse en mi cabeza, y al no lograrlo, bueno, si te soy honesta... —habló en tono glacial—. Sigo sin sacarlo de allí.

Sus palabras dejaron un rastro de heladez, una que no tenía nada que ver con el clima.

—Suerte —espeté—. ¿Siempre se ha tratado de la suerte?

Eso me cerraba todas las puertas.

—Veo que te he decepcionado.

No supe cómo contradecirla. Ella entonces se levantó, y al igual que el acompañante del señor Elliot, que se despedía de él con un ademán, Halery se alisó su atuendo para marcharse.

—¿Crees que él también estaba al tanto de lo que hacía? —Me oí decir—. ¿Sabría lo que planeaba Lucian?

Me dedicó una media sonrisa, burlona. Lanzó otra mirada al señor Elliot, que ahora se encontraba solo.

—Lo dudo.

Permanecí en el jardín incluso después de que el señor Elliot y yo nos quedáramos solos, cada uno enfrascado en sus propios asuntos, ajenos el uno del otro.

Había sido demasiado ingenuo de mi parte creer que hablar con Halery me ayudaría a encontrar una manera de disminuir el riesgo de una muerte inmediata, o que alguien cercano a mí lo sufriera. Ella había sido hasta entonces no sólo la mujer con la cual Lucian se había obsesionado, sino también la única que había logrado librarse de sus garras. La había idealizado en mi imaginación como una persona igual de poderosa con trucos ingeniosos, y que conocía secretos de mi antiguo amo que la volvían casi intocable, pero si lo que me había contado era cierto, entonces no había más solución que regresar a la habitación y esperar a que me llegara la muerte.

Una rápida por parte de gente que me odiaba, o una lenta y tortuosa debido a mis propios recuerdos. Ninguna de las cuales me apetecía.

Por un tiempo dejé que la pesadez se me acrecentara en el pecho. Posé una mano a la altura del corazón, como si de alguna forma eso pudiera ayudar a no sentirme más encerrada, rodeada por peligros que desconocía, de los que no podía escapar.

No me di cuenta que estaba contemplando al señor Elliot hasta que un pensamiento se cruzó por mi cabeza.

Y supe lo siguiente que debía hacer. Algo que iba en contra de mi razón.

El señor Elliot continuaba examinando la altura del edificio mientras anotaba en su tableta. Si se había percatado ya de mi persona, parecía no importarle.

Inhalé con fuerza. Debía dar un paso a la vez.

Lentamente, dudando de que de verdad estuviera haciendo lo que estaba haciendo, me acerqué a él.

Lia había dicho que ambos no nos fijaríamos en el otro hasta que uno de los dos saliera de la habitación, y hasta el momento había comprobado la veracidad de esa frase, porque a pesar de que yo era plenamente consciente de que él estaba allí, él seguía sin fijarse en mí.

Faltando un par de pasos para casi tocarlo, sintiendo que mi respiración se desbordaba, hablé:

—Quedó muy bien.

El señor Elliot se petrificó. Su rostro quedó clavado en la pantalla, y las manos se le aferraron más a su aparato.

Poco a poco levantó la vista.

Me miró.

—El jardín —insistí. Por los amantes, ¿qué estaba haciendo?—. Creo que quedó muy bien.

Él parpadeó fuera de si. Abrió la boca, y aunque sabía que no me diría nada, esperé su respuesta conteniendo el aliento.

Movió los dedos sobre su tablilla.

"Gracias".

Creí que el pánico me haría hundirme en el suelo, de lo pesado que tenía el cuerpo, pero incluso a mí me sorprendió la quietud que nos envolvió en ese preciso instante. De pronto dudé, ¿qué más se suponía que debía decir? Por la manera en la que él también desviaba la vista, supe que pensaba lo mismo. Ambos vacilamos, nos incomodamos, deseábamos estar en otro sitio menos ese.

Pero el señor Elliot me miró una vez más, y titubeante, escribió:

"¿Te gusta la Navidad?"

Me mordí el labio.

—No. Yo no la celebro.

Él ladeó la cabeza, evaluándome.

"¿En serio?"

Asentí. Permanecimos otro momento sin intercambiar palabra. Pronto descubrí que era tiempo más que suficiente, bastaba con haber iniciado la conversación sin incluir mis gritos o los golpes. Quise despedirme, pero él volvió a escribir:

"Yo tampoco".

Fruncí el ceño, y él se sonrojó, aunque no le hallé el motivo.

"De niño no recuerdo haberlo celebrado nunca en familia", siguió escribiendo. "Me sorprendió mucho cuando descubrí que la mayoría de la gente le tomaba demasiada importancia. ¿Por qué tú nunca la celebraste?"

—Creo que sí llegué a hacerlo. De niña. Y algunas otras veces. Pero justo ahora no es algo que me apetezca. No le encuentro sentido.

Reflexionó en mi respuesta.

"Entiendo".

Era extraño.

El señor Elliot tamborileó los dedos. Comprendí al instante que él estaba preocupado por mantener esa conversación, a pesar de que a mí ya no me interesaba, pero decidí aguantar un poco más.

"¿Quieres ver qué tengo planeado?" puso después.

En su tablilla me enseñó una serie de imágenes. Innumerables remodelaciones para distintas habitaciones, una piscina, un salón para fiestas, incluso el gimnasio del que Lia me había hablado.

—Están muy bien. ¿Usted...? —jadeé. Hice la siguiente pregunta con la cabeza gacha—. ¿Planeaste todo esto... tú... solo?

Mi cuerpo esperó un golpe de dolor. Un bofetón, una mano en mi cuello, dedos duros sobre mi nuca.

"No es Lucian", me obligué a recordar. "Míralo, no es él. No es Lucian, así que no se enfurecerá si lo tuiteas".

Levanté la vista.

El señor Elliot estaba escribiendo, y me pasó su respuesta con verdadera emoción asomándose en sus ojos.

"Los primeros días que estuve aquí me aburrí como no tienes idea. Me dediqué a imaginar lo que podría darle a este hotel y le ofrecí un buen trato al dueño. A veces temo que me estoy involucrando demasiado con este sitio, pero no puedo evitarlo, tenía que remodelarlo. Este lugar es demasiado soso, ¿no crees?".

Sin despegar la vista de su tablilla, turbada por esa inesperada respuesta, farfullé:

—Un poco.

Sonrió. Mi cuerpo se tranquilizó levemente. No era una sonrisa malvada.

Estuvimos hablando sobre más cambios que deseaba hacer, y me atreví a confesarle que lo del gimnasio era algo de lo que ya estaba al tanto. Cuando me preguntó cómo era posible, tuve que mencionar a Lia.

"Ah, sí", escribió. "La que pinta".

Me extrañó que supiera el detalle de su nombre. Lia detestaba que la observaran pintar, así que el hecho de que él la reconociera de esa manera, me hizo darme cuenta de que ambos ya habían tenido más de una conversación rigurosa.

"También he querido pasar más tiempo con ella", continuó. "Pero, sinceramente, tengo miedo de que todavía no sea buena idea. La doctora Dafne me recomendó ir con cuidado, por lo menos al principio".

Se percató de lo que acababa de escribir, y desvió la mirada. Temí, por un momento, que él estuviera al tanto de mis problemas y los de Lia, que supiera los miedos y terrores que nos atormentaban por culpa del rostro que él portaba. Inmediatamente corregí mis pensamientos. Dafne ya me había demostrado que no compartía nada sobre mí, no a menos de que se me avisara.

Sin embargo, la postura del señor Elliot había cambiado. De estar seguro y animado por lo que decía, ahora se mostraba avergonzado. Como un niño al que habían pillado con una palabrota.

"Con lo que pasó en el sótano, ¿te sientes mejor?" preguntó.

Fruncí la boca.

—Supongo. No lo sé.

"Lamento eso. Créeme, no hubiera aceptado de no ser porque el detective me obligó a hacerlo. No pretendía asustarte así".

Suficiente. No hablaría de ese tema con él.

—Yo... tengo que irme —iba a dar una excusa, pero antes de hacerlo terminé por darme la vuelta.

Caminé apresurada en dirección a la puerta del jardín, de repente abrumada por no haber dado por finalizada esa conversación cuanto antes. ¿Cómo se me había ocurrido que estaba preparada para hablar con ese sujeto?

Una mano se posó en mi hombro.

Me detuve. Lo miré.

El señor Elliot me tendió la tableta, todavía sin atreverse a mirarme a los ojos.

"Lamento mucho lo de mi hermano".

Esas palabras hicieron que el aliento se me atorara en la garganta. El señor Elliot no parecía pasarlo mejor que yo, además, era como si temiera que me lanzara contra él en cualquier momento. No pensaba hacerlo, pero tampoco pude formular una respuesta inmediata.

Suspiré.

—Descuida. Tú no eres él.

Le devolví la tableta, pero en vez de dejarme marchar, él insistió:

"Es mi hermano. Lo que sea que les haya hecho, es en parte responsabilidad mía". Titubeó. "Y no espero que lo disculpes, tampoco yo lo hago, pero sí que me dejes ayudarte. En lo que sea que necesites, estaré encantado".

Aguardó paciente, tal vez esperanzado.

¿Qué era lo que tenia que decir ahora? ¿O acaso debía sonreírle agradecida? ¿Aprovechar para contarle que estaba en peligro de muerte por gente que ni yo misma conocía?

Cuando respondí, lo hice en tono seco, frío, sin estar convencida del todo:

—Gracias.

NOTA:

Hola personitas de internet, los extrañé mucho. Quiero primero disculparme por la tardanza con estas actualizaciones. No daré excusas, sólo quiero decirles que lo siento. Pronto les traeré un nuevo capítulo que, sinceramente, es uno de mis favoritos de este libro.

Quiero también agregar que, para los que sólo pudieron leerse la primera versión del libro 1, los invito a leer los capítulos 19 y 20 de "Mentirosa" y así poder estar al tanto de quienes son los personajes de los que hablan Lia y Samy, aunque también pueden regresar a la Nota 1, donde les doy un resumen de los cambios que hice en el libro anterior.

Les agradezco la paciencia, y no, no los he olvidado. Esta historia no me dejará descansar en paz hasta que la termine y les dé el final. Un beso y muchos abrazos.

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